lunes, 14 de noviembre de 2016

El asesinato de Jill Dando (V) y último: Demasiadas hipótesis

Anterior: El asesinato de JIll Dando (IV): ¿Culpable o inocente?
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Elementos del crimen, del Mirror
Ya han transcurrido 17 años desde el asesinato de Jill Dando y todavía quedan demasiadas hipótesis en circulación, e incluso han ido surgiendo algunas nuevas. Pese a los intentos por deducir la naturaleza del crimen a partir de los testimonios y las pruebas, no se encuentra en estos elementos una señal nítida e inequívoca que apunte en una dirección concreta. Resaltando parte de la evidencia y dejando de lado el resto podemos construir una buena hipótesis sobre una persona o un grupo de personas que ejecuta un crimen profesional, mientras que destacando la parte dejada anteriormente de lado y obviando lo demás se puede proponer que el criminal actuó solo, por motivaciones personales o económicas, o tal vez a causa de una obsesión enfermiza o alguna ofensa, real o imaginaria.

El mejor ejemplo lo tenemos en la propia investigación policial. En unos pocos días los detectives tenían a su disposición todas las pruebas y testimonios relevantes, y sin embargo se pasaron casi un año dudando entre hipótesis contradictorias. Durante un tiempo sospecharon que el crimen podía haber sido obra de un grupo de asesinos, y estuvieron muchos meses buscando entre los conocidos de Jill algún motivo personal, tal vez económico o sentimental. Finalmente, y cuando de todo lo anterior no resultó nada, se fueron inclinando por la teoría del solitario (Utilizaré esta palabra en el sentido de persona que actúa sola, sin colaboración de terceros, aunque a veces él término se usa también para describir la vida solitaria del sujeto en cuestión).

Resulta reveladora una entrevista que apareció en prensa el 19 de marzo de 2000, 11 meses después del crimen, y cuando Hamish Campbell todavía no sabía de la existencia de Barry George. En dicha entrevista Campbell afirmaba que se había ido inclinando por la teoría de una persona actuando sola, y lo hacía sobre todo porque de haber habido una conspiración con varios implicados algo se habría escuchado, alguien habría hablado, sobre todo para solicitar la jugosa recompensa. Se deduce que si el inspector jefe se había ido inclinando hacia la teoría del solitario es porque antes no lo hacía, y que esa teoría se puso en cabeza más por descarte que por méritos propios. Durante mucho tiempo la hipótesis dominante fue la de que un conocido de Jill la había asesinado (por sí mismo o por medio de otros) por alguna razón por descubrir, y tan solo se abandonó después de escudriñar en la vida de Jill Dando casi día por día, y de investigar en profundidad a todos sus amigos, relaciones, familiares, compañeros y conocidos.

MODELOS

Nick Ross
A día de hoy los detectives siguen opinando que el crimen fue obra de una única persona, tal vez un admirador despechado o un acosador. Nick Ross, amigo de Jill y que presentaba Crimewatch junto a ella, ha escrito que él siempre creyó, desde el principio, que las características del crimen señalaban hacia un solitario. Tan convencido y seguro de sí mismo estaba que cuando le llegaron noticias de que el equipo de Oxborough estaba considerando seriamente una posible conspiración (de los serbios o de otros) le escribió a Hamish Campbell indicándole que la hipótesis correcta era la de un asesino individual, alguien como Mark David Chapman, el asesino de John Lennon. 

Pero no parece que ese modelo sirva para explicar el caso Dando. Según todo lo que se conoce, la principal motivación de Chapman era hacerse famoso, y esa motivación explica perfectamente que no intentara escapar después del crimen, ya que el hecho de que el mundo supiese quien había matado a Lennon era una parte esencial del plan.

John Lennon y Mark David Chapman

Christina Grimmie y Kevin Loibl
En el único crimen realmente parecido al de John Lennon, el reciente asesinato de Christina Grimmie por Kevin James Loibl, tampoco parece que la huida fuera un objetivo del criminal. Aunque el móvil del asesino, seguramente una fantasía de amor que degeneró en deseos homicidas al darse cuenta de que nunca iba a ver colmados sus deseos, podría ser similar al que se supone para el asesino de Dando, Loibl se suicidó cuando el hermano de la víctima intentó detenerlo, y es probable que el asesinato-suicidio formara parte del plan original. 


Björk y Ricardo López
El asesinato-suicidio está explícito en el afortunadamente fallido intento contra la cantante Björk, tanto que Ricardo López se suicidó antes de comprobar si había tenido éxito en su intento de asesinato, desfiguración, o las dos cosas. En todos estos casos está presente la falta de voluntad de huida del agresor, y se puede entender cada crimen como la culminación de un proceso, más allá del cual desaparece por completo la vida anterior del criminal, o simplemente su vida. No se intenta ocultar ni el crimen en sí, ni el autor, y de hecho, el conocimiento público de la autoría es probablemente el motor que hay detrás de cada uno de los casos. El asesino de Jill Dando, por contra, huyó de inmediato, procurando no llamar la atención. 

Gianni Versace y Andrew Cunanan
El único caso cuyo desarrollo guarda bastante similitud con el de Dando es el del asesinato de Gianni Versace. Aunque con Andrew Cunanan desapareció la posibilidad de conocer las razones por las que disparó contra el diseñador, es probable que su motivación fuera más parecida a la de Chapman que a la de Loibl. En cualquier caso, lo realmente distinto en este caso es que Cunanan intentó huir y lo consiguió inicialmente. Versace fue asesinado cuando estaba a punto de entrar en su casa, como Jill, y en ese sentido el crimen es bastante parecido, pero ese modelo no es el que tienen en mente los detectives o Nick Ross cuando especulan sobre el asesino de Jill Dando. Cunanan mató a Versace como culminación de una breve pero intensa carrera como asesino, y lo hizo cuando ya era consciente de ser el objetivo de una de las mayores búsquedas de la historia de Estados Unidos, tal vez como una especie de desafío final. El hecho de que Cunanan no se deshiciera del arma con la que asesinó a Versace, y que la utilizara para quitarse la vida, podría indicar que de alguna manera quería que se supiese que él era el asesino del famoso diseñador. 

Nick Ross escribió un artículo en 2008, justo antes del segundo juicio contra Barry George, donde aseguraba que el asesino era algún admirador o acosador, y afirmó estar convencido de que George era culpable. En 2013, en su libro, continuaba opinando lo mismo sobre el tipo de asesino, aunque Barry George ya no aparecía en su análisis. Según Nick Ross, el crimen había sido chapucero y amateur, ya que el asesino:

-Se paseó, sin tratar de ocultar su rostro, frente a la casa equivocada, ya que fue una casualidad que Jill fuera a ese lugar ese día.

-No tenía vehículo para escapar, así que tuvo que marcharse a pie por una calle larga y recta, sin salidas laterales.

-Ni siquiera utilizó un arma y munición homologados, sino una versión casera de los mismos.

-Puso el cañón del arma en contacto con la cabeza de la víctima, lo que seguramente provocó una transferencia hacia sus ropas de evidencia forense incriminatoria.

Sin embargo, hay otras opiniones. Los que sostienen que el crimen fue una conspiración, obra de uno o más profesionales, interpretan los hechos de forma distinta. Por ejemplo, no está claro que provoque más transferencia de elementos incriminatorios un disparo realizado apretando con fuerza el cañón del arma contra la cabeza de la víctima que uno efectuado, pongamos, a 30 centímetros, ya que el mismo cañón pudo bloquear la mayor parte de las salpicaduras de sangre. Ante las afirmaciones de que el crimen era obra de un aficionado, el experto en armas Freddy Mead declaró en el juicio sobre el disparo que mató a Jill Dando: “Es difícil imaginar como podría haber sido mejorado”

El hombre con traje visto cerca de la casa indicaría la presencia de, al menos, dos participantes en el crimen, ya que su descripción no coincide con la del asesino, y se pueden construir varias hipótesis para explicar la huida a pie; tal vez pudo ocurrir algo que alteró los planes de los asesinos. En cuanto a la visita de Jill a la casa, es posible que tuvieran algún sistema de vigilancia y conocieran los planes de la víctima con antelación.

Los que defienden la hipótesis del asesino solitario señalan que cuando se produce el asesinato de una celebridad no hay precedentes de un crimen por encargo, sino que es obra de un solitario. Los críticos pueden responder que resaltando la característica de celebridad de Jill Dando se oculta el hecho de que era una periodista, y sí hay precedentes del asesinato de periodistas por encargo. Pero a su vez se puede responder que Jill era una presentadora, no una periodista de investigación, y que su estatus era más de celebridad que de periodista.

HIPÓTESIS

Los serbios

Fue una de las primeras teorías que se plantearon, tan solo unas horas después del crimen. Aunque descartada por la policía, ha continuado apareciendo de vez en cuando, y fue la hipótesis alternativa propuesta por la defensa de Barry George durante su primer juicio. 

Arkan y sus tigres
A favor: Hay relación directa con Jill Dando, ya que esta había presentado un programa sobre Kosovo recientemente, y había recibido una indignada carta de queja. Hay una estrecha relación temporal (tres días) entre el polémico bombardeo de la televisión yugoslava y el asesinato de Jill. Tras el crimen algunos directivos de la BBC recibieron amenazas, supuestamente de serbios. Hay alguna similitud con el crimen de un periodista crítico, cometido supuestamente por matones serbios.

En contra: No hay ningún dato verificable que señale en esa dirección. No hay documentos, ni conversaciones interceptadas, ni testimonios fiables. De ser los autores los serbios, en venganza por el bombardeo de la televisión, les habría interesado darlo a conocer. ¿Qué sentido tiene el crimen si no queda claro que se trata de una represalia? De haber querido los serbios matar a alguien, Jill Dando era una víctima muy improbable, ya que había cientos de militares, políticos o policías que serían víctimas igual de asequibles y mucho más probables. Ni el arma ni la forma de actuar encajan bien con el tipo de crimen que habría cometido un comando. Tampoco hay precedentes de una venganza serbia sobre algún ciudadano de un país que participó en los bombardeos.

Crimewatch

También se propuso casi de inmediato.

A favor: Tan solo el hecho de que el programa trataba sobre casos criminales y delincuentes, muchos de ellos peligrosos, y que es posible que uno de ellos, o algún familiar o socio podía haber querido tomar venganza.

En contra: No hay ni un gramo de evidencia. Pese a una jugosa recompensa y a que la policía puso en alerta a todos sus contactos en el mundo del crimen, nadie sabía nada, ni se había escuchado nada. No había precedentes en Gran Bretaña de ese tipo de ataques contra jueces y fiscales, así que menos sentido tendría contra una simple presentadora.

Estas dos fueron las primeras y más comentadas hipótesis. Con el paso de los años han ido perdiendo importancia, aunque resurgen de vez en cuando. Yo tampoco encuentro convincentes estas hipótesis en su versión más típica, la de un crimen organizado por un comando paramilitar serbio o un grupo del crimen organizado. Ni el arma, ni la forma de cometer el asesinato, ni la huida a pie encajan bien. Además, es muy probable que tras un crimen de esa clase hubieran terminado por producirse fugas de información, y tras 17 años no las ha habido.

Aunque la versión estándar de estas hipótesis no me convence, no descarto una variante especial de ellas. En esa versión, el bombardeo de la OTAN o un programa de Crimewatch podrían haber sido el motivo del crimen, pero la autoría no correspondería a un grupo organizado o un comando paramilitar, sino a un individual actuando por su cuenta. Un serbio residiendo en Gran Bretaña, indignado, y tomando venganza por sí mismo, sin recibir instrucciones o colaborar con nadie; o un criminal individual, o uno de sus familiares, enfadado con algún programa de Crimewatch, actuando por libre. En cualquiera de los dos casos, la víctima sería Jill y no otra persona (políticos o militares, en un caso, o Nick Ross u otros periodistas, en el otro) porque el asesino sabría previamente donde vivía Jill, probablemente por casualidad. Es decir, habría tomado venganza contra quien tenía más a mano.

Otras hipótesis

Kenneth Noye
Se han ido proponiendo a lo largo de los años otras hipótesis, algunas razonables, y otras más fantásticas, pero todas ellas tienen en común la falta de evidencia. Son suposiciones basadas en rumores o, sospecho de algunos casos, puras invenciones. Así, Jill habría sido víctima de un mafioso ruso enfurecido por haber ella rechazado sus avances, o podría haber sido confundida con la secretaria de Lord Archer, Angela Peppiatt, que vivía en la misma calle. Tal vez el delincuente y asesino Kenneth Noye; o el gangster Mr. Big; o grupos del crimen organizado de Londres o Escocia o Irlanda; o el IRA. El límite está en la imaginación. 

Me detendré un poco más en la hipótesis de que Jill Dando pudo ser la víctima de una red pedófila incrustada en la BBC y en las altas esferas del estado, no porque sea más probable o razonable que las otras, que no lo es, sino porque ha alcanzado gran difusión en internet, donde cuenta con una legión de apóstoles que la difunden urbi et orbi. Aunque sospecho que buena parte de esos apóstoles no están muy interesados en el análisis racional del crimen y tienen otro tipo de agenda, será mejor obviar eso y centrarnos en los hechos.

Según esta hipótesis, Jill Dando habría estado investigando (en algunas versiones incluso habría preparado o estaría preparando un informe) sobre una red pedófila en la BBC, y habría advertido a sus superiores de ello. Miembros de esta red, formada por personas muy poderosas, habrían ordenado eliminar a Jill Dando para evitar ser descubiertos, y/o para enviar un mensaje a otros posibles entrometidos. A través de sus contactos e influencias en la policía habrían evitado ser considerados sospechosos.

Hay bastantes versiones, mutaciones y ramificaciones de la teoría, pero da igual, todas tienen el mismo problema: la falta absoluta de evidencia. Alguien dice que le dijeron que alguien… El caso es que Jill era presentadora, no periodista de investigación, y aunque una presentadora puede investigar, faltaría más, no hay el más mínimo rastro de esa investigación. ¿Por qué su prometido, su padre, su hermano, su cuñada, su tía, su prima, sus amigas íntimas, sus anteriores parejas, sus agentes, sus amigos, no sabían nada de esa supuesta investigación? Muy sencillo, porque no existía. De haber estado ella investigando un asunto de ese tipo, varios, probablemente todos, de los anteriormente citados, sabrían algo de ello. Jill no era tímida ni reservada a la hora de comentar con sus cercanos su actividad profesional o privada, y les contaba sus preocupaciones y problemas y les pedía consejo con frecuencia.

Pero incluso si Jill hubiera estado investigando un asunto de ese estilo, el asesinato sería muy improbable. Los abusos de Savile no eran un secreto, y había cientos de víctimas (ninguno de ellos fue asesinado, por cierto), y miles de familiares y testigos, y muchos periodistas y otras personas sabían del tema. Todo el mundo en los medios conocía el rumor y varias veces se expuso públicamente, pero nadie hizo nada. En la autobiografía de Savile, publicada en 1974, se relataban actos impropios, y él mismo habló sobre las acusaciones de forma pública, en entrevistas y documentales, años antes de estallar el escándalo. No parecía interesar a nadie. Jimmy Saville se defendía, maniobraba y evitaba el escándalo público con amenazas legales, no con asesinatos. Hubo denuncias formales, y otras verbales, y algunos intentaron llamar la atención sobre sus delitos, pero se encontraron con la incomprensión general. ¿Había escuchado Jill Dando algo sobre las actividades de Savile? Prácticamente seguro, un rumor tan extendido le tuvo que llegar forzosamente, como a todos los periodistas y famosos de la época. ¿Lo comentó con otras personas? Es posible, seguramente como casi todos los que trabajaban en la BBC. ¿Investigó sobre ello o le preocupó de forma especial? Prácticamente seguro que no. De haberlo hecho habría algún rastro, y no lo hay. ¿Dónde están las víctimas o los testigos con los que habría hablado Jill durante esa supuesta investigación? 

El infame Jimmy Savile

Si alguien consigue evidencia de que Jill Dando estaba realmente investigando los abusos de Savile u otros, la hipótesis pasaría a formar parte del grupo de hipótesis (junto con la de los serbios o Crimewatch) con un posible motivo, cero precedentes y cero evidencia. Hasta entonces ni siquiera está a la altura de las otras. Para darnos cuenta de la banalidad de esa teoría, que no es más que el fruto de la imaginación de algún periodista, basta con compararla con cualquiera que podamos idear. Es suficiente con encontrar algún hecho delictivo (atracos a bancos, por ejemplo, u otros) sucedido meses o años antes, inventarnos una investigación de Jill sobre ese asunto y proponer que fue asesinada debido a esa inexistente investigación.

Hay otras hipótesis menos extravagantes, pero que tampoco cuentan con evidencia que las sostenga. Mike Burke, por ejemplo, insinúa mucho y dice poco. Parece sospechar del agente de Jill, Jon Roseman, o de alguno de los antiguos novios de ella. Scott Lomax es más explícito, y señala directamente a algún antiguo novio o relación de Jill, pero su argumentación es débil. La policía afirmó que en la cancela no se encontraron huellas extrañas, lo que Lomax interpreta como una prueba importante. Como el asesino cerró la cancela detrás suyo, y ni Hugues ni Upfill-Brown dijeron haber visto guantes, eso indicaría que sus huellas ya estaban previamente en la cancela y eran conocidas, pero creo que eso se basa en una errónea interpretación de la ambigua información policial sobre ese elemento. Además, señala Lomax, el cierre indicaría un acto mecánico de alguien acostumbrado a hacerlo, lo que señalaría hacia una persona familiarizada con el lugar. Es posible, pero el hábito del asesino de cerrar la cancela no implica que fuese la de Jill Dando la que estaba acostumbrado a cerrar, y ese acto podría significar otras muchas cosas, tantas que no encuentro utilidad en especular sobre ello.

17 años después no parece haberse avanzado mucho, y se siguen planteando las tres principales hipótesis que se manejaron durante la investigación: Un conocido de Jill; una conspiración de algún grupo; el asesino solitario. Vamos a analizar los datos conocidos para ver si podemos descubrir hacia donde apuntan.

LA EVIDENCIA

El arma del crimen

Opino que el arma y la munición utilizados apuntan hacia un asesino individual, en contraposición a un grupo de ellos, pero no nos indican su pericia, si era un profesional o no. El término profesional, que se utiliza muy a menudo cuando se trata sobre crímenes, resulta bastante ambiguo, ya que se usa con dos significados: el de una persona cuya profesión es el asesinato, y el de alguien con una habilidad especial para cometer el crimen de forma eficaz y sin cometer errores. Estas dos características pueden coincidir en la misma persona, pero puede no ser así. Para la primera acepción yo prefiero la denominación asesino a sueldo, o sicario. Reciben una contraprestación por asesinar a alguien y pueden ser hábiles y experimentados, pero también en algunas ocasiones inexpertos, torpes y chapuceros.

Por otra parte, hay gente con habilidad para matar, e incluso experiencia, que pueden no trabajar a sueldo y matan por múltiples razones. Un miembro, o ex miembro de unas fuerzas especiales de algún ejército, o de los servicios secretos, puede tener más habilidad, capacidad y experiencia que la mayoría de los sicarios.

En este caso, el arma utilizada no parece la que usaría un sicario, pero no señala en una dirección concreta en cuanto a la habilidad o pericia. Algunos afirman que indica que el asesino era un amateur, pero puede igualmente haber sido alguien muy experto. El arma tiene algunas desventajas respecto a un arma estándar, pero casi todas esas desventajas desaparecen cuando se va a utilizar para disparar a cañón tocante. La evidente ventaja es que no será posible rastrear el origen ni el historial de ese arma, ni se podrá relacionar con el autor del crimen. Se puede suponer que el arma era la única que tenía o podía conseguir el asesino, lo que indicaría a un aficionado o por contra ser la decisión de alguien muy hábil y prudente, que sabía perfectamente el tipo de arma que estaba utilizando. Hay un hecho indiscutible, y es que ha sido imposible seguir el rastro de la pistola y la munición.

El 29 de Gowan Avenue

Como ya se ha comentado, las visitas de Jill a la casa eran cada vez más esporádicas y no tenían la suficiente regularidad como para ser previsibles. Es posible que falte información, pero los datos disponibles apuntan hacia la extrema dificultad que tendría alguien para planear un crimen aprovechando una visita de Jill a ese lugar. El problema no es únicamente la irregularidad de las visitas, también está la ocasión, ya que ella podía visitar la casa sola, como había hecho el sábado, pero otras veces iba acompañada de Farthing, de su prima Judith o de alguna amiga. Incluso si alguien hubiera podido anticipar la visita de Dando a la casa, no podía saber si iba a ir sola o acompañada de una o más personas.

Nick Ross, que conocía ambos lugares, ha señalado que la casa de Farthing en Chiswick era un lugar mucho más apropiado si alguien quería organizar un atentado contra Jill. Aunque siempre es arriesgado comparar los méritos de lugares para una emboscada, lo cierto es que la afirmación de Ross tiene bastante fundamento. Gowan Avenue es una larga calle, de unos 390 metros, con entrada (para los vehículos) por Munster Rd. y salida en Fulham Palace Rd. Entre ambos extremos de la calle tan solo encontramos dos calles laterales, Sidbury St. a un lado y Kimbell Gardens al otro. El lugar del crimen, el número 29 de Gowan Avenue, se encuentra a 100 metros de la entrada por Munster Rd. y a 290 metros de la salida por Fulham Palace Rd. El primer desvió hacia este último lado, Sidbury St., está  a 120 metros del número 29. Es decir, que al marcharse el asesino a pie tenía que recorrer, de forma obligatoria, 100 metros si al salir giraba a la derecha, y al  menos 120 metros si giraba a la izquierda. Si alguien era testigo del crimen y daba la alarma el asesino quedaría expuesto, a la vista de todos, y sin posibilidad de escabullirse por alguna calle durante un buen rato. También podía ser seguido sin dificultad por cualquier coche que pasara en ese momento o poco más tarde, si el conductor era alertado por posibles testigos.

El domicilio de Farthing en Chiswick tenía una situación completamente distinta. Bedford Cl es una pequeña calle sin salida, muy cerca del río Tamesis. A primera vista el que sea una calle sin salida no parece muy adecuado para una emboscada, pero el número 4 está casi a la entrada de la calle, a apenas 15 metros de Lattimer Pl. En unos segundos el asesino quedaría fuera de la vista de los posibles testigos. En el mapa se pueden ver las distintas opciones. Si al salir a Lattimer Pl. decide girar a la izquierda se encontrará un nuevo desvío, otra calle, a menos de 10 metros. En apenas 25 metros habrá cambiado dos veces de calle.

Domicilio de Alan Farthing en Chiswick

La vigilancia también es un factor importante, ya que en Gowan Avenue cualquier persona parada más de la cuenta llamaba la atención, como se pudo comprobar con las declaraciones de muchos testigos. Es una calle de paso, con apenas negocios o comercios, en la que tan solo los vecinos se detinenen para algo, y no hay lugar para vigilar sin ser visto. En Bedford Cl también llamaría la atención alguien que no fuese un vecino y estuviese parado de pie, pero hay más opciones, ya que se puede vigilar desde Lattimer Pl., desde Corney Reach Way, o incluso casi desde la misma orilla del Tamesis.


Pero la principal diferencia entre Gowan Avenue y Bedford Cl. es la oportunidad. Mientras en el primer lugar el criminal tendría que aprovechar la visita de Jill y actuar a la entrada o salida, a riesgo de tener que esperar varios días hasta el próximo intento, en el segundo podría tener varias opciones cada día. En cualquiera de los dos sitios puede suceder que el objetivo salga o entre acompañado, que varias personas estén en las inmediaciones, o que alguien se fije en el asesino mientras vigila y tenga que marcharse. En Gowan Avenue cualquiera de estas situaciones implicaría perder la oportunidad y no saber cuando se dispondrá de otra, pero en la casa de Chiswick, por contra, se pueden tener varias ocasiones, incluso el mismo día. Creo que las diferencias están claras: No solo la casa de Farthing parece un lugar más adecuado y más seguro para la vigilancia y la huida, además proporciona muchísimas más oportunidades para lograr el objetivo. En mi opinión, una o varias personas expertas que planearan matar a Dando siguiendo órdenes, de los serbios, de algún jefe del crimen organizado, o de quien fuese, jamás habrían elegido Gowan Avenue sobre Bedford Cl.

La única excepción sería que tanto los patrocinadores como los ejecutores desconociesen que la víctima ya no residía en ese domicilio, pero además de que eso demostraría una organización bastante pobre, implicaría que el asesinato se habría cometido a la primera, o casi a la primera, sin realizar seguimientos previos de la víctima, y eso no encaja con lo que harían unos expertos. Cualquier grupo que, por ejemplo, pudiese averiguar por el medio que fuera que Jill iba a visitar ese día Gowan Avenue, sabría sin duda el lugar donde vivía en ese momento.

Sin embargo, eso no favorece del todo la hipótesis del solitario, ya que un argumentación muy similar se puede utilizar para evaluar la posibilidad de que el asesino fuera un acosador o un admirador despechado, o tal vez un híbrido entre los dos. Es de suponer que precisamente un acosador o un admirador sabrían donde vivía Jill. Habría que suponer a un admirador-acosador bastante poco informado sobre el objeto de su obsesión. Da igual quien fuese el asesino, un admirador obsesivo, un antiguo novio o un comando serbio, la única explicación razonable para el éxito en su deseo de matar a Jill Dando parece ser la suerte. Un asesino con poca información y mucha suerte.

Hay las suficientes grabaciones de cámaras que registraron la ruta de Jill entre Chiswick y Fulham para que la policía pudiera descartar que alguien la estuviera siguiendo, así que no quedan muchas opciones.

En el mismo artículo citado anteriormente, Hamish Campbell pasaba revista a las siete posibilidades que explicarían la presencia del asesino en Gowan Avenue:

1) Que por puro azar alguien resentido contra Jill, y portando una pistola, pasaba por allí en el momento en que ella llegaba.

2) Que el mismo tipo de persona la viera por casualidad en Hammersmith y la siguiera hasta la casa.

3) Que alguien la siguiera desde Chiswick.

4) Que Jill le dijera al asesino que iba a ir allí.

5) Que Jill se lo dijera a otra persona, que a su vez se lo contara a un tercero, el asesino.

6) Que el asesino fuera alguien que vivía en Gowan Avenue.

7) Que por observación y análisis el asesino decidió que si esperaba por allí se acabaría encontrando con ella.

A continuación Campbell eliminó las opciones que consideraba más improbables, la 1 y la 2. En cuanto a la tercera, afirmó que la policía tenía suficientes grabaciones de cámaras para descartar que estuviera siendo seguida. Investigaron y hablaron con todos los vecinos de la calle y no encontraron a nadie sospechoso, así que solo quedarían las opciones 4, 5 y 7.

La visita el lunes por la mañana a la casa de Gowan Avenue tan solo fue decidida por Jill al mediodía del sábado, cuando descubrió que apenas quedaban papel y tinta para el fax. De no haberse dado esa circunstancia la visita habría sido innecesaria tan pronto, y probablemente no se habría producido hasta varios días después, tal vez una semana o más. Seguramente tan solo se lo comentó a su prometido, y no creo que algo tan trivial fuera objeto de conversación por parte de Jill la tarde del sábado en la gala benéfica, o el domingo con los amigos de Farthing. No está del todo claro quien sabía de la visita a Gowan Avenue. Según se dijo en el primer juicio, tan solo Farthing y Allasonne Lewis (y esta apenas una hora antes del crimen) sabían de la visita. Después se dijo algo que dejó la puerta abierta, que tan solo lo sabían los más allegados. No se sabe si esa expresión era otra forma de referirse a la misma información, o si implicaba que alguien más lo sabía. Es posible que Jill lo comentara con alguna de sus amigas, con las que habló esa mañana, o con la madre de Farthing. Ciertamente, ni Farthing, ni Lewis, ni en su caso las amigas de Jill o su futura suegra la mataron, y ninguno de ellos tenía un motivo para encargar el crimen a otra persona. Es posible que uno de ellos comentara la información con una tercera persona, pero de nuevo resulta bastante improbable que algo así se convirtiese en tema de conversación casual, y además, es seguro que la policía se tomó muy en serio ese asunto. Pero veremos más adelante que hay algunas posibilidades no exploradas.

¿Dónde estaba el asesino?

Si el asesino estaba esperando a Jill, debía estar muy cerca. Seguramente pasó poco más de un minuto desde que el BMW entró en Gowan Avenue hasta el disparo, tal vez incluso un poco menos de un minuto.

Stella de Rosnay, del número 55, salió a la acera hacia las 11:20 y tomó varias fotografías de la casa y de la calle. Según se dijo, en dichas fotografías la calle parece desierta, no se ve a nadie. Hay unos 65 metros entre ambas casas.

Rosa Rodríguez estaba limpiando en el número 26. A una hora que debía ser muy poco antes o muy poco después de las 11:30 salió y estuvo dos o tres minutos limpiando la puerta, tras lo cual volvió a entrar. No vio a nadie.

El doctor Gossain, que tenía consulta en el número 21, salió a visitar a un amigo hacia las 11:25, y giró a la derecha, hacia Munster Road. No vio a nadie.

Todas las personas que se consideraron sospechosas, sobre todo el hombre del traje, fueron vistas bastante antes del crimen, pero ninguno de ellos fue visto en los quince minutos anteriores al asesinato. La última que vio a alguien que pudiera resultar sospechoso fue la mujer que tenía su vehículo en el lugar donde poco después Jill aparcaría su BMW

Una posibilidad es que el criminal estuviese esperando a Jill en el pequeño patio. Si estaba de pie cualquiera le podía ver, y mucha gente habría notado la presencia de alguien dentro de la propiedad. Stella y Charlotte de Rosnay pasaron delante de la casa no mucho después de las 11 y comentaron quien vivía en ese lugar, y se habrían fijado en cualquiera que estuviera allí. Además, es casi seguro que Jill no habría entrado de haber visto a alguien más allá de la cancela.

El patio y el muro. Apenas hay espacio para ocultarse.
Otra opción es que el asesino estuviese dentro del patio oculto a la vista. La única forma de lograr eso sería agacharse y pegarse al muro, y así quedaría oculto para peatones y conductores, pero ese modo de actuar tendría varios problemas importantes y uno insuperable. El primer problema es que al estar agachado él tampoco podría ver nada, sobre todo la llegada de su objetivo. El segundo es que su posición no le garantiza no ser visto por Jill al entrar. Incluso mirando al frente se puede ver a alguien con la visión lateral, y además no sería extraño que Jill hubiese dado un vistazo de forma automática a su izquierda cada vez que entraba para ver el estado del pequeño jardín. El problema insuperable, y por el que rechazo esta posibilidad, es que ocultarse tras el muro cortaría todas las opciones del criminal. Hay algo que el asesino no podía controlar de ninguna manera, y era el ambiente externo, la situación en Gowan Avenue en el momento en que Jill atravesaba la entrada. No podía saber si en ese momento no habría nadie en la calle, como parece ser que  ocurrió, o si estaría pasando un grupo de personas o un coche de policía justo frente a la casa. En ese caso, o disparaba delante de testigos, o tendría que explicar a una alarmada Jill, y tal vez a esas personas, lo que hacía agachado tras el muro, cortando todas sus opciones de una retirada sin llamar la atención. Parece un mal plan si el asesino sabía de la visita de Jill, y directamente ridículo si no sabía de ella. 

La tercera posibilidad sería que el asesino estuviera esperando fuera, cerca de la casa. El problema con esto ya se ha comentado, y es que pese a que muchos testigos vieron a personas “sospechosas” durante toda la mañana, no se vio a nadie en los momentos previos al asesinato. Lo que demuestran todos los testimonios sobre gente parada cerca de la casa es que cualquier extraño que no se limitara a pasar caminando era controlado de inmediato. Acciones tan inocentes como estar parado en la acera, junto a un coche o estar hablando por teléfono móvil, que en muchas calles ni siquiera serían notadas, llamaban la atención de inmediato en Gowan Avenue.

Tal vez podría estar esperando en un coche. Es posible, pero eso implicaría la existencia de un cómplice, y que a pesar de tener un coche a su disposición, el criminal habría preferido exponerse a ser visto al escapar. Y si una persona dentro de un coche ya podría llamar la atención, dos lo habrían hecho con seguridad.

Las posibilidades citadas tienen bastantes problemas, y no hay evidencia que apunte hacia alguna de ellas. Hay otra posibilidad, que el asesino no estuviera esperando, que llegase en el momento justo. Sería una gran casualidad, pero es posible. Una variante sería la del criminal pasando varias veces por el lugar, tal vez parándose un par de minutos cada vez, y marchándose para no llamar la atención. Esa forma de proceder apenas mejora las posibilidades de coincidir con la víctima, pero ya puestos a suponer la suerte del asesino al encontrar a Jill en ese lugar, tal vez la tuvo también respecto al momento.

EL CRIMEN

Pese a que Hughes estimó que habían pasado unos 30 segundos entre el sonido de la alarma del coche y el grito, los detectives estaban convencidos que había sobrestimado el tiempo, como les ocurre a muchos testigos. Ellos opinaban que no habían pasado más de siete u ocho segundos, y que el crimen se cometió de inmediato. Jill Dando no conversó con su asesino, no interactuó con él, probablemente ni siquiera lo llegó a ver. Minutos después del crimen Hughes salió a ver lo que ocurría al oír a Helen Doble y las otras dos mujeres hablando fuera. No estaban gritando, tan solo hablando, y el que Hughes las oyese hablar indica que si Jill y su asesino hubiesen mantenido alguna conversación Hughes los habría podido oír.

El lugar donde cayó la víctima, donde cayeron sus cosas, el bolso abierto, las llaves… Todo indica que Jill estaba parada de cara a la puerta, en el proceso de coger sus llaves para abrirla y entrar en la casa. No sabemos si tuvo que abrir la cancela para entrar, pero no la cerró, ya que de haberlo hecho es casi seguro que habría escuchado el ruido de apertura y no habría estado mirando al frente. Alguien entró desde la calle, atravesó en dos o tres zancadas la distancia que separa la cancela de la puerta, y se puso justo detrás de ella. En este punto hay varias posibilidades.

Se ha propuesto la hipótesis de que a Jill se le podrían haber caído las llaves y que se habría agachado a cogerlas cuando fue sorprendida por el asesino, que aprovechó su posición para tirarla al suelo. Es posible. A partir de la declaración de Hughes, que describió el grito de Jill más como de sorpresa que de miedo, algunos han conjeturado que tal vez ella llegó a ver al asesino, y que este sería conocido, y de ahí el tipo de grito. No lo creo. El grito de sorpresa encaja perfectamente con la situación de ser agarrado de forma sorpresiva por detrás y arrojado al suelo. Durante un instante la víctima no tiene ni idea de lo que ocurre y seguramente prima el desconcierto sobre el miedo.

En unos pocos segundos Jill iba a abrir la puerta, así que el asesino podría haber esperado y aprovechado para empujarla dentro de la casa y matarla allí, a resguardo de testigos. ¿Por qué no lo hizo? Una buena razón sería la de que ignoraba si había alguien dentro de la casa.

La hipótesis que más favorecieron los detectives era la de Jill parada frente a la puerta sacando las llaves del bolso, y alguien que llegó por detrás y con su mano derecha agarró el brazo derecho de ella, donde se halló un pequeño hematoma, y la empujó violentamente hacia el suelo. Él también se agachó, y en esa posición disparó, no se sabe si con su mano derecha o con la izquierda. Algunos han propuesto, a partir de que la víctima fue agarrada por el brazo derecho, que el asesino llevaba la pistola en la izquierda, y con ella disparó. Es razonable, pero también pudo haber cambiado la pistola de mano en el último momento.

Del Mirror
Tengo dudas de si se realizó una reconstrucción de esta y otras hipótesis de como pudo suceder el crimen. Lo digo porque al describir la situación todo parece mucho más fácil de lo que realmente es. Por ejemplo, tener una de las manos ocupada con una pistola y tratar de tirar al suelo a otra persona, aunque sea una mujer no muy grande, no debe resultar muy sencillo. Podría haber utilizado las dos manos y sacado la pistola en el último momento, es posible, pero sería una forma bastante extraña de actuar.

Tirar a la víctima al suelo antes de disparar tiene algunas desventajas bastante evidentes. La víctima puede resistirse, dificultando el crimen. Puede luchar, golpear, arañar; puede gritar, llamando la atención; puede haber transferencia de pelos, ADN o fibras entre víctima y asesino. Casi todos esos problemas se evitarían con un disparo realizado por la espalda, muy cerca, incluso a cañón tocante, sin dar la ocasión a la víctima para reaccionar.

Pero las ventajas son también evidentes. Con la víctima en el suelo y el asesino agachado, el pequeño muro evita que ambos, y el crimen, puedan ser vistos desde la calle; y sobre todo permite sujetar con firmeza a la víctima, lo que permite a su vez apretar con fuerza el cañón del arma contra su cabeza, suprimiendo casi todo el ruido del disparo. De hecho, el apretar con tanta fuerza el cañón contra la cabeza de la víctima eliminó el ruido del disparo mucho mejor de lo que haría cualquier supresor, con tanto éxito que una persona situada muy cerca no oyó el ruido, pese a que pudo oír con claridad otros sonidos. Podemos achacarlo a la casualidad y la suerte de un aficionado, o a alguien que sabía perfectamente lo que hacía.

En la puerta de la casa, justo donde se cometió el crimen, las ventajas superan claramente a los inconvenientes, ya que nadie verá nada, ni oirá nada. Un disparo desde cerca provocaría ruido, que seguramente habría alarmado a los vecinos, comprometiendo la huida, y si alguien escuchaba ruido miraría en la dirección de este, viendo al ejecutor de pie. Por contra, si alguien pasando por la otra acera hubiera escuchado un ligero ruido del disparo, o un grito, al mirar en esa dirección no habría visto nada. De mantener unos segundos la observación podría haber visto a un hombre incorporándose, eso es todo.

En cualquier otro lugar que se hubiera elegido para matar a Jill, por ejemplo, junto al BMW, los inconvenientes parecen superar a las ventajas. En ese sentido, la forma de cometer el crimen parece muy bien adaptada al entorno y las circunstancias.

El hombre del traje

Se localizó a varios testigos que habían visto a un hombre corriendo por Fulham Palace Road en momentos cercanos al crimen. Se recrearon con detalle en Crimewatch, y parece que en ese momento despertaron mucho interés en los detectives. Aunque podían ser varias personas distintas, lo similar de las descripciones y la continuidad temporal, y sobre todo espacial, hacen muy probable que fuera una única persona. El mismo Hamish Campbell señaló que ese hombre que había sido visto corriendo vestía un traje, y por tanto no coincidía con el visto por Hughes y Upfill-Brown. Podía ser alguien inocente, al que nunca se localizó, pero también podía estar implicado en el crimen de alguna forma. En ese momento todavía no se había descartado la posibilidad de un grupo de asesinos con distintas misiones, así que era posible que el hombre visto corriendo no hubiese disparado, pero estuviese implicado en el crimen.

-A las 11:37 o 11:38 un hombre que acababa de sellar un boleto de apuestas (a las 11:37:02, de ahí que se conozca la hora con bastante precisión) en un local cercano vio a un un hombre a la altura de Gowan Avenue, corriendo a toda velocidad y cruzando Fulham Palace Road hacia la acera oeste y seguir corriendo en dirección sur. Iba tan rápido que tropezó al llegar a la acera y casi es atropellado por un coche, llegando incluso a apoyar la mano en el capó antes de continuar su carrera.

-Aproximadamente a la misma hora, y un poco más al sur, una mujer que iba conduciendo vio a un hombre que corría mientras hablaba por teléfono, lo que encontró muy extraño.

-También aproximadamente a la misma hora, y más al sur todavía, una mujer que iba conduciendo se cruzó con un hombre que corría como si le fuera la vida en ello y que también llevaba un teléfono móvil, aunque la testigo lo recordaba por la acera este de la calle.

-Poco después, un hombre que conducía una furgoneta tuvo que frenar con brusquedad para no atropellar un hombre que cruzaba desde la acera este de Fulham Palace Road hacia la oeste, hacia el parque Bishop.


No había tanta gente vistiendo un traje y corriendo por las calles de Londres como para suponer que todos los testigos se estén refiriendo a personas distintas. Varios de estos testimonios, probablemente todos, están describiendo a una única persona, que viniendo desde el este, probablemente de Gowan Avenue, cruzó hacia la acera oeste de Fulham Palace Road y corrió hacia el sur. En algún momento cruzó hacia la acera este y corrió otro tramo de la calle, para finalmente volver a cambiar hacia el oeste. Lo que parece indicar el comportamiento del sujeto es que no tenía nada claro por donde quería ir, y es posible que estuviera en estado de pánico.

Hemos visto que hay bastantes testimonios sobre un hombre vistiendo un traje, con apariencia elegante, en Gowan Avenue en las horas anteriores al crimen. El cartero vio a un hombre con la misma descripción mirando directamente hacia la casa de Jill poco después de las 10:00. Sobre las 11:00 un conductor observó a un sujeto parado entre dos coches cerca de la casa de la víctima. Una mujer salió de una clínica cercana y recogió su coche sobre las 11:15 (fue en el sitio que dejó libre donde aparcó Jill quince minutos después), y al marcharse vio a un hombre parado en la carretera, entre dos coches aparcados, a unos metros de la casa de Jill, tal vez a la altura del número 33. Pelo negro, traje oscuro, posiblemente azul oscuro. Tal vez sea posible ligar al hombre visto en Gowan Avenue con el que corría por Fulham Palace Road más tarde.

¿Podía ser el crimen obra de un equipo? Los que así opinaban utilizaban otros dos testimonios:

-A las 10:08 una agente que controlaba la zona azul iba a multar a un Range Rover aparcado muy cerca de la casa de Jill, en el que no veía el ticket o la autorización y que suponía estaba vacío, cuando un hombre que estaba sentado en el asiento del conductor hablando por teléfono le hizo gestos. Ella, un poco avergonzada por no haber visto al hombre, anuló la multa y siguió su camino.

-Muy poco después una mujer que conducía por Gowan Avenue notó que tenía detrás un Range Rover que se acercaba mucho su coche, acelerando el motor, como si estuviera impaciente y tuviera mucha prisa. La conductora se sintió presionada y nerviosa y la actitud del conductor del Rover continuó igual cuando siguieron por Doneraile Street y tras girar hacia Stevenage Road, donde para alivio de ella pudo ver por el espejo retrovisor como el Rover aparcaba cerca del campo de fútbol del Fulham.

Uniendo todos estos testimonios se pueden construir varias hipótesis sobre el crimen. Hay muchas variantes, con dos, tres o incluso más conspiradores. Se plantea, por ejemplo, que el que el Range Rover tuviera que marcharse pudo descontrolar todo el operativo, o que el hombre del traje, un vigilante, pudo ser presa del pánico al no encontrar el coche para escapar, y escapó corriendo por Fulham Palace Road. Tal vez alguien los avisó desde Chiswick de cuando salía Jill, pero no contaban con el retraso. Hay muchas posibilidades y combinaciones, tan solo limitadas por la imaginación.

El problema es que resulta difícil aceptar que una operación tan sofisticada termine con los participantes corriendo cientos de metros, e incluso marchándose en autobús. Si los conspiradores tenían controlada a Jill en Chiswick, ¿por qué no la asesinaron allí, dónde tenían muchas más opciones? Si no la tenían controlada, ¿cómo tenían la seguridad de que iba a aparecer esa mañana en Gowan Avenue? Nadie organiza una operación con varios participantes por si a la víctima le da por aparecer, tiene que haber seguridad, o al menos una alta probabilidad.

Hay que señalar claramente que el hombre visto corriendo por Fulham Palace Road podría ser totalmente inocente. Tal vez estaba persiguiendo el autobús y cambiaba de acera para anticiparse a obstáculos. También podría ser totalmente ajeno al crimen el hombre (o los hombres) con un traje visto en Gowan Avenue. Podemos saber con razonable seguridad que no fue el asesino, ya que la ropa no coincidía con la descrita por los testigos, y sería bastante extraño que un colaborador, un vigilante o quien fuera, hiciera tan pocos esfuerzos por ocultar su rostro. Por otro lado, una persona corriendo sin causa aparente tan cerca del lugar del crimen, y en un momento tan próximo a este, y cuya descripción coincide, además, con la de una persona vista varias veces en las inmediaciones de la casa de Jill, tiene que resultar sospechosa forzosamente. Tenemos, por tanto, algunos elementos que nos indican que ese hombre no participó en el crimen, y otros que podrían indicar que su carrera podría estar relacionada con este. ¿Es posible reconciliar ambas opciones? Yo creo que sí, con una hipótesis  que habría que haber tenido en cuenta. Pero antes, vamos a las razones que hacen muy improbable que el hombre visto corriendo fuera el asesino:

1) La vestimenta. Todos los testigos que vieron el hombre corriendo por Fulham Palace Road lo describieron vistiendo un traje, y nadie vio un abrigo o cazadora como las descritas por Hughes y Upfill-Brown.

2) El comportamiento. La persona vista por Upfill-Brown trataba de pasar desapercibida. Pese a que estaba escapando de la escena del crimen, y que podía temer que el hombre que salía de su casa y le estaba mirando pudiera ver a la víctima y dar la alarma, tuvo la suficiente sangre fría como para frenar su carrera y continuar su marcha a paso rápido. Por contra, el hombre visto corriendo por Fulham Palace Road corría de forma desaforada, y no parecía importarle llamar la atención, o no era consciente de ello.

3) La hora. Si el hombre visto corriendo a las 11:37 u 11:38 venía corriendo desde el número 29 de Gowan Avenue, no pudo emplear más de un minuto o minuto y medio. Incluso si venía caminando a paso rápido, o alternando ese paso rápido con algún trote, no pudo tardar más de tres minutos en recorrer la distancia. Eso implicaría que el hombre no habría comenzado a correr hasta, como muy pronto, las 11:34. Aunque es teóricamente posible que el crimen tuviera lugar tan tarde como eso, la hora más probable, calculada por la policía, está entre las 11:30 y las 11:32. El teléfono móvil de Jill recibió una llamada a las 11:31, y no fue contestada. El hombre visto corriendo lo fue demasiado tarde. Por muy poco, de dos a cuatro minutos, pero tarde.

Se propuso en su momento que tal vez fuera alguien que vio el cadáver y se asustó por alguna razón y se puso a correr. Tal vez era un delincuente, o alguien que no quería tratar con a policía, en cualquier caso, un transeúnte casual. Aunque sería muy extraño, es posible, pero eso dejaría fuera de la ecuación a la persona con la misma descripción vista esa mañana.

Hay un tipo de persona que encajaría con todos los elementos presentados: alguien que esa mañana pasó bastante tiempo cerca de la casa de Jill; que no quería llamar la atención pero que tampoco se preocupaba de ocultar su rostro; que no participó en el crimen pero que escapó corriendo al descubrir el cadáver; que corría sin tener claro su destino, mientras trataba de hablar por teléfono; y finalmente, que no acudió a declarar a la policía. El personaje que encaja en ese modelo sería el de un periodista de un tabloide, o más probablemente uno de sus proveedores de información.

PRENSA SENSACIONALISTA

Portadas del News of the World
Aunque el escándalo de las escuchas a famosos del News of the World no salió a la luz hasta varios años después, las prácticas que bordeaban la legalidad, o directamente delictivas, llevaban utilizándose varios años por la prensa sensacionalista, desde antes de la muerte de Jill. Un grupo de detectives privados, que a veces empleaban a personajes poco recomendables como ayudantes, trataban de obtener y vender información utilizando cualquier método, legal o ilegal. A veces eran los propios periodistas los que utilizaban esos métodos, pero generalmente se apoyaban en ayudas externas. Cuanto más escandalosa fuera la información, sobre todo relativa a la vida privada de personajes famosos, más dinero valía. Ese dinero sobornó a policías, a otros funcionarios y a muchas personas cercanas a los objetivos de los tabloides (denominaré así, por comodidad, a los periódicos sensacionalistas). Jill Dando se había convertido en uno de esos objetivos y hay una serie de sucesos que así lo indican, aunque no estén necesariamente relacionados entre ellos. 

-Dando y Farthing habían acordado la exclusiva para las fotografías de su boda con Ok! Magazine por 200.000 Libras, lo que demuestra el interés que despertaba Jill en los medios, y lo económicamente rentable que podría resultar para cualquier tabloide, o uno de sus proveedores de información, descubrir o encontrar algo interesante, o mejor, escandaloso, sobre ella.

-En Marzo de 1998 el News of the World había publicado la relación entre Jill y Alan, y no solo eso, un paparazzi les había sacado fotos besándose en Serre Chevalier. Jill sospechaba que alguien cercano a ella había informado al fotógrafo de dónde iban a estar. Hizo algunas averiguaciones entre sus amigos, dejando ver sus sospechas.

-El asunto John Hole. Recordemos que este era el hombre de Kent que estuvo acosando a Jill bastante tiempo. Cuando ella se sintió un poco amenazada comentó el problema con la BBC, que le encargó a su equipo de seguridad que se ocupara del asunto. Enseguida apareció todo el asunto en algunos tabloides (Sunday Mirror y People). Aunque Jill había hablado del tema con varias personas, no había proporcionado el nombre del sujeto, así que la filtración tenía que proceder de la BBC, seguramente del mismo equipo de seguridad.

Nigel Dando, con su esposa y su padre.
-Poco antes del crimen Nigel Dando y su esposa Vanessa cumplían 20 años de casados, y Jill decidió regalar unas vacaciones a su hermano y su cuñada. Estos disfrutaron de unos días fantásticos en Tailandia, pero al regreso Nigel Dando tuvo que ser ingresado en un hospital debido a una trombosis en una pierna, que se achacó al largo viaje en avión. Jill fue informada nada más volver de Brasil, donde había estado rodando un episodio para Holiday, y se sorprendió mucho cuando poco después la información, con todos los detalles, apareció en el Sunday People. Nigel se lo tomó con humor, pero Jill estaba furiosa, y sospechaba que alguien muy cercano a ella la había traicionado y le había pasado la información al semanario. Interrogó a las amigas con las que había comentado lo sucedido, e incluso llegó a acusar a una de ellas, aunque más tarde le pidió disculpas, arrepentida. No era frecuente que Jill se comportara así, y por ejemplo Allasonne Lewis comentó posteriormente que nunca la había visto tan enfadada. 

-En diciembre de 1998, cuatro meses antes del crimen, una mujer que figuraba en la guía como J. Dando (no estaba relacionada con Jill) recibió una llamada preguntado si era Jill Dando. Había recibido varias llamadas de este tipo y estaba acostumbrada, pero este caso fue especial. El hombre, al que describió como muy cortés, quedó un poco decepcionado de que no fuera ella, pero en vez de despedirse y colgar, como habían hecho los demás, mantuvo a su interlocutora 10 minutos al teléfono, intentando sonsacarle información sobre Jill Dando, su domicilio y otros extremos, pese a que ella le repetía que no conocía a la presentadora y no podía ayudarle.

-Recordemos que el mismo día que apareció en prensa el anuncio del compromiso entre Dando y Farthing hubo llamadas telefónicas a varias empresas de suministros (gas, agua y electricidad) de alguien que afirmó ser James Dando, supuesto hermano de Jill, y que dijo vivir en el domicilio. La noticia del compromiso entre Jill y Alan había aparecido en la edición del mediodía del London Evening Standard del 1 de febrero, y las llamadas se produjeron entre las 18:31 y las 18:50, apenas unas horas después. El tal James Dando pretendía cambiar los contratos a su nombre y la forma de pago, aunque en el mismo domicilio, y obtener alguna información sobre las cuentas. El hombre conocía incluso los 14 dígitos de la cuenta eléctrica de Jill. Se le dijo que esos trámite no se podían realizar por teléfono, y no se le ofreció ninguna información, aunque desde una de las empresas se le dijo que enviarían un formulario al domicilio. Tras una investigación de varios meses la policía informó que el autor de las llamadas era un periodista de un tabloide, aunque no informó de su identidad ni el medio.

-Tan solo seis días antes del crimen alguien llamó al proveedor telefónico de Dando, British Telecom, y trató de cambiar el contrato a su nombre. En esta ocasión no pretendió ser hermano de Jill, y tan solo dijo que vivía en el domicilio. Fue capaz de proporcionar el número de teléfono de Jill Dando, aunque este no aparecía en la guía. Como en los otros tres casos, tampoco consiguió su objetivo. La policía no ha informado si la persona que llamó es el periodista que lo hizo en los otros tres casos. Es probable, pero no necesariamente cierto.

En 1999 y 2000 todavía no eran de dominio público muchos de los trucos utilizados por periodistas y detectives privados durante años para obtener información, pero ya existían de forma extendida esas prácticas, como demuestra el caso de Jonathan Rees, y las llamadas a las empresas de suministros de Jill encajan con el funcionamiento de esos traficantes de información.

Es probable que Jill Dando se hubiera convertido en objetivo prioritario de los tabloides y sus fuentes de información. Es posible que alguien cercano a Jill estuviera pasando información a los tabloides o a algún intermediario. Es posible que la mañana del 26 de abril uno o dos de esos intermediarios, puede que un detective, o tal vez algún empleado o asociado poco recomendable, tal vez con antecedentes, estuviera vigilando la casa de Gowan Avenue.

En ese caso, si esa persona (o tal vez dos personas) era el sospechoso con el pelo oscuro y el traje negro que vieron algunos testigos por la zona, podría encajar con el hombre que fue visto corriendo por Fulham Palace Road poco después. Y en ese caso sí que podría tener sentido la actitud del sospechoso, cosa que no ocurría si le suponíamos el asesino. Opino que todos los hechos citados permiten construir una hipótesis, que aunque no puede ser demostrada con la información actual, sí que tiene una buena posibilidad de ser correcta.

Según esta hipótesis, la casa de Gowan Avenue estaba siendo vigilada la mañana del 26 de abril, pero no por el asesino, o al menos no solo por este, sino por mercaderes de información. Alguno de los satélites que nutrían a los tabloides y revistas de noticias sobre famosos había puesto sus ojos en Jill Dando. Atraídos por las noticias sobre la boda y más tarde por los rumores sobre la gran cantidad pagada por la exclusiva, se animaron a convertirla en objetivo.

Decidieron vigilar la casa de Gowan Avenue, pero ¿por qué allí y no en la casa de Chiswick? Por dos razones:

1) La casa de Chiswick la compartía con Farthing, y por tanto no había mucha noticia allí; si había algún secreto en la vida de Jill, si estaba viendo a alguien más, que eso si que sería noticia, estaría relacionado con la casa de Fulham, no con la de Chiswick. Allí podía ser fotografiada entrando en la casa con alguien más, un amante, o alguien inocente al que de todos modos se podría presentar como su amante.

2) Probablemente contaban con información de alguien del entorno de Jill. Como se ha visto por anteriores incidentes, ella sospechaba que alguien cercano a ella estaba pasando información sobre sus movimientos. Eran solo sospechas, pero era posible que alguno de sus amigos o compañeros de algún programa la estuviera traicionando. Podía ser también alguien cercano a alguno de sus allegados, algún amigo o compañero que sonsacaba a Farthing, o a los amigos de Jill. Tal vez alguien de la oficina de Roseman, o cercano a alguien que trabajaba en ella. Si Jill habló de la visita a Gowan Avenue con alguna amiga o la madre de Farthing la mañana del lunes, es posible, aunque dudoso, que alguna de ellas estuviera pasando la información. Es posible que Farthing, o Lewis, o alguna de las amigas la comunicara a un tercero de forma inadvertida. O tal vez sonsacaron a alguien que más tarde lo negó para no verse envuelto y quedar en mal lugar.

Hay otra posibilidad. Como ya se ha dicho, la visita a la casa no sería algo de lo que Jill hablaría en una conversación casual, salvo en un caso. Si en el momento en que salía de la casa de Gowan Avenue el sábado sobre las 3 de la tarde se encontró con algún vecino de la calle, o algún conocido que viviera cerca, es posible que durante la breve charla comentara que tendría que regresar el lunes. Eso sí es algo de lo que Jill podría hablar con vecino. No se ha sabido si se encontró con alguien el sábado, pero es probable que si la persona con la que habló filtró la información a un tabloide o a algún detective privado, guardara silencio posteriormente.

Es posible proponer varias hipótesis de como habría podido producirse esa vigilancia y el desarrollo de los hechos, y creo que el lector tiene la suficiente información para construir alguna por sí mismo. Es posible que el sujeto hubiera recibido información de una de sus fuentes de que Jill iría ese día a la casa, o tal vez no hubo soplo y ya llevaba unos días vigilando, o incluso que comenzara ese mismo día. Es posible que se alejara de vez en cuando para no llamar mucho la atención, y al regresar de uno de sus paseos, un par de minutos después del crimen, se encontrara con Jill Dando tirada, ensangrentada en la puerta de su casa. Consciente de que había sido visto por varias personas le entró el pánico y escapó, siendo la persona vista corriendo por Fulham Palace Road. Una vez hecho eso, ya no se atrevió a ir a la policía, seguramente considerando que su huida le convertiría en doblemente sospechoso.

Tal vez todo esto no sean más que suposiciones, y es posible que no hubiese ningún periodista o detective allí esa mañana, pero de ser cierta la hipótesis hay un testigo con el que la policía todavía no ha hablado. Tal vez esa persona está esperando la ocasión para hacerlo de una vez y seguramente bastaría con un compromiso de no imputarle ningún delito. Creo que es una opción que la policía debería tomar muy en cuenta, entrevistando a los periodistas y asociados de aquella época, ya que seguramente alguien más sabe algo. Podría ser un nuevo impulso para el caso, y todo el mundo estaría deseando saber si vio a alguien, o si no vio a nadie, que podría darnos también mucha información.

EL AZAR

En mi opinión el arma utilizada y otros elementos señalan hacia un asesino actuando por su cuenta, no un sicario. Aunque los datos se pueden interpretar de formas distintas, me inclino por pensar que era alguien que sabía muy bien lo que hacía. Una vez dicho esto, hay que señalar varios elementos que resaltan sobre los demás:

-Jill Dando no fue seguida desde Chiswick hasta Gowan Avenua.

-Es muy improbable que el asesino pudiera conocer que ella iba visitar ese día la casa de Fulham.

Parece que hay un importante elemento de azar en el crimen, tal vez más de lo que sospechamos. Gowan Avenue era una calle con poco movimiento, pero no era ni mucho menos solitaria, al menos no siempre. Hay un extremo de la declaración de Helen Doble al que no se ha prestado mucha atención, y es que de su testimonio se desprende que desde que descubrió al crimen, y durante varios minutos, no pasó ni una sola persona por el lugar. Nada más encontrar el cuerpo de Jill miró en ambas direcciones y no pudo ver a nadie. Fue a llamar a una amiga unas casas más allá, y cuando ambas regresaron, la amiga se fue en busca de ayuda a la consulta médica, dejándola de nuevo sola. Cuando su amiga regresó con la recepcionista, se quedaron las tres allí, y no dijeron haber visto a nadie más hasta que Richard Hughes abrió la puerta.

Parece ser que Gowan Avenue estaba más transitada en ciertos momentos, por ejemplo, a la horas de entrada y salida del cercano colegio de Munster Road, y más solitaria en otros. Y resultó que el crimen se cometió en uno de los momentos del día con menor actividad en la calle. Dudo que alguien proponga que el asesino pudo controlar esa circunstancia, así que tuvo que ser un golpe de fortuna. No solo tuvo la suerte de que Jill llegó a un lugar donde apenas iba, sino que llegó sola, en un momento del día con muy poco movimiento, y en un momento donde no había nadie en la calle. No hay duda de que era alguien muy afortunado.

Los detectives suponen que una sola persona, por razones desconocidas, decidió asesinar a Jill Dando, y lo tuvo que decidir poco antes del crimen. De haber esa persona vigilado la casa durante días habrían pasado dos cosas: que se habría dado cuenta de que Jill no vivía allí, y que su presencia habría sido notada sin duda por los vecinos. Es decir, que esa persona decidió matar a Jill Dando, cogió un arma y se fue al lugar donde suponía que vivía, o donde esperaba (por alguna razón desconocida) que apareciese, y no solo tuvo la suerte de que apareciese, sino que lo  hizo a una hora en la que pasaba muy poca gente por esa calle. Además llegó sin acompañantes, y cuando se  dirigía desde su coche hacia la casa no había ni un alma en la calle; y para finalizar, la víctima no cerró la cancela detrás suyo, permitiendo que él pudiera acercarse por detrás sin alertarla. No hay duda de que la suerte y el azar juegan un papel fundamental en muchos crímenes y sucesos, y este podría ser uno de esos casos, pero hay otra explicación para este crimen que también recurre al azar, pero de forma totalmente distinta.

UNA NUEVA HIPÓTESIS

Se puede plantear una alternativa a esa sucesión de golpes de suerte del asesino, y es que en realidad no hubo suerte, sino planificación. El asesino pudo elegir el momento del día adecuado para cometer el crimen, pudo escoger el momento en que no pasaba nadie por la calle, pudo determinar que su víctima no llegara acompañada, e incluso pudo seleccionar que no cerrara la cancela tras entrar en el patio. La única forma de lograr todo ese control sobre las circunstancias y el momento del crimen es perdiéndolo sobre la víctima. Es decir, Jill Dando no era el objetivo del asesino, que en realidad no tenía un objetivo determinado. Había decidido asesinar a alguien, en esa calle o en esa zona, y Jill fue quien tuvo la mala fortuna de cumplir las condiciones que se había puesto el criminal: Que su posible víctima estuviera sola, de espaldas, con la cancela de entrada al patio abierta, y que en ese momento no hubiese nadie a la vista en la calle. Si cualquiera de esas circunstancias hubiera sido diferente, simplemente habría esperado otra ocasión, y la víctima habría sido otra persona.

Esta hipótesis explicaría también porqué la forma de cometer el crimen se adapta tan bien al lugar. Casi todas las casas de esa calle y las cercanas siguen el mismo modelo básico, un pequeño patio y un muro entre pequeño y mediano, así que el asesino pudo planear con antelación como cometería el crimen y cual sería la mejor forma para evitar llamar la atención. También explicaría donde estaba esperando el asesino: en ningún lugar, seguramente llegó en el momento justo. Posiblemente estaría paseando por esa calle y otras cercanas, buscando una posible víctima y que se dieran las circunstancias que deseaba. Tal vez llevaba haciéndolo días o semanas, en una zona más amplia o más restringida.

En cuanto a la motivación, no la podemos conocer sin más información. Sería un tipo de asesinato que los anglosajones denominan random killing, y aquí crímenes al azar o aleatorios, aunque no me acaban de convencer estas denominaciones. Son crímenes cometidos por una o más personas sin un objetivo determinado, y en los que están ausentes motivos usuales como la agresión sexual, el robo u otros. El asesinato es la principal, y a veces única, motivación. En España tenemos los ejemplos de los llamados crímenes del asesino de la baraja (2003), o el crimen del rol (1994). Los crímenes de este tipo más famosos son los del nunca atrapado Zodiac, en California (1968-1969, al menos). Hay unos cuantos más, aunque no son muy frecuentes, al menos oficialmente. Digo esto porque creo que unos cuantos crímenes pendientes de resolver se podrián ajustar a este modelo. Sospecho de dos casos en España, al menos otro en Gran Bretaña, y algunos más en Estados Unidos y Francia. Por ejemplo, opino que los llamados asesinatos de los alpes franceses en 2012 fueron un crimen al azar, en el sentido de que ninguno de los fallecidos era un objetivo del asesino.

Mientras que en algunos casos el asesino intenta en algún momento dar publicidad, directa o indirectamente, a sus crímenes (Galán o el mismo Zodiac), en otros casos tan solo la detención del criminal o criminales nos permiten descubrir el tipo de crimen, como ocurrió con el crimen del rol. Generalmente los policías insisten en las motivaciones más corrientes para los crímenes sin resolver, y son reticentes a tomar en consideración la hipótesis de asesinatos al azar. Pero lo cierto es que existen, y la posibilidad debería ser tenida en cuenta cuando en determinados casos nadie parece tener un motivo para matar a la víctima y otras motivaciones usuales, como el robo o la agresión sexual, son improbables.

En cuanto a la razón por la que el asesino habría elegido ese lugar y ese día para el crimen, no tengo ni idea. Todos podemos hacer suposiciones, y las suyas serán tan buenas, o tan malas, como las mías. Se alegará que sería demasiada casualidad, que precisamente un tipo de crimen tan inusual tenga como víctima a una de las personalidades más conocidas del país. Es cierto, pero en el caso del asesinato de Jill Dando no nos podemos librar de la casualidad. O bien el asesino controlaba lugar, hora y situación y que la víctima fuera Jill Dando fue una gran casualidad, o bien Jill Dando era la víctima elegida y el resto de factores fueron una serie de sucesos improbables.

Pudo ser un crimen al azar, o pudo ser alguien que quería matar a Jill Dando, actuando solo, por muchas y variadas razones. Considero mucho más improbable que el crimen fuera cometido por un grupo de personas, sea cual sea el motivo. En cualquier caso, la policía debería investigar la posibilidad de que aquella mañana hubiera otra persona, un periodista o un detective, o uno de sus asociados, en el lugar del crimen. Hay poco que perder y mucho que ganar con esa investigación.

Y con esto llegamos al final de esta serie de 5 capítulos sobre el crimen. ¿Se resolverá algún día el asesinato de Jill Dando? Yo no pierdo la esperanza.

Tumba de Jill Dando
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FUENTES

Ver al final de la primera parte.




lunes, 3 de octubre de 2016

El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?


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Aunque siempre hay que mantener la prudencia ante un caso pendiente de resolución, mi opinión es que Barry George no asesinó a Jill Dando. No solo es que crea que no existen pruebas suficientes para una condena penal, lo que afirmo es que los supuestos indicios en su contra no soportan un análisis riguroso y desapasionado. Esto no implica simpatía o cualquier otro sentimiento hacia Barry George, se trata simplemente de si realizó determinado acto o no. 

Barry George y su hermana Michelle, en Irlanda

El sistema fracasó por completo: Los policías se equivocaron, jueces y fiscales aceptaron las conclusiones policiales, y finalmente el caso se presentó ante una institución que es una auténtica fábrica de errores, el jurado popular. La problemática general del jurado merecerá una tratamiento detallado en otro momento, ya que en este caso el gran error, el error original, es el policial. Creo que la mayoría de los policías implicados eran esencialmente honestos, y también capaces e inteligentes, y sin embargo cometieron un grave error, sin que haya una paradoja o contradicción implicada en estas afirmaciones. Ser brillante, honesto o inteligente no convierte a un detective en inmune a los miedos, anhelos y presiones que padecen los demás. Ser consciente de los errores y falacias lógicas (ver una buena muestra en: Rossmo, Criminal Investigative Failures) no significa que no se pueda caer en ellos.

Tomemos el caso de Hamish Campbell, por ejemplo. Tras el caso Dando continuó una brillante carrera en la Policía Metropolitana, hasta su retiro en 2013. Inteligente, con una mente analítica, hábil en el manejo de la palabra, un organizador eficaz, lo tenía todo para dirigir una investigación como la del asesinato de Jill Dando. Por otra parte, era perfectamente consciente de las trampas lógicas y los sesgos que podían enturbiar su razonamiento y el de sus hombres, y lo dejó claro en varias ocasiones. 
 
Hamish Campbell
 

Por aquella época se había instaurado como una práctica obligatoria que los detectives al cargo de una investigación debían reflejar por escrito diariamente sus opiniones sobre el caso y el desarrollo de este. El 8 de mayo de 2000 Campbell escribió en ese registro sobre Barry George:

Hay la tentación de considerar cualquier cosa remotamente sospechosa como evidencia de su participación, y a interpretar su comportamiento, claramente inusual, como sospechoso… Esto es peligroso e imprudente. (Del libro de David James Smith: Al about Jill, 237)

Estas consideraciones se entremezclaban con algunas que indicaban que creía que Barry era culpable, y con otras en las que señalaba que debían realizar una aproximación prudente a la evidencia. A pesar de que Campbell pudo haber albergado dudas, mi impresión es que en ese momento ya estaba convencido de que Barry era el asesino, y tan solo trataba de cubrirse. El problema de la anotación diaria en el registro es que quien escribe es consciente de que sus anotaciones serán revisadas en el futuro en busca de errores y mala praxis (como, por ejemplo, los de la catastrófica investigación del asesinato de Rachel Nickell), y en ese contexto interpreto yo las anotaciones, a veces contradictorias, de Cambpell. De todos modos, lo que pretendo señalar es que era plenamente consciente de los errores que se pueden cometer, y que a pesar de todo cometió. Pero si Campbell y sus hombres eran policías inteligentes, experimentados, con una aproximación racional al caso, ¿por qué se equivocaron?

Es una constante en toda nuestra actividad vital el que tratemos de apartarnos, de forma consciente o inconsciente, de aquella situaciones que nos provocan dolor, o incomodidad, o malestar, y tendamos a acercarnos a las que nos proporcionan bienestar. Por mucho que tratemos de ser imparciales, ante dos hipótesis alternativas, y si el resto de factores son iguales, será mas probable elegir la que minimiza nuestra incomodidad. Por otra parte, no hacen falta órdenes, ni siquiera insinuaciones o mensajes subliminales, basta con un movimiento de ceja o determinada expresión, o falta de ella, en un rostro, para saber cuando un jefe está cómodo con una información o esta le desagrada; y es un proceso que se repite arriba y abajo en toda organización jerárquica. Salvo casos patológicos, que también existen, si aparecen indicios que señalan claramente en una dirección, la mayoría cumplirá con su deber y seguirá esa dirección, aunque no agrade o pueda causar algún problema. Pero cuando no hay nada que señale hacia un lado u otro, o la interpretación es confusa y variable, siempre es más cómodo seguir la ruta menos empinada.

Por ejemplo, a los políticos les habría preocupado bastante más que los indicios señalaran hacia un atentado de los serbios a que apuntaran hacia algún acosador o un amante despechado. En el primer caso la indignación de prensa y público podría forzarlos a tomar medidas (recordemos que estaba en marcha la campaña aérea contra Yugoslavia) o arriesgarse a críticas feroces. Por contra, un crimen más usual, obra de un individual, no tendría el mismo efecto.

En el caso de Oxborough, los condicionantes internos eran otros. No dudo de que tuvo lugar un debate libre y honesto entre los detectives sobre cada hipótesis y sus méritos o problemática, pero las semanas comenzaron a pasar, y pese al duro trabajo no había resultados; y después las semanas se convirtieron en meses, y continuaban sin nada sólido. Todos habían sido conscientes casi desde el principio de que probablemente estaban ante el caso de sus vidas, ese caso que todo detective sueña con resolver y que proporciona celebridad, ascenso profesional y tal vez un trabajo muy bien pagado al dejar la policía. Pero el sueño puede convertirse en pesadilla si al final no hay resolución, y las críticas, externas e internas, pueden ser el resultado en vez de la gloria.

Había, por otra parte, dos elementos que hacían de este un caso muy especial:

1) El tamaño de la investigación. No era frecuente que los investigadores contaran con tantos medios humanos y materiales a su disposición para la investigación de un asesinato individual. Los detectives no estaban acostumbrados a manejar el volumen de información que entraba, ni sabían como gestionarla de forma eficaz, ni estaban preparados para realizar deducciones a partir de tal cantidad de datos, ni a tener tantos posibles testigos a su disposición. El exceso de recursos puede facilitar parte de la investigación, pero también crea problemas (burocráticos, volumen excesivo de datos, incapacidad para discriminar y priorizar información …) que pueden anular las ventajas e introducir confusión en el proceso.

2) Un caso de alto impacto mediático. La atención prestada por televisiones y periódicos a este caso no tenía precedentes hasta ese momento en crímenes individuales (sería superada en 2007 por la desaparición de Madeleine McCann). La cobertura durante las primeras semanas fue máxima, y Hamish Campbell se convirtió en una celebridad, concediendo muchas entrevistas y participando de forma activa en la reconstrucción de los hechos en Crimewatch. Después de unos meses, y ante la falta de noticias, el interés de la prensa disminuyó, pero todos sabían que se trataba de un reposo temporal, y que regresaría con fuerza.

Cuando se acercaba el primer aniversario del crimen la situación no parecía la mejor para Campbell y su equipo. Los medios iban a regresar en busca de noticias y ellos no tenían nada nuevo que ofrecer. Los temibles periódicos sensacionalistas, que habían sido bastante respetuosos con la policía hasta ese momento, podían comenzar a hacer daño debido a la falta de avances en la investigación. Además de los medios, los superiores de los detectives también podían empezar a impacientarse, y más pronto que tarde. No era posible mantener durante mucho tiempo a 40 agentes dedicados a tiempo completo a una investigación, y era previsible que si no había resultados tangibles en unos meses comenzara una progresiva disminución del número de agentes y de los medios asignados, que es lo que suele ocurrir cuando pasa el tiempo y no se resuelve un caso. A partir de cierto momento, era probable que al propio Hamish Campbell le encargaran otras tareas, quedando el caso en manos de detectives de menor rango.

Por tanto, en marzo de 2000 había en el horizonte cercano una doble amenaza, la de una prensa agresiva que podía plantear preguntas para las que no había respuesta, y una previsible disminución de personal y medios. Y en ese momento se encontraron con Barry George. Es en el marco de esta situación general en el que debemos analizar la actitud de los detectives ante el sospechoso, y como este llegó ante ellos en el momento justo. Mi opinión es que si el equipo de Oxborough hubiese entrevistado a Barry George en las primeras semanas después del crimen, habría sido dejado de lado enseguida, tal como ocurrió con otros sospechosos. En ese momento Barry no encajaba en el modelo dominante (algún conocido de Jill, por razones personales, tal vez un crimen por encargo), ni había presión sobre los investigadores, ni la necesidad imperiosa de encontrar un sospechoso viable. Pero Barry atrajo la atención de los detectives en el momento preciso, cuando les iban a preguntar directamente, después de un año de investigación, si había algún avance en el caso.

Una vez que comenzó el proceso este se convirtió en imparable. No había evidencia firme contra el sospechoso, pero tampoco nada que lo exonerara, y se podían construir dos hipótesis a partir de los datos disponibles:

-Barry George era el asesino, y los indicios, aunque débiles y a veces equívocos, señalaban en esa dirección.

-Barry George era inocente, y los indicios, débiles y equívocos, no eran más que humo.

Una de las dos hipótesis se envolvía de optimismo, podía conducir, si acababa bien, al éxito y la celebridad, y provocaba buen humor y un ambiente agradable. La otra hipótesis volvía el juego al punto de partida, a la nada; alejaba el éxito y aproximaba el fracaso y la incertidumbre profesional. Sin nada firme sobre lo que que fundamentar una decisión, no debe extrañar la tendencia creciente a favorecer la primera hipótesis.

SESGO

Hay una primera fase de la investigación policial dónde se realizan averiguaciones, se toman declaraciones y se analizan datos para intentar descubrir al culpable. En esta fase suele haber libre circulación y confrontación de hipótesis, y se trata de analizar la evidencia de forma rigurosa e imparcial. Hay una segunda fase que comienza en el momento en que los resultados de la primera fase han llevado a la conclusión de que determinado individuo (o individuos) es el autor de los hechos. A partir de ese momento el objetivo de policías y fiscales pasa a ser la obtención de evidencia para poder condenar al acusado, y ya no hay vuelta atrás. Cesa por completo toda investigación sobre el resto de los sospechosos, y todos, absolutamente todos los recursos se dedican a tratar de demostrar la culpabilidad. No se puede continuar investigando a otros sospechosos o disentir de forma oficial, ya que gran parte de la acusación, y sobre todo en un caso sin apenas pruebas, se basa en la persuasión, y no se puede hacer o decir nada que la defensa pueda utilizar más adelante para afirmar que la policía no estaba del todo segura de que el acusado fuera culpable. Esa seguridad, que parece irracional en muchas ocasiones, resulta indispensable para la acusación. No se puede pedir a un jurado que declare culpable a alguien si un investigador afirma que tiene dudas sobre su culpabilidad.

El temido sesgo de confirmación, contra el que se advierte en la primera fase de una investigación, es sin embargo tolerado, incluso fomentado, en la segunda, en la que se seleccionan precisamente los datos y testimonios que puedan servir para condenar al acusado. El problema aparece cuando se presenta justo antes de pasar a la segunda fase, y se usa la evidencia seleccionada para, precisamente, cerrar la primera fase y pasar a la segunda. Esto fue, en mi opinión, lo que ocurrió en este caso. Pese a que, como hemos visto, Hamish Campbell conocía el peligro y sabía que sus agentes tenían la tentación de interpretar la información de forma sesgada, lo cierto es que fue lo que hicieron.

En una segunda intervención en Crimewatch, Hamish Campbell aseguró que se inclinaban por un tipo de criminal bastante definido, y señaló una serie de características que tendría dicho asesino. Lo que se cuido mucho de decir fue que en ese momento ya tenían un sospechoso, y que casi todas las características encajaban, curiosamente, con ese sospechoso. Por ejemplo, pese a que los informes de los psicólogos señalaban que el autor del crimen tendría gran interés en Jill Dando, y que no lo ocultaría, Campbell afirmó que la persona que buscaban estaría interesado en los famosos, en general. Esa intervención del detective provocó algunas críticas más tarde, y lo cierto es que su proceder parece bastante dudoso. Por otra parte, Barry vivía solo y no tenía relaciones profundas con nadie, pero no era una situación deseada, y no parece que se le pueda catalogar como un solitario. Intentaba, a veces de forma casi deseperada, entablar contacto, relacionarse, sobre todo con mujeres, y tenía muchos conocidos y varios amigos.

No tengo dudas de que para mayo Hamish Campbell y la mayoría de sus hombres estaban convencidos de que Barry era culpable, pero ese convencimiento no se consiguió a partir de pruebas sólidas y un análisis adecuado de todos los elementos, sino que fue fruto de la necesidad. Necesitaban un culpable, encontraron a alguien que podía servir, y comenzaron a interpretar toda la evidencia partiendo de la premisa de que efectivamente era culpable, hasta que todo parecía tener sentido. Es una problemática no inusual en la investigación policial.

Mike Burke cita a Ian Horrocks, tras el segundo juicio, protestando ante las acusaciones contra la policía, que no se habían limitado a apresar al chalado local, y que habían llevado a cabo una exhaustiva investigación y eliminado a todos los sospechosos menos uno, Barry George. Consideraron que como llevaban varios meses investigando y no habían encontrado nada, al aparecer alguien sobre el que había una mínima sospecha, ese tenía que ser el asesino. No había nadie más, así que tenía que ser Barry, o si no, ¿quién había cometido el crimen?

Esa forma de razonar, que funciona bien en la mayoría de los casos, nos da a entender que de no haberse fijado en Barry, cualquiera que hubiese aparecido ante su radar en las semanas o meses siguientes, y de aparecer el más mínimo indicio en su contra, se habría convertido en el asesino. Está implícita en esa forma de pensar la suposición de que después de un año de investigación y miles de entrevistas, el culpable debía aparecer con seguridad. Era una posibilidad, pero había otras dos igual de buenas que esa:

-Que ya lo hubieran investigado y hubiera sido capaz de pasar desapercibido. Algunas coartadas, sobre todo las de personas investigadas semanas o meses después del crimen, eran difíciles o imposibles de comprobar. Es posible que la motivación de un sospechoso no fuera descubierta, o no se le diese la importancia debida. Muchos policías están muy orgullosos de su habilidad para descubrir a quien está mintiendo, pero muchos criminales engañan completamente a los detectives. Era posible que el asesino ya hubiera sido investigado y entrevistado.

-Que no se hubiera llegado a investigarlo. De la misma forma que Barry llamó la atención de los detectives casi un año después del crimen, había muchos posibles sospechosos que no habían sido investigados todavía. Era posible que el culpable estuviese a meses o semanas de ser entrevistado, o tal vez su nombre no llegó a entrar nunca en el sistema.

Una vez que he presentado el contexto en el que, en mi opinión, debe estudiarse la investigación policial, voy a tratar de analizar la evidencia que supuestamente relaciona a Barry George con el crimen. Comentaré de pasada elementos que se han tratado por extenso en anteriores capítulos y me detendré algo más con los testigos.


EVIDENCIA FÍSICA

En mi opinión las pruebas forenses se pueden descartar por completo. No debieron ser admitidas nunca, ni en el primer juicio ni en el segundo, ni la partícula de residuo de disparo ni la fibra. No prueban nada, no son pruebas científicas, como se pretendía, son conjuntos de suposiciones. William Clegg, en su argumentación exitosa ante el juez para eliminar la partícula para el segundo juicio, afirmó que un reciente estudio indicaba que un 15% de los vagones de metro y autobuses contenían partículas de residuo de disparo. Estaban por todas partes, podía uno contaminarse en muchos lugares y circunstancias.

No había datos para establecer conclusiones fundamentadas sobre la probabilidad de una contaminación, y por tanto, no debió admitirse a juicio para que los jurados decidieran sobre algo que no comprendían. La fibra era peor todavía como prueba. Era compatible con las fibras de un pantalón de Barry, y probablemente con cientos de miles de prendas más. El origen podía ser ropa de la propia Jill, de Farthing, de sus amigos, de los paramédicos o los policías, de mucha gente. No se hallaron fibra del abrigo Cecil Gee de Barry en la ropa de Dando, ni fibras del abrigo de Dando en la ropa de Barry.

Las pruebas de residuo de disparo y la comparación de fibras deberían ser eliminadas de los tribunales salvo casos excepcionales (en una futura entrada argumentare esto con más detalle). La mayoría de las veces no demuestran nada y solo sirven para confundir a los jurados, que es probablemente la razón por las que la acusación las presenta.

Un último apunte sobre la partícula de residuo de disparo. Hasta donde yo se, la defensa de Barry George no reparó en que la hipótesis de la acusación se contradice a sí misma. La policía afirmaba que Barry George era un gran aficionado a las armas, y que mediante compra o modificación había conseguido una pistola y munición. No pudieron probarlo, por suerte para la acusación, ya que de haberlo hecho se habrían quedado sin su principal prueba de cargo. Parece razonable suponer que si un gran aficionado a las armas tiene una pistola y munición dispare alguna vez, pero entonces la partícula ya no podría ser relacionada con el asesinato de Jill Dando. Para poder relacionar la partícula con el crimen, hay que suponer que el disparo contra Jill fue un evento único, la única vez que Barry George habría disparado un arma, antes o después del 26 de abril. Así que la acusación, para hacer creíble su caso, necesita poner a Barry en posesión y uso de un arma de fuego real, pero eso elimina la validez de su prueba, que podría entonces proceder de cualquier otro disparo realizado por el acusado. Para que la partícula de residuo de disparo pueda ser una prueba, hay que suponer que el fanático de las armas que se describía, y que tenía un arma y munición, no habría disparado nunca, excepto contra Jill Dando.

Esto es todo lo que supuestamente ligaba físicamente a Barry George con el crimen. Como ni policía ni acusación pudieron mostrar ni el más mínimo interés de Barry George en Jill Dando, tampoco hay motivo para el crimen. Otros elementos del caso tampoco sostienen las sospechas sobre Barry:

-Este fue toda su vida un mentiroso patológico y un fabulador, así que no debe extrañar que dijera mentiras. Lo que en otra persona podría ser un indicio de culpabilidad, no significa nada en una persona que había mentido y fabulado a diario durante 25 años. Tal vez mintió sobre si sabía dónde vivía la víctima, o sobre si se acordaba de la visita al médico en Gowan Avenue, o sobre muchas otras cosas, pero lo cierto es que no se pudo probar nada. Pero incluso de haber mentido sobre alguno de esos extremos no indicaría culpabilidad.

-Acosaba a las mujeres, pero eso no lo relacionaba en forma alguna con un asesinato a sangre fría. Además, el comportamiento de Barry encaja con bastante dificultad en el concepto usual de acoso, ya que falta un elemento importante, como es la constancia y la repetición. Barry seguía y fotografiaba a algunas mujeres, pero la mayoría de las veces ni contactaba con ellas. Seguía hasta sus casas a otras, y había llegado a proferir lo que podían ser amenazas: “Sé donde vives”, pero la gran mayoría de ellas no volvían a ser molestadas en forma alguna. En los pocos casos en los que iba un poco más allá, se retiraba y no insistía ante las más mínima resistencia.

-No se pudo demostrar que Barry tuviera jamás un arma de fuego real, ni que tuviese habilidad ni conocimientos técnicos para modificar un arma, o una bala. No se encontró ningún rastro de un arma, ni herramientas para modificarla, ni nada que sugiriera que las había poseido. Tras pasar varios años patinando a todas horas, su interés había pasado a las armas durante los años 80, cuando soñaba con ser un SAS como su admirado Tom Palmer, pero cuando se convirtió en Barry Bulsara casi todo su atención pasó a Freddie Mercury y la música. Posiblemente continuaba interesado de alguna forma en las cuestiones militares y en las armas, pero no fue su principal interés, como lo había sido antes, durante al menos la década anterior al crimen.

-No se encontró ninguna relación con Jill Dando, ni siquiera pruebas de que la había conocido o sabía quien era. De haber tenido algún interés en ella, no habría podido ocultarlo, opinaban sus conocidos, no digamos ya una obsesión. Todos conocían las obsesiones de Barry. El argumento de que debía saber al menos quien era, ya que vivía muy cerca, no se sostiene. David James Smith comenta al principio de su libro que había vivido en Fulham durante 15 años y que no tenía ni idea de que Jill Dando vivía allí también. Sus hijos habían asistido a una guardería en Munster Road, a 100 metros de Gowan Avenue, pero nadie le había dicho jamás que vivía por allí cerca una famosa presentadora.

-Pese a que él quería hacerlo, sus abogados decidieron que el acusado no declarara en ninguno de los juicios, y los jueces lo aceptaron sin discusión, advirtiendo a los jurados que esa decisión no debía pesar (aunque siempre pesa) contra el acusado. Para los jueces el motivo era su minusvalía y sus problemas físicos y mentales. Para la defensa estaba claro que su testimonio no iba a aportar nada favorable, y la la extraordinaria habilidad de Barry para meter la pata iba a conseguir que dijera algo que lo hiciera más sospechoso todavía. No hay más que ver la grabación de alguna entrevista a Barry para comprender la prudente estrategia de la defensa.


Opino que todas y cada una de las supuestas pruebas o indicios contra Barry George se pueden dejar de lado. No valen nada, no prueban nada, no sirven para nada. Pero, se puede alegar, todavía quedan los testimonios, los de la gente que lo vio en Gowan Avenue, o las extrañas visitas a Hafad y London Traffic Cars. Es posible que no sea suficiente para una condena penal, pero indica que hay una buena posibilidad de que Barry sea culpable. No lo creo. Intentaré demostrar que un análisis cuidadoso y no sesgado de los testimonios indica que no era Barry George quien estaba esa mañana cerca del lugar del crimen; y el contexto adecuado nos hará comprender las visitas de Barry a Hafad y London Traffic Cars.

LOS TESTIGOS

Bob Mills
En el segundo juicio se introdujo una parte del testimonio de Richard Hughes que la defensa había logrado eliminar del primero. La descripción de Hughes no había servido para realizar un retrato robot, pero había afirmado que el hombre le había recordado al actor Bob Mills. Este testimonio podía ser dañino para el acusado, según consideraron algunos, ya que este guardaba cierto parecido con Mills. Lo cierto es que el parecido es muy superficial, si existe alguno. En vez de actuar contra Barry, creo que lo hace a favor. Demuestra que Hughes vio al sospechoso con más claridad de lo que dijo, y de lo que probablemente él mismo pensara. Hughes atendió a la rueda de reconocimiento (la real, con Barry presente) y no lo reconoció. Se fijó un buen rato en uno de los figurantes, pero al final no señaló a nadie. 

Otros dos elementos de la descripción de Richard Hughes son incompatibles con Barry George. El testigo señaló que el sobretodo que llevaba el sospechoso tenía las solapas de distinto material al resto de la prenda, lo que no ocurría con el abrigo Cecil Gee de Barry. Por otra parte, señaló que le había parecido alguien elegante, y por ello había pensado que podía ser un amigo de Jill. No creo que nunca haya nadie descrito a Barry como elegante. Vean en el siguiente vídeo su característica forma de caminar.



Geoffrey Upfill-Brown, que falleció a finales de 2008, tampoco identificó al acusado, pero de sus palabras y las de sus familiares se desprende que estaba bastante seguro de que Barry no era el hombre que había visto corriendo frente a su casa. Estaba convencido de que lo reconocería si lo volviera a ver, lo que implica que no era el acusado.

Con esto debería ser suficiente para concluir que la prueba testifical no solo no señala a Barry George, sino que lo excluye. Estos son los dos únicos testigos que con seguridad vieron al asesino, y no solo no reconocieron a Barry, sino que sus declaraciones indican con bastante claridad que no era él a quien vieron. Una vez que ha quedado establecido esto, podemos pasar a los pseudotestigos. No dudo de su buena fe, sino que pretendo señalar las dudas que hay sobre si realmente son testigos. ¿Testigos de qué? Los testimonios de Hughes y Upfill-Brown dejan claro que la persona que vieron no podía ser otra que el asesino marchándose de la escena del crimen a la hora del crimen. Pero los otros testigos tan solo vieron a personas que no estaban haciendo nada especial, mucho antes de la hora del crimen, y que podían estar implicadas o no.

Una de las características de este caso es la gran cantidad de testimonios que recopiló la policía entrevistando a gente que pasó por esa calle y otras cercanas ese día (y en días anteriores). Decenas de declaraciones fueron recogidas, lo que indica tanto lo minucioso del trabajo policial como, sobre todo, el gran despliegue de medios. Tantos posibles testigos, sin embargo, acabaron provocando un grave problema. Unos describían a personas de apariencia mediterránea, mientras que otros hablaban de pieles pálidas o rosadas. Unos sospechosos eran vistos hablando por el móvil, mientras otros no lo portaban, al menos a la vista. Muchos llevaban traje, mientras otros iban con abrigo, o con vestimenta más informal. Algunos fueron vistos parados, sin moverse, mientras que otros corrían. Algún sospechoso llevaba sombrero o gafas, mientras que la mayoría no llevaba esos elementos. Uno de ellos no llevaba puestas unas gafas, pero tenía en el puente de la nariz la señal inequívoca de llevarlas a menudo. No solo eso, estaban los coches. Había varios coches sospechosos, sobre todo Range Rover. Muchos de estos testimonios tenían características comunes, y podía suponerse, aunque no asegurarse, que estaban describiendo al mismo hombre, o al mismo coche.

El caso es que los detectives tenían a su disposición tantos testimonios que podían elegir los que se adaptaban a sus necesidades. No voy a llegar al extremo de afirmar que tenían testimonios para cualquier sospechoso, pero si que podrían encontrar entre los testimonios algunos que encajaban con una gran variedad de posibles sospechosos. Cuando los policías señalan que los testigos indicaban que Barry George había estado esa mañana en Gowan Avenue, se olvidan de aclarar que tan solo algunos testigos, los que a ellos les interesa.

Como Barry George no se parecía al retrato robot de la persona en la parada del autobús, entonces ese elemento ya no era importante. Los Range Rover y otros vehículos desaparecieron por completo de la narrativa policial una vez hubo sido detenido Barry. Como este no tenía coche, ni carnet, ni había sido nunca visto conduciendo, los coches ya no interesaban. Si se hubiera detenido a cualquier otra persona que se pareciera al retrato robot y condujera un Range Rover o un coche parecido, seguramente el retrato robot y los testigos que vieron los coches habrían sido catalogados como cruciales, y se habría dejado de lado otros testimonios que se utilizaron contra Barry. Se ignoraron todos los testimonios que señalaban a un hombre en el parque Bishop, porque según al policía Barry se había marchado a su casa después de cometer el crimen.

Creo que se puede observar el patrón. La policía utilizó los testimonios que pensaba que podían servir contra Barry, aunque incluso esos tenían grandes discrepancias, y dejó de lado los que no servían o incluso le beneficiaban. Fue una elección totalmente arbitraria, ya que a priori unos testimonios no eran mejores que otros, y fue tan solo lo bien que funcionaban contra el sospechoso que tenían en ese momento lo que los convirtió en importantes. Todo esto no es una simple conjetura, puede demostrarse, y la prueba nos la proporciona el mismo Hamish Campbell. Crimewatch trató sobre el asesinato de su presentadora unas semanas después del crimen, y Campbell participó en el programa de forma activa y fue el encargado de ir explicando, con estilo didáctico y comprensible, las recreaciones de lo que habían visto muchos testigos. 

Crimewatch dedicado al asesinato de Jill Dando. 

   

Parece bastante claro que el Inspector Jefe fue el encargado de seleccionar los testimonios que consideraba más importantes para su dramatización por actores del programa. Ademas de lo que vieron Hughes y Upfill-Brown, se recrearon siete testimonios anteriores al momento del crimen,y unos cuantos más posteriores. Pues bien, ninguna de eses siete recreaciones previas al crimen y mostradas en el programa corresponde a Susan Mayes, Terry Normanton, Stella o Charlotte de Rosnay. Ninguno de los cuatro testimonios utilizados como prueba contra el acusado fue recreado en el programa, lo que indica que en aquel momento eran considerados poco importantes, secundarios. Lo único que los convirtió en importantes fue que uno identificaba al acusado, y los otros tres casi lo hacían.

Pero incluso así, seleccionando testimonios de forma arbitraria, la prueba testifical es muy débil y pobre. Tan solo Susan Mayes identificó a Barry de forma clara en un reconocimiento por vídeo, y su declaración es más que problemática. Como era la única que había identificado al sospechoso, no quedó mas remedio que utilizar su testimonio, aunque este incluía un vehículo que no se podía ligar de ninguna manera a Barry. La hora, la luz, la barba que se dejó Barry, el tiempo transcurrido, el que los dos llevaran años viviendo en el mismo barrio, a unos cientos de metros, la contradicción en la apariencia física de la persona vista, … todo eso debe hacernos tomar con mucha precaución el reconocimiento. Pero sobre todo está el vehículo. La declaración de Mayes deja claro que la persona que vio estaba relacionada con el coche que tenía al lado, y que estaba obstaculizando la circulación. Por lo tanto, es casi seguro que no podía ser Barry George.

Muchos testigos tienen la tendencia a señalar a alguien en las ruedas de reconocimiento. Es como si se sintieran obligados a agradar y temieran fracasar si no apuntan a alguien. Pueden señalar a quien más se parece de entre las personas que le muestran, aunque no se parezca realmente mucho, o pueden señalar a alguien cuya cara les suene, aunque no sepan de qué. Susan Mayes pensó mucho tiempo antes de señalar a Barry, pero después afirmó estar muy segura. Los policías le hicieron saber que estaban contentos con la persona que había señalado, y eso reafirmó su seguridad. Tampoco hay que descartar que la actitud de Barry durante el reconocimiento le hiciese destacar de alguna forma sobre los figurantes. Además, sabemos que Barry George visitó Gowan Avenue varias veces después del crimen, por lo que cabe la posibilidad de que Susan Mayes (y Charlotte de Rosnay y Terry Normanton) le hubira visto y le pareciese familiar su cara en el reconocimiento.

Stella y Charlotte de Rosnay vieron a alguien cuya descripción no encajaba con la de Susan Mayes (vieron piel rosada o pálida, no la piel morena que observó Mayes), y el traje que llevaba el sospechoso tampoco encajaba con la ropa vista por los testigos del crimen. La única razón por la que su testimonio fue utilizado es porque casi señalan a Barry en la rueda de reconocimiento. Dudaron entre él y uno de los figurantes, demostrando así que había otra persona en ese pequeño grupo que tenía algún parecido con la persona que habían visto. Muy poco después, afirmaron, sin embargo, estar convencidas de que el número 2 (Barry George) era la persona que habían visto el día del crimen.

Sin embargo, se puede impugnar fácilmente esa identificación sobrevenida. Como ya se ha señalado, Susan Mayes recibió señales de forma inmediata de que había acertado, y se supo más tarde que Mayes compartió taxi con Stella y Charlotte de Rosnay en su regreso a Gowan Avenue desde el cuartel de la policía. No resulta rebuscado plantear que hablaron sobre la identificación y que Mayes les contó (en el taxi o en Gowan Avenue, ya que eran vecinas cercanas) a quien había señalado, y sobre todo, que había señalado a la persona correcta. Y eso explica perfectamente la razón por la que Stella y Charlotte, que habían dudado entre dos personas en el reconocimiento, pasaran de repente a opinar que habían reconocido a una de ellas. 

El testimonio de Terry Normanton ni siquiera debió ser tenido en cuenta. Pese a que le habían preguntado dos veces, negó haber visto algo extraño, hasta que un año después del crimen realizó su declaración. De nuevo, se utilizó sus testimonio tan solo porque casi había señalado al sospechoso. Las cuatro, Susan Mayes, Stella y Charlotte de Rosnay, y Terry Normanton, describen a la persona que vieron vistiendo un traje, sin abrigo. Es posible, solo posible, que vieran a la misma persona, pero entonces no era la misma que vieron Hughes y Upfill-Brown.

El argumento de policía y fiscalía era que habría sido demasiada casualidad que dos personas hubiesen estado en el mismo lugar, a la misma hora aproximada, vistiendo la misma ropa, y comportándose de forma similar, y que todo indicaba que los testimonios se referían a una única persona. Como uno de los testigos había reconocido a Barry George, la persona que habían visto los demás tenía que ser Barry George. Es posible que todos los testigos citados vieran a la misma persona (de eso se tratará con detalle en la última parte), pero ni policía ni acusación han explicado porque la vestimenta no coincidía con la de la persona vista huyendo de la escena del crimen.

Hay otros testigos que vieron a personas que podrían encajar con el sujeto visto por Stella y Charlotte de Rosnay, pero que no reconocieron a Barry, y por eso su testimonio se ignoró. Hay un testimonio clave, y es el del cartero, Terry Griffith. Poco después de las 10 de la mañana del día del crimen Griffith echó cartas en el buzón de la puerta de Jill, y al darse la vuelta para seguir su ruta vio en la acera de enfrente a un hombre parado que miraba directamente hacia la casa de Dando. Al notar que el cartero le observaba, el hombre se ocultó de la vista tras una furgoneta aparcada. Pelo negro, traje oscuro, apariencia elegante. La descripción es lo bastante parecida a la de las Stella y Charlotte de Rosnay como para plantear que pudiera ser el mismo hombre. ¿Por qué la acusación no consideró su testimonio como relevante? Porque no reconoció a Barry George, claro está, como les ocurrió a otros muchos testigos, pero hay algo más. Debido a que podía ser un testigo, al cartero se le asignó una ruta distinta durante seis semanas. El primer día que regresó a Gowan Avenue se le acercó un hombre que comenzó a hablarle de Jill Dando y le dijo que acababa de ver a alguien que podía ser el asesino, y le pedía el teléfono móvil para llamar a la policía. Griffith consideró que estaba ante un chiflado y no le dio más importancia, pero cuando llegó el momento de la rueda de reconocimiento no señaló a nadie como el hombre que había visto el día del crimen, pero no tuvo dudas en señalar a Barry George como la persona que se le había acercado semanas después. Es decir, Griffith no solo no reconoció a Barry en la rueda, su testimonio implica que no era Barry la persona que había visto el día del crimen. El día 26 de abril había visto a un sospechoso sin barba, y seis semanas después se le acercó un hombre sin barba, al que no reconoció como el que había visto anteriormente. Un año después, sin embargo, reconoció al hombre con barba como el mismo que le había acercado.

Si entre decenas de testigos se escogen tan solo a los que reconocen al sospechoso o casi lo reconocen, y se dejan de lado los que no señalan a nadie, e incluso a los que están seguros de que no era el sospechoso (de estos no se informó), el sesgo es enorme, y la capacidad para señalar a múltiples sospechosos, según la necesidad, inquietante.

Yo creo que es suficiente. Se podría seguir con más testigos, pero en mi opinión queda bastante claro el estado de la prueba testifical:

-Los dos testigos que vieron al asesino no identificaron a Barry George, y su descripción no encaja con el acusado.

-Los cuatro testimonios (Mayes, las dos de Rosnay y Normanton) se eligieron únicamente porque reconocieron a Barry, en un caso, o casi lo reconocieron, los otros tres. De todos modos, su descripción de las ropas del sospechoso es completamente distinta a la de Hugues y Upfill-Brown y ninguna menciona un abrigo.

-Se dejaron de lado decenas de testimonios porque no reconocieron a Barry, y posiblemente porque alguno dijo que no era él a quien había visto.

-La única identificación positiva, además de dudosa, liga de forma inequívoca al sospechoso con un coche, lo que descarta a Barry George. Es una contradicción insuperable: identifica al sospechoso pero su relato imposibilita que su identificación sea correcta.


HAFAD

Si ni las pruebas forenses ni los testigos de Gowan Avenue señalan hacia Barry George, tan solo quedan sus visitas a Hafad y London Traffic Cars. En realidad, es volver al principio, ya que Hafad fue la razón por la que se sospechó de Barry inicialmente. Considero la hipótesis de que Barry George visitó Hafad y London Traffic Cars para proporcionarse una coartada como extremadamente débil, y puedo argumentar que durante un tiempo la policía opinaba lo mismo, y que eso tan solo cambió cuando necesitaron construir un caso contra el sospechoso. Recordemos que las empleadas de Hafad realizaron nada menos que cuatro llamadas para informar sobre el extraño sujeto, desde dos días después del crimen hasta varias semanas más tarde, y que la policía no les prestó la menor atención. Es cierto que no había muchos datos, pero la información básica la tenían ante ellos: alguien se había comportando de forma extraña el día del asesinato de Jill Dando, poco antes o poco después de la hora del crimen, y había regresado dos días después para que le dijeran que ropa llevaba puesta y la hora de la primera visita. A los policías les debió parecer que el asesino no podía haber hecho algo así, y que parecía la obra de un chiflado, y por eso no le dieron ninguna importancia.

Cuando Gallagher visitó Hafad, dos veces, a primeros de marzo de 2000, ya tuvo toda la información a su disposición. Le dijeron que la visita del sujeto se había producido entre veinte minutos y una hora y media después del crimen, y le contaron todo lo que había dicho y hecho en las dos visitas y la ropa que llevaba puesta. Y sin embargo, no le dio mucha importancia. Se propuso entrevistar al sospechoso, pero no como una prioridad, sino como una tarea más, similar a las más de veinte que tenía pendientes. Visitó varias veces el domicilio de Barry, e incluso llegó a dejarle una nota, pero no realizó ningún esfuerzo especial para encontrarlo. Eso fue todo lo que hizo durante varias semanas, lo que demuestra que no le concedía demasiada importancia a los testimonios de Hafad. De haberlos considerado decisivos o importantes, podría haber organizado, por sí mismo o a través de otros agentes, visitas a última hora de la noche o al amanecer, cuando era probable que tuviera éxito. No lo hizo.

Tampoco consideró oportuno mencionar a Barry al jefe de la investigación hasta más de cuatro semanas después de las visitas a Hafad. Es otra prueba, concluyente en mi opinión, de que el detective Gallagher no estimó importante el asunto durante al menos un mes. Tampoco Hamish Campbell, cuando fue informado por Gallagher, consideró estar ante una prueba decisiva. Tan solo solicitó que aceleraran el trámite de entrevistar al sospechoso.

Después de la entrevista en casa de la madre de Barry, las sospechas sobre él fueron creciendo, y los agentes se fueron convenciendo de que estaban ante el asesino muy lentamente. Hasta entonces, el asunto de Hafad (y el de London Traffic Cars) habían sido comportamientos extraños, pero solo eso. Pero cuando se convirtió en sospechoso pasaron a ser algo más tenebroso, la coartada del asesino. Pero, ¿por qué no se les había ocurrido antes algo tan obvio? Muy sencillo, porque es absurdo.

Fuera por iniciativa de Barry o por sugerencia de Gallagher, lo cierto es que según la transcripción de la entrevista, Barry declaró que aunque no se acordaba, podría haber salido de casa sobre las 12:30, dirigiéndose a Hafad y después a la compañía de minicabs. Eso significaba que la visita a esos dos lugares había tenido lugar entre una hora y una hora y media después del asesinato. ¿Quién iba a buscar una coartada una hora u hora y media después del crimen? Es completamente ridículo. Una coartada se busca cuando el criminal teme que puede resultar sospechoso, y en una hora muy cercana, lo más cercana posible, al momento del crimen.

El asesino disparó a su víctima y se marchó sin intentar ocultar el cadáver, por lo que tenía que suponer que el crimen iba a ser descubierto pronto. Tal vez de inmediato, por el hombre que había salido de la casa de enfrente y le había mirado mientras corría (Upfill-Brown), o por otra persona unos minutos después. Supongamos que fue Barry George quien mató a Jill Dando, entonces, ¿por qué iba a buscar una coartada más de una hora después?

Habría más tenido sentido un intento de coartada muy poco después del crimen, tal vez unos pocos minutos más tarde, y en un lugar más alejado. Intentar buscar una coartada tan tarde acabará casi siempre con el efecto contrario, que se demuestre que no había coartada. Pero, ¿no sería posible que alguien como Barry George hiciera algo tan estúpido? Tal vez, es posible, pero no podemos escoger según nos convenga si Barry era estúpido o no. Si era tan estúpido no habría sido capaz de planear el crimen, vigilar el lugar, ejecutarlo sin llamar apenas la atención, y escapar del lugar de forma limpia. Y si hubiera sido capaz de hacer todo eso, jamás habría hecho algo tan estúpido como buscar una coartada una hora después del asesinato.

La acusación consiguió ocultar la debilidad de su teoría debido a que la defensa centró toda la discusión en el momento en que el acusado había llegado a Hafad, y para ello cambió la supuesta hora, lo que fue un grave error. Dio a entender al jurado que la hora de llegada de Barry al lugar era decisiva, y la lucha entre acusación y defensa sobre este punto provocó, probablemente, la falsa sensación de que si se demostraba que había llegado antes de las 11:50, sería inocente (aunque McViccar ha propuesto en su llamativa e inclasificable teoría que Barry podría haberse cambiado de ropa en algún lugar cercano, sin ir a casa) mientras que si había llegado después del mediodía se quedaría sin coartada, y teniendo en cuenta el resto de la evidencia, sería entonces culpable. Además, permitió a la acusación presentar las dos visitas como un conjunto, y relacionarlo con la coartada.

Esto no era necesario. No se debió dar importancia a la hora, sino a la situación, la razón por la que Barry visitó los dos lugares y señalar el absurdo que significaba pretender que estuviera buscando una coartada. En lugar de ello, al apostarlo todo a la hora y la búsqueda de una coartada, la situación del acusado quedó muy comprometida con el testimonio del experto en telefonía y, sobre todo, con la declaración de Julia Moorhouse. Esta testigo, que todos consideraron muy convincente, con el apoyo de la prueba telefónica, situaba a Barry George fuera de Hafad a las 12:35 horas. Eso parecía apoyar la tesis de la acusación, que basándose en algunos testimonios de empleadas de Hafad y en la primera declaración del mismo, indicaba que el sospechoso había llegado después de las 12:30 y se había marchado sobre las 13:00 horas. La defensa, por su parte, argumentaba que Barry había llegado a Hafad sobre las 11:00 y no se había marchado hasta las 12:50 o las 13:00. Había cogido el taxi a las 13:15, y el gerente de la empresa había declarado que había estado allí aproximadamente 15 minutos. No había disputa sobre este punto, pero si sobre el anterior. En conjunto, el asunto de Hafad fue dañino para el acusado, y en mi opinión, decisivo.

Para el segundo juicio la versión de la defensa volvió a cambiar. Incluso los defensores y los apoyos de Barry estuvieron de acuerdo en que el testimonio de Moorhouse era convincente. El mismo Barry George le dijo a un familiar, y más tarde a los tabloides, que recordaba a Moorhouse, aunque probablemente era una fábula más. La nueva versión comenzaba igual, con Barry llegando a Hafad sobre las 11 horas, pero ahora se afirmaba que se había marchado mucho antes, tal vez sobre las 11:50, que había regresado a su casa y dejado allí la bolsa de documentos y la chaqueta, y había vuelto a salir para dirigirse a London Traffic Cars, vistiendo tan solo la camisa amarilla. Paseando sin prisa cerca del parque, se habría encontrado a Moorhouse a las 12:35, y tras otro paseo, habría acabado llegando a London Trafic Cars, sobre las 13 horas o algo antes. Para apoyar esa hipótesis, contaban con el hecho de que la testigo recordaba que el sujeto que se le había acercado llevaba un móvil en la mano, pero no se acordaba de que llevara ninguna bolsa con documentos. Las empleadas de Hafad, por su parte, se habían fijado en la bolsa con documentos.

(Vean en el siguiente mapa el lugar del encuentro entre Julia Moorhouse y Barry George)



Si Barry se dirigía a Hafad cuando le vio Moorhouse, como afirmaba la acusación, ¿dónde estaba la bolsa con documentos con la que había llegado a ese lugar? La testigo también había declarado que el sujeto llevaba una chaqueta amarilla, en vez de la camisa, pero eso podría haber sido una confusión. El gerente de London Traffic Cars, por su parte, tampoco recordaba la bolsa con documentos.

Si consideramos que el testimonio de Julia Moorhouse es fiable y que se encontró con Barry George sobre las 12:35, como opina casi todo el mundo, y me adhiero a dicha opinión, entonces cualquiera de las dos opciones tiene problemas e implica suponer olvidos y errores.

1) Barry llegó a Hafad sobre las 12:40 o 12:45, como afirmó la policía y la acusación. Tras unos 10 o 15 minutos allí se marchó a London Traffic Cars, donde tras pasar unos pocos minutos más, se fue en un taxi a las 13:15.

Para suponer correcta esta hipótesis hay que considerar que Julia Moorhouse confundió la camisa amarilla con una cazadora, que no vio ninguna chaqueta oscura, ni vio la bolsa de documentos que llevaba Barry. Ramesh Paul, el gerente de London Traffic Cars, tampoco vio la bolsa con documentos de Barry.

2) Barry llegó a Hafad sobre las 11 o 11:30, y se marchó a su casa sobre las 11:50. Allí dejó la chaqueta oscura y la bolsa con documentos y salió de nuevo para dirigirse a London Traffic Cars. Por el camino se encontró con Julia Moorhouse.

Esta segunda hipótesis explica perfectamente que Moorhouse y Ramesh Paul no vieran la bolsa con documentos, y convierte el tema de la camisa vs chaqueta amarilla en una simple confusión. Pero tiene otros problemas. El primero es que desde el lugar donde se separó de Julia Moorhouse hay apenas 7 u 8 minutos a pie hasta London Traffic Cars, y Barry habría tardado entre 20 y 25 minutos en llegar. El segundo es que Doneraile Street queda fuera de la ruta entre el apartamento de Barry y la empresa de taxis, y hay que dar un buen rodeo para llegar allí. Además, esta hipótesis no se planteó hasta años después del suceso, e implica que a Barry se le había olvidado la visita a su casa.

¿Cual es la correcta? Las dos son posibles (yo me inclino por la versión de la acusación), pero no creo que importe realmente. Lo que importa es la razón por la que Barry George fue a esos lugares. Coincido con la policía en que el día 28 Barry se presentó en Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, pero no creo que eso fuera lo que buscaba el día 26. Les voy a presentar mi opinión, y para juzgarla deben ustedes tener en cuenta lo ya comentado sobre la vida de Barry, su comportamiento, sus graves problemas, sus quejas, su creciente hipocondría, y sus decenas de visitas a hospitales y consultas médicas.

Los primeros meses de 1999 Barry George había desarrollado una creciente aprensión por el funcionamiento de sus tripas, convencido de que sufría algún grave mal, y que los médicos no lo trataban correctamente. Unas semanas antes del crimen se presentó en un hospital afirmando que llevaba 6 meses sin movimiento de intestinos, y aunque se programó la realización de radiografías, se marchó del hospital antes de que llegara su turno. El 26 de abril (recordemos que para Barry todos los días eran iguales, sin nada que hacer) quería ir al Colon Cancer Concern, una organización de caridad, para obtener información sobre enfermedades del intestino. Debido a su minusvalía ya contaba con viajes gratuitos en el transporte público, pero alguien le había contado que también existía un convenio con las empresas de minicabs de la zona para que los minusválidos pudieran viajar gratis. Así que decidió ir a Hafad con todos sus papeles para conseguir esos viajes. Llegó al lugar diciendo “Necesito ayuda, necesito ayuda, necesito ayuda”, y le intentó contar a todo el mundo sus problemas de salud, y que necesitaba viajes gratis. Finalmente, Susan Bicknell logró convencerlo de que solo recibían con cita previa, arregló una para el día siguiente, y logró que se marchara, no sin antes tener que escuchar sus quejas sobre los médicos, que no trataban correctamente sus enfermedades.

Pese a que no había conseguido los viajes gratis, decidió probar suerte de todos modos en una compañía de minicabs cercana, y pese a la negativa inicial, lo cierto es que consiguió su objetivo, y viajó hasta su destino. No consta si la policía investigó lo que hizo Barry George en el Colon Cancer Concern.

Lo que habría tenido influencia en el jurado, si el juez lo hubiera permitido, habría sido presentar a una docena de los médicos o empleados públicos, a los que Barry tenía aburridos, y tras describirles lo que habían narrado los empleados de Hafad y London Traffic Cars, preguntarles si les parecía un comportamiento típico del acusado.

Los lectores deberán elegir si esta explicación para la primera visita de Barry tiene más sentido que la de que tras matar a Jill Dando esperó una hora para buscar una coartada.

Para la segunda visita el motivo es diferente. Tras tener noticias del asesinato había estado intentando llamar la atención, como era habitual. Había llevado flores al lugar del crimen, visitado tiendas recogiendo firmas y hablando con conocidos y desconocidos sobre el caso. De repente, el día 28 le entró el pánico. Tal vez algún policía le preguntó algo al verlo por la zona, o simplemente se le ocurrió de repente que podía ser considerado sospechoso. Barry podía pasar en un instante de un comportamiento relajado y confiado a un estado de pánico irracional. Mike Burke narra (Pg 38-39) un ejemplo muy llamativo, sucedido años antes del crimen:

“Una tarde estábamos tomando un trago en el club de la BBC, una lager yo y coca cola él. De repente, su rostro se iluminó. No me lo puedo creer, es Freddie Mercury, exclamó con los ojos muy abiertos. ¿Quién es Freddie?, pregunté. Se sorprendió de que yo no supiera quien era Freddie, pero nunca había oído hablar de él hasta ese momento, aunque sabía de la existencia del grupo de pop Queen. Le dije que no molestara al grupo de jóvenes de pelo largo que yo entendí que eran miembros de Queen. Pero él simplemente me ignoró, se acercó y se sentó con ellos unos minutos. Parecían ser muy educados y charló con ellos un rato. Me hizo señas para que me uniera a ellos, pero no lo hice. Entonces uno de ellos se inclinó sobre Barry, le tocó el hombro y le dijo algo. Barry entonces vino hacia mí y dijo: Tenemos que salir de aquí. Estaba muy asustado, y le dije que se calmara, que no había hecho nada malo. Dijo que ellos le habían dicho que tan solo estaban tomándose una copa tranquilamente, pero insistió en que nos teníamos que marchar. Estaba realmente en estado de pánico, sin una buena razón, pensé. Nos marchamos”.

Pero, ¿por qué iba a temer Barry ser considerado sospechoso? Por algo que el jurado no pudo escuchar. Al no poder mencionarse en el juicio los antecedentes penales del acusado, no se pudo hablar de un suceso ocurrido unos años antes. Tras salir de la cárcel después de su condena por intento de violación, un familiar le había dicho a Barry que a partir de ese momento la policía vendría a buscarle cada vez que se cometiera un crimen cerca, y la amenaza se hizo realidad unos años después, en 1992. Barry se habia asustado e inquietado mucho cuando la policía lo había entrevistado de forma rutinaria en relación con el asesinato de Rachel Nickell. Así que cuando se acordó de ese interrogatorio, sumó dos y dos: vivía cerca de la víctima, y la descripción del sospechoso coincidía con la suya, o al menos no lo eliminaba, así que podía ser considerado sospechoso. Esto podría provocar cierta satisfacción más tarde, al darse cuenta de que podía atraer la atención, pero la reacción inmediata fue el pánico. Regresó a Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, una actitud infantil, pero que no desentona con el personaje y su creciente paranoia.

Entró en Hafad muy agitado, buscando que las empleadas le dijeran la hora exacta a la que había estado allí el día del crimen y la ropa que llevaba puesta. Les contó que había llevado flores a la casa de Jill Dando y, muy nervioso, que la descripción del sospechoso del crimen coincidía con él, aunque podría ser cualquiera. Se molestó cuando una empleada le dijo que no recordaba la hora, y cuando esta, presionada, realizó una estimación (no consta cual) pareció no gustarle, aunque ninguna dijo que él les sugiriera ninguna hora en concreto. Les dijo que quería la información sobre las horas y la descripción de la ropa para entregársela a su abogado, por si algún día era necesaria.

Ni siquiera parecía tener clara la hora a la que le convenía haber estado en esos lugares. En cuanto Ramesh Paul le dio el cartón con la 1.15 pm apuntada, se marchó satisfecho, pese a que eso era casi dos horas después del crimen. Las visitas a London Traffic Cars ya se han tratado en la segunda parte, y no creo que haya necesidad de insistir sobre ellas. Son del mismo tipo que las de Hafad, encajan perfectamente en el comportamiento de Barry George, y en el contexto adecuado se entienden bien.

Evidentemente, no hay pruebas en un sentido u otro respecto sobre todas esas visitas, y debemos deducir la motivación a partir de los datos disponibles. Pueden ser un intento (muy poco sutil, la verdad) de proporcionarse una coartada, o pueden explicarse como actos que serían extraños en otra persona, pero que eran naturales en Barry George. Tienen ustedes la información suficiente para elegir su opción, la mía está muy clara.

Mucha gente opinaba que Barry George no podía haber cometido el crimen. Para ser más concretos, ese crimen. No se planteaba que Barry fuera incapaz de asesinar, lo que no parecía creíble es que hubiese podido matar de esa forma. Sus vecinos y conocidos eran muy escépticos ante la posibilidad de que fuera culpable, y pese a todos los intentos de policía y prensa, no consiguieron declaraciones en ese sentido. Lord Archer escribió que nadie en la cárcel, ni guardias ni presos, creía que Barry fuera culpable de asesinato. Puede que fuera un pervertido, decía alguno, pero no un asesino. Cuando Archer le preguntó a uno de los guardias porque estaba tan seguro de que no era el asesino, este respondió: “Es demasiado estúpido”, y añadió que había estado 18 meses en el mismo bloque que Barry, y que estaba seguro de que no tenía capacidad para hacer algo así. Un preso le contó a Archer como en una prueba deportiva, una carrera de 100 metros, Barry George se había caído al poco de empezar, para regocijo general.

Uno de sus amigos, que se había apuntado con él en el Ejército de Reserva, contó que había tenido que formar pareja para los ejercicios con Barry casi siempre, ya que el resto no quería hacerlo debido a su torpeza. Los psicólogos lo clasificaron entre el 5 % de la población con menos inteligencia, y entre el 1 % con menos capacidad para planear y ejecutar tareas con cierta complejidad.

Por supuesto, es posible que engañara a todo el mundo, y que fuera más inteligente y menos torpe de lo que aparentó durante toda su vida, pero sin pruebas que sustenten esa hipótesis, no creo sea adecuado tenerla en cuenta. Lo cierto es que no hay evidencia convincente que indique su participación en el crimen, no se encontró un motivo para ello, y los datos conocidos hacen muy improbable que alguien como él pudiera cometer un asesinato de ese tipo.

Pero entonces, ¿quién asesinó a Jill Dando?

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Próximamente: 

-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES

Ver al final de la primera parte.