jueves, 8 de septiembre de 2016

El asesinato de Jill Dando (III): Los juicios.

Anterior: El asesinato de Jill Dando (II): De repente, un extraño.

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LOS TESTIGOS

Barry George esposado
La abogada de Barry le había recomendado no someterse a más ruedas de identificación, así que a la policía no le quedó más remedio que mostrar al resto de testigos una grabación de la única celebrada, en la que como el sospechoso se había dejado barba, todos los figurantes debían llevarla también. Los más puristas señalarían que no hay que conceder demasiado valor a una rueda de identificación realizada más de un año después de los hechos, y en la que la apariencia física del acusado ha cambiado de forma notable, pero como era casi lo único que tenía la acusación, esta se aferró a la prueba con energía. Hay que tener en cuenta también la definición de testigo, ya que siendo rigurosos tan solo podemos hablar de dos testigos, Hughes y Upfill-Brown.

De todos modos, tan solo una de las muchas personas a las que se había mostrado la grabación de la rueda de identificación había señalado a Barry George. La policía había recogido muchas decenas de testimonios de personas que habían pasado el día 26 por Gowan Avenue, desde primera hora de la mañana hasta poco después del crimen, y aunque la mayoría no se habían fijado en nada especial, algunas personas habían visto a alguien que les había parecido sospechoso, o al menos que les había llamado la atención. Aunque la descripción de los sujetos observados variaba, había un pequeño grupo que tenía similitudes significativas: una persona morena, con traje oscuro, que parecía un ejecutivo o un vendedor, y en alguno de los testimonios, hablando por un teléfono móvil.

Susan Mayes
Sin embargo, la única persona que identificó a Barry George había visto a alguien con apariencia algo diferente. Suyan Mayes había salido de su casa de Gowan Avenue poco antes de las 7 de la mañana, como hacía todos los días. Frente al número 29 había visto un coche parado en doble fila, ocupando toda la carretera, y junto al vehículo había un hombre de pie. Al acercarse la testigo y mirar al sujeto, este había bajado la vista, como tratando de ocultarse, y se había puesto a limpiar la luna delantera del coche con la mano, de forma furtiva. Según la testigo, se había fijado bien en el hombre, por más de treinta segundos, así que había podido verlo bien.

En aquel momento había supuesto que el coche era del hombre, y que era un minicab (vehículos privados que pueden funcionar como taxis, pero que deben ser reservados con antelación). Entre 35 y 40 años, 1.75 metros de estatura, ligero sobrepeso y aspecto mediterráneo (pelo negro y tez olivácea). Vestía un traje oscuro, con una camisa blanca abierta en el cuello. La testigo había declarado que el sospechoso llevaba el pelo corto y elegante, aunque en el juicio afirmó que en realidad lo llevaba largo y desordenado. Para explicar la discrepancia entre ambas declaraciones el fiscal sugirió que tal vez los agentes que la entrevistaron no la entendieron bien. Aunque como ha señalado Scott Lomax, es difícil aceptar que un agente pueda escuchar una descripción sobre pelo largo y desordenado y convertirla en pelo corto y elegante, lo cierto es que la testigo había afirmado que el sujeto parecía desaliñado y que no tenía apariencia muy respetable .

El 5 de octubre de 2000, 18 meses después del crimen, Susan Mayes había señalado a Barry George en una rueda de identificación por vídeo. Lo había hecho tras mirar un buen rato, aunque en el juicio dijo estar muy segura. El problema con esta seguridad es que podía ser consecuencia, al menos en parte, de un proceder más que dudoso de los detectives, que una vez Mayes hubo señalado al sujeto número 2 (Barry George), habían hecho comentarios y realizado gestos que le indicaron que había acertado y señalado al sospechoso. Esa información tuvo que reforzar la seguridad de la testigo en su identificación y guiar su declaración en el juicio, aunque lo cierto es que según comentan quienes vieron la grabación, su identificación de Barry George fue firme. En su turno de interrogatorio Mansfield consiguió que Mayes reconociera que el día del crimen tan solo había mirado al hombre tres o cuatro veces, cinco o seis segundos en total. El abogado también planteó que Mayes había identificado al sospechoso no porque le hubiese visto esa mañana, sino porque le sonaba su cara. Los dos llevaban años residiendo en Fulham, a menos de un kilómetro, y Barry George se pasaba el día paseando arriba y abajo, así que era posible que se hubieran cruzado algunas veces.

El testimonio de Susan Mayes tenía muchos más problemas. Se desprende del mismo que el sujeto que vio y el coche en medio de la carretera estaban relacionados. No solo el hombre estaba junto al coche, sino que se puso a limpiar la luna delantera con la mano. Pocos minutos después, otra testigo no había visto ningún coche ni ningún hombre en ese lugar. El vehículo estaba cortando la carretera, así que tan solo podía permanecer allí hasta que llegara otro coche, y lo más probable es que el hombre estuviera en ese lugar esperando a alguien de la zona, o haciendo tiempo hasta recoger a alguien en una calle cercana. El coche es un elemento esencial del testimonio de Mayes, pero no se puede relacionar con Barry George, que no tenía coche, ni carnet, ni había sido visto conduciendo nunca.

Ya hemos visto en la primera parte que, a las 09:30 o 09:40, dos mujeres habían visto desde la ventana pasar a un hombre corriendo frente al número 55 de Gowan Avenue. Eran Stella y Charlotte de Rosnay, que en la identificación dudaron, por separado, entre el número 2 (Barry George) y el número 8 (un figurante), pero ninguna de las dos estaba lo suficientemente segura como para señalar a alguien. Después de la rueda las dos habían afirmado que se inclinaban claramente por el número 2 (veremos en el siguiente capítulo la razón), y por eso habían sido llamadas a declarar por la acusación. Lo que quedaba demostrado es que había dos personas en la rueda que se parecían lo suficiente a quien habían visto como para que dudaran.

Terry Normanton, que también vivía en Gowan Avenue, tampoco pudo identificar a nadie, pero se inclinaba por el número 2. Sin embargo, el testimonio de Normanton es más que dudoso. Pese a que ya había sido entrevistada por la policía varias veces, tardó casi un año en contar que había visto a alguien, y para entonces ya podía haber escuchado los relatos de sus vecinos. Ella declaró que se lo había contado a la policía el mismo día del crimen, pero no hay registros de esa supuesta declaración. Pese a las dudas que el testimonio y la personalidad de la testigo planteaban, la acusación utilizó su declaración.

Esto era todo. De todos los testigos que habían atendido la identificación original y las realizadas mediante vídeos, estos cuatro eran sido únicos que señalaban el parecido de Barry George con el hombre que habían visto, a distintas horas, esa mañana, y tan solo uno de los testigos, Susan Mayes, había realizado una identificación positiva.

La estrategia de la acusación pivotó sobre el reconocimiento de Mayes, y de ahí extrajo algunas sorprendentes conclusiones. Como había ciertos parecidos en las descripciones de varios testigos y uno de ellos había identificado al acusado, los demás debían haber visto al mismo hombre, aunque no lo hubieran reconocido y las descripciones no coincidieran. Por ejemplo, Mayes había afirmado que el hombre tenía aspecto mediterráneo, así que si otros testigos, aunque no hubieran identificado al acusado, habían visto a alguien de apariencia mediterránea, tenían que estar describiendo a la misma persona. Así que otros cinco testimonios se añadieron como indicio de que el acusado había estado toda la mañana en el lugar del crimen, aunque ninguno lo hubiera reconocido.

La argumentación de la defensa fue poderosa. En primer lugar, incluso si la identificación era correcta, tan solo indicaría que Barry George había estado en Gowan Avenue horas antes de la muerte de Dando, y no se establecería una relación directa entre el acusado y el crimen. Mayes (07:00), Normanton (09:50), y Stella y Charlotte de Rosnay (09:30 o 09:40), todas habían visto a un sospechoso más de hora y media antes del crimen. Ninguno de los testigos que vio a alguna persona sospechosa entre las 09:50 y las 11:30 había reconocido al acusado, directa o indirectamente.

Pero además, la identificación de Mayes era dudosa. El hombre que había visto era, sin duda, el conductor del coche, y eso no se podía relacionar con el acusado. Su descripción había cambiado, y había reconocido que había visto al hombre tan solo unos pocos segundos en una mañana oscura y con ligera lluvia. La identificación había tenido lugar más de un año después, y con un cambio importante en la apariencia física del sospechoso.

Los demás testigos no habían identificado al acusado, y tan solo habían dudado. Charlotte y Stella habían cambiado su parecer posteriormente, y además sus descripciones manifestaban diferencias notables respecto a la de Susan Mayes y otros testigos. Stella declaró que el hombre que había visto tenía piel de tono rosáceo, mientras que Charlotte lo recordaba como de piel pálida. ¿Cómo podía eso ser compatible con la descripción de Mayes de piel olivácea y aspecto mediterráneo? Hay que añadir que Charlotte de Rosnay ni siquiera mencionó al hombre que había visto cuando fue entrevistada por la policía el día 26, y tan solo lo declaró en posteriores entrevistas, seguramente influida por Stella, que sí lo recordaba, y que se había marchado de Gowan Avenue en taxi apenas unos minutos antes del crimen.

Terry Normanton era una testigo más que dudosa, por las razones ya expuestas.

Pero el mejor argumento de Mansfield era que ni Hughes ni Upfill-Brown, que habían visto al asesino, habían identificado a Barry George. Es más, sus descripciones eran incompatibles con las de los demás testigos. Como ha señalado Brian Cathcart, son dos conjuntos de descripciones independientes. Los dos hombres que vieron al asesino describieron una notable mata de pelo negro y un abrigo o tres cuartos. Ni Mayes, ni las Rosnay, ni Normanton describieron una mata de pelo negro ni un abrigo. Todas describieron el pelo de quien habían visto (aunque Mayes cambió su declaración durante el juicio) como ni largo ni corto, cortado correctamente. Todas describieron al hombre vistiendo un traje, y ninguna dijo haber visto un abrigo o chaqueta larga o cazadora. No hay manera de que ambos grupos de testimonios encajen, y, señaló repetidamente la defensa, quienes realmente vieron al asesino, no vieron a Barry George.

RESIDUOS DE DISPARO

La única partícula de residuos de disparo hallada en el abrigo del acusado se convirtió en el principal elemento de disputa durante el juicio y posteriormente. Es lógico, ya que era la única prueba que relacionaba al acusado con el crimen. Incluso si se lograba convencer al jurado de que Barry George había estado un par de horas antes del crimen cerca de la casa de Jill, eso no lo convertía en asesino. Mansfield había intentado eliminarla del proceso, pero el juez Gage había negado la pretensión.

Durante tres días se discutió en la sala acerca de la partícula, lo que indica la importancia que tanto la corona como la defensa le concedían. Según la acusación, la partícula había llegado al bolsillo del abrigo de Barry George tras haber este disparado este contra Jill Dando. Podría haber guardado la pistola en ese bolsillo, o simplemente podía haber metido la mano, llena de residuos, dentro del bolsillo, quedando una partícula dentro. Protegida, la solitaria partícula habría permanecido allí dentro hasta que fue encontrada por la policía.

Robin Keeley
Según Pownall, la partícula hallada en un bolsillo del abrigo del acusado era del mismo tipo y tenía la misma composición química que las partículas halladas en el pelo y el abrigo de Jill. Su origen era, con toda probabilidad, el arma que acabó con la vida de la presentadora, ya que las posibles alternativas, una contaminación u otra fuente, eran tan improbables que prácticamente se podían descartar, y por tanto, el disparo fatal era la fuente más probable. Por la acusación testificaron Robin Keeley, que había encontrado la partícula, y otro científico, el doctor Renshaw, que compartió las opiniones de Keeley. Por parte de la defensa testificó el experto John Lloyd, que impugnó las opiniones de sus colegas vigorosamente. Mientra Keeley opinaba que el encontrar una única partícula no era importante , que significaba, en cualquier caso, encontrar residuo de disparo, Lloyd lo negó. Según explicó, algunos laboratorios ni siquiera consideraban un positivo encontrar una sola partícula, y el origen de esa única partícula,que era tan diminuta que no podía ser observada a simple vista, podía ser variado.

La estrategia de la defensa pasaba por sugerir una contaminación. Aunque la policía afirmó haber seguido todos los protocolos y haber tomado todas las precauciones, Mansfield presentó evidencia de que se habían cometido errores y que estos podían haber sido el origen de la contaminación. Algunos policías habían cambiado su ropa de calle por los trajes especiales, supuestamente estériles, en el mismo apartamento de Barry o en los coches de policía. Las ropas de los policías y sus vehículos son una conocida fuente de contaminación de residuos de disparo, y por tanto, podrían haber introducido la partícula en la casa. Aunque la policía lo negó con vehemencia, varios testigos afirmaron que algunos de los policías que participaron en el registro del apartamento iban armados.

Pero el principal objetivo de la defensa fue el traslado del abrigo para ser fotografiado. El abrigo había sido envuelto en una protección de plástico para su traslado al depósito de la policía. Pero al ser llevado al estudio fotográfico, se le había retirado la protección, se había colgado en una percha, y se había procedido a realizar varias fotografías. En ese estudio se realizaban miles de fotografías cada año a ropa, objetos, armas, … muchas fuentes potenciales de contaminación. Pownall argumentó que siempre se manejaban los distintos objetos con mucho cuidado, y que se limpiaba y esterilizaba con mucha frecuencia. Incluso se llegó a concretar la marca de detergente utilizado.

Abrigo del acusado


Para la defensa la contaminación era más que probable. Seguramente había presentes en el estudio residuos de disparo procedentes de armas u otras pruebas fotografiadas, y el fotógrafo, que no utilizaba guantes ni tomaba especiales precauciones, podía tener partículas en sus manos. Al quitar la protección y manipular el abrigo, alguna partícula podía haber quedado en la superficie, y una vez que se había vuelto a colocar la protección de plástico, la partícula ya habría permanecido allí hasta que se analizó el abrigo. La partícula pudo haber llegado a su destino definitivo cuando Keeley dio la vuelta a los bolsillos para proceder a la recogida de muestras.

Residuos de disparo
Otra fuente posible de contaminación, a la que debió prestarse más atención, era la casual. La partícula podía haber llegado a la mano de Barry (y de ahí al bolsillo) mediante cualquier contacto casual con la mano o la ropa de alguien que hubiese manejado un arma, y eso podía haber ocurrido meses o años antes del crimen. Además, esas partículas no son exclusivas de un disparo de arma de fuego, y pueden llegar a la mano de alguien al manipular fuegos artificiales, determinados discos de freno, y algunas otras fuentes. 

Keeley y su colega consideraron muy improbable las hipótesis de una contaminación, y todo el mundo entendió que se inclinaban porque la fuente era el disparo que mató a Jill Dando. Más adelante veremos algo más sobre este tema, que fue clave en el resultado final de la batalla legal. El fiscal Pownall afirmó que la contaminación era tan improbable que la única posibilidad razonable para explicar la partícula era que procediera de la pistola que había matado a Jill Dando.

Se intentó también relacionar al acusado con las armas. Aunque no se le podía relacionar con un arma de fuego real, señalaron su interés en las armas, su posesión de dos armas de fogueo, y tal vez una tercera, sobre la que había un único y no demasiado fiable testimonio, y se mostraron varias revistas sobre armas halladas en su casa. En alguna revista venían instrucciones para reactivar una pistola desactivada, y se insinuó que tal vez Barry George había seguido dichas instrucciones, pero ni se pudo encontrar en el apartamento rastro de las herramientas indispensables para realizar un trabajó de ese tipo, ni parecía probable que Barry tuviese la habilidad suficiente para efectuarlo. De hecho, los testimonios indican que tenía muy poca habilidad para cualquier trabajo que requiriese cierta destreza manual. Ni rastro de armas, ni de balas, ni de herramientas, ni de testigos que lo relacionaran con armas, ni se acreditó pericia para modificar o manipular armas, ni contactos ni dinero para adquirirlas,… Un puñado de revistas antiguas era todo lo que había.

Un dato a tener en cuenta es que la partícula solitaria hallada en el abrigo fue la única encontrada. En el apartamento de Barry, que no había sido limpiado durante años, no se encontró ningún otro residuo de disparo, algo extraño si había estado en posesión de armas y munición, y si las había manipulado y disparado.


EL INTERÉS DE BARRY GEORGE EN JILL DANDO

Este fue el gran fiasco de la acusación, ya que no fue capaz de presentar evidencia de que el acusado tuviera algún tipo de interés en la víctima, ni que la admirase o la odiase. De hecho, no fueron siquiera capaces de acreditar que la conociese, supiese donde vivía o siquiera fuese consciente de su existencia. Declararon ante el tribunal algunos testigos con los que la acusación intentó convencer al jurado. Una mujer declaró que alguien que podía ser Barry iba paseando junto a ella y había señalado con la mano una calle, que podía ser Gowan Avenue o alguna cercana, y había dicho que por allí vivía una mujer muy especial. En caso de ser Barry George el sujeto, la calle podía cualquiera de las cercanas, y la mujer una de las muchas de las que Barry se encaprichaba y a las que seguía hasta sus casas. Otro par de testimonios más dudosos todavía fue todo lo que pudo presentar la fiscalía.

 
Orlando Pownall, fiscal
En el apartamento del acusado se habían encontrado periódicos y revistas que trataban la muerte de Jill, pero estos no probaban nada, ya que todos los periódicos y revistas habían tratado del tema durante semanas. Había también ocho periódicos que tenían artículos o reportajes sobre Jill Dando, de meses o años antes de su muerte, pero estos estaban mezclados entre otros 800 periódicos y revistas que no la nombraban, y dada la repercusión mediática de la presentadora, no parecía especialmente significativo. Además, como señaló Mansfield, ni uno de esos ocho artículos estaba recortado, subrayado, coloreado, tenía marcas o anotaciones, nada que indicara que habían sido siquiera leídos.

Pese a que Barry había negado conocer Gowan Avenue, se presentó evidencia de que había atendido la consulta de un médico en esa calle tres años antes del crimen, tan solo a unos números de distancia del número 29. Pero como señaló la defensa, Barry había visitado a muchos médicos por toda esa zona de Londres, así que no era extraño que no recordase ni al médico ni la calle.

Después del crimen, señaló Pownall, el acusado había llevado flores el lugar del crimen, había entrado en los comercios de la zona solicitado mensajes de condolencia, había escrito un borrador de un discurso que iba a dar,… Demasiado interés para una persona que decía no conocer previamente a Jill. Pero Mansfield se defendió bien: Ese era el proceder normal de Barry, que en su mundo de fantasía trataba de ser protagonista de cualquier hecho notable, y siempre estaba buscando formas de llamar la atención y obtener temas de conversación para tratar de impresionar a las mujeres a las que abordaba. Dijo o insinuó a muchas personas que sabía algo sobre el crimen, que había sido testigo, o había visto a alguien o algo. Cuando le preguntaban directamente si había matado a Jill Dando, a veces lo negaba, y otras evitaba la respuesta, haciéndose el interesante.

La clave era el después. No antes. A la policía no le costó encontrar a muchísimos testigos que recordaban a Barry hablando de Jill Dando tras la muerte de esta. Si esa conexión hubiese existido con anterioridad al crimen, sin duda habría dejado algún rastro. Todos su vecinos y conocidos sabían de las preocupaciones, intereses y obsesiones de Barry, que hablaba de ello con detalle y prodigalidad. De hecho, tras el crimen, Jill Dando se convirtió en uno de sus temas de conversación preferidos, como podían atestiguar muchas personas. De haber tenido algún interés previo en Jill, tanto si la admiraba como si la odiaba, habría hablado de ello con bastante gente; sin embargo, no se encontró ni un testimonio, ni uno solo. También se habían encontrado fotografías de presentadoras o famosas que Barry hacía a la pantalla del televisor, pero ni una de ellas era de la victima.

La acusación se encontró sin un motivo para el crimen. Pownall insinuó que tal vez Barry estaba dolido contra la BBC (por no haberlo vuelto a llamar, o por como habían tratado la figura de Freddie Mercury tras su muerte) y se había vengado matando a Jill Dando. Era una hipótesis bastante floja, sin sustento, y no demasiado creíble. Los periodistas que seguían el juicio estaban de acuerdo en que la acusación había fracasado en establecer un posible motivo para el crimen. Ni siquiera habían podido probar un interés especial en Jill Dando, ni siquiera que la conocía, y parecía que Mansfield se había apuntado un buen tanto. Sin embargo, la defensa no saldría tan bien parada del siguiente elemento de prueba.

LA VISITA A HAFAD

La acusación presentó las visitas del acusado a Hafad y London Traffic Cars, el día del crimen y de nuevo dos días más tarde, como un intento de proporcionarse una coartada. Según Pownall, una vez que Barry George hubo disparado contra Jill Dando, se había marchado a su casa caminando, y allí había dejado la pistola, se había cambiado de ropa, y tras coger una bolsa con documentos había salido en busca de una coartada. Había entrado en un par de sitios con una disculpa forzada y poco creíble, y dos días después se había presentado nuevo para reforzar su coartada, buscando que los empleados confirmaran la hora de su visita anterior y la ropa que llevaba puesta en esa ocasión.

Pero, señaló la corona, la hora de la visita no le proporcionaba ninguna coartada. Pese a cierta confusión inicial, varias empleadas de Hafad señalaban una hora de llegada del sospechoso posterior el mediodía, y por tanto, compatible con la teoría de la acusación. Sin embargo, una de las empleadas, Susan Bicknell, se mantuvo firme en su declaración de que su conversación con Barry había tenido lugar a las 11:50. Declaró haber mirado el reloj, y además, había puesto por escrito el suceso, incluyendo la hora, una semana después de ocurrir. Era una gran baza para la defensa, y una grave preocupación para la acusación, ya que de ser cierta la hora señalada por Bicknell, sería casi imposible que Barry George hubiese matado a Jill Dando. Pownall intentó contrarrestar a Bicknell con el testimonio del resto de empleadas, que ofrecían distintas horas, y cuyos recuerdos variaban entre ellas y con respecto a su compañera. Fueron tantas las divergencias y las contradicciones entre las empleadas de Hafad que un periodista que asistió al juicio comentó que casi daba la impresión de que estaban ocultando algo.

A favor de Susan Bicknell contaba el hecho de que el 26 de abril había sido su primer día de trabajo en Hafad, y Barry había sido su primera entrevista, y es razonable suponer que podía recordar el incidente con más claridad que sus compañeras. Además, el resto de empleadas se había limitado a darle largas y a quitarse de encima al molesto visitante, siendo Bicknell la única que se había sentado con él y había pasado un rato conversando. En contra estaba la actitud de la testigo (tiempo después dijo haber estado enferma mientras declaraba) mientras prestaba testimonio, que hizo dudar a algunos de su fiabilidad.

Aunque Mansfield consiguió poner de manifiesto las inconsistencias de sus declaraciones, el resto de empleadas contrarrestó, al menos en parte, la declaración de Bicknell, y sembró la duda sobre este testimonio tan favorable para el acusado; y el hecho de que la declaración de este en cuanto a la hora de llegada a Hafad hubiese cambiado poco antes del juicio, hizo sospechar a bastantes observadores, y seguramente a los jurados. De haber finalizado en ese momento la prueba, el resultado podría haber sido un empate, pero el fiscal presentó dos testigos de última hora. La acusación se había visto sorprendida por el cambio en el último momento de la declaración del acusado en cuanto a su hora de visita a Hafad, y se buscó a toda prisa la forma de minar su coartada.

Primero se llamó a declarar a un técnico en telefonía. Barry George había consultado el saldo de su teléfono móvil a las 12:35 horas (cuando la coartada afirmaba que estaba en Hafad), y la señal de esa comunicación la habían recogido dos antenas, lo que parecía sugerir, aunque no era seguro, que Barry debía estar en movimiento. Además, las pruebas realizadas por el experto le indicaban que la señal en Hafad era muy débil, y que era más fuerte en las calles cercanas al parque Bishop. Aunque el técnico tuvo que reconocer que no podía asegurar nada, su declaración no favorecía al acusado.

Peor todavía fue el siguiente testimonio. Julia Moorhouse declaró ante el jurado que el 26 de abril de 1999, poco después de las 12:30 horas iba caminando por la mediación de Doneraile Street cuando se detuvo para mirar unos helicópteros que sobrevolaban la zona. Un hombre se paró junto a ella y comenzó a hablarle. En el juicio realizó la siguiente descripción: De 30 a 35 años, constitución fuerte, pelo muy negro y bien cortado. Pensó que podía proceder del sur de Europa. Llevaba una chaqueta de largo por la cintura y color amarillo, y portaba en la mano un teléfono móvil. El hombre, que parecía tener conocimientos técnicos, le dijo que eran helicópteros de la policía y le explicó de que tipo eran. Tras un muy breve intercambio de palabras, Julia siguió su camino, hasta que se dio cuenta, para su sorpresa, de que el hombre iba caminando junto a ella y continuaba hablando. Le habló del Ejército de Reserva, y la testigo sacó la impresión de que él había entrenado allí, o había sido instructor o algo similar. Al poco de doblar la esquina de Stevenage Road ella entró en la casa a la que se dirigía y el hombre siguió su camino, cuando eran aproximadamente las 12:35.

Como la testigo no había prestado declaración oficial hasta después de haber sido publicada la foto del acusado en la prensa, no se permitió que el jurado escuchara que lo había identificado, pero no hizo falta, ya que casi todos los que escucharon el relato de Julia Moorhouse pensaron de inmediato en Barry George. Había algunas discrepancias, ya que por ejemplo la testigo había visto una chaqueta amarilla, cuando las empleadas de Hafad habían visto una camisa amarilla y una chaqueta oscura, y Julia tampoco había visto la bolsa con documentos que indicaron en Hafad. Pero estas parecían cuestiones menores cuando todo lo demás encajaba tan bien. La apariencia; el comportamiento; la conversación; el Ejército de Reserva; el teléfono en la mano y la consulta de saldo a la misma hora; el lugar, a apenas 300 metros de Hafad; casi todo señalaba a Barry. Mansfield se limitó a decir ante el jurado que negaba que la persona que se había descrito fuera el acusado, pero lo cierto es que la impresión que había dejado la declaración en todos los observadores, y seguramente en los miembros del jurado, fue la contraria. La testigo incluso había notado cierto defecto en la forma de hablar del hombre que le había hecho pensar que podía haber tenido labio leporino, lo que era cierto.

Aunque no se le había tomado declaración formal hasta casi dos años después del suceso, días antes de comenzar el juicio, el hecho es que que Julia Moorhouse, a la que le había parecido un poco extraño el encuentro, había llamado a la policía pocos minutos después de este, nada más enterarse del crimen, sobre la una de la tarde. De las miles de llamadas que recibió la policía, la de Moorhouse fue una de las primeras, lo que daba fuerza a su testimonio.

Finalmente, para apuntalar su caso, la acusación presentó una grabación de una cámara en una calle cercana que mostraba a alguien con una prenda superior amarilla a las 12:45, y que, dijo Pownall, probablemente era el acusado. Parece ser que la imagen era tan borrosa que ni siquiera se podía distinguir si era hombre o mujer, y la hora de la grabación no encajaba demasiado, bien, era demasiado tarde, pero se presentó de todos modos. Esta batalla la había ganado la acusación. Aunque el testimonio de Bicknell era firme, el resto de elementos presentados parecían indicar que Barry había llegado a Hafad más tarde de las 12:30, lo que lo dejaba sin coartada. Y el hecho de que hubiese cambiado su versión sobre la hora lo hacía más sospechoso todavía. Ese cambio de hora fue el primer error de la defensa, y el segundo fue aceptar la discusión en el terreno que quería la acusación, el de las horas. Veremos en otro momento como la larguísima discusión sobre si el acusado había llegado a Hafad a una hora u otra le permitió a la acusación ocultar la patente debilidad de su argumentación.

Juez, Sir William Gage
Acusación y defensa realizaron unas notables y trabajadas consideraciones finales, en las que Mansfield insistió en la teoría que había planteado para competir con la de la acusación: Que el crimen era obra de profesionales, y señalaba hacia los serbios. Justo antes de retirarse a deliberar, el jurado recibió las instrucciones del juez Gage. Estas habían cambiado respecto a las que habían recibido inicialmente. Al comienzo del proceso el juez había indicado que para condenar al acusado el jurado tendría que demostrar probados al menos tres puntos: que Barry George había estado en Gowan Avenue esa mañana, que había visitado Hafad y London Traffic Cars con al intención de buscar una coartada, y que la partícula de residuo de disparo procedía del arma que mató a Jill Dando. Se entendía que debían demostrarse las tres, pero en sus instrucciones finales eximió al jurado de la necesidad de considerar demostrada la procedencia de la partícula. Esta podía funcionar como apoyo de las otras dos, pero no era indispensable. Esto era un duro golpe para la defensa, porque Mansfield estaba convencido de haber planteado una duda suficiente sobre este punto, y en ese caso el jurado no podría condenar. Pero ahora el jurado podría condenar a Barry, incluso si consideraba dudosa la prueba de la partícula, en caso de considerar probados los otros dos puntos.

Tras unos días de deliberaciones, y tras excusar a un miembro por enfermedad, el jurado regresó con un veredicto. Por diez votos contra uno consideraban al acusado culpable del asesinato de Jill Dando. El veredicto sorprendió a los periodistas que habían seguido el juicio, no tanto porque consideraran a Barry George inocente, sino porque creían que las pruebas de la acusación eran muy débiles, y que habían sido impugnadas con éxito por Mansfield. Farthing, Nigel Dando y los amigos de Jill aparentaron quedar satisfechos con el veredicto, pero algunos de ellos no quedaron del todo convencidos. Para Alan Farthing (que había asistido a muchas sesiones del juicio), por ejemplo, no se había aclarado el motivo, y sin motivo no podía considerar el caso cerrado. Para Barry George, por contra, parecía cerrado por completo: fue condenado a cadena perpetua.


INTERMEDIO

El equipo de la defensa, con Mansfield a la cabeza, se puso de inmediato a preparar la apelación. Ellos y la familia de Barry estaban convencidos de que no se había hecho justicia, y trataron de que el condenado no se derrumbara en la prisión. Barry George cada vez estaba más nervioso, y aumentó su ya crónica tendencia a quejarse. Lo hacía de de la actitud de sus familiares, de sus abogados, de la cárcel, de todo.

En julio de 2002 se celebró la vista de la apelación, y además de en cuestiones como la partícula de residuo de disparo, las fotos de Barry con esposas y la tardanza de la policía en investigar al acusado, se basaba principalmente en la prueba testifical. Esta no se había presentado de forma adecuada al jurado, se alegó. Tan solo había una identificación positiva, la de Susan Mayes, y el resto era medias identificaciones o identificaciones incompletas, y deberían haberse computado como identificaciones negativas, afirmaba Mansfield, y por tanto nunca deberían haber sido utilizadas por la acusación. Pownall afirmó que había unidad en las descripciones, y que era inconcebible que hubiera dos hombres de apariencia y comportamiento tan similar en Gowan Avenue en momentos tan próximos a la hora del crimen. Como Mayes había identificado a Barry George, afirmó, y el resto de los testigos habían ofrecido descripciones similares a la de esta, no podía ser otra persona que Barry George al que habían visto esos testigos, aunque no lo hubieran identificado al 100 %.

El veredicto del tribunal fue contundente, desestimando todas las alegaciones de la defensa, y señalando que la condena era justa y se había basado en pruebas adecuadas. Lo más sorprendente es que los miembros del tribunal se atrevieron a plasmar por escrito consideraciones generales sobre el caso con lo que parece un conocimiento muy superficial del mismo. Resulta chocante comprobar que cometieron errores de hecho y de interpretación, lo que demuestra una muy pobre preparación. También consideraron la fibra hallada en el abrigo de Jill Dando como prueba de contacto con el acusado, aunque ni siquiera la acusación había sido tan categórica durante el juicio.

Mansfield ni se había presentado a la lectura del veredicto, y Barry decidió cambiar de abogado defensor. Los siguientes años fueron difíciles, con tan solo algunos familiares y un pequeño grupo de voluntarios luchando para tratar de revertir la condena. Tras varios intentos fallidos llegó el momento de la apelación definitiva, en lo que era probablemente la última oportunidad para Barry George, ya que un fracaso significaría, casi con total seguridad, que tendría que pasar el resto de su vida en la cárcel.

Ian Evett
Aunque la vista por la apelación no tuvo lugar hasta finales de 2007, la génesis de la misma se puede rastrear hasta varios años atrás. Poco después del veredicto, el doctor Ian Evett, un experto en la interpretación de la evidencia científica, había comentado con algunos colegas lo inquieto que se sentía al leer la interpretación que se daba en los medios de comunicación a la partícula de residuos de disparo, y había decidido hablar con Keeley, a quien ya conocía. La entrevista tuvo lugar a finales de 2001, y ante la sorpresa de Evett, Keeley afirmó que consideraba que la partícula como prueba era neutral, y que no era más probable que procediese de la pistola que mató a Jill Dando que de otra fuente. Esto no era lo que el jurado había escuchado en el juicio.

Durante los años siguientes este asunto fue analizado por varios expertos, hasta que finalmente, en mayo de 2007 una comisión de revisión envío el caso al tribunal de apelación. La sentencia de este tribunal, de fecha 15 de noviembre de 2007, dictaminó que la evidencia sobre la partícula de residuo de disparo no le había sido presentada al jurado de forma adecuada. Esa no era la única prueba sobre la que se había sustentado la acusación en el juicio, pero se le había concedido mucha importancia, y no era posible saber el peso que había tenido en la formación del veredicto. Era posible, por tanto, que si esta evidencia le hubiese sido correctamente presentada al jurado, el veredicto hubiera sido distinto. En consecuencia, el tribunal determinó que la condena contra Barry George quedaba anulada.

Aunque considero adecuado y acertado el veredicto, al leer la sentencia de la Corte de Apelación queda la impresión de que domina la confusión, y que los miembros de la Corte no acabaron de comprender del todo el asunto y sus implicaciones. Mezclaron continuamente consideraciones correctas con otras incorrectas, y con otras que dan lugar a interpretaciones erróneas. Realizaron un trabajo concienzudo, entrevistando a expertos y recogiendo variedad de opiniones, pero creo que no lograron atravesar el muro de retórica de los científicos.

Keeley, Renshaw y Pownall, interrogados por el tribunal, afirmaron que no habían pretendido decir lo que se les atribuía, que no se les había interpretado bien, y que ellos siempre intentaron señalar que la evidencia era neutral. El problema era que las transcripciones del juicio dejaban bien claro que eso no era cierto, y que se había presentado la evidencia de forma sesgada e incompleta, y la sentencia del tribunal señaló varios ejemplos, no dejando en demasiado buen lugar a los dos científicos. Encuentro particularmente difícil aceptar el comportamiento de Keeley, que tenía un prestigio enorme en el mundo de la ciencia forense y era considerado uno de los grandes expertos mundiales en el análisis de residuos de disparo (Renshaw se limitó a opinar lo mismo que su ilustre colega), y que se quejó de que no le habían hecho las preguntas correctas. Parece ser que no encontró el momento adecuado, durante varias horas de declaración, para exponer sus opiniones con claridad. Esto es una penosa muestra de lo que ocurre con los peritos científicos en los tribunales.

Los dos peritos de la acusación renunciaron a su condición de científicos y se convirtieron en simples bustos parlantes, correas de trasmisión de las tesis de la acusación. Fueron peritos a sueldo, que en vez de actuar como científicos y explicar la evidencia de forma honesta y clara, la presentaron de forma sesgada y deliberadamente oscura, silenciando una parte importante y decisiva de su opinión tan solo para favorecer a la acusación. Hay condicionantes económicos y profesionales que pueden explicar este tipo de comportamiento, y esto debería hacer que nos planteáramos si la elección de peritos por las partes es la forma adecuada de funcionar hoy en día.

A fin de cuentas, lo que declararon los expertos consultados por el tribunal de apelación (y también, aunque de forma tardía, Keeley y Renshaw) es que la prueba de la partícula de residuo de disparo era neutra, es decir, no favorecía ni la tesis de que procedía de la pistola asesina ni de que procedía de otra fuente. Era muy improbable que esa partícula procediera de una contaminación o de otra fuente inocente, y esto se le había dicho al jurado; pero, y esto era lo importante, era igual de improbable que procediera del arma que mató a Jill Dando, y eso no se le había dicho al jurado.

Esta aseveración es confusa por dos razones. En primer lugar, porque intenta establecer como base argumental la improbabilidad de un hecho que en efecto ha sucedido (La probabilidad o improbabilidad a priori del suceso estudiado está indicada cuando se va a realizar una aproximación bayesiana, que es difícil que el jurado típico comprenda), y segundo, porque ese igual de improbable es una afirmación coloquial, no una sentencia científica.

El problema es que no había datos, ni estudios ni pruebas, ni modelos matemáticos o estadísticos que indicasen cuan improbable era cada una de las alternativas. No había estudios en los que apoyarse para estimar de forma siquiera aproximada la probabilidad o improbabilidad de cualquier de las dos posibilidades, y por tanto no era legítimo ofrecer datos. Renshaw había declarado que la probabilidad de una contaminación era similar a la de ganar a la lotería. Sinsentidos de este tipo confunden a jueces, abogados y jurados

La poco clara argumentación ha continuado provocando confusión y error. En un reciente y sesudo artículo [N. Fenton, et al., When “neutral” evidence still has probative value (with implications from de Barry George case), Science and Justice (2013)] los autores señalan correctamente la problemática de las definiciones imprecisas y de las falsas hipótesis excluyentes, como ocurre en este caso, y hacen una aportación interesante al debate sobre la (discutida) utilidad del teorema de Bayes en el ámbito de la justicia. Lamentablemente, sus afirmaciones están lastradas por el error de considerar como base para los posibles cálculos (que en realidad no se pueden realizar, ya que faltan elementos esenciales) las estimaciones de Keeley y otros ante el tribunal de apelación. Como esas estimaciones no tienen base científica, los posibles desarrollos matemáticos que se pudieran intentar realizar a partir de ellas no servirían para nada. Vamos a ver lo afirmado por Keeley.

Ante el tribunal de apelación a Keeley se le solicitó que estimara la probabilidad (se iba a utilizar una técnica llamada Case Assessment and Interpretation) de encontrar una o varias partículas de disparo en el bolsillo del acusado en cada una de dos hipótesis siguientes:

1) Que el acusado fuera el hombre que había disparado contra Jill Dando.

2) Que el acusado no fuera el hombre que había disparado contra Jill Dando.

Keeley estimó que la probabilidad de no encontrar ninguna partícula era del 99 % en cada uno de los dos casos. La probabilidad de encontrar una o unas pocas partículas era del 1 % en cada uno de los dos casos, y la probabilidad de encontrar muchas partículas era de una entre diez mil para cada una de las proposiciones, queriendo significar esto último que era remota en extremo. 

El problema  del tribunal de apelación, y de los autores del artículo, es que no parecieron darse cuenta de que Keeley, para decirlo de forma que se entienda, se estaba inventando todos esos números. Nadie lo cuestionó ni se le presionó para que proporcionara la fuente de esos porcentajes, o como había llegado a ellos. No habría podido explicarlo, ya que no había, ni hay, estudios lo suficientemente amplios y fiables para realizar una estimación con algún fundamento. No se sabe en cuantos casos encontraríamos alguna partícula de residuo si registramos una casa, incluyendo todo lo que hay en su interior, de forma concienzuda. ¿Uno entre diez, entre diez mil? ¿Y si consideramos una casa donde no se limpia nunca o casi nunca? Tampoco existen estudios fiables sobre la persistencia de residuos de disparo meses o años después de un evento único.

No dudo que las conjeturas sin base científica de Keeley puedan tener más fundamento que las conjeturas sin base científica de otras personas, pero eso no cambia el hecho de la ausencia de base científica para las conjeturas, y que no sabemos si estas se corresponden con la realidad, están razonablemente cerca, o se alejan por varios órdenes de magnitud. Así que, desde el punto de vista científico, no era posible afirmar cuan improbables eran ambas alternativas, ni si una era más probable, o improbable, que la otra. Por supuesto, si alguno de los peritos hubiera declarado eso, alguien podría haber planteado que estaban haciendo ellos, y la prueba, en el proceso; y habría sido una pregunta más que sensata.

Por suerte, para el nuevo juicio se eliminó la partícula como prueba, ya que incluso la presentación supuestamente correcta que favorecían los científicos y el tribunal de apelación podía haber llevado también a error al nuevo jurado. No es sencillo comprender las sutilezas de la probabilidad, e incluso personas preparadas, que leen con cuidado las opiniones durante semanas, como hicieron los miembros de tribunal de apelación, pueden estar confusas y cometer errores. No digamos miembros de un jurado que escuchan a alguien hablar sobre este complejo asunto. Si se le dice a un jurado que la probabilidad de que la partícula proceda de la pistola que mató a Jill o de otra fuente es la misma, y que ambas son muy improbables, podría interpretar que si el suceso ha tenido lugar y ambas opciones son igual de probables o improbables, hay un 50 % de probabilidades de que la partícula proceda del arma del crimen. Esto puede pasar porque no se ha estimado la probabilidad de las dos hipótesis de partida de Keeley, y se podría interpretar que cada una tiene las misma probabilidad a priori que la otra.

Lo cierto es que la partícula de residuo de disparo nunca debió ser admitida en el juicio. No había forma de deducir de forma científica su procedencia, y por tanto, no era adecuado presentarla como evidencia científica. Es un ejemplo perfecto de sobrestimación de la capacidad de una técnica. Los primeros años del siglo XXI han visto el ocaso de la prueba (en realidad hay varias técnicas o pruebas diferentes) de residuos de disparo, que nunca ha alcanzado lo que prometía, ni ha sido capaz de encontrar una correspondencia unívoca entre arma y residuos, y debido a ello el FBI dejó de realizar los test hace tiempo. A la espera de algún avance científico importante en este campo, los tribunales deberían ser muy estrictos y cuidadosos a la hora de admitir esta prueba. (Tengo previsto destinar una entrada en exclusiva a las pruebas de residuos de disparo, y todavía se tratará un poco más sobre este asunto en la siguiente entrada)

EL SEGUNDO JUICIO

No hay demasiado que contar sobre el segundo juicio. Los testimonios, sobre todo el de Susan Mayes, y el asunto de las visitas a Hafad y London Traffic Cars fueron los principales argumentos de la acusación. El juez, a la luz de la nueva evidencia, y pese a la resistencia de la acusación, decidió eliminar como prueba la partícula de residuo de disparo, y por tanto la Corona se quedó sin pruebas físicas que ligaran al acusado con el crimen. Intentaron sustituirlo con la fibra hallada en el abrigo de la víctima, a la que ahora concedían gran importancia. Los abogados de la defensa, como en el primer juicio, decidieron que era mejor que Barry no declarara. El juez dictaminó que eso no debía pesar de forma negativa en el jurado.

La principal diferencia respecto al primer juicio, si exceptuamos el residuo de disparo, es que la acusación pudo utilizar el historial de acoso y seguimiento a mujeres del acusado, y se emplearon a fondo en ese tema. Presentaron a muchas mujeres que habían sido seguidas por Barry, y que se habían sentido amenazadas. Lo cierto es que presentaron un caso convincente de que Barry era un tipo poco recomendable, un pervertido que seguía y acosaba las mujeres, pero eso no los acercaba ni un milímetro a una condena por asesinato. Es más, en mi opinión, ese despliegue de la acusación tuvo el efecto contrario al deseado, ya que para arrojar una luz negativa sobre Barry bastaba con mostrar su historial y presentar un par de testimonios. Insistir tanto con un tema que no estaba directamente relacionado con la acusación mostraba la debilidad de esta.

William Clegg, abogado defensor
La defensa consiguió debilitar la ya de por sí floja prueba de la fibra. Se puso de manifiesto que mientras los sanitarios intentaban reanimar a la víctima, habían cortado su abrigo y lo habían dejado de lado, en el suelo, donde había permanecido varias horas hasta ser recogido. La fibra podía proceder de cualquiera de los policías o enfermeros que estuvieron allí, o bien de Farthing, de sus amigos, de otras prendas de Jill, o de cualquier otro lugar. No había manera de ligar esa fibra con Barry George. El abogado de la defensa, Clegg, realizó un alegato final muy corto, que inquietó mucho a los seguidores de Barry, que esperaban un largo y poderoso discurso. Clegg afirmó que no era posible que con su cociente de 75 Barry George pudiera haber llevado a cabo un crimen perfecto que habría implicado tanta planificación. Después, se limitó a argumentar que la única prueba forense, la fibra, no podía ser ligada al acusado de ninguna manera. Fue una estrategia de defensa arriesgada pero muy calculada. Lo que Clegg quería dejar claro era que las supuestas pruebas de la acusación no merecían más tiempo. La prueba testifical (Mayes y las empleadas de Hafad) era confusa, y no era posible establecer una conclusión firme sobre ella. Lo único que le quedaba a la acusación, aparte de la demostración de que Barry era un acosador de mujeres, era la fibra, solo eso. Y esa prueba había sido destruida por la defensa. No había más, no había caso, no había necesidad de un largo discurso.

Parece ser que la discusión del jurado giró sobre el testimonio de Susan Mayes. Solicitaron las transcripciones de sus declaraciones (incluida la del primer juicio, que el juez les negó) y visionaron el vídeo de su rueda de reconocimiento. Finalmente, tras dos días de deliberaciones, el viernes 1 de agosto de 2008 el jurado regresó con su veredicto: No culpable. Barry, silencioso, no reaccionó hasta que el juez le comunicó que era libre, que podía marcharse. Había pasado más de 8 años en la cárcel.

Barry George, instantes después de su liberación


Michelle Diskin
La acusación y la policía expresaron su disgusto. Ellos continuaban opinando que el veredicto del primer juicio era el correcto, y que Barry George era un peligro. Durante los siguientes meses este se quejó de que era acosado por la policía, que lo seguía y lo paraba y registraba con cualquier disculpa, a cada instante. También se convirtió en objetivo prioritario de los periódicos sensacionalistas. Finalmente, acabó marchándose a vivir a Irlanda, con su hermana Michelle, que había sido su gran apoyo durante todo el proceso. Temía que de quedarse en Londres la policía acabaría tendiéndole alguna trampa y encerrándolo, y no era el único que albergaba esas sospechas. Pleiteó para solicitar una indemnización por los años de cárcel, pero finalmente le fue denegada.

Un jurado había condenado a Barry George, y otro lo había absuelto. Pero la duda quedaba en pie: ¿había asesinado Barry George a Jill Dando?


La acusación y la policía, con Hamish Campbell a la cabeza, continuaban opinando que Barry George era culpable. Aceptaban el veredicto, por supuesto, pero ellos consideraban que el correcto había sido el del primer juicio. Había otros que consideraban que Barry era inocente, y que la policía le había cargado el crimen al chiflado del barrio. Había un tercer grupo cuya opinión era menos firme. Consideraban que, efectivamente, las pruebas eran débiles y confusas, e insuficientes para una condena, pero que, pese a todo, era bastante probable que Barry George fuera el asesino. Sí, la partícula de residuo de disparo no era suficiente, pero… Sí, las identificaciones eran confusas y no demasiado fiables, pero ahí estaban… Y además el asunto de Hafad… Era posible que la evidencia no fuese suficiente para superar los rígidos requisitos legales, pero considerada en su totalidad parecía indicar que era más probable que Barry George fuera el asesino que lo contrario.

Considero que esta última hipótesis es errónea, y trataré de explicar la razón en la siguiente entrada.


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Próximamente: 

-El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?
-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES

Ver al final de la primera parte.


lunes, 15 de agosto de 2016

El asesinato de Jill Dando (II): De repente, un extraño.


Anterior: El asesinato de Jill Dando (I): Muerte en Fulham.

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Todas las pistas prometedoras acababan en nada, y el desánimo comenzó apoderarse del equipo de Oxborough. En una de las frecuentes revisiones del caso alguien propuso volver al principio. En los casi diez meses transcurridos desde el asesinato habían recibido miles de llamadas e informaciones, pero los detectives conjeturaron que las primeras, las más próximas temporalmente al momento del crimen, podían contener información de más calidad que las más tardías, tal vez contaminadas estas por las informaciones aparecidas en prensa y los rumores. Era posible que inicialmente se le hubiese prestado poca atención a alguna de esas primeras llamadas para seguir pistas que en ese momento parecían más prometedoras.

SOSPECHOSO

Hafad
Al revisar las llamadas los agentes encontraron varias que provenían del mismo lugar y que todavía estaban pendientes de investigar. La primera comunicación se había recibido el miércoles 28 de abril, y la interlocutora era Lesley Symes, directora de Hafad (Hammersmith And Fulham Action for Disability), una organización que ayudaba y asesoraba a personas con discapacidad. La señora Symes había contado que un hombre con problemas mentales había estado en sus instalaciones el día del asesinato de Jill Dando, sobre las 11 horas, y que se había comportado de forma extraña. Pese a que tan solo recibían con cita previa, el hombre había insistido en hablar de sus problemas de salud, y de un convenio que había para que las personas con discapacidad difrutaran de viajes gratuitos en los taxis locales. Finalmente, lograron deshacerse de él concediéndole una cita para el día siguiente.

No acudió a la cita el martes, pero había regresado la mañana del miércoles, y por eso llamaba la directora Symes. El hombre se había presentado muy agitado, dirigiéndose a varios empleados, pretendiendo que le dijeran a que hora había estado allí el lunes y la ropa que llevaba puesta. Les dijo que ya había tenido problemas con la policía, y que temía que la policía lo considerara sospechoso del asesinato de Jill Dando. Quería la información para pasársela a su abogado. Formó un escándalo considerable mientras los empleados trataban de quitárselo de encima, hasta que se marchó. La directora Symes no le dijo a la policía el nombre del sujeto, por cuestiones de confidencialidad.

El incidente fue introducido en el sistema informático (HOLMES), pero no se le asigno ninguna acción. Los empleados de Hafad esperaban que algún policía los visitara para ampliar la información, pero como nadie se presentó, realizaron un nuevo intento. El 12 de mayo quien llamó fue Elaine Hutton, encargada de las finanzas. Ella sí le dijo a la policía el nombre del sujeto, Barry Bulsara, y les comunicó su dirección. Ofreció una hora diferente para el momento en que el hombre había estado allí el día 26, las 11:50. También comentó que algunos de los empleados opinaban que Barry Bulsara se parecía al retrato robot del hombre sudoroso visto en la parada del autobús. Esta vez se introdujo en el sistema una acción para entrevistar a Bulsara, algo rutinario, pero se le asignó una prioridad baja.

El 19 de mayo telefoneó otra empleada, Susan Bicknell, que era quien había pasado más tiempo con Bulsara. Ella no creía que se pareciese al retrato robot, pero le había dado la impresión de que el hombre parecía muy nervioso, y que tal vez podría haber sido testigo del crimen. También señaló que la visita había tenido lugar poco antes del mediodía.

Finalmente, el 14 de junio volvió a llamar Elaine Hutton, que afirmó estar sorprendida porque después de varias semanas ningún policía había visitado Hafad para interesarse por el tema. Añadió algunos detalles que no habían sido comunicados en anteriores llamadas, como que el día del asesinato Bulsara llevaba puesta una chaqueta informal y una camisa amarilla, y que portaba una bolsa con documentos. Estos datos, en vez de interesar a la policía, como se pretendía, lograron el efecto contrario, ya que la ropa y la bolsa de documentos no coincidían con ninguna de las descripciones que la policía había recibido de otros testigos, así que a Bulsara se le continuó asignando una prioridad muy baja. Los empleados de Hafad desistieron y ya no volvieron a llamar.

El 24 de febrero de 2000, casi diez meses después del crimen, la misión de investigar a Barry Bulsara se le asigno finalmente a un agente. El encargado, que tenía pendientes otras 25 tareas similares, era el detective John Gallagher. Este visitó Hafad a principios de marzo, y allí escuchó la historia de la visita de Bulsara de las cuatro personas que habían tenido más contacto con él. Lo más notable es que algunas empleadas opinaban que la visita había tenido lugar más tarde de lo que las primeras llamadas habían sugerido. La recepcionista, Rosario Torres, creía que el hombre había llegado sobre las 12:30. La directora Symes opinaba que la visita se había producido después del mediodía, mientras que Elaine Hutton decía que había sido al mediodía. Susan Bicknell, por su parte, seguía afirmando que la visita había tenido lugar a las 11:50.

Las diferencias en cuanto a las horas entre las empleadas hacían imposible extraer conclusiones en esta fase de la investigación, así que había que hablar con el sospechoso. Tras comprobar en los archivos que el verdadero apellido de Barry era George, y revisar sus otros alias y su historial delictivo, Gallagher se dirigió a Crookham Road para entrevistarlo. Pero no iba resultar tan fácil. No había nadie en el domicilio, y un vecino le contó que Barry acababa de salir, y de paso, que era primo de Freddie Mercury. Gallagher visitó el lugar unas cuantas veces las siguientes semanas, pero nunca conseguía encontrar a Barry. En una de las ocasiones le dejó una nota explicándole que la policía quería hablar con él, y solicitándole que se pusiera en contacto, pero sin resultado. Gallagher no informó a Hamish Campbell sobre Barry hasta el 5 de abril, un mes después de su visita a Hafad.  


Barry George
Finalmente se optó por una estrategia indirecta. Averiguaron el lugar y la fecha en que el sospechoso iba a recoger su cheque de discapacitado, y Gallagher y un colega lo esperaron allí. El 11 de abril Barry George apareció por la oficina y se encontró con los policías. Nada más identificarse estos, Barry, que cojeaba de forma ostensible, les comenzó a hablar de un atropello que había sufrido mientras montaba en bicicleta. A la pregunta de por qué no había respondido a la nota que le habían dejado, explicó que pensaba que se refería al accidente y que se la había entregado a su abogado.

Le propusieron a Barry ir a su domicilio para entrevistarle allí, pero él no quiso, alegando que estaba muy desordenado. Lo trasladaron a la comisaría de Fulham, pero debido a que Barry George era un discapacitado debido a su epilepsia, no podía ser interrogado salvo en presencia de un adulto autorizado. Gestionarlo a través de Servicios Sociales iba a demorar mucho el trámite, así que decidieron llevarlo a casa de su madre, que vivía cerca, y que ella actuara como representante. Gallagher transcribió la entrevista, que fue firmada por Barry.

A preguntas de los agentes respondió que aunque no lo recordaba bien era posible que el 26 de abril no hubiera salido de su casa hasta las 12:30 o 12:45, y que se había dirigido caminando hasta Hafad para consultar unos problemas de salud que tenía. Había empleado unos 10 o 15 minutos en llegar, y no estuvo mucho tiempo allí. Al salir se había dirigido a las oficinas de London Traffic Cars, una compañía de taxis en la cercana Fulham Road, dónde consiguió que le llevaran gratis hasta Rickett Street. Allí estaba el Colon Cancer Concern, una organización de caridad, donde pretendía obtener información sobre sus problemas de intestino. Después regresó caminando hasta su casa, y no se enteró del asesinato de Jill Dando hasta esa tarde, por medio de un vecino.

Preguntado sobre la ropa que llevaba ese día, tampoco lo recordaba, pero dijo que podía haber llevado un traje oscuro y un abrigo, con una camisa blanca y una corbata roja; o bien una camiseta, unos pantalones vaqueros y unas zapatillas de deporte. Era posible, continuó, que llevara barba de un par de días. No, nunca se había encontrado con Jill Dando, ni supo donde vivía hasta después de su asesinato. En cuanto al tema de las armas, había sido miembro de los Territorials, y había recibido entrenamiento para disparar rifles.

Finalmente le convencieron para ir con él hasta su apartamento, ya que querían ver el abrigo o sobretodo que podía haber llevado. Los policías no se podían creer el estado del lugar. No pudieron atravesar el pasillo debido a la cantidad de cajas y bolsas que se amontonaban, y tuvo que ser Barry, quien prácticamente trepando sobre ellas, alcanzó el abrigo y lo sostuvo para que la pudieran ver. Después se marcharon, y comenzaron a verificar la información que habían recibido.

London Traffic Cars
La declaración del sospechoso había aclarado una información que los investigadores ya tenían en sus archivos. El mismo día del asesinato, por la tarde, Ramesh Paul, encargado de London Traffic Cars, una compañía de minicabs (vehículos que pueden funcionar como taxis, pero tan solo mediante viajes establecidos, no pueden ser parados en la calle), había llamado a la policía para informar sobre un extraño sujeto. El hombre había llegado a su oficina sobre la una de la tarde, pretendiendo que un taxi lo llevara de forma gratuita hasta Rickett Street, al Cancer Colon Concern. Paul se había reído de él y le había contestado una grosería. Después le había dicho que la tarifa era 4 libras, y que 4 libras eran como 400 para sus conductores. Pero en vez de marcharse, el extraño había permanecido en la oficina unos minutos, paseando, inquieto, mirando de vez en cuando por las ventanas. Por casualidad habían pedido un taxi desde un lugar cercano a Rickett Street, y Paul aprovechó para quitarse de encima al molesto visitante, que acabó consiguiendo su viaje gratis.

Dos días después, el miércoles, Ramesh Paul volvió a llamar a la policía para informarles de que el mismo hombre había regresado y acababa de marcharse. Le había hecho bastantes preguntas, tales como si le recordaba del lunes, o la hora a la que había estado. Cuando Paul respondió que no recordaba el color de la camisa que llevaba, tuvo lugar una surrealista conversación:

Sospechoso: Mira al cielo. ¿De qué color es?
Paul: Azul.
Sospechoso: No, ese no es el color. ¿De qué color es el sol?
Paul: Amarillo.
Sospechoso: Sí.

Paul pensó que estaba ante un completo chiflado, tal vez relacionado con el crimen. A petición del sujeto consultó la hora en que había salido el taxi que le había trasladado y la anotó en el reverso de una tarjeta de la empresa: 1:15 p.m. El hombre, aparentemente satisfecho, se marchó. La policía se tomó en serio estas llamadas y entrevistó a Paul y al taxista. Pero no tenían ni idea de la identidad del hombre, y Paul había declarado el primer día que el hombre tenía el pelo rubio y hablaba con acento del este de Europa, y en la segunda llamada habia señalado que tenía el pelo marrón. La descripción no encajaba con ninguno de los sospechosos vistos por los testigos, y no se relacionó con el hombre que había visitado Hafad hasta que el mismo Barry George se lo contó a Gallagher. 

Preguntado por las razones de las visitas el miércoles a los dos lugares, Barry contestó que lo hacía para poder entregarle la información a su abogado si algún día le consideraban sospechoso del asesinato de Jill Dando.A partir de la entrevista Barry George se convirtió en el principal sospechoso del caso. Tenía edad, altura y complexión compatible con el sospechoso, el color del pelo también era el adecuado, y alguna de la ropa que dijo que podía haber llevado, también coincidía. Vivía cerca de Jill Dando, menos de diez minutos caminando, y tenía antecedentes por agresiones contra mujeres. Había recibido algún entrenamiento con armas, y había actuado de forma sospechosa el día del crimen y poco después No había nada concreto contra él, pero la hora del viaje en taxi y las horas señaladas por George en su declaración aclaraban el lío horario de las empleadas de Hafad, y dejaban al sospechoso sin coartada.

En las llamadas de Hafad se había señalado inicialmente las 11:00 de la mañana para la visita del sospechoso, y posteriormente las 11:50. Ninguna de las dos horas encajaba bien con la posible culpabilidad de Barry, ya que la ropa que las empleadas recordaban era diferente a lo declarado por los testigos. Llevaba una camisa amarilla, y sobre esta una chaqueta o cazadora, oscura y corta, por la cintura, y unos pantalones vaqueros o de chándal.

Las 11:50 hacían casi imposible que Barry pudiese haber participado en el asesinato. Saliendo hacia la izquierda desde el 29 de Gowan Avenue, para llegar a su domicilio, el 2b de Crookham Road, tendría que haber recorrido a pie casi un kilómetro, cambiarse de ropa, salir de casa e ir caminando hasta Hafad, en Greswell Street, más de 1.200 metros. Demasiado para 20 minutos, sobre todo porque nadie en Hafad notó en Barry signos de haber estado corriendo. Como no tenía carnet, ni coche, ni nadie le había visto nunca conduciendo, debía haber ido a pie. Por otra parte, no se había encontrado ninguna chaqueta por los alrededores, lo que descartaba que hubiese podido quitarse la chaqueta negra, deshacerse de ella, e ir directamente a Hafad desde Gowan Avenue. Las 11:50 le proporcionaban una coartada al sospechoso, pero si había llegado después de las 12:00, como habían declarado varias empleadas a Gallagher, la situación cambiaba. En 35 minutos, por ejemplo, si habría tenido tiempo para ir a su casa, cambiarse de ropa e ir caminando hasta Hafad. 

Mapa de la zona:

 

No había pruebas, nada concreto, pero los detectives lo consideraron suficiente para justificar un registro en el apartamento del sospechoso.


VIDA DE BARRY

Barry a los 10 años
Barry Michael George había nacido en Londres en 1960. Su padre, Alfred George, un hombre con pasado militar y que fue conductor de autobús y guardia de prisiones entre otros, se casó en 1954 con Margaret Burke, una chica irlandesa. Después de dos niñas, Michelle y Susan, llegó Barry. En 1967 el matrimonio se separó y Alfred se marchó a Australia y se desentendió de sus hijos. En ese momento ya era evidente que Barry tenía bastantes problemas. 


Había venido al mundo con el paladar hendido, y aunque se corrigió con cirugía,  tuvo problemas de dicción durante su infancia y  adolescencia, que seguramente afectaron a su desarrollo emocional. Incluso de adulto, algunas personas notaban el problema o encontraban extraña su forma de hablar, aunque otros muchos no hallaban nada raro en su pronunciación. Aunque su epilepsia no fue diagnosticada hasta su adolescencia, estaba claro que algo no funcionaba bien. Asistió a varios colegios especiales para niños con problemas de conducta, incluso en un internado para lo que se llamaba chicos inadaptados, hasta que a los 15 años dejó de estudiar y volvió a Fulham con su madre.

Fotografías de Barry durante su juventud
Nada más cumplir los 16 años obtuvo su primer empleo. Lo consiguió él, sin ayuda de nadie, y fue uno de los pocos motivos de orgullo en su vida. Entre mayo y septiembre de 1976 trabajó como mensajero para la BBC, en lo que era probablemente un contrato de verano. Recogía y entregaba cartas y paquetes. Hay que señalar que no utilizaba su verdadero nombre, y a todos les dijo que se llamaba Paul Francis Gadd. Este era el verdadero nombre del músico Gary Glitter, que a mediados de los setenta gozaba de un éxito considerable. Cuando terminó su contrato se quedó sin trabajo, y no lo volvieron a llamar. De hecho, nadie lo volvió a llamar, y probablemente este fue el único empleo real que tuvo en su vida. Poco después su epilepsia le proporcionó una paga como discapacitado, y pronto se adaptó a ella. No fumaba ni bebía, y apenas tenía gastos, así que era suficiente.

Otra foto de joven
En 1977 lo consideraron sospechoso de espiar a mujeres desde los jardines de sus casas, pero no se presentaron cargos. Hasta 1980, cuando contaba veinte años, no tuvo el primer encontronazo con la ley. Había presentado una solicitud para entrar en la policía y le enviaron una carta rechazando su pretensión. Recortó la cabecera y la utilizó para fabricar una tarjeta de identificación como policía, y se presentó con la tarjeta en casa de una mujer y pidió hablar con ella. Ante la más que evidente falsificación llamaron a la policía, que detuvo a Barry. Este dijo llamarse Paul Gadd, y pretendía ser primo de Jeff Lynne, el líder de Electric Light Orchestra. Se declaró culpable de suplantar a un policía y recibió una multa de 5 libras, un castigo bastante poco severo. La historia apareció en un diario local en mayo de 1980. Poco después fue acusado de varios asaltos indecentes contra mujeres. Las seguía y trataba de besarlas, las tocaba y trataba de introducir su mano bajo sus camisas o faldas. Fue declarado culpable en uno de los casos y condenado a tres meses de cárcel, con suspensión de sentencia, y absuelto o exonerado en el resto de casos.

En agosto de ese año Barry entró en las oficinas del West London Observer con un trofeo que dijo haber ganado en el campeonato británico de karate, por haber roto 47 baldosas con una patada. Afirmó llamarse Paul Gadd, y dijo que era primo de Jeff Lynne. El diario publicó un reportaje con fotografías, añadiendo el detalle de que cuando Gadd no estaba entrenando era el cantante de una banda llamada Xanadu. El diario comenzó a recibir quejas e informes de que todo era una mentira, y tras una investigación publicó un nuevo artículo anunciado la falsedad.

Como Steve Majors, a punto de saltar
Poco después Barry comenzó a utilizar otro alias. Pretendía ser Steve Majors, que era un compuesto del nombre de un actor (Lee Majors) y el personaje que este interpretaba en la serie The Six Million Dollar Man (Steve Austin). Utilizando esta identidad pretendía ser un campeón de patinaje, y aunque esto era falso, lo cierto es que Barry era bastante bueno con los patines. De alguna manera consiguió convencer a alguien para organizar una gala en la que Steve Majors iba a saltar con sus patines sobre varios autobuses dobles, y lo hizo delante de algunas miles de personas y una televisión local, con lluvia y fuerte viento. Aunque golpeó el último obstáculo y no aterrizó bien (y parece ser que se lesionó de consideración), lo cierto es que se levanto y se consideró que había completado el desafío y fue aplaudido por el público. Fue otro de los grandes momentos en la vida de Barry.

En diciembre de 1981, con 21 años, se apuntó en el Ejército de Reserva, en el Regimiento Paracaidista, bajo el nombre de S.F Majors. Estuvo 11 meses, y participó en 29 entrenamientos. En agosto de 1982, también pretendiendo ser Steve Majors, se apuntó en un club de tiro, como miembro en pruebas, y recibió al menos 8 clases. A mediados de septiembre le negaron convertirse en miembro oficial del club, y en noviembre tuvo que dejar el Ejército de Reserva, al fallar en algunas pruebas que medían su capacidad y competencia.

Por esta época Barry parecía fuera de control. La policía le paró e hizo preguntas varias veces al encontrarlo merodeando por zonas residenciales. Un día siguió a una estudiante de veinte años, entabló conversación mientras caminaba junto a ella, y de repente la agarró, le tapó la boca cuando ella gritó, y le quitó algunas ropas con la intención de violarla. Por alguna razón, Barry se asustó en el último momento, y tras pedir perdón se marchó corriendo. La mujer denunció el ataque.

En enero de 1983 fue sorprendido por la policía agazapado entre los arbustos fuera de Kensington Palace, donde residían Carlos y Diana. Llevaba ropa militar, incluyendo un pasamontañas, una cuerda de 15 metros y un cuchillo. Lo llevaron a comisaría, pero quedó libre poco después, sin cargos. Parece ser que no lo consideraron una amenaza contra la seguridad del Príncipe y su esposa. Sin embargo es posible que esa visita a comisaría estuviese relacionada con la detención que sufrió poco después. A finales de mes Barry George fue detenido acusado del intento de violación de la estudiante. Se declaró culpable y fue condenado a treinta meses de cárcel, más los otros tres meses de condena suspendida que tenía pendientes de un asalto anterior.

Al salir de la cárcel, en 1985, estuvo una temporada residiendo en un hostal bajo el nombre de Thomas Palmer. Este era un miembro del equipo SAS que había participado en el asalto a la embajada iraní en 1980, y que había fallecido en un accidente de tráfico en 1983. Barry se hacía llamar Thomas o Tom, y pretendía ser miembro de las fuerzas especiales. Por esta época su interés en las armas alcanzó su punto más alto, e incluso adquirió dos pistolas, una Heckler & Koch de imitación y una Bruni que disparaba balas de fogueo. Un día Barry se puso ropa militar y un pasamontañas, y entró disparando con la Bruni de fogueo en el apartamento donde vivía un joven conocido, David Dobbins. Este y su familia se llevaron un buen susto, pero a Barry le pareció muy divertido. Poco después se trasladó al apartamento de Crockahm Road, donde residiría durante los siguientes 15 años.

En 1986 su hermana Susan, que también sufría de epilepsia, murió durante una crisis de esta enfermedad. La epilepsia que sufría Barry era de tipo menos agresivo, y no se manifestaba mediante violentos ataques, sino más bien por pequeñas ausencias en las que parecía desconectar del mundo. Solían durar pocos segundos, pero podía tener varios episodios al día.

No hay registros de que volviese a tener un empleo formal nunca, aunque es posible que realizase algunos trabajos esporádicos y se sabe que realizó algunas tareas como voluntario. Vivía de sus cheques como minusválido. No bebía, no fumaba y podía viajar gratis en el transporte público. Es probable que su madre, que vivía cerca, le lavara la ropa y le hiciese comida algunas veces, así que tenía muy pocos gastos. Sin nada que hacer, se pasaba el día paseando por el barrio, entrando en los comercios a charlar con los propietarios, entablando conversaciones con extraños, sobre todo mujeres, en la calle. En general se le consideraba un tipo raro, bastante raro, pero inofensivo. Algunas mujeres, sin embargo, lo encontraban inquietante. Se daba importancia, pero a la vez resultaba infantil. Un simple, pensaban muchos.

Podía ir vestido con ropa militar, o con prendas llamativas, como un músico. Un día, de repente, se colocaba en un cruce y comenzaba a dirigir el tráfico, marchándose al rato a hacer cualquier otra cosa. Pasaba mucho tiempo en las bibliotecas, leyendo sobre temas que le preocupaban, y años más tarde comenzó a interesarse en internet. Sus diarios acercamientos a las mujeres no le daban demasiado resultado práctico, pero lo cierto es que Barry acabó casándose, en un episodio que no está demasiado claro.

El 2 de mayo de 1989, Barry George, de 29 años, se casó con Itsuko Toide, de 34. Ella era una estudiante japonesa de inglés, y se habían conocido en un centro comunitario japonés (Barry estaba bastante interesado en la cultura japonesa), donde el novio había realizado tareas como voluntario una temporada. El matrimonio apenas duró unos meses, y la esposa pronto abandonó el piso de Crockham Road. Parece que hubo violencia doméstica, y aunque ella le contó a la policía que había sido agredida, no quiso presentar denuncia. Algunos sospechan de un matrimonio de conveniencia, aunque eso tampoco quedó acreditado.

Continuó entablando conversación con las mujeres en la calle, pero hacía algo más siniestro, bordeando la legalidad. Barry se paseaba por Londres, y cuando veía a alguna mujer que le gustaba, la seguía y la hacía algunas fotografías. Después se olvidaba de ella y pasaba a la siguiente. Lo curioso es que nunca reveló esas fotografías (2.597 fotos de 419 mujeres distintas), simplemente las hacía. En 1991 falleció Freddie Mercury (cuyo verdadero apellido era Bulsara), y Barry encontró una nueva identidad. Desde ese momento fue Barry Bulsara, un supuesto primo de Freddie. De vez en cuando todavía utilizaba alguna de las otras identidades, pero Bulsara fue la dominante durante los siguientes años.

A tenderos, vecinos o desconocidos les contaba sus preocupaciones, y estas no dejaron de aumentar con los años. Visitaba los organismos oficiales varias veces al mes para quejarse por cualquier cosa: vecinos, ruidos, arreglos pendientes… A veces se ponía furioso y tenían que echarlo. Pero era su salud la principal preocupación, y en su creciente hipocondría estaba convencido de sufrir varios males, que los médicos no eran capaces de diagnosticar o que no trataban correctamente. Leía en la biblioteca sobre diversas enfermedades que creía sufrir y después discutía con los médicos sobre ellas. Muchos médicos de Fulham no lo querían recibir, y era bien conocido en varios hospitales.

Así pasaba la vida de Barry, paseando, saludando a todo el mundo, intentando relacionarse con mujeres, siguiendo y fotografiando a algunas, quejándose de todo y todos, contándole a la gente sus problemas y preocupaciones, en la biblioteca, en internet… Se tomó muy en serio su identidad de primo de Freddie Mercury. Tenía una tarjeta con el nombre de Barry Bulsara, llevaba encima una foto falsificada donde se le veía junto al cantante, y visitaba todos los aniversarios el domicilio de Mercury, donde entablaba conversación con otros fans, sobre todo mujeres, provocando quejas de algunas. En una ocasión estuvo ahorrando varios meses y el día del aniversario de la muerte de Mercury alquiló una limusina y se bajó de ella ante los fans, disfrazado como su ídolo. Llegó incluso a consultar con un cirujano plástico sobre una posible operación para parecerse a Freddie Mercury.


EL CASO CONTRA BARRY GEORGE

A las 8 de la mañana del 17 de abril un equipo especial llegó al 2b de Crockham Road para realizar un registro. Como no había nadie forzaron la puerta y entraron, encontrándose un caos difícil de describir. Parece ser que Barry no limpiaba nunca, y simplemente llevaba cosas a la casa y las dejaba caer. Había por todas partes montones de cajas, bolsas, basura, periódicos, todo tipo de objetos, tablones… Debido al estado del lugar, el registro duró dos días completos, y entre todo el material que el equipo se llevó estaba el sobretodo Cecil Gee que Barry le había mostrado a Gallagher
Estado del apartamento de Barry George

Además de las fotos no reveladas de mujeres, se encontraron revistas de armas y de temática militar, y entre los muchos periódicos había varios con noticias sobre la muerte de Jill Dando. Se hallaron mensajes de condolencia por la muerte de Dando, que Barry había recolectado por las tiendas de la zona. También un par de manuscritos suyos con el mismo texto, en el que contaba como había estado presente en una entrevista de Dando a su primo Mercury. Probablemente era un borrador para un discurso que Barry soñaba con dar en algún lugar.

El registro tuvo lugar cuando se acercaba el primer aniversario del asesinato y se reavivó el interés de los medios. Hamish Campbell fue entrevistado por periódicos y televisiones, y anunció novedades. Se habían ido dejando de lado otras hipótesis, y ahora estaban convencidos de que el asesino era un solitario, emocionalmente aislado, alguien con mucho interés en las armas, obsesionado con Dando o con otras mujeres. El psicólogo criminal Adrian West había propuesto en un informe, pocas semanas después del crimen, la teoría del solitario, pero el equipo de Oxborough lo había dejado de lado con escepticismo. El cambio de perspectiva se debía, dijo Campbell, a que se habían agotado las otras líneas de investigación. Sin embargo, no dijo nada acerca de que ahora tenían un sospechoso que encajaba, o eso parecía, con ese perfil.

Los investigadores comenzaron a encontrar más y más cosas sospechosas. En unas fotografías halladas en el apartamento aparecía un hombre con ropa militar, una máscara antigás y una pistola, y la policía estaba convencida de que se trataba de Barry.

Pasaron 15 días hasta que el abrigo Cecil Gee fue analizado. El científico Robin Keeley encontró dentro del bolsillo izquierdo de la chaqueta una única partícula de residuos de disparo. Estas partículas salen del arma junto con los gases tras un disparo, y pueden depositarse en cualquier lugar cercano al arma, generalmente la mano de quien dispara. Suelen desaparecer con rapidez, en unas horas, debido a los roces y las manipulaciones habituales. Sin embargo, no se degradan, y si caen en algún sitio protegido, en teoría pueden permanecer en ese lugar de forma indefinida.

La composición de la minúscula partícula era igual a la de algunas partículas halladas en el pelo y la ropa de Jill Dando. Hay muchas municiones que contienen esa composición, así que no era posible relacionar esa partícula con el disparo que mató a Jill, pero había dos cuestiones que Keeley y los detectives encontraban significativo:

1) La partícula podría haber sido de distinto tipo a las encontradas en la víctima, lo que la habría eliminado como prueba. Pero era del mismo tipo.

2) Se había hallado en la ropa de una persona que era sospechosa por otras razones.


Hamish Campbell y algunos de sus hombres cada vez estaban más convencidos de estar en el camino correcto. Decidieron seguir al sospechoso en todo momento, e instalaron una cámara frente a su apartamento. Pudieron observar el extraño comportamiento de Barry, que igual podía caminar en una dirección para inmediatamente deshacer sus pasos, o podía salir y entrar de su apartamento por la ventana, en vez de por la puerta. Hablaba con turistas, o seguía un breve tiempo a alguna mujer. En tres semanas entabló conversación con 37 mujeres. Más tarde la policía se enteró de que en algún momento Barry se había dado cuenta de que estaba siendo vigilado. Una mujer policía de incógnito trabó conversación con él y le preguntó por armas, pero Barry no quiso hablar del tema. La policía no quiso seguir por ese camino, en previsión de futuros problemas legales. 


Seguimiento del sospechoso

Se decidió registrar de nuevo el apartamento. El sospechoso trató de impedir la entrada, pero un agente le empujó y finalmente se efectuó el registro. A mediados de mayo se preparó el siguiente movimiento. La vigilancia no daba resultado, y Barry se había dejado crecer la barba, lo que planteaba la cuestión de si era consciente de estar bajo seguimiento. Se decidió arrestar al sospechoso, y aprovechar al máximo las ventajas de ese acto.

1) Se podría realizar un nuevo registro en el apartamento, a una escala mucho mayor que los dos ya realizados. Tal vez aparecieran nuevas pruebas.

2) Se iba a someter al sospechoso a ruedas de identificación. Cabía la posibilidad de que algunos testigos lo identificaran.

3) Podrían interrogarlo en profundidad, y el interrogatorio lo iban a efectuar expertos. Era posible que confesara o se incriminara de alguna manera.

El arresto se realizó a las 6:30 de la mañana del jueves 25 de mayo de 2000. Barry George fue esposado y conducido a la comisaría de policía de Hammersmith, y el tercer y definitivo registro comenzó enseguida, y no acabó hasta el viernes al mediodía. 104 cajas conteniendo casi todo lo que había en el apartamento fueron llevadas a un almacén de la policía, para posterior análisis. Se registró palmo a palmo el suelo, se introdujeron cámaras por cualquier pequeño hueco o agujero, e incluso se llevó a un perro, probablemente en busca de rastros de drogas o explosivos.

La prensa se enteró casi de inmediato, y se comenzaron a propagar las noticias de que un sospechoso del crimen había sido detenido. La policía pidió de forma expresa que ningún medio publicara fotografías del detenido, ya que eso podía comprometer el caso. Mientras tanto, en la comisaría las cosas marchaban despacio, ya que antes de interrogar al sospechoso, y debido a su minusvalía, hubo que realizar revisiones médicas y psicológicas. Además, hubo que designar un abogado de oficio (Marilyn Etienne) y dar tiempo para que Barry hablara con ella. No fue hasta las 5:30 de la tarde, 11 horas después de la detención, que bajo el mando del experto Michael Snowden comenzó el interrogatorio.

Este se alargó varias horas en distintas sesiones durante los cuatro días siguientes, y no obtuvo los resultados esperados. Pese a todos los intentos, el sospechoso no confesó ni se incriminó. Respondió con tranquilidad y una educación exquisita todas las preguntas, parándose con frecuencia a pensar antes de responder. Casi todas las respuestas terminaban con la palabra Sir, en señal de educación y respeto. En ocasiones el lenguaje que utilizaba era barroco, incluso pedante, pero no daba señales de perturbación mental, y parecía una persona bastante normal. Sin embargo, según pasaban las horas, sus respuestas se fueron haciendo más confusas y vagas, daba alguna contestación fuera de tono y se quejaba de problemas de salud. Hubo que interrumpir el interrogatorio más de una docena de veces para que los médicos lo revisaran. 

Interrogatorio

Barry no tuvo problema en reconocer que utilizaba varios alias, pero negó que dijera mentiras. ¿Pero decir que se llamaba de otra forma no era una mentira? No, una exageración tal vez, pero no una mentira. Pero esas eran cuestiones secundarias. El interrogador estaba interesado en dos elementos principales: Sus movimientos el día del crimen y su relación con las armas.

-Barry se reafirmó en lo declarado a Gallagher. Había pasado la mañana en su apartamento, y no había salido hasta después del mediodía. Había ido a Hafad, a Traffic cars y al centro del cancer, para regresar a su domicilio posteriormente. Se le presionó varias veces, pero no cambió nada. En general, Barry no recordaba ni fechas ni horas. No fue capaz de recordar el año de su matrimonio, ni el año en que había llegado a Crockham Road. Sin embargo, recordaba perfectamente que había trabajado para la BBC entre mayo y septiembre de 1976.

Cuando se le preguntó por su regreso a Hafad y Traffic cars un par de días después del crimen, dijo haber vuelto a esos lugares para tener constancia de sus movimientos ese día y poder entregarle la información a su abogado si se daba el caso. Las horas eran importantes, dijo.

-En cuanto a las armas, sus respuesta no fueron tan firmes. Comenzó negando haber tenido ningún arma. Se le enseño una libreta hallada en uno de los registros, en la que venían escritas por su mano las características de tres armas: La Heckler & Koch, la Bruni y una tercera, una Browning. También se le enseñaron dos fotografías de alguien sosteniendo una pistola en cada una. Negó inicialmente ser quien aparecía en las fotografías y que las pistolas fueran suyas. Con un poco de presión, reconoció que él era quien salía en las fotos portando las armas, y que había comprado la la Bruni y la Heckler & Koch, pero que no eran armas reales. Una tan solo disparaba fogueo y la otra era una réplica de plástico.

No,ya no tenía las pistolas. Tenían que preguntarle a David Dobbins por ellas. Recordemos que este era el joven conocido en cuyo apartamento había entrado George disparando una bala de fogueo. Fue localizado de inmediato y confesó a la policía que un par de años después de aquello, cuando Barry ya vivía en Crookham Road, él y algunos amigos habían entrado en el apartamento y robado las armas. La Bruni de fogueo se había roto y la habían tirado, y la otra, la réplica de plástico, se la habían dado a un niño como juguete.

Por un lado los detectives tenían el hecho de que George había mentido inicialmente sobre las armas, pero por otro lado el último contacto que podían probar con un arma (y de fogueo) se remontaba a 1987, doce años antes del crimen.

El viernes el sospechoso se sometió a una rueda de identificación, y ninguno de los 5 testigos que participaron, incluyendo a Richard Hughes, lo reconoció. En el registro no se había hallado nada nuevo, ningún arma, ni bala, ni resto. Ninguna relación evidente con Jill Dando, ningún escrito sobre ella, ni recortes de prensa, ni subrayados. El caso no podía ser más débil.

Michael Mansfield
El sábado por la tarde se intentó la última jugada. Se interrogó a George de nuevo sobre las armas y se le pidió que explicara como había llegado una partícula de residuo de disparo, coincidente con las halladas en la víctima, al bolsillo de su chaqueta. Barry respondió que no sabía nada de eso, ni podía explicar como había llegado la partícula a su bolsillo. En ese momento la abogada del sospechoso paró el interrogatorio. No la habían informado sobre dicha prueba, y tras algunas consultas, informó a la policía que su cliente no iba a contestar más preguntas ni someterse a más ruedas de identificación.

Policía y fiscalía debatieron largo tiempo sobre lo que iban a hacer, hasta que finalmente se decidieron a procesar a Barry George, y a las 8:30 de la tarde del 28 de mayo fue oficialmente acusado del asesinato de Jill Dando. Se decretó que debía permanecer en prisión hasta la celebración del juicio. Desde ese momento, la tarea de la policía fue ayudar a la Corona a presentar un caso lo más fuerte posible. Por su parte, a Barry le asignaron como principal abogado defensor a Michael Mansfield, uno de los abogados más célebres del país y conocido por sacar a la luz errores judiciales. Se avecinaba una batalla legal de resultado incierto.

HACIA EL JUICIO

Mansfield trató de que se retirara la acusación, pero se le negó la pretensión y se propuso el comienzo del juicio para febrero de 2001. El abogado trató también de que se eliminara como prueba el residuo de disparo, sobre todo cuando se conoció una información que podía ser importante. La chaqueta había sido recogida del apartamento del sospechoso el 17 de abril, pero no se había enviado al laboratorio para su análisis hasta el día 2 de mayo. Se averiguó que entremedias,  el 28 de abril, la chaqueta había sido llevada a un laboratorio fotográfico de la policía. Allí se le retiró su envoltorio protector sellado y se la colocó en un percha para ser fotografiada. Para Mansfield era evidente que en ese lugar podría haber tenido lugar una contaminación, pero el tribunal denegó la eliminación de la prueba y dejó la posible contaminación a la valoración del jurado.

Una sorpresa vino cuando pocas semanas antes del juicio la defensa anunció que iba a presentar una coartada para el momento del crimen. Pese a que Barry había declarado ante Gallagher que había salido de su apartamento después de las 12:30, y había reiterado después de su detención que la visita a Hafad se había producido después del mediodía, ahora se cambiaba su declaración. Según contó Mansfield, Barry George había salido de su apartamento sobre las 10:30 o 10:45, había ido caminando hasta Hafad y permanecido allí hasta las 13:00 horas. De ser cierto, eso le daría una coartada absoluta. Está claro que Mansfield quiso aprovechar las declaraciones del personal de Hafad, que parecían proporcionar una coartada a Barry. En mi opinión el cambio fue un grave error estratégico. Explicaré en el siguiente capítulo la razón.

El 26 de febrero de 2001 comenzó el juicio, pero tras unos días de cuestiones preliminares, se suspendió durante 7 semanas. El juez levantó las restricciones para la prensa y en algunos diarios publicaron fotografías de Barry George esposado o con apariencia amenazadora, hablaron de sus disfraces, de sus múltiples personalidades, y de lo extraño que era y lo presentaron como culpable. Nada que no veamos en España en cada caso, pero eso no era frecuente en la Gran Bretaña de principios de siglo. Mansfield se quejó y afirmó que Barry no podía tener un juicio justo y que ya estaba condenado. El juez, arrepentido, determinó que tan solo una fotografía de Barry, sin esposas, podía ser publicada, y ordenó continuar. Pero en ese momento los problemas de salud y psicológicos de Barry retrasaron el reinicio, que no se produjo hasta 23 de abril. El estado físico y mental de Barry obligaba a interrupciones con mucha frecuencia, para ser examinado por médicos y psicólogos. El acusado se sentaba con apariencia de enfermo, sufriendo alguna vez, aparentemente, algún tipo de ataque. Caminaba y se comportaba de tal manera que daba la impresión de estar actuando, o al menos exagerando mucho. Muchos opinaban que interrumpía declaraciones y testimonios cuando le convenía, y que actuaba por interés. Sin embargo el juez le permitía casi todo. Seguramente porque sabía que Barry George era un hombre enfermo y con graves problemas.

Más allá de que exagerara sus síntomas, Barry sufría de una epilepsia que le provocaba frecuentes ausencias. De niño había sufrido también labio leporino, y sus problemas de dicción le habían provocado graves complejos durante su infancia y adolescencia. Eso y la epilepsia habían afectado a sus estabilidad mental, y aunque un neurólogo vigilaba el desarrollo de la epilepsia, nunca había sido tratado formalmente por psiquiatras o psicólogos. Cuando estos examinaron al acusado no se pusieron de acuerdo exactamente en todos los males que sufría, pero todos estuvieron de acuerdo en que tenía graves problemas.

Personalidad histriónico-narcisista, trastorno facticio, sindrome de Asperger, paranoia, trastorno de somatización, y unos cuantos más. Su cociente intelectual era de 76, justo en el límite. En algunas clasificaciones cae dentro del retraso mental, y en otras está justo por encima. Estaba en el grupo del 10 % de población menos inteligente. Tenía una memoria muy pobre y muy poca capacidad de concentración, y tampoco tenía capacidad para planear y ejecutar acciones complejas. Sus dolencias podían ser en parte simuladas, pero la misma simulación podía acabar convirtiendo en reales algunas de ellas. El juez hizo lo que pudo para que los problemas de Barry no afectaran demasiado al juicio.

Mansfield consiguió que se eliminasen como prueba las miles de fotografías de mujeres que Barry tenía sin revelar, ya que el juez consideró que no se podía establecer ninguna relación entre ellas y el crimen. El fiscal tampoco podía presentar los antecedentes penales del acusado, ya que la ley vigente en aquel momento lo impedía. Se verá como esta norma, que beneficiaba claramente a los acusados, impidió en este caso, sin embargo, que la defensa pudiese presentar una información decisiva para la interpretación de un punto clave.

La acusación se sostenía sobre cuatro pilares fundamentales:

1) Las declaraciones de los testigos, que demostrarían que, contra lo declarado por el acusado, este había estado en Gowan Avenue el día del crimen.

2) La partícula de residuos de disparo, que establecería una relación indirecta entre el arma del crimen y Barry George. Su interés por las armas le proporcionaba el acceso a ellas y la capacidad para modificarlas.

3) Las mentiras contadas por el acusado durante su declaración, sobre todo en cuanto a si sabía de Jill Dando antes de su muerte. Elementos hallados en su apartamento y algunos testigos mostrarían que tenía mucho interés en la víctima.

4) El intento del acusado de proporcionarse una coartada, con las dobles visitas a Hafad y London Traffic Cars.

Se intentó apoyar este núcleo de acusación con algunas pruebas más débiles, como, por ejemplo, una fibra hallada en la ropa de Jill Dando, que era compatible con las fibras de un pantalón del acusado. La estrategia de la defensa pasaba por impugnar esos cuatro pilares, y tratar de demostrar que no había realmente pruebas contra el acusado.

En la tercera parte se tratarán los juicios. He escrito con cierto detalle sobre la vida y costumbres de Barry George, y podrán leer próximamente algunas anécdotas significativas. Toda esta información, que muchos pueden considerar excesiva, tiene un objetivo definido: que el lector tenga a su disposición los elementos necesarios para llegar a una conclusión. En último término, todo dependerá de la elección que hagamos entre dos interpretaciones para determinado comportamiento del sospechoso, y para elegir es necesario disponer de toda la información relevante.

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Próximamente: 

-El asesinato de Jill Dando (III): Los juicios.
-El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?
-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES

Ver al final de la primera parte.