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Aunque siempre hay que mantener la prudencia
ante un caso pendiente de resolución, mi opinión es que Barry
George no asesinó a Jill Dando. No solo es que crea que no existen pruebas suficientes para una condena penal, lo que afirmo es que los
supuestos indicios en su contra no soportan un análisis riguroso y
desapasionado. Esto no implica simpatía o cualquier otro sentimiento
hacia Barry George, se trata simplemente de si realizó determinado
acto o no.
El sistema fracasó por completo: Los policías
se equivocaron, jueces y fiscales aceptaron las conclusiones
policiales, y finalmente el caso se presentó ante una institución
que es una auténtica fábrica de errores, el jurado popular. La
problemática general del jurado merecerá una tratamiento detallado
en otro momento, ya que en este caso el gran error, el error
original, es el policial. Creo que la mayoría de los policías
implicados eran esencialmente honestos, y también capaces e
inteligentes, y sin embargo cometieron un grave error, sin que haya
una paradoja o contradicción implicada en estas afirmaciones. Ser
brillante, honesto o inteligente no convierte a un detective en
inmune a los miedos, anhelos y presiones que padecen los demás. Ser
consciente de los errores y falacias lógicas (ver una buena muestra
en: Rossmo, Criminal Investigative Failures) no significa que
no se pueda caer en ellos.
Tomemos el caso de Hamish Campbell, por
ejemplo. Tras el caso Dando continuó una brillante carrera en la
Policía Metropolitana, hasta su retiro en 2013. Inteligente, con una
mente analítica, hábil en el manejo de la palabra, un
organizador eficaz, lo tenía todo para dirigir una investigación
como la del asesinato de Jill Dando. Por otra parte, era
perfectamente consciente de las trampas lógicas y los sesgos que
podían enturbiar su razonamiento y el de sus hombres, y lo dejó
claro en varias ocasiones.
Hamish Campbell |
Por aquella época se había instaurado como
una práctica obligatoria que los detectives al cargo de una
investigación debían reflejar por escrito diariamente sus opiniones
sobre el caso y el desarrollo de este. El 8 de mayo de 2000 Campbell
escribió en ese registro
sobre Barry George:
Hay la tentación de considerar cualquier
cosa remotamente sospechosa como evidencia de su participación, y a
interpretar su comportamiento, claramente inusual, como sospechoso…
Esto es peligroso e imprudente. (Del libro de David James Smith:
Al about Jill, 237)
Estas consideraciones se
entremezclaban con algunas que indicaban que creía que Barry era
culpable, y con otras en las que señalaba que debían realizar una
aproximación prudente a la evidencia. A pesar de que Campbell pudo
haber albergado dudas, mi impresión es que en ese momento ya estaba
convencido de que Barry era el asesino, y tan solo trataba de
cubrirse. El problema de la anotación diaria en el registro
es que quien escribe es consciente de que sus anotaciones serán
revisadas en el futuro en busca de errores y mala praxis (como, por ejemplo, los de
la catastrófica investigación del asesinato de Rachel Nickell), y
en ese contexto interpreto yo las anotaciones, a veces
contradictorias, de Cambpell. De todos modos, lo que pretendo señalar
es que era plenamente consciente de los errores que se pueden
cometer, y que a pesar de todo cometió. Pero si Campbell y sus
hombres eran policías inteligentes, experimentados, con una
aproximación racional al caso, ¿por qué se equivocaron?
Es una constante en toda nuestra actividad
vital el que tratemos de apartarnos, de forma consciente o
inconsciente, de aquella situaciones que nos provocan dolor, o
incomodidad, o malestar, y tendamos a acercarnos a las que nos
proporcionan bienestar. Por mucho que tratemos de ser imparciales,
ante dos hipótesis alternativas, y si el resto de factores son
iguales, será mas probable elegir la que minimiza nuestra
incomodidad. Por otra parte, no hacen falta órdenes, ni siquiera insinuaciones o
mensajes subliminales, basta con un movimiento de ceja o determinada
expresión, o falta de ella, en un rostro, para saber cuando un jefe
está cómodo con una información o esta le desagrada; y es un proceso
que se repite arriba y abajo en toda organización jerárquica. Salvo
casos patológicos, que también existen, si aparecen indicios que señalan
claramente en una dirección, la mayoría cumplirá con su deber y
seguirá esa dirección, aunque no agrade o pueda causar algún
problema. Pero cuando no hay nada que señale hacia un lado u otro, o
la interpretación es confusa y variable, siempre es más cómodo
seguir la ruta menos empinada.
Por ejemplo, a los políticos les habría
preocupado bastante más que los indicios señalaran hacia un
atentado de los serbios a que apuntaran hacia algún acosador o un
amante despechado. En el primer caso la indignación de prensa y
público podría forzarlos a tomar medidas (recordemos que estaba en
marcha la campaña aérea contra Yugoslavia) o arriesgarse a críticas
feroces. Por contra, un crimen más usual, obra de un individual, no
tendría el mismo efecto.
En el caso de Oxborough, los condicionantes
internos eran otros. No dudo de que tuvo lugar un debate libre y
honesto entre los detectives sobre cada hipótesis y sus méritos o
problemática, pero las semanas comenzaron a pasar, y pese al duro
trabajo no había resultados; y después las semanas se convirtieron
en meses, y continuaban sin nada sólido. Todos habían sido
conscientes casi desde el principio de que probablemente estaban ante
el caso de sus vidas, ese caso que todo detective sueña con resolver
y que proporciona celebridad, ascenso profesional y tal vez un
trabajo muy bien pagado al dejar la policía. Pero el sueño puede
convertirse en pesadilla si al final no hay resolución, y las
críticas, externas e internas, pueden ser el resultado en vez de la
gloria.
Había, por otra parte, dos elementos que
hacían de este un caso muy especial:
1) El tamaño de la investigación. No
era frecuente que los investigadores contaran con tantos medios
humanos y materiales a su disposición para la investigación de un
asesinato individual. Los detectives no estaban acostumbrados a
manejar el volumen de información que entraba, ni sabían como
gestionarla de forma eficaz, ni estaban preparados para realizar
deducciones a partir de tal cantidad de datos, ni a tener tantos
posibles testigos a su disposición. El exceso de recursos puede
facilitar parte de la investigación, pero también crea problemas
(burocráticos, volumen excesivo de datos, incapacidad para
discriminar y priorizar información …) que pueden anular las
ventajas e introducir confusión en el proceso.
2) Un caso de alto impacto mediático.
La atención prestada por televisiones y periódicos a este caso no
tenía precedentes hasta ese momento en crímenes individuales (sería
superada en 2007 por la desaparición de Madeleine McCann). La
cobertura durante las primeras semanas fue máxima, y Hamish Campbell
se convirtió en una celebridad, concediendo muchas entrevistas y
participando de forma activa en la reconstrucción de los hechos en
Crimewatch. Después de unos meses, y ante la falta de noticias, el
interés de la prensa disminuyó, pero todos sabían que se trataba
de un reposo temporal, y que regresaría con fuerza.
Cuando se
acercaba el primer aniversario del crimen la
situación no parecía la
mejor para Campbell
y su equipo. Los medios iban a regresar en busca de noticias y ellos
no tenían nada nuevo que ofrecer. Los temibles periódicos
sensacionalistas, que habían sido bastante respetuosos
con la policía hasta ese
momento, podían comenzar a
hacer daño debido a la
falta de avances en la investigación. Además de los medios, los
superiores de los
detectives también
podían empezar
a impacientarse, y más pronto que tarde. No era posible
mantener durante mucho tiempo a 40 agentes dedicados a tiempo
completo a una investigación, y era previsible que si no había
resultados tangibles en unos meses comenzara una progresiva
disminución del número de agentes y de los medios asignados, que es
lo que suele ocurrir cuando pasa el tiempo y no se resuelve un caso.
A partir de cierto momento, era probable que al propio Hamish
Campbell le encargaran otras tareas, quedando el caso en manos de
detectives de menor rango.
Por tanto, en marzo de 2000 había en el
horizonte cercano una doble amenaza, la de una prensa agresiva que
podía plantear preguntas para las que no había respuesta, y una
previsible disminución de personal y medios. Y en ese momento se
encontraron con Barry George. Es en el marco de esta situación
general en el que debemos analizar la actitud de los detectives ante
el sospechoso, y como este llegó ante ellos en el momento justo. Mi
opinión es que si el equipo de Oxborough hubiese entrevistado a
Barry George en las primeras semanas después del crimen, habría
sido dejado de lado enseguida, tal como ocurrió con otros
sospechosos. En ese momento Barry no encajaba en el modelo dominante
(algún conocido de Jill, por razones personales, tal vez un crimen
por encargo), ni había presión sobre los investigadores, ni la
necesidad imperiosa de encontrar un sospechoso viable. Pero Barry
atrajo la atención de los detectives en el momento preciso, cuando
les iban a preguntar directamente, después de un año de
investigación, si había algún avance en el caso.
Una vez que comenzó el proceso este se
convirtió en imparable. No había evidencia firme contra el
sospechoso, pero tampoco nada que lo exonerara, y se podían
construir dos hipótesis a partir de los datos disponibles:
-Barry George era el asesino, y los indicios,
aunque débiles y a veces equívocos, señalaban en esa dirección.
-Barry George era inocente, y los indicios,
débiles y equívocos, no eran más que humo.
Una de las dos hipótesis se envolvía de
optimismo, podía conducir, si acababa bien, al éxito y la
celebridad, y provocaba buen humor y un ambiente agradable. La otra
hipótesis volvía el juego al punto de partida, a la nada; alejaba
el éxito y aproximaba el fracaso y la incertidumbre profesional. Sin
nada firme sobre lo que que fundamentar una decisión, no debe
extrañar la tendencia creciente a favorecer la primera hipótesis.
SESGO
Hay una primera fase de la investigación
policial dónde se realizan averiguaciones, se toman declaraciones y
se analizan datos para intentar descubrir al culpable. En esta fase
suele haber libre circulación y confrontación de hipótesis, y se
trata de analizar la evidencia de forma rigurosa e imparcial. Hay una
segunda fase que comienza en el momento en que los resultados de la
primera fase han llevado a la conclusión de que determinado
individuo (o individuos) es el autor de los hechos. A partir de ese
momento el objetivo de policías y fiscales pasa a ser la obtención
de evidencia para poder condenar al acusado, y ya no hay vuelta
atrás. Cesa por completo toda investigación sobre el resto de los
sospechosos, y todos, absolutamente todos los recursos se dedican a
tratar de demostrar la culpabilidad. No se puede continuar
investigando a otros sospechosos o disentir de forma oficial, ya que
gran parte de la acusación, y sobre todo en un caso sin apenas
pruebas, se basa en la persuasión, y no se puede hacer o decir nada
que la defensa pueda utilizar más adelante para afirmar que la
policía no estaba del todo segura de que el acusado fuera culpable.
Esa seguridad, que parece irracional en muchas ocasiones, resulta
indispensable para la acusación. No se puede pedir a un jurado que
declare culpable a alguien si un investigador
afirma que tiene dudas sobre su culpabilidad.
El temido sesgo de confirmación, contra el que
se advierte en la primera fase de una investigación, es sin embargo
tolerado, incluso fomentado, en la segunda, en la que se seleccionan
precisamente los datos y testimonios que puedan servir para condenar
al acusado. El problema aparece cuando se presenta justo antes de
pasar a la segunda fase, y se usa la evidencia seleccionada para,
precisamente, cerrar la primera fase y pasar a la segunda. Esto fue,
en mi opinión, lo que ocurrió en este caso. Pese a que, como hemos
visto, Hamish Campbell conocía el peligro y sabía que sus agentes
tenían la tentación de interpretar la información de forma
sesgada, lo cierto es que fue lo que hicieron.
En una segunda intervención en Crimewatch,
Hamish Campbell aseguró que se inclinaban por un tipo de criminal
bastante definido, y señaló una serie de características que
tendría dicho asesino. Lo que se cuido mucho de decir fue que en ese
momento ya tenían un sospechoso, y que casi todas las
características encajaban, curiosamente, con ese sospechoso. Por
ejemplo, pese a que los informes de los psicólogos señalaban que el
autor del crimen tendría gran interés en Jill Dando, y que no lo
ocultaría, Campbell afirmó que la persona que buscaban estaría
interesado en los famosos, en general. Esa intervención del
detective provocó algunas críticas más tarde, y lo cierto es que
su proceder parece bastante dudoso. Por otra parte, Barry vivía solo y no tenía relaciones profundas con nadie, pero no era una situación deseada, y no parece que se le pueda catalogar como un solitario. Intentaba, a veces de forma casi deseperada, entablar contacto, relacionarse, sobre todo con mujeres, y tenía muchos conocidos y varios amigos.
No tengo dudas de que para mayo Hamish Campbell
y la mayoría de sus hombres estaban convencidos de que Barry era
culpable, pero ese convencimiento no se consiguió a partir de
pruebas sólidas y un análisis adecuado de todos los elementos, sino
que fue fruto de la necesidad. Necesitaban un culpable, encontraron a
alguien que podía servir, y comenzaron a interpretar toda la
evidencia partiendo de la premisa de que efectivamente era culpable,
hasta que todo parecía tener sentido. Es una problemática no
inusual en la investigación policial.
Mike Burke cita a Ian Horrocks, tras el segundo
juicio, protestando ante las acusaciones contra la policía, que no
se habían limitado a apresar al chalado local, y que habían llevado
a cabo una exhaustiva investigación y eliminado a todos los
sospechosos menos uno, Barry George. Consideraron que como llevaban varios meses
investigando y no habían encontrado nada, al aparecer alguien sobre
el que había una mínima sospecha, ese tenía que ser el asesino. No
había nadie más, así que tenía que ser Barry, o si no, ¿quién
había cometido el crimen?
Esa forma de razonar, que funciona bien en la
mayoría de los casos, nos da a entender que de no haberse fijado en
Barry, cualquiera que hubiese aparecido ante su radar en las semanas
o meses siguientes, y de aparecer el más mínimo indicio en su
contra, se habría convertido en el asesino. Está implícita en esa
forma de pensar la suposición de que después de un año de
investigación y miles de entrevistas, el culpable debía aparecer
con seguridad. Era una posibilidad, pero había otras dos igual de
buenas que esa:
-Que ya lo hubieran investigado y hubiera sido
capaz de pasar desapercibido. Algunas coartadas, sobre todo las de
personas investigadas semanas o meses después del crimen, eran
difíciles o imposibles de comprobar. Es posible que la motivación
de un sospechoso no fuera descubierta, o no se le diese la
importancia debida. Muchos policías están muy orgullosos de su
habilidad para descubrir a quien está mintiendo, pero muchos
criminales engañan completamente a los detectives. Era posible que
el asesino ya hubiera sido investigado y entrevistado.
-Que no se hubiera llegado a investigarlo. De
la misma forma que Barry llamó la atención de los detectives casi
un año después del crimen, había muchos posibles sospechosos que
no habían sido investigados todavía. Era posible que el culpable
estuviese a meses o semanas de ser entrevistado, o tal vez su nombre
no llegó a entrar nunca en el sistema.
Una vez que he presentado el contexto en el
que, en mi opinión, debe estudiarse la investigación policial, voy
a tratar de analizar la evidencia que supuestamente relaciona a Barry
George con el crimen. Comentaré de pasada elementos que se han
tratado por extenso en anteriores capítulos y me detendré algo más
con los testigos.
EVIDENCIA FÍSICA
En mi opinión las pruebas forenses se pueden
descartar por completo. No debieron ser admitidas nunca, ni en el
primer juicio ni en el segundo, ni la partícula de residuo de
disparo ni la fibra. No prueban nada, no son pruebas científicas,
como se pretendía, son conjuntos de suposiciones. William Clegg, en su
argumentación exitosa ante el juez para eliminar la partícula para
el segundo juicio, afirmó que un reciente estudio indicaba que un
15% de los vagones de metro y autobuses contenían partículas de
residuo de disparo. Estaban por todas partes, podía uno contaminarse
en muchos lugares y circunstancias.
No había datos para establecer conclusiones
fundamentadas sobre la probabilidad de una contaminación, y por
tanto, no debió admitirse a juicio para que los jurados decidieran
sobre algo que no comprendían. La fibra era peor todavía como
prueba. Era compatible con las fibras de un pantalón de Barry, y
probablemente con cientos de miles de prendas más. El origen podía
ser ropa de la propia Jill, de Farthing, de sus amigos, de los
paramédicos o los policías, de mucha gente. No se hallaron fibra
del abrigo Cecil Gee de Barry en la ropa de Dando, ni fibras del
abrigo de Dando en la ropa de Barry.
Las pruebas de residuo de disparo y la
comparación de fibras deberían ser eliminadas de los tribunales
salvo casos excepcionales (en una futura entrada argumentare esto con
más detalle). La mayoría de las veces no demuestran nada y solo
sirven para confundir a los jurados, que es probablemente la razón
por las que la acusación las presenta.
Un último apunte sobre la partícula de
residuo de disparo. Hasta donde yo se, la defensa de Barry George no
reparó en que la hipótesis de la acusación se contradice a sí
misma. La policía afirmaba que Barry George era un gran aficionado a
las armas, y que mediante compra o modificación había conseguido
una pistola y munición. No pudieron probarlo, por suerte para la
acusación, ya que de haberlo hecho se habrían quedado sin su
principal prueba de cargo. Parece razonable suponer que si un gran
aficionado a las armas tiene una pistola y munición dispare alguna
vez, pero entonces la partícula ya no podría ser relacionada con el
asesinato de Jill Dando. Para poder relacionar la partícula con el
crimen, hay que suponer que el disparo contra Jill fue un evento
único, la única vez que Barry George habría disparado un arma,
antes o después del 26 de abril. Así que la acusación, para hacer
creíble su caso, necesita poner a Barry en posesión y uso de un
arma de fuego real, pero eso elimina la validez de su prueba, que
podría entonces proceder de cualquier otro disparo realizado por el
acusado. Para que la partícula de residuo de disparo pueda ser una
prueba, hay que suponer que el fanático de las armas que se
describía, y que tenía un arma y munición, no habría disparado
nunca, excepto contra Jill Dando.
Esto es todo lo que supuestamente ligaba
físicamente a Barry George con el crimen. Como ni policía ni
acusación pudieron mostrar ni el más mínimo interés de Barry
George en Jill Dando, tampoco hay motivo para el crimen. Otros
elementos del caso tampoco sostienen las sospechas sobre Barry:
-Este fue toda su vida un mentiroso patológico
y un fabulador, así que no debe extrañar que dijera mentiras. Lo
que en otra persona podría ser un indicio de culpabilidad, no
significa nada en una persona que había mentido y fabulado a diario
durante 25 años. Tal vez mintió sobre si sabía dónde vivía la
víctima, o sobre si se acordaba de la visita al médico en Gowan
Avenue, o sobre muchas otras cosas, pero lo cierto es que no se pudo
probar nada. Pero incluso de haber mentido sobre alguno de esos extremos
no indicaría culpabilidad.
-Acosaba a las mujeres, pero eso no lo
relacionaba en forma alguna con un asesinato a sangre fría. Además,
el comportamiento de Barry encaja con bastante dificultad en el
concepto usual de acoso, ya que falta un elemento importante, como es
la constancia y la repetición. Barry seguía y fotografiaba a
algunas mujeres, pero la mayoría de las veces ni contactaba con
ellas. Seguía hasta sus casas a otras, y había llegado a proferir
lo que podían ser amenazas: “Sé donde vives”, pero la gran
mayoría de ellas no volvían a ser molestadas en forma alguna. En
los pocos casos en los que iba un poco más allá, se retiraba y no
insistía ante las más mínima resistencia.
-No se pudo demostrar que Barry tuviera jamás
un arma de fuego real, ni que tuviese habilidad ni conocimientos
técnicos para modificar un arma, o una bala. No se encontró ningún
rastro de un arma, ni herramientas para modificarla, ni nada que
sugiriera que las había poseido. Tras pasar varios años patinando a
todas horas, su interés había pasado a las armas durante los años
80, cuando soñaba con ser un SAS como su admirado Tom Palmer, pero
cuando se convirtió en Barry Bulsara casi todo su atención pasó a
Freddie Mercury y la música. Posiblemente continuaba interesado de alguna forma en
las cuestiones militares y en las armas, pero no fue su principal
interés, como lo había sido antes, durante al menos la década anterior al
crimen.
-No se encontró ninguna relación con Jill
Dando, ni siquiera pruebas de que la había conocido o sabía quien
era. De haber tenido algún interés en ella, no habría podido
ocultarlo, opinaban sus conocidos, no digamos ya una obsesión. Todos
conocían las obsesiones de Barry. El argumento de que debía saber
al menos quien era, ya que vivía muy cerca, no se sostiene. David
James Smith comenta al principio de su libro que había vivido en
Fulham durante 15 años y que no tenía ni idea de que Jill Dando
vivía allí también. Sus hijos habían asistido a una guardería en
Munster Road, a 100 metros de Gowan Avenue, pero nadie le había
dicho jamás que vivía por allí cerca una famosa presentadora.
-Pese a que él quería hacerlo, sus abogados
decidieron que el acusado no declarara en ninguno de los juicios, y
los jueces lo aceptaron sin discusión, advirtiendo a los jurados que
esa decisión no debía pesar (aunque siempre pesa) contra el
acusado. Para los jueces el motivo era su minusvalía y sus problemas
físicos y mentales. Para la defensa estaba claro que su testimonio
no iba a aportar nada favorable, y la la extraordinaria habilidad de
Barry para meter la pata iba a conseguir que dijera algo que lo
hiciera más sospechoso todavía. No hay más que ver la grabación
de alguna entrevista a Barry para comprender la prudente estrategia de la defensa.
Opino que todas y cada una de las supuestas
pruebas o indicios contra Barry George se pueden dejar de lado. No
valen nada, no prueban nada, no sirven para nada. Pero, se puede
alegar, todavía quedan los testimonios, los de la gente que lo vio
en Gowan Avenue, o las extrañas visitas a Hafad y London Traffic
Cars. Es posible que no sea suficiente para una condena penal, pero
indica que hay una buena posibilidad de que Barry sea culpable. No lo
creo. Intentaré demostrar que un análisis cuidadoso y no sesgado de
los testimonios indica que no era Barry George quien estaba esa
mañana cerca del lugar del crimen; y el contexto adecuado nos hará
comprender las visitas de Barry a Hafad y London Traffic Cars.
LOS
TESTIGOS
Bob Mills |
En el
segundo juicio se introdujo una parte del testimonio de Richard
Hughes que la defensa había logrado eliminar del primero. La
descripción de Hughes no había servido para realizar un retrato
robot, pero había afirmado que el hombre le había recordado al
actor Bob Mills. Este testimonio podía ser dañino para el acusado,
según consideraron algunos, ya que este guardaba cierto parecido con
Mills. Lo cierto es que el parecido es muy superficial, si existe
alguno. En vez de actuar contra Barry, creo que lo hace a favor.
Demuestra que Hughes vio al sospechoso con más claridad de lo que
dijo, y de lo que probablemente él mismo pensara. Hughes atendió a
la rueda de reconocimiento (la real, con Barry presente) y no lo
reconoció. Se fijó un buen rato en uno de los figurantes, pero al
final no señaló a nadie.
Otros dos
elementos de la descripción de Richard Hughes son incompatibles con
Barry George. El testigo señaló que el sobretodo que llevaba el
sospechoso tenía las solapas de distinto material al resto de la
prenda, lo que no ocurría con el abrigo Cecil Gee de Barry. Por otra
parte, señaló que le había parecido alguien elegante, y por ello había pensado que podía ser un amigo de Jill. No creo que nunca haya nadie
descrito a Barry como elegante. Vean en el siguiente vídeo su característica forma de caminar.
Geoffrey
Upfill-Brown, que falleció a finales de 2008, tampoco identificó al
acusado, pero de sus palabras y las de sus familiares se desprende
que estaba bastante seguro de que Barry no era el hombre que había
visto corriendo frente a su casa. Estaba convencido de que lo
reconocería si lo volviera a ver, lo que implica que no era el
acusado.
Con esto
debería ser suficiente para concluir que la prueba testifical no
solo no señala a Barry George, sino que lo excluye. Estos son los
dos únicos testigos que con seguridad vieron al asesino, y no solo
no reconocieron a Barry, sino que sus declaraciones indican con
bastante claridad que no era él a quien vieron. Una vez que ha
quedado establecido esto, podemos pasar a los pseudotestigos. No dudo
de su buena fe, sino que pretendo señalar las dudas que hay sobre si
realmente son testigos. ¿Testigos de qué? Los testimonios de Hughes
y Upfill-Brown dejan claro que la persona que vieron no podía ser
otra que el asesino marchándose de la escena del crimen a la hora
del crimen. Pero los otros testigos tan solo vieron a personas que no
estaban haciendo nada especial, mucho antes de la hora del crimen, y
que podían estar implicadas o no.
Una de
las características de este caso es la gran cantidad de testimonios
que recopiló la policía entrevistando a gente que pasó por esa
calle y otras cercanas ese día (y en días anteriores). Decenas de declaraciones fueron recogidas, lo que indica tanto lo minucioso del
trabajo policial como, sobre todo, el gran despliegue de medios.
Tantos posibles testigos, sin embargo, acabaron provocando un grave
problema. Unos describían a personas de apariencia mediterránea,
mientras que otros hablaban de pieles pálidas o rosadas. Unos
sospechosos eran vistos hablando por el móvil, mientras otros no lo
portaban, al menos a la vista. Muchos llevaban traje, mientras otros
iban con abrigo, o con vestimenta más informal. Algunos fueron
vistos parados, sin moverse, mientras que otros corrían. Algún
sospechoso llevaba sombrero o gafas, mientras que la mayoría no
llevaba esos elementos. Uno de ellos no llevaba puestas unas gafas, pero tenía en
el puente de la nariz la señal inequívoca de llevarlas a menudo. No
solo eso, estaban los coches. Había varios coches sospechosos, sobre
todo Range Rover. Muchos de estos testimonios tenían características
comunes, y podía suponerse, aunque no asegurarse, que estaban
describiendo al mismo hombre, o al mismo coche.
El caso
es que los detectives tenían a su disposición tantos testimonios
que podían elegir los que se adaptaban a sus necesidades. No voy a
llegar al extremo de afirmar que tenían testimonios para cualquier sospechoso, pero si que podrían encontrar entre los
testimonios algunos que encajaban con una gran variedad de posibles
sospechosos. Cuando los policías señalan que los testigos indicaban
que Barry George había estado esa mañana en Gowan Avenue, se
olvidan de aclarar que tan solo algunos testigos, los que a ellos les
interesa.
Como
Barry George no se parecía al retrato robot de la persona en la
parada del autobús, entonces ese elemento ya no era importante. Los
Range Rover y otros vehículos desaparecieron por completo de la
narrativa policial una vez hubo sido detenido Barry. Como este no
tenía coche, ni carnet, ni había sido nunca visto conduciendo, los
coches ya no interesaban. Si se hubiera detenido a cualquier otra
persona que se pareciera al retrato robot y condujera un Range Rover
o un coche parecido, seguramente el retrato robot y los testigos que
vieron los coches habrían sido catalogados como cruciales, y se
habría dejado de lado otros testimonios que se utilizaron contra
Barry. Se ignoraron todos los testimonios que señalaban a un hombre en el parque Bishop, porque según al policía
Barry se había marchado a su casa después de cometer el crimen.
Creo que
se puede observar el patrón. La policía utilizó los testimonios
que pensaba que podían servir contra Barry, aunque incluso esos
tenían grandes discrepancias, y dejó de lado los que no servían o
incluso le beneficiaban. Fue una elección totalmente arbitraria, ya
que a priori unos testimonios no eran mejores que otros, y fue
tan solo lo bien que funcionaban contra el sospechoso que tenían en
ese momento lo que los convirtió en importantes. Todo esto no es una
simple conjetura, puede demostrarse, y la prueba nos la proporciona el
mismo Hamish Campbell. Crimewatch
trató sobre el asesinato de su presentadora unas semanas después
del crimen, y Campbell participó en el programa de forma activa
y fue el encargado de ir explicando, con estilo didáctico y
comprensible, las recreaciones de lo que habían visto muchos
testigos.
Crimewatch dedicado al asesinato de Jill Dando.
Parece bastante claro que el Inspector Jefe fue el encargado de seleccionar los testimonios que consideraba más importantes para su dramatización por actores del programa. Ademas de lo que vieron Hughes y Upfill-Brown, se recrearon siete testimonios anteriores al momento del crimen,y unos cuantos más posteriores. Pues bien, ninguna de eses siete recreaciones previas al crimen y mostradas en el programa corresponde a Susan Mayes, Terry Normanton, Stella o Charlotte de Rosnay. Ninguno de los cuatro testimonios utilizados como prueba contra el acusado fue recreado en el programa, lo que indica que en aquel momento eran considerados poco importantes, secundarios. Lo único que los convirtió en importantes fue que uno identificaba al acusado, y los otros tres casi lo hacían.
Crimewatch dedicado al asesinato de Jill Dando.
Parece bastante claro que el Inspector Jefe fue el encargado de seleccionar los testimonios que consideraba más importantes para su dramatización por actores del programa. Ademas de lo que vieron Hughes y Upfill-Brown, se recrearon siete testimonios anteriores al momento del crimen,y unos cuantos más posteriores. Pues bien, ninguna de eses siete recreaciones previas al crimen y mostradas en el programa corresponde a Susan Mayes, Terry Normanton, Stella o Charlotte de Rosnay. Ninguno de los cuatro testimonios utilizados como prueba contra el acusado fue recreado en el programa, lo que indica que en aquel momento eran considerados poco importantes, secundarios. Lo único que los convirtió en importantes fue que uno identificaba al acusado, y los otros tres casi lo hacían.
Pero
incluso así, seleccionando testimonios de forma arbitraria, la
prueba testifical es muy débil y pobre. Tan solo Susan Mayes
identificó a Barry de forma clara en un reconocimiento por vídeo, y
su declaración es más que problemática. Como era la única que
había identificado al sospechoso, no quedó mas remedio que utilizar
su testimonio, aunque este incluía un vehículo que no se podía
ligar de ninguna manera a Barry. La hora, la luz, la barba que se
dejó Barry, el tiempo transcurrido, el que los dos llevaran años
viviendo en el mismo barrio, a unos cientos de metros, la
contradicción en la apariencia física de la persona vista, … todo
eso debe hacernos tomar con mucha precaución el reconocimiento. Pero
sobre todo está el vehículo. La declaración de Mayes deja claro
que la persona que vio estaba relacionada con el coche que tenía al
lado, y que estaba obstaculizando la circulación. Por lo tanto, es
casi seguro que no podía ser Barry George.
Muchos
testigos tienen la tendencia a señalar a alguien en las ruedas de
reconocimiento. Es como si se sintieran obligados a agradar y
temieran fracasar si no apuntan a alguien. Pueden señalar a quien
más se parece de entre las personas que le muestran, aunque no se
parezca realmente mucho, o pueden señalar a alguien cuya cara les
suene, aunque no sepan de qué. Susan Mayes pensó mucho tiempo antes
de señalar a Barry, pero después afirmó estar muy segura. Los
policías le hicieron saber que estaban contentos con la persona que
había señalado, y eso reafirmó su seguridad. Tampoco hay que
descartar que la actitud de Barry durante el reconocimiento le
hiciese destacar de alguna forma sobre los figurantes. Además, sabemos que Barry George visitó Gowan Avenue varias veces después del crimen, por lo que cabe la posibilidad de que Susan Mayes (y Charlotte de Rosnay y Terry Normanton) le hubira visto y le pareciese familiar su cara en el reconocimiento.
Stella y
Charlotte de Rosnay vieron a alguien cuya descripción no encajaba
con la de Susan Mayes (vieron piel rosada o pálida, no la piel
morena que observó Mayes), y el traje que llevaba el sospechoso
tampoco encajaba con la ropa vista por los testigos del crimen. La
única razón por la que su testimonio fue utilizado es porque casi
señalan a Barry en la rueda de reconocimiento. Dudaron entre él
y uno de los figurantes, demostrando así que había otra persona en
ese pequeño grupo que tenía algún parecido con la persona que
habían visto. Muy poco después, afirmaron, sin embargo, estar
convencidas de que el número 2 (Barry George) era la persona que
habían visto el día del crimen.
Sin
embargo, se puede impugnar fácilmente esa identificación
sobrevenida. Como ya se ha señalado, Susan Mayes recibió señales
de forma inmediata de que había acertado, y se supo más tarde que
Mayes compartió taxi con Stella y Charlotte de Rosnay en su regreso
a Gowan Avenue desde el cuartel de la policía. No resulta rebuscado
plantear que hablaron sobre la identificación y que Mayes les contó
(en el taxi o en Gowan Avenue, ya que eran vecinas cercanas) a quien
había señalado, y sobre todo, que había señalado a la persona
correcta. Y eso explica perfectamente la razón por la que Stella y
Charlotte, que habían dudado entre dos personas en el
reconocimiento, pasaran de repente a opinar que habían reconocido a
una de ellas.
El
testimonio de Terry Normanton ni siquiera debió ser tenido en
cuenta. Pese a que le habían preguntado dos veces, negó haber visto
algo extraño, hasta que un año después del crimen realizó su
declaración. De nuevo, se utilizó sus testimonio tan solo porque
casi había señalado al sospechoso. Las cuatro, Susan Mayes, Stella
y Charlotte de Rosnay, y Terry Normanton, describen a la persona que
vieron vistiendo un traje, sin abrigo. Es posible, solo posible, que
vieran a la misma persona, pero entonces no era la misma que vieron
Hughes y Upfill-Brown.
El
argumento de policía y fiscalía era que habría sido demasiada
casualidad que dos personas hubiesen estado en el mismo lugar, a la
misma hora aproximada, vistiendo la misma ropa, y comportándose de
forma similar, y que todo indicaba que los testimonios se referían a
una única persona. Como uno de los testigos había reconocido a
Barry George, la persona que habían visto los demás tenía que ser
Barry George. Es posible que todos los testigos citados vieran a la
misma persona (de eso se tratará con detalle en la última parte),
pero ni policía ni acusación han explicado porque la vestimenta no
coincidía con la de la persona vista huyendo de la escena del
crimen.
Hay otros
testigos que vieron a personas que podrían encajar con el sujeto
visto por Stella y Charlotte de Rosnay, pero que no reconocieron a
Barry, y por eso su testimonio se ignoró. Hay un testimonio clave, y
es el del cartero, Terry Griffith. Poco después de las 10 de la
mañana del día del crimen Griffith echó cartas en el buzón de la
puerta de Jill, y al darse la vuelta para seguir su ruta vio en la
acera de enfrente a un hombre parado que miraba directamente hacia la
casa de Dando. Al notar que el cartero le observaba, el hombre se
ocultó de la vista tras una furgoneta aparcada. Pelo negro, traje
oscuro, apariencia elegante. La descripción es lo bastante parecida
a la de las Stella y Charlotte de Rosnay como para plantear que
pudiera ser el mismo hombre. ¿Por qué la acusación no consideró
su testimonio como relevante? Porque no reconoció a Barry George,
claro está, como les ocurrió a otros muchos testigos, pero hay algo
más. Debido a que podía ser un testigo, al cartero se le asignó
una ruta distinta durante seis semanas. El primer día que regresó a
Gowan Avenue se le acercó un hombre que comenzó a hablarle de Jill
Dando y le dijo que acababa de ver a alguien que podía ser el
asesino, y le pedía el teléfono móvil para llamar a la policía.
Griffith consideró que estaba ante un chiflado y no le dio más
importancia, pero cuando llegó el momento de la rueda de
reconocimiento no señaló a nadie como el hombre que había visto el
día del crimen, pero no tuvo dudas en señalar a Barry George como
la persona que se le había acercado semanas después. Es decir,
Griffith no solo no reconoció a Barry en la rueda, su testimonio
implica que no era Barry la persona que había visto el día del
crimen. El día 26 de abril había visto a un sospechoso sin barba, y
seis semanas después se le acercó un hombre sin barba, al que no
reconoció como el que había visto anteriormente. Un año después,
sin embargo, reconoció al hombre con barba como el mismo que le
había acercado.
Si entre
decenas de testigos se escogen tan solo a los que reconocen al
sospechoso o casi lo reconocen, y se dejan de lado los que no señalan
a nadie, e incluso a los que están seguros de que no era el
sospechoso (de estos no se informó), el sesgo es enorme, y la
capacidad para señalar a múltiples sospechosos, según la
necesidad, inquietante.
Yo creo
que es suficiente. Se podría seguir con más testigos, pero en mi
opinión queda bastante claro el estado de la prueba testifical:
-Los dos
testigos que vieron al asesino no identificaron a Barry George, y su
descripción no encaja con el acusado.
-Los
cuatro testimonios (Mayes, las dos de Rosnay y Normanton) se
eligieron únicamente porque reconocieron a Barry, en un caso, o casi
lo reconocieron, los otros tres. De todos modos, su descripción de
las ropas del sospechoso es completamente distinta a la de Hugues y
Upfill-Brown y ninguna menciona un abrigo.
-Se
dejaron de lado decenas de testimonios porque no reconocieron a
Barry, y posiblemente porque alguno dijo que no era él a quien había
visto.
-La única
identificación positiva, además de dudosa, liga de forma inequívoca
al sospechoso con un coche, lo que descarta a Barry George. Es una
contradicción insuperable: identifica al sospechoso pero su relato
imposibilita que su identificación sea correcta.
HAFAD
Si ni las pruebas forenses ni los testigos de
Gowan Avenue señalan hacia Barry George, tan solo quedan sus visitas
a Hafad y London Traffic Cars. En realidad, es volver al principio,
ya que Hafad fue la razón por la que se sospechó de Barry
inicialmente. Considero la hipótesis de que Barry George visitó
Hafad y London Traffic Cars para proporcionarse una coartada como
extremadamente débil, y puedo argumentar que durante un tiempo
la policía opinaba lo mismo, y que eso tan solo cambió cuando
necesitaron construir un caso contra el sospechoso. Recordemos que
las empleadas de Hafad realizaron nada menos que cuatro llamadas para
informar sobre el extraño sujeto, desde dos días después del
crimen hasta varias semanas más tarde, y que la policía no les
prestó la menor atención. Es cierto que no había muchos datos,
pero la información básica la tenían ante ellos: alguien se había
comportando de forma extraña el día del asesinato de Jill Dando,
poco antes o poco después de la hora del crimen, y había regresado
dos días después para que le dijeran que ropa llevaba puesta y la
hora de la primera visita. A los policías les debió parecer que el
asesino no podía haber hecho algo así, y que parecía la obra de un
chiflado, y por eso no le dieron ninguna importancia.
Cuando Gallagher visitó Hafad, dos veces, a
primeros de marzo de 2000, ya tuvo toda la información a su
disposición. Le dijeron que la visita del sujeto se había
producido entre veinte minutos y una hora y media después del
crimen, y le contaron todo lo que había dicho y hecho en las dos
visitas y la ropa que llevaba puesta. Y sin embargo, no le dio mucha
importancia. Se propuso entrevistar al sospechoso, pero no como una
prioridad, sino como una tarea más, similar a las más de veinte que
tenía pendientes. Visitó varias veces el domicilio de Barry, e
incluso llegó a dejarle una nota, pero no realizó ningún esfuerzo
especial para encontrarlo. Eso fue todo lo que hizo durante varias
semanas, lo que demuestra que no le concedía demasiada importancia a
los testimonios de Hafad. De haberlos considerado decisivos o
importantes, podría haber organizado, por sí mismo o a través de
otros agentes, visitas a última hora de la noche o al amanecer,
cuando era probable que tuviera éxito. No lo hizo.
Tampoco consideró oportuno mencionar a Barry
al jefe de la investigación hasta más de cuatro semanas después de las visitas a
Hafad. Es otra prueba, concluyente en mi opinión, de que el
detective Gallagher no estimó importante el asunto durante al menos
un mes. Tampoco Hamish Campbell, cuando fue informado por Gallagher, consideró estar ante una prueba decisiva. Tan solo solicitó que
aceleraran el trámite de entrevistar al sospechoso.
Después de la entrevista en casa de la madre
de Barry, las sospechas sobre él fueron creciendo, y los agentes se
fueron convenciendo de que estaban ante el asesino muy lentamente.
Hasta entonces, el asunto de Hafad (y el de London Traffic Cars)
habían sido comportamientos extraños, pero solo eso. Pero cuando se
convirtió en sospechoso pasaron a ser algo más tenebroso, la
coartada del asesino. Pero, ¿por qué no se les había ocurrido
antes algo tan obvio? Muy sencillo, porque es absurdo.
Fuera por iniciativa de Barry o por sugerencia
de Gallagher, lo cierto es que según la transcripción de la
entrevista, Barry declaró que aunque no se acordaba, podría haber
salido de casa sobre las 12:30, dirigiéndose a Hafad y después a la
compañía de minicabs. Eso significaba que la visita a esos dos
lugares había tenido lugar entre una hora y una hora y media después
del asesinato. ¿Quién iba a buscar una coartada una hora u hora y
media después del crimen? Es completamente ridículo. Una coartada
se busca cuando el criminal teme que puede resultar sospechoso, y
en una hora muy cercana, lo más cercana posible, al momento del
crimen.
El asesino disparó a su víctima y se marchó
sin intentar ocultar el cadáver, por lo que tenía que suponer que
el crimen iba a ser descubierto pronto. Tal vez de inmediato, por el
hombre que había salido de la casa de enfrente y le había mirado
mientras corría (Upfill-Brown), o por otra persona unos minutos después.
Supongamos que fue Barry George quien mató a Jill Dando, entonces,
¿por qué iba a buscar una coartada más de una hora después?
Habría más tenido sentido un intento de
coartada muy poco después del crimen, tal vez unos pocos minutos más tarde, y en un lugar más alejado. Intentar buscar una coartada
tan tarde acabará casi siempre con el efecto contrario, que se
demuestre que no había coartada. Pero, ¿no sería posible que
alguien como Barry George hiciera algo tan estúpido? Tal vez, es posible,
pero no podemos escoger según nos convenga si Barry era estúpido o
no. Si era tan estúpido no habría sido capaz de planear el crimen,
vigilar el lugar, ejecutarlo sin llamar apenas la atención, y
escapar del lugar de forma limpia. Y si hubiera sido capaz de hacer
todo eso, jamás habría hecho algo tan estúpido como buscar una
coartada una hora después del asesinato.
La acusación consiguió ocultar la debilidad
de su teoría debido a que la defensa centró toda la discusión en
el momento en que el acusado había llegado a Hafad, y para ello
cambió la supuesta hora, lo que fue un grave error. Dio a entender
al jurado que la hora de llegada de Barry al lugar era decisiva, y la
lucha entre acusación y defensa sobre este punto provocó,
probablemente, la falsa sensación de que si se demostraba que había
llegado antes de las 11:50, sería inocente (aunque McViccar ha propuesto
en su llamativa e inclasificable teoría que Barry podría haberse cambiado de ropa en
algún lugar cercano, sin ir a casa) mientras que si había llegado
después del mediodía se quedaría sin coartada, y teniendo en
cuenta el resto de la evidencia, sería entonces culpable. Además,
permitió a la acusación presentar las dos visitas como un conjunto,
y relacionarlo con la coartada.
Esto no era necesario. No se debió dar
importancia a la hora, sino a la situación, la razón por la que
Barry visitó los dos lugares y señalar el absurdo que significaba
pretender que estuviera buscando una coartada. En lugar de ello, al
apostarlo todo a la hora y la búsqueda de una coartada, la situación
del acusado quedó muy comprometida con el testimonio del experto en
telefonía y, sobre todo, con la declaración de Julia Moorhouse.
Esta testigo, que todos consideraron muy convincente, con el apoyo de
la prueba telefónica, situaba a Barry George fuera de Hafad a las
12:35 horas. Eso parecía apoyar la tesis de la acusación, que
basándose en algunos testimonios de empleadas de Hafad y en la
primera declaración del mismo, indicaba que el sospechoso había
llegado después de las 12:30 y se había marchado sobre las 13:00
horas. La defensa, por su parte, argumentaba que Barry había llegado
a Hafad sobre las 11:00 y no se había marchado hasta las 12:50 o las
13:00. Había cogido el taxi a las 13:15, y el gerente de la empresa
había declarado que había estado allí aproximadamente 15 minutos.
No había disputa sobre este punto, pero si sobre el anterior. En
conjunto, el asunto de Hafad fue dañino para el acusado, y en mi
opinión, decisivo.
Para el segundo juicio la versión de la
defensa volvió a cambiar. Incluso los defensores y los apoyos de
Barry estuvieron de acuerdo en que el testimonio de Moorhouse era
convincente. El mismo Barry George le dijo a un familiar, y más
tarde a los tabloides, que recordaba a Moorhouse, aunque
probablemente era una fábula más. La nueva versión comenzaba
igual, con Barry llegando a Hafad sobre las 11 horas, pero ahora se
afirmaba que se había marchado mucho antes, tal vez sobre las 11:50,
que había regresado a su casa y dejado allí la bolsa de documentos
y la chaqueta, y había vuelto a salir para dirigirse a London
Traffic Cars, vistiendo tan solo la camisa amarilla. Paseando sin
prisa cerca del parque, se habría encontrado a Moorhouse a las
12:35, y tras otro paseo, habría acabado llegando a London Trafic
Cars, sobre las 13 horas o algo antes. Para apoyar esa hipótesis,
contaban con el hecho de que la testigo recordaba que el sujeto que
se le había acercado llevaba un móvil en la mano, pero no se
acordaba de que llevara ninguna bolsa con documentos. Las empleadas
de Hafad, por su parte, se habían fijado en la bolsa con documentos.
(Vean en el siguiente mapa el lugar del encuentro entre Julia Moorhouse y Barry George)
Si Barry se dirigía a Hafad cuando le vio Moorhouse, como afirmaba la acusación, ¿dónde estaba la bolsa con documentos con la que había llegado a ese lugar? La testigo también había declarado que el sujeto llevaba una chaqueta amarilla, en vez de la camisa, pero eso podría haber sido una confusión. El gerente de London Traffic Cars, por su parte, tampoco recordaba la bolsa con documentos.
Si consideramos que el testimonio de Julia
Moorhouse es fiable y que se encontró con Barry George sobre las
12:35, como opina casi todo el mundo, y me adhiero a dicha opinión,
entonces cualquiera de las dos opciones tiene problemas e
implica suponer olvidos y errores.
1) Barry llegó a Hafad sobre las 12:40 o
12:45, como afirmó la policía y la acusación. Tras unos 10 o 15
minutos allí se marchó a London Traffic Cars, donde tras pasar unos
pocos minutos más, se fue en un taxi a las 13:15.
Para suponer correcta esta hipótesis hay que
considerar que Julia Moorhouse confundió la camisa amarilla con una
cazadora, que no vio ninguna chaqueta oscura, ni vio la bolsa de
documentos que llevaba Barry. Ramesh Paul, el gerente de London
Traffic Cars, tampoco vio la bolsa con documentos de Barry.
2) Barry llegó a Hafad sobre las 11 o 11:30, y
se marchó a su casa sobre las 11:50. Allí dejó la chaqueta oscura
y la bolsa con documentos y salió de nuevo para dirigirse a London
Traffic Cars. Por el camino se encontró con Julia Moorhouse.
Esta segunda hipótesis explica perfectamente
que Moorhouse y Ramesh Paul no vieran la bolsa con documentos, y
convierte el tema de la camisa vs chaqueta amarilla en una simple
confusión. Pero tiene otros problemas. El primero es que desde el
lugar donde se separó de Julia Moorhouse hay apenas 7 u 8 minutos a
pie hasta London Traffic Cars, y Barry habría tardado entre 20 y 25
minutos en llegar. El segundo es que Doneraile Street queda fuera de
la ruta entre el apartamento de Barry y la empresa de taxis, y hay
que dar un buen rodeo para llegar allí. Además, esta hipótesis no
se planteó hasta años después del suceso, e implica que a Barry se le había olvidado la visita a su casa.
¿Cual es la correcta? Las dos son posibles (yo me inclino por la versión de la acusación),
pero no creo que importe realmente. Lo que importa es la razón por
la que Barry George fue a esos lugares. Coincido con la policía en
que el día 28 Barry se presentó en Hafad y London Traffic Cars en
busca de una coartada, pero no creo que eso fuera lo que buscaba el
día 26. Les voy a presentar mi opinión, y para juzgarla deben
ustedes tener en cuenta lo ya comentado sobre la vida de Barry, su
comportamiento, sus graves problemas, sus quejas, su creciente
hipocondría, y sus decenas de visitas a hospitales y consultas
médicas.
Los primeros meses de 1999 Barry George había
desarrollado una creciente aprensión por el funcionamiento de sus
tripas, convencido de que sufría algún grave mal, y que los médicos
no lo trataban correctamente. Unas semanas antes del crimen se
presentó en un hospital afirmando que llevaba 6 meses sin movimiento
de intestinos, y aunque se programó la realización de radiografías,
se marchó del hospital antes de que llegara su turno. El 26 de abril
(recordemos que para Barry todos los días eran iguales, sin nada que
hacer) quería ir al Colon Cancer Concern, una organización de
caridad, para obtener información sobre enfermedades del intestino.
Debido a su minusvalía ya contaba con viajes gratuitos en el
transporte público, pero alguien le había contado que también
existía un convenio con las empresas de minicabs de la zona para que
los minusválidos pudieran viajar gratis. Así que decidió ir a
Hafad con todos sus papeles para conseguir esos viajes. Llegó al
lugar diciendo “Necesito ayuda, necesito ayuda, necesito ayuda”,
y le intentó contar a todo el mundo sus problemas de salud, y que
necesitaba viajes gratis. Finalmente, Susan Bicknell logró
convencerlo de que solo recibían con cita previa, arregló una para
el día siguiente, y logró que se marchara, no sin antes tener que
escuchar sus quejas sobre los médicos, que no trataban correctamente
sus enfermedades.
Pese a que no había conseguido los viajes
gratis, decidió probar suerte de todos modos en una compañía de
minicabs cercana, y pese a la negativa inicial, lo cierto es que
consiguió su objetivo, y viajó hasta su destino. No consta si la
policía investigó lo que hizo Barry George en el Colon Cancer
Concern.
Lo que habría tenido influencia en el jurado,
si el juez lo hubiera permitido, habría sido presentar a una docena
de los médicos o empleados públicos, a los que Barry tenía
aburridos, y tras describirles lo que habían narrado los empleados
de Hafad y London Traffic Cars, preguntarles si les parecía un
comportamiento típico del acusado.
Los lectores deberán elegir si esta
explicación para la primera visita de Barry tiene más sentido que
la de que tras matar a Jill Dando esperó una hora para buscar una
coartada.
Para la segunda visita el motivo es diferente. Tras tener noticias del asesinato había estado intentando
llamar la atención, como era habitual. Había llevado flores al
lugar del crimen, visitado tiendas recogiendo firmas y hablando con
conocidos y desconocidos sobre el caso. De repente, el día 28 le
entró el pánico. Tal vez algún policía le preguntó algo al verlo
por la zona, o simplemente se le ocurrió de repente que podía ser
considerado sospechoso. Barry podía pasar en un instante de un
comportamiento relajado y confiado a un estado de pánico irracional.
Mike Burke narra (Pg 38-39) un ejemplo muy llamativo, sucedido años antes del crimen:
“Una tarde
estábamos tomando un trago en el club de la BBC, una lager yo y coca
cola él. De repente, su rostro se iluminó. No me lo puedo creer,
es Freddie Mercury, exclamó con los ojos muy abiertos. ¿Quién
es Freddie?, pregunté. Se sorprendió de que yo no supiera quien
era Freddie, pero nunca había oído hablar de él hasta ese momento,
aunque sabía de la existencia del grupo de pop Queen. Le dije que no
molestara al grupo de jóvenes de pelo largo que yo entendí que eran
miembros de Queen. Pero él simplemente me ignoró, se acercó y se
sentó con ellos unos minutos. Parecían ser muy educados y charló
con ellos un rato. Me hizo señas para que me uniera a ellos, pero no
lo hice. Entonces uno de ellos se inclinó sobre Barry, le tocó el
hombro y le dijo algo. Barry entonces vino hacia mí y dijo: Tenemos
que salir de aquí. Estaba muy asustado, y le dije que se
calmara, que no había hecho nada malo. Dijo que ellos le habían
dicho que tan solo estaban tomándose una copa tranquilamente, pero
insistió en que nos teníamos que marchar. Estaba realmente en
estado de pánico, sin una buena razón, pensé. Nos marchamos”.
Pero, ¿por qué iba a temer Barry ser
considerado sospechoso? Por algo que el jurado no pudo escuchar. Al
no poder mencionarse en el juicio los antecedentes penales del
acusado, no se pudo hablar de un suceso ocurrido unos años antes.
Tras salir de la cárcel después de su condena por intento de
violación, un familiar le había dicho a Barry que a partir de ese
momento la policía vendría a buscarle cada vez que se cometiera un
crimen cerca, y la amenaza se hizo realidad unos años después, en
1992. Barry se habia asustado e inquietado mucho cuando la policía
lo había entrevistado de forma rutinaria en relación con el
asesinato de Rachel Nickell. Así que cuando se acordó de ese
interrogatorio, sumó dos y dos: vivía cerca de la víctima, y la
descripción del sospechoso coincidía con la suya, o al menos no lo eliminaba, así
que podía ser considerado sospechoso. Esto podría provocar cierta
satisfacción más tarde, al darse cuenta de que podía atraer la
atención, pero la reacción inmediata fue el pánico. Regresó a
Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, una actitud
infantil, pero que no desentona con el personaje y su creciente paranoia.
Entró en Hafad muy agitado, buscando que las
empleadas le dijeran la hora exacta a la que había estado allí el
día del crimen y la ropa que llevaba puesta. Les contó que había
llevado flores a la casa de Jill Dando y, muy nervioso, que la
descripción del sospechoso del crimen coincidía con él, aunque
podría ser cualquiera. Se molestó cuando una empleada le dijo que no
recordaba la hora, y cuando esta, presionada, realizó una estimación
(no consta cual) pareció no gustarle, aunque ninguna dijo que él
les sugiriera ninguna hora en concreto. Les dijo que quería la
información sobre las horas y la descripción de la ropa para
entregársela a su abogado, por si algún día era necesaria.
Ni siquiera parecía tener clara la hora a la
que le convenía haber estado en esos lugares. En cuanto Ramesh Paul
le dio el cartón con la 1.15 pm apuntada, se marchó satisfecho,
pese a que eso era casi dos horas después del crimen. Las visitas a
London Traffic Cars ya se han tratado en la segunda parte, y no creo
que haya necesidad de insistir sobre ellas. Son del mismo tipo que
las de Hafad, encajan perfectamente en el comportamiento de Barry
George, y en el contexto adecuado se entienden bien.
Evidentemente, no hay pruebas en un sentido u
otro respecto sobre todas esas visitas, y debemos deducir la
motivación a partir de los datos disponibles. Pueden ser un intento
(muy poco sutil, la verdad) de proporcionarse una coartada, o pueden
explicarse como actos que serían extraños en otra persona, pero que
eran naturales en Barry George. Tienen ustedes la información
suficiente para elegir su opción, la mía está muy clara.
Mucha gente opinaba que Barry George no podía
haber cometido el crimen. Para ser más concretos, ese crimen. No se
planteaba que Barry fuera incapaz de asesinar, lo que no parecía
creíble es que hubiese podido matar de esa forma. Sus vecinos y
conocidos eran muy escépticos ante la posibilidad de que fuera
culpable, y pese a todos los intentos de policía y prensa, no
consiguieron declaraciones en ese sentido. Lord Archer escribió que
nadie en la cárcel, ni guardias ni presos, creía que Barry fuera
culpable de asesinato. Puede que fuera un pervertido, decía alguno,
pero no un asesino. Cuando Archer le preguntó a uno de los guardias
porque estaba tan seguro de que no era el asesino, este respondió:
“Es demasiado estúpido”, y añadió que había estado 18 meses
en el mismo bloque que Barry, y que estaba seguro de que no tenía
capacidad para hacer algo así. Un preso le contó a Archer como en
una prueba deportiva, una carrera de 100 metros, Barry George se
había caído al poco de empezar, para regocijo general.
Uno de sus amigos, que se había apuntado con
él en el Ejército de Reserva, contó que había tenido que formar
pareja para los ejercicios con Barry casi siempre, ya que el resto no
quería hacerlo debido a su torpeza. Los psicólogos lo clasificaron
entre el 5 % de la población con menos inteligencia, y entre el 1 %
con menos capacidad para planear y ejecutar tareas con cierta
complejidad.
Por supuesto, es posible que engañara a todo
el mundo, y que fuera más inteligente y menos torpe de lo que aparentó
durante toda su vida, pero sin pruebas que sustenten esa hipótesis,
no creo sea adecuado tenerla en cuenta. Lo cierto es que no hay
evidencia convincente que indique su participación en el crimen, no se
encontró un motivo para ello, y los datos conocidos hacen muy improbable que
alguien como él pudiera cometer un asesinato de ese tipo.
Pero entonces, ¿quién asesinó a Jill Dando?
Pero entonces, ¿quién asesinó a Jill Dando?
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Próximamente:
-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.
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FUENTES
Ver al final de la primera parte.