lunes, 3 de octubre de 2016

El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?


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Aunque siempre hay que mantener la prudencia ante un caso pendiente de resolución, mi opinión es que Barry George no asesinó a Jill Dando. No solo es que crea que no existen pruebas suficientes para una condena penal, lo que afirmo es que los supuestos indicios en su contra no soportan un análisis riguroso y desapasionado. Esto no implica simpatía o cualquier otro sentimiento hacia Barry George, se trata simplemente de si realizó determinado acto o no. 

Barry George y su hermana Michelle, en Irlanda

El sistema fracasó por completo: Los policías se equivocaron, jueces y fiscales aceptaron las conclusiones policiales, y finalmente el caso se presentó ante una institución que es una auténtica fábrica de errores, el jurado popular. La problemática general del jurado merecerá una tratamiento detallado en otro momento, ya que en este caso el gran error, el error original, es el policial. Creo que la mayoría de los policías implicados eran esencialmente honestos, y también capaces e inteligentes, y sin embargo cometieron un grave error, sin que haya una paradoja o contradicción implicada en estas afirmaciones. Ser brillante, honesto o inteligente no convierte a un detective en inmune a los miedos, anhelos y presiones que padecen los demás. Ser consciente de los errores y falacias lógicas (ver una buena muestra en: Rossmo, Criminal Investigative Failures) no significa que no se pueda caer en ellos.

Tomemos el caso de Hamish Campbell, por ejemplo. Tras el caso Dando continuó una brillante carrera en la Policía Metropolitana, hasta su retiro en 2013. Inteligente, con una mente analítica, hábil en el manejo de la palabra, un organizador eficaz, lo tenía todo para dirigir una investigación como la del asesinato de Jill Dando. Por otra parte, era perfectamente consciente de las trampas lógicas y los sesgos que podían enturbiar su razonamiento y el de sus hombres, y lo dejó claro en varias ocasiones. 
 
Hamish Campbell
 

Por aquella época se había instaurado como una práctica obligatoria que los detectives al cargo de una investigación debían reflejar por escrito diariamente sus opiniones sobre el caso y el desarrollo de este. El 8 de mayo de 2000 Campbell escribió en ese registro sobre Barry George:

Hay la tentación de considerar cualquier cosa remotamente sospechosa como evidencia de su participación, y a interpretar su comportamiento, claramente inusual, como sospechoso… Esto es peligroso e imprudente. (Del libro de David James Smith: Al about Jill, 237)

Estas consideraciones se entremezclaban con algunas que indicaban que creía que Barry era culpable, y con otras en las que señalaba que debían realizar una aproximación prudente a la evidencia. A pesar de que Campbell pudo haber albergado dudas, mi impresión es que en ese momento ya estaba convencido de que Barry era el asesino, y tan solo trataba de cubrirse. El problema de la anotación diaria en el registro es que quien escribe es consciente de que sus anotaciones serán revisadas en el futuro en busca de errores y mala praxis (como, por ejemplo, los de la catastrófica investigación del asesinato de Rachel Nickell), y en ese contexto interpreto yo las anotaciones, a veces contradictorias, de Cambpell. De todos modos, lo que pretendo señalar es que era plenamente consciente de los errores que se pueden cometer, y que a pesar de todo cometió. Pero si Campbell y sus hombres eran policías inteligentes, experimentados, con una aproximación racional al caso, ¿por qué se equivocaron?

Es una constante en toda nuestra actividad vital el que tratemos de apartarnos, de forma consciente o inconsciente, de aquella situaciones que nos provocan dolor, o incomodidad, o malestar, y tendamos a acercarnos a las que nos proporcionan bienestar. Por mucho que tratemos de ser imparciales, ante dos hipótesis alternativas, y si el resto de factores son iguales, será mas probable elegir la que minimiza nuestra incomodidad. Por otra parte, no hacen falta órdenes, ni siquiera insinuaciones o mensajes subliminales, basta con un movimiento de ceja o determinada expresión, o falta de ella, en un rostro, para saber cuando un jefe está cómodo con una información o esta le desagrada; y es un proceso que se repite arriba y abajo en toda organización jerárquica. Salvo casos patológicos, que también existen, si aparecen indicios que señalan claramente en una dirección, la mayoría cumplirá con su deber y seguirá esa dirección, aunque no agrade o pueda causar algún problema. Pero cuando no hay nada que señale hacia un lado u otro, o la interpretación es confusa y variable, siempre es más cómodo seguir la ruta menos empinada.

Por ejemplo, a los políticos les habría preocupado bastante más que los indicios señalaran hacia un atentado de los serbios a que apuntaran hacia algún acosador o un amante despechado. En el primer caso la indignación de prensa y público podría forzarlos a tomar medidas (recordemos que estaba en marcha la campaña aérea contra Yugoslavia) o arriesgarse a críticas feroces. Por contra, un crimen más usual, obra de un individual, no tendría el mismo efecto.

En el caso de Oxborough, los condicionantes internos eran otros. No dudo de que tuvo lugar un debate libre y honesto entre los detectives sobre cada hipótesis y sus méritos o problemática, pero las semanas comenzaron a pasar, y pese al duro trabajo no había resultados; y después las semanas se convirtieron en meses, y continuaban sin nada sólido. Todos habían sido conscientes casi desde el principio de que probablemente estaban ante el caso de sus vidas, ese caso que todo detective sueña con resolver y que proporciona celebridad, ascenso profesional y tal vez un trabajo muy bien pagado al dejar la policía. Pero el sueño puede convertirse en pesadilla si al final no hay resolución, y las críticas, externas e internas, pueden ser el resultado en vez de la gloria.

Había, por otra parte, dos elementos que hacían de este un caso muy especial:

1) El tamaño de la investigación. No era frecuente que los investigadores contaran con tantos medios humanos y materiales a su disposición para la investigación de un asesinato individual. Los detectives no estaban acostumbrados a manejar el volumen de información que entraba, ni sabían como gestionarla de forma eficaz, ni estaban preparados para realizar deducciones a partir de tal cantidad de datos, ni a tener tantos posibles testigos a su disposición. El exceso de recursos puede facilitar parte de la investigación, pero también crea problemas (burocráticos, volumen excesivo de datos, incapacidad para discriminar y priorizar información …) que pueden anular las ventajas e introducir confusión en el proceso.

2) Un caso de alto impacto mediático. La atención prestada por televisiones y periódicos a este caso no tenía precedentes hasta ese momento en crímenes individuales (sería superada en 2007 por la desaparición de Madeleine McCann). La cobertura durante las primeras semanas fue máxima, y Hamish Campbell se convirtió en una celebridad, concediendo muchas entrevistas y participando de forma activa en la reconstrucción de los hechos en Crimewatch. Después de unos meses, y ante la falta de noticias, el interés de la prensa disminuyó, pero todos sabían que se trataba de un reposo temporal, y que regresaría con fuerza.

Cuando se acercaba el primer aniversario del crimen la situación no parecía la mejor para Campbell y su equipo. Los medios iban a regresar en busca de noticias y ellos no tenían nada nuevo que ofrecer. Los temibles periódicos sensacionalistas, que habían sido bastante respetuosos con la policía hasta ese momento, podían comenzar a hacer daño debido a la falta de avances en la investigación. Además de los medios, los superiores de los detectives también podían empezar a impacientarse, y más pronto que tarde. No era posible mantener durante mucho tiempo a 40 agentes dedicados a tiempo completo a una investigación, y era previsible que si no había resultados tangibles en unos meses comenzara una progresiva disminución del número de agentes y de los medios asignados, que es lo que suele ocurrir cuando pasa el tiempo y no se resuelve un caso. A partir de cierto momento, era probable que al propio Hamish Campbell le encargaran otras tareas, quedando el caso en manos de detectives de menor rango.

Por tanto, en marzo de 2000 había en el horizonte cercano una doble amenaza, la de una prensa agresiva que podía plantear preguntas para las que no había respuesta, y una previsible disminución de personal y medios. Y en ese momento se encontraron con Barry George. Es en el marco de esta situación general en el que debemos analizar la actitud de los detectives ante el sospechoso, y como este llegó ante ellos en el momento justo. Mi opinión es que si el equipo de Oxborough hubiese entrevistado a Barry George en las primeras semanas después del crimen, habría sido dejado de lado enseguida, tal como ocurrió con otros sospechosos. En ese momento Barry no encajaba en el modelo dominante (algún conocido de Jill, por razones personales, tal vez un crimen por encargo), ni había presión sobre los investigadores, ni la necesidad imperiosa de encontrar un sospechoso viable. Pero Barry atrajo la atención de los detectives en el momento preciso, cuando les iban a preguntar directamente, después de un año de investigación, si había algún avance en el caso.

Una vez que comenzó el proceso este se convirtió en imparable. No había evidencia firme contra el sospechoso, pero tampoco nada que lo exonerara, y se podían construir dos hipótesis a partir de los datos disponibles:

-Barry George era el asesino, y los indicios, aunque débiles y a veces equívocos, señalaban en esa dirección.

-Barry George era inocente, y los indicios, débiles y equívocos, no eran más que humo.

Una de las dos hipótesis se envolvía de optimismo, podía conducir, si acababa bien, al éxito y la celebridad, y provocaba buen humor y un ambiente agradable. La otra hipótesis volvía el juego al punto de partida, a la nada; alejaba el éxito y aproximaba el fracaso y la incertidumbre profesional. Sin nada firme sobre lo que que fundamentar una decisión, no debe extrañar la tendencia creciente a favorecer la primera hipótesis.

SESGO

Hay una primera fase de la investigación policial dónde se realizan averiguaciones, se toman declaraciones y se analizan datos para intentar descubrir al culpable. En esta fase suele haber libre circulación y confrontación de hipótesis, y se trata de analizar la evidencia de forma rigurosa e imparcial. Hay una segunda fase que comienza en el momento en que los resultados de la primera fase han llevado a la conclusión de que determinado individuo (o individuos) es el autor de los hechos. A partir de ese momento el objetivo de policías y fiscales pasa a ser la obtención de evidencia para poder condenar al acusado, y ya no hay vuelta atrás. Cesa por completo toda investigación sobre el resto de los sospechosos, y todos, absolutamente todos los recursos se dedican a tratar de demostrar la culpabilidad. No se puede continuar investigando a otros sospechosos o disentir de forma oficial, ya que gran parte de la acusación, y sobre todo en un caso sin apenas pruebas, se basa en la persuasión, y no se puede hacer o decir nada que la defensa pueda utilizar más adelante para afirmar que la policía no estaba del todo segura de que el acusado fuera culpable. Esa seguridad, que parece irracional en muchas ocasiones, resulta indispensable para la acusación. No se puede pedir a un jurado que declare culpable a alguien si un investigador afirma que tiene dudas sobre su culpabilidad.

El temido sesgo de confirmación, contra el que se advierte en la primera fase de una investigación, es sin embargo tolerado, incluso fomentado, en la segunda, en la que se seleccionan precisamente los datos y testimonios que puedan servir para condenar al acusado. El problema aparece cuando se presenta justo antes de pasar a la segunda fase, y se usa la evidencia seleccionada para, precisamente, cerrar la primera fase y pasar a la segunda. Esto fue, en mi opinión, lo que ocurrió en este caso. Pese a que, como hemos visto, Hamish Campbell conocía el peligro y sabía que sus agentes tenían la tentación de interpretar la información de forma sesgada, lo cierto es que fue lo que hicieron.

En una segunda intervención en Crimewatch, Hamish Campbell aseguró que se inclinaban por un tipo de criminal bastante definido, y señaló una serie de características que tendría dicho asesino. Lo que se cuido mucho de decir fue que en ese momento ya tenían un sospechoso, y que casi todas las características encajaban, curiosamente, con ese sospechoso. Por ejemplo, pese a que los informes de los psicólogos señalaban que el autor del crimen tendría gran interés en Jill Dando, y que no lo ocultaría, Campbell afirmó que la persona que buscaban estaría interesado en los famosos, en general. Esa intervención del detective provocó algunas críticas más tarde, y lo cierto es que su proceder parece bastante dudoso. Por otra parte, Barry vivía solo y no tenía relaciones profundas con nadie, pero no era una situación deseada, y no parece que se le pueda catalogar como un solitario. Intentaba, a veces de forma casi deseperada, entablar contacto, relacionarse, sobre todo con mujeres, y tenía muchos conocidos y varios amigos.

No tengo dudas de que para mayo Hamish Campbell y la mayoría de sus hombres estaban convencidos de que Barry era culpable, pero ese convencimiento no se consiguió a partir de pruebas sólidas y un análisis adecuado de todos los elementos, sino que fue fruto de la necesidad. Necesitaban un culpable, encontraron a alguien que podía servir, y comenzaron a interpretar toda la evidencia partiendo de la premisa de que efectivamente era culpable, hasta que todo parecía tener sentido. Es una problemática no inusual en la investigación policial.

Mike Burke cita a Ian Horrocks, tras el segundo juicio, protestando ante las acusaciones contra la policía, que no se habían limitado a apresar al chalado local, y que habían llevado a cabo una exhaustiva investigación y eliminado a todos los sospechosos menos uno, Barry George. Consideraron que como llevaban varios meses investigando y no habían encontrado nada, al aparecer alguien sobre el que había una mínima sospecha, ese tenía que ser el asesino. No había nadie más, así que tenía que ser Barry, o si no, ¿quién había cometido el crimen?

Esa forma de razonar, que funciona bien en la mayoría de los casos, nos da a entender que de no haberse fijado en Barry, cualquiera que hubiese aparecido ante su radar en las semanas o meses siguientes, y de aparecer el más mínimo indicio en su contra, se habría convertido en el asesino. Está implícita en esa forma de pensar la suposición de que después de un año de investigación y miles de entrevistas, el culpable debía aparecer con seguridad. Era una posibilidad, pero había otras dos igual de buenas que esa:

-Que ya lo hubieran investigado y hubiera sido capaz de pasar desapercibido. Algunas coartadas, sobre todo las de personas investigadas semanas o meses después del crimen, eran difíciles o imposibles de comprobar. Es posible que la motivación de un sospechoso no fuera descubierta, o no se le diese la importancia debida. Muchos policías están muy orgullosos de su habilidad para descubrir a quien está mintiendo, pero muchos criminales engañan completamente a los detectives. Era posible que el asesino ya hubiera sido investigado y entrevistado.

-Que no se hubiera llegado a investigarlo. De la misma forma que Barry llamó la atención de los detectives casi un año después del crimen, había muchos posibles sospechosos que no habían sido investigados todavía. Era posible que el culpable estuviese a meses o semanas de ser entrevistado, o tal vez su nombre no llegó a entrar nunca en el sistema.

Una vez que he presentado el contexto en el que, en mi opinión, debe estudiarse la investigación policial, voy a tratar de analizar la evidencia que supuestamente relaciona a Barry George con el crimen. Comentaré de pasada elementos que se han tratado por extenso en anteriores capítulos y me detendré algo más con los testigos.


EVIDENCIA FÍSICA

En mi opinión las pruebas forenses se pueden descartar por completo. No debieron ser admitidas nunca, ni en el primer juicio ni en el segundo, ni la partícula de residuo de disparo ni la fibra. No prueban nada, no son pruebas científicas, como se pretendía, son conjuntos de suposiciones. William Clegg, en su argumentación exitosa ante el juez para eliminar la partícula para el segundo juicio, afirmó que un reciente estudio indicaba que un 15% de los vagones de metro y autobuses contenían partículas de residuo de disparo. Estaban por todas partes, podía uno contaminarse en muchos lugares y circunstancias.

No había datos para establecer conclusiones fundamentadas sobre la probabilidad de una contaminación, y por tanto, no debió admitirse a juicio para que los jurados decidieran sobre algo que no comprendían. La fibra era peor todavía como prueba. Era compatible con las fibras de un pantalón de Barry, y probablemente con cientos de miles de prendas más. El origen podía ser ropa de la propia Jill, de Farthing, de sus amigos, de los paramédicos o los policías, de mucha gente. No se hallaron fibra del abrigo Cecil Gee de Barry en la ropa de Dando, ni fibras del abrigo de Dando en la ropa de Barry.

Las pruebas de residuo de disparo y la comparación de fibras deberían ser eliminadas de los tribunales salvo casos excepcionales (en una futura entrada argumentare esto con más detalle). La mayoría de las veces no demuestran nada y solo sirven para confundir a los jurados, que es probablemente la razón por las que la acusación las presenta.

Un último apunte sobre la partícula de residuo de disparo. Hasta donde yo se, la defensa de Barry George no reparó en que la hipótesis de la acusación se contradice a sí misma. La policía afirmaba que Barry George era un gran aficionado a las armas, y que mediante compra o modificación había conseguido una pistola y munición. No pudieron probarlo, por suerte para la acusación, ya que de haberlo hecho se habrían quedado sin su principal prueba de cargo. Parece razonable suponer que si un gran aficionado a las armas tiene una pistola y munición dispare alguna vez, pero entonces la partícula ya no podría ser relacionada con el asesinato de Jill Dando. Para poder relacionar la partícula con el crimen, hay que suponer que el disparo contra Jill fue un evento único, la única vez que Barry George habría disparado un arma, antes o después del 26 de abril. Así que la acusación, para hacer creíble su caso, necesita poner a Barry en posesión y uso de un arma de fuego real, pero eso elimina la validez de su prueba, que podría entonces proceder de cualquier otro disparo realizado por el acusado. Para que la partícula de residuo de disparo pueda ser una prueba, hay que suponer que el fanático de las armas que se describía, y que tenía un arma y munición, no habría disparado nunca, excepto contra Jill Dando.

Esto es todo lo que supuestamente ligaba físicamente a Barry George con el crimen. Como ni policía ni acusación pudieron mostrar ni el más mínimo interés de Barry George en Jill Dando, tampoco hay motivo para el crimen. Otros elementos del caso tampoco sostienen las sospechas sobre Barry:

-Este fue toda su vida un mentiroso patológico y un fabulador, así que no debe extrañar que dijera mentiras. Lo que en otra persona podría ser un indicio de culpabilidad, no significa nada en una persona que había mentido y fabulado a diario durante 25 años. Tal vez mintió sobre si sabía dónde vivía la víctima, o sobre si se acordaba de la visita al médico en Gowan Avenue, o sobre muchas otras cosas, pero lo cierto es que no se pudo probar nada. Pero incluso de haber mentido sobre alguno de esos extremos no indicaría culpabilidad.

-Acosaba a las mujeres, pero eso no lo relacionaba en forma alguna con un asesinato a sangre fría. Además, el comportamiento de Barry encaja con bastante dificultad en el concepto usual de acoso, ya que falta un elemento importante, como es la constancia y la repetición. Barry seguía y fotografiaba a algunas mujeres, pero la mayoría de las veces ni contactaba con ellas. Seguía hasta sus casas a otras, y había llegado a proferir lo que podían ser amenazas: “Sé donde vives”, pero la gran mayoría de ellas no volvían a ser molestadas en forma alguna. En los pocos casos en los que iba un poco más allá, se retiraba y no insistía ante las más mínima resistencia.

-No se pudo demostrar que Barry tuviera jamás un arma de fuego real, ni que tuviese habilidad ni conocimientos técnicos para modificar un arma, o una bala. No se encontró ningún rastro de un arma, ni herramientas para modificarla, ni nada que sugiriera que las había poseido. Tras pasar varios años patinando a todas horas, su interés había pasado a las armas durante los años 80, cuando soñaba con ser un SAS como su admirado Tom Palmer, pero cuando se convirtió en Barry Bulsara casi todo su atención pasó a Freddie Mercury y la música. Posiblemente continuaba interesado de alguna forma en las cuestiones militares y en las armas, pero no fue su principal interés, como lo había sido antes, durante al menos la década anterior al crimen.

-No se encontró ninguna relación con Jill Dando, ni siquiera pruebas de que la había conocido o sabía quien era. De haber tenido algún interés en ella, no habría podido ocultarlo, opinaban sus conocidos, no digamos ya una obsesión. Todos conocían las obsesiones de Barry. El argumento de que debía saber al menos quien era, ya que vivía muy cerca, no se sostiene. David James Smith comenta al principio de su libro que había vivido en Fulham durante 15 años y que no tenía ni idea de que Jill Dando vivía allí también. Sus hijos habían asistido a una guardería en Munster Road, a 100 metros de Gowan Avenue, pero nadie le había dicho jamás que vivía por allí cerca una famosa presentadora.

-Pese a que él quería hacerlo, sus abogados decidieron que el acusado no declarara en ninguno de los juicios, y los jueces lo aceptaron sin discusión, advirtiendo a los jurados que esa decisión no debía pesar (aunque siempre pesa) contra el acusado. Para los jueces el motivo era su minusvalía y sus problemas físicos y mentales. Para la defensa estaba claro que su testimonio no iba a aportar nada favorable, y la la extraordinaria habilidad de Barry para meter la pata iba a conseguir que dijera algo que lo hiciera más sospechoso todavía. No hay más que ver la grabación de alguna entrevista a Barry para comprender la prudente estrategia de la defensa.


Opino que todas y cada una de las supuestas pruebas o indicios contra Barry George se pueden dejar de lado. No valen nada, no prueban nada, no sirven para nada. Pero, se puede alegar, todavía quedan los testimonios, los de la gente que lo vio en Gowan Avenue, o las extrañas visitas a Hafad y London Traffic Cars. Es posible que no sea suficiente para una condena penal, pero indica que hay una buena posibilidad de que Barry sea culpable. No lo creo. Intentaré demostrar que un análisis cuidadoso y no sesgado de los testimonios indica que no era Barry George quien estaba esa mañana cerca del lugar del crimen; y el contexto adecuado nos hará comprender las visitas de Barry a Hafad y London Traffic Cars.

LOS TESTIGOS

Bob Mills
En el segundo juicio se introdujo una parte del testimonio de Richard Hughes que la defensa había logrado eliminar del primero. La descripción de Hughes no había servido para realizar un retrato robot, pero había afirmado que el hombre le había recordado al actor Bob Mills. Este testimonio podía ser dañino para el acusado, según consideraron algunos, ya que este guardaba cierto parecido con Mills. Lo cierto es que el parecido es muy superficial, si existe alguno. En vez de actuar contra Barry, creo que lo hace a favor. Demuestra que Hughes vio al sospechoso con más claridad de lo que dijo, y de lo que probablemente él mismo pensara. Hughes atendió a la rueda de reconocimiento (la real, con Barry presente) y no lo reconoció. Se fijó un buen rato en uno de los figurantes, pero al final no señaló a nadie. 

Otros dos elementos de la descripción de Richard Hughes son incompatibles con Barry George. El testigo señaló que el sobretodo que llevaba el sospechoso tenía las solapas de distinto material al resto de la prenda, lo que no ocurría con el abrigo Cecil Gee de Barry. Por otra parte, señaló que le había parecido alguien elegante, y por ello había pensado que podía ser un amigo de Jill. No creo que nunca haya nadie descrito a Barry como elegante. Vean en el siguiente vídeo su característica forma de caminar.



Geoffrey Upfill-Brown, que falleció a finales de 2008, tampoco identificó al acusado, pero de sus palabras y las de sus familiares se desprende que estaba bastante seguro de que Barry no era el hombre que había visto corriendo frente a su casa. Estaba convencido de que lo reconocería si lo volviera a ver, lo que implica que no era el acusado.

Con esto debería ser suficiente para concluir que la prueba testifical no solo no señala a Barry George, sino que lo excluye. Estos son los dos únicos testigos que con seguridad vieron al asesino, y no solo no reconocieron a Barry, sino que sus declaraciones indican con bastante claridad que no era él a quien vieron. Una vez que ha quedado establecido esto, podemos pasar a los pseudotestigos. No dudo de su buena fe, sino que pretendo señalar las dudas que hay sobre si realmente son testigos. ¿Testigos de qué? Los testimonios de Hughes y Upfill-Brown dejan claro que la persona que vieron no podía ser otra que el asesino marchándose de la escena del crimen a la hora del crimen. Pero los otros testigos tan solo vieron a personas que no estaban haciendo nada especial, mucho antes de la hora del crimen, y que podían estar implicadas o no.

Una de las características de este caso es la gran cantidad de testimonios que recopiló la policía entrevistando a gente que pasó por esa calle y otras cercanas ese día (y en días anteriores). Decenas de declaraciones fueron recogidas, lo que indica tanto lo minucioso del trabajo policial como, sobre todo, el gran despliegue de medios. Tantos posibles testigos, sin embargo, acabaron provocando un grave problema. Unos describían a personas de apariencia mediterránea, mientras que otros hablaban de pieles pálidas o rosadas. Unos sospechosos eran vistos hablando por el móvil, mientras otros no lo portaban, al menos a la vista. Muchos llevaban traje, mientras otros iban con abrigo, o con vestimenta más informal. Algunos fueron vistos parados, sin moverse, mientras que otros corrían. Algún sospechoso llevaba sombrero o gafas, mientras que la mayoría no llevaba esos elementos. Uno de ellos no llevaba puestas unas gafas, pero tenía en el puente de la nariz la señal inequívoca de llevarlas a menudo. No solo eso, estaban los coches. Había varios coches sospechosos, sobre todo Range Rover. Muchos de estos testimonios tenían características comunes, y podía suponerse, aunque no asegurarse, que estaban describiendo al mismo hombre, o al mismo coche.

El caso es que los detectives tenían a su disposición tantos testimonios que podían elegir los que se adaptaban a sus necesidades. No voy a llegar al extremo de afirmar que tenían testimonios para cualquier sospechoso, pero si que podrían encontrar entre los testimonios algunos que encajaban con una gran variedad de posibles sospechosos. Cuando los policías señalan que los testigos indicaban que Barry George había estado esa mañana en Gowan Avenue, se olvidan de aclarar que tan solo algunos testigos, los que a ellos les interesa.

Como Barry George no se parecía al retrato robot de la persona en la parada del autobús, entonces ese elemento ya no era importante. Los Range Rover y otros vehículos desaparecieron por completo de la narrativa policial una vez hubo sido detenido Barry. Como este no tenía coche, ni carnet, ni había sido nunca visto conduciendo, los coches ya no interesaban. Si se hubiera detenido a cualquier otra persona que se pareciera al retrato robot y condujera un Range Rover o un coche parecido, seguramente el retrato robot y los testigos que vieron los coches habrían sido catalogados como cruciales, y se habría dejado de lado otros testimonios que se utilizaron contra Barry. Se ignoraron todos los testimonios que señalaban a un hombre en el parque Bishop, porque según al policía Barry se había marchado a su casa después de cometer el crimen.

Creo que se puede observar el patrón. La policía utilizó los testimonios que pensaba que podían servir contra Barry, aunque incluso esos tenían grandes discrepancias, y dejó de lado los que no servían o incluso le beneficiaban. Fue una elección totalmente arbitraria, ya que a priori unos testimonios no eran mejores que otros, y fue tan solo lo bien que funcionaban contra el sospechoso que tenían en ese momento lo que los convirtió en importantes. Todo esto no es una simple conjetura, puede demostrarse, y la prueba nos la proporciona el mismo Hamish Campbell. Crimewatch trató sobre el asesinato de su presentadora unas semanas después del crimen, y Campbell participó en el programa de forma activa y fue el encargado de ir explicando, con estilo didáctico y comprensible, las recreaciones de lo que habían visto muchos testigos. 

Crimewatch dedicado al asesinato de Jill Dando. 

   

Parece bastante claro que el Inspector Jefe fue el encargado de seleccionar los testimonios que consideraba más importantes para su dramatización por actores del programa. Ademas de lo que vieron Hughes y Upfill-Brown, se recrearon siete testimonios anteriores al momento del crimen,y unos cuantos más posteriores. Pues bien, ninguna de eses siete recreaciones previas al crimen y mostradas en el programa corresponde a Susan Mayes, Terry Normanton, Stella o Charlotte de Rosnay. Ninguno de los cuatro testimonios utilizados como prueba contra el acusado fue recreado en el programa, lo que indica que en aquel momento eran considerados poco importantes, secundarios. Lo único que los convirtió en importantes fue que uno identificaba al acusado, y los otros tres casi lo hacían.

Pero incluso así, seleccionando testimonios de forma arbitraria, la prueba testifical es muy débil y pobre. Tan solo Susan Mayes identificó a Barry de forma clara en un reconocimiento por vídeo, y su declaración es más que problemática. Como era la única que había identificado al sospechoso, no quedó mas remedio que utilizar su testimonio, aunque este incluía un vehículo que no se podía ligar de ninguna manera a Barry. La hora, la luz, la barba que se dejó Barry, el tiempo transcurrido, el que los dos llevaran años viviendo en el mismo barrio, a unos cientos de metros, la contradicción en la apariencia física de la persona vista, … todo eso debe hacernos tomar con mucha precaución el reconocimiento. Pero sobre todo está el vehículo. La declaración de Mayes deja claro que la persona que vio estaba relacionada con el coche que tenía al lado, y que estaba obstaculizando la circulación. Por lo tanto, es casi seguro que no podía ser Barry George.

Muchos testigos tienen la tendencia a señalar a alguien en las ruedas de reconocimiento. Es como si se sintieran obligados a agradar y temieran fracasar si no apuntan a alguien. Pueden señalar a quien más se parece de entre las personas que le muestran, aunque no se parezca realmente mucho, o pueden señalar a alguien cuya cara les suene, aunque no sepan de qué. Susan Mayes pensó mucho tiempo antes de señalar a Barry, pero después afirmó estar muy segura. Los policías le hicieron saber que estaban contentos con la persona que había señalado, y eso reafirmó su seguridad. Tampoco hay que descartar que la actitud de Barry durante el reconocimiento le hiciese destacar de alguna forma sobre los figurantes. Además, sabemos que Barry George visitó Gowan Avenue varias veces después del crimen, por lo que cabe la posibilidad de que Susan Mayes (y Charlotte de Rosnay y Terry Normanton) le hubira visto y le pareciese familiar su cara en el reconocimiento.

Stella y Charlotte de Rosnay vieron a alguien cuya descripción no encajaba con la de Susan Mayes (vieron piel rosada o pálida, no la piel morena que observó Mayes), y el traje que llevaba el sospechoso tampoco encajaba con la ropa vista por los testigos del crimen. La única razón por la que su testimonio fue utilizado es porque casi señalan a Barry en la rueda de reconocimiento. Dudaron entre él y uno de los figurantes, demostrando así que había otra persona en ese pequeño grupo que tenía algún parecido con la persona que habían visto. Muy poco después, afirmaron, sin embargo, estar convencidas de que el número 2 (Barry George) era la persona que habían visto el día del crimen.

Sin embargo, se puede impugnar fácilmente esa identificación sobrevenida. Como ya se ha señalado, Susan Mayes recibió señales de forma inmediata de que había acertado, y se supo más tarde que Mayes compartió taxi con Stella y Charlotte de Rosnay en su regreso a Gowan Avenue desde el cuartel de la policía. No resulta rebuscado plantear que hablaron sobre la identificación y que Mayes les contó (en el taxi o en Gowan Avenue, ya que eran vecinas cercanas) a quien había señalado, y sobre todo, que había señalado a la persona correcta. Y eso explica perfectamente la razón por la que Stella y Charlotte, que habían dudado entre dos personas en el reconocimiento, pasaran de repente a opinar que habían reconocido a una de ellas. 

El testimonio de Terry Normanton ni siquiera debió ser tenido en cuenta. Pese a que le habían preguntado dos veces, negó haber visto algo extraño, hasta que un año después del crimen realizó su declaración. De nuevo, se utilizó sus testimonio tan solo porque casi había señalado al sospechoso. Las cuatro, Susan Mayes, Stella y Charlotte de Rosnay, y Terry Normanton, describen a la persona que vieron vistiendo un traje, sin abrigo. Es posible, solo posible, que vieran a la misma persona, pero entonces no era la misma que vieron Hughes y Upfill-Brown.

El argumento de policía y fiscalía era que habría sido demasiada casualidad que dos personas hubiesen estado en el mismo lugar, a la misma hora aproximada, vistiendo la misma ropa, y comportándose de forma similar, y que todo indicaba que los testimonios se referían a una única persona. Como uno de los testigos había reconocido a Barry George, la persona que habían visto los demás tenía que ser Barry George. Es posible que todos los testigos citados vieran a la misma persona (de eso se tratará con detalle en la última parte), pero ni policía ni acusación han explicado porque la vestimenta no coincidía con la de la persona vista huyendo de la escena del crimen.

Hay otros testigos que vieron a personas que podrían encajar con el sujeto visto por Stella y Charlotte de Rosnay, pero que no reconocieron a Barry, y por eso su testimonio se ignoró. Hay un testimonio clave, y es el del cartero, Terry Griffith. Poco después de las 10 de la mañana del día del crimen Griffith echó cartas en el buzón de la puerta de Jill, y al darse la vuelta para seguir su ruta vio en la acera de enfrente a un hombre parado que miraba directamente hacia la casa de Dando. Al notar que el cartero le observaba, el hombre se ocultó de la vista tras una furgoneta aparcada. Pelo negro, traje oscuro, apariencia elegante. La descripción es lo bastante parecida a la de las Stella y Charlotte de Rosnay como para plantear que pudiera ser el mismo hombre. ¿Por qué la acusación no consideró su testimonio como relevante? Porque no reconoció a Barry George, claro está, como les ocurrió a otros muchos testigos, pero hay algo más. Debido a que podía ser un testigo, al cartero se le asignó una ruta distinta durante seis semanas. El primer día que regresó a Gowan Avenue se le acercó un hombre que comenzó a hablarle de Jill Dando y le dijo que acababa de ver a alguien que podía ser el asesino, y le pedía el teléfono móvil para llamar a la policía. Griffith consideró que estaba ante un chiflado y no le dio más importancia, pero cuando llegó el momento de la rueda de reconocimiento no señaló a nadie como el hombre que había visto el día del crimen, pero no tuvo dudas en señalar a Barry George como la persona que se le había acercado semanas después. Es decir, Griffith no solo no reconoció a Barry en la rueda, su testimonio implica que no era Barry la persona que había visto el día del crimen. El día 26 de abril había visto a un sospechoso sin barba, y seis semanas después se le acercó un hombre sin barba, al que no reconoció como el que había visto anteriormente. Un año después, sin embargo, reconoció al hombre con barba como el mismo que le había acercado.

Si entre decenas de testigos se escogen tan solo a los que reconocen al sospechoso o casi lo reconocen, y se dejan de lado los que no señalan a nadie, e incluso a los que están seguros de que no era el sospechoso (de estos no se informó), el sesgo es enorme, y la capacidad para señalar a múltiples sospechosos, según la necesidad, inquietante.

Yo creo que es suficiente. Se podría seguir con más testigos, pero en mi opinión queda bastante claro el estado de la prueba testifical:

-Los dos testigos que vieron al asesino no identificaron a Barry George, y su descripción no encaja con el acusado.

-Los cuatro testimonios (Mayes, las dos de Rosnay y Normanton) se eligieron únicamente porque reconocieron a Barry, en un caso, o casi lo reconocieron, los otros tres. De todos modos, su descripción de las ropas del sospechoso es completamente distinta a la de Hugues y Upfill-Brown y ninguna menciona un abrigo.

-Se dejaron de lado decenas de testimonios porque no reconocieron a Barry, y posiblemente porque alguno dijo que no era él a quien había visto.

-La única identificación positiva, además de dudosa, liga de forma inequívoca al sospechoso con un coche, lo que descarta a Barry George. Es una contradicción insuperable: identifica al sospechoso pero su relato imposibilita que su identificación sea correcta.


HAFAD

Si ni las pruebas forenses ni los testigos de Gowan Avenue señalan hacia Barry George, tan solo quedan sus visitas a Hafad y London Traffic Cars. En realidad, es volver al principio, ya que Hafad fue la razón por la que se sospechó de Barry inicialmente. Considero la hipótesis de que Barry George visitó Hafad y London Traffic Cars para proporcionarse una coartada como extremadamente débil, y puedo argumentar que durante un tiempo la policía opinaba lo mismo, y que eso tan solo cambió cuando necesitaron construir un caso contra el sospechoso. Recordemos que las empleadas de Hafad realizaron nada menos que cuatro llamadas para informar sobre el extraño sujeto, desde dos días después del crimen hasta varias semanas más tarde, y que la policía no les prestó la menor atención. Es cierto que no había muchos datos, pero la información básica la tenían ante ellos: alguien se había comportando de forma extraña el día del asesinato de Jill Dando, poco antes o poco después de la hora del crimen, y había regresado dos días después para que le dijeran que ropa llevaba puesta y la hora de la primera visita. A los policías les debió parecer que el asesino no podía haber hecho algo así, y que parecía la obra de un chiflado, y por eso no le dieron ninguna importancia.

Cuando Gallagher visitó Hafad, dos veces, a primeros de marzo de 2000, ya tuvo toda la información a su disposición. Le dijeron que la visita del sujeto se había producido entre veinte minutos y una hora y media después del crimen, y le contaron todo lo que había dicho y hecho en las dos visitas y la ropa que llevaba puesta. Y sin embargo, no le dio mucha importancia. Se propuso entrevistar al sospechoso, pero no como una prioridad, sino como una tarea más, similar a las más de veinte que tenía pendientes. Visitó varias veces el domicilio de Barry, e incluso llegó a dejarle una nota, pero no realizó ningún esfuerzo especial para encontrarlo. Eso fue todo lo que hizo durante varias semanas, lo que demuestra que no le concedía demasiada importancia a los testimonios de Hafad. De haberlos considerado decisivos o importantes, podría haber organizado, por sí mismo o a través de otros agentes, visitas a última hora de la noche o al amanecer, cuando era probable que tuviera éxito. No lo hizo.

Tampoco consideró oportuno mencionar a Barry al jefe de la investigación hasta más de cuatro semanas después de las visitas a Hafad. Es otra prueba, concluyente en mi opinión, de que el detective Gallagher no estimó importante el asunto durante al menos un mes. Tampoco Hamish Campbell, cuando fue informado por Gallagher, consideró estar ante una prueba decisiva. Tan solo solicitó que aceleraran el trámite de entrevistar al sospechoso.

Después de la entrevista en casa de la madre de Barry, las sospechas sobre él fueron creciendo, y los agentes se fueron convenciendo de que estaban ante el asesino muy lentamente. Hasta entonces, el asunto de Hafad (y el de London Traffic Cars) habían sido comportamientos extraños, pero solo eso. Pero cuando se convirtió en sospechoso pasaron a ser algo más tenebroso, la coartada del asesino. Pero, ¿por qué no se les había ocurrido antes algo tan obvio? Muy sencillo, porque es absurdo.

Fuera por iniciativa de Barry o por sugerencia de Gallagher, lo cierto es que según la transcripción de la entrevista, Barry declaró que aunque no se acordaba, podría haber salido de casa sobre las 12:30, dirigiéndose a Hafad y después a la compañía de minicabs. Eso significaba que la visita a esos dos lugares había tenido lugar entre una hora y una hora y media después del asesinato. ¿Quién iba a buscar una coartada una hora u hora y media después del crimen? Es completamente ridículo. Una coartada se busca cuando el criminal teme que puede resultar sospechoso, y en una hora muy cercana, lo más cercana posible, al momento del crimen.

El asesino disparó a su víctima y se marchó sin intentar ocultar el cadáver, por lo que tenía que suponer que el crimen iba a ser descubierto pronto. Tal vez de inmediato, por el hombre que había salido de la casa de enfrente y le había mirado mientras corría (Upfill-Brown), o por otra persona unos minutos después. Supongamos que fue Barry George quien mató a Jill Dando, entonces, ¿por qué iba a buscar una coartada más de una hora después?

Habría más tenido sentido un intento de coartada muy poco después del crimen, tal vez unos pocos minutos más tarde, y en un lugar más alejado. Intentar buscar una coartada tan tarde acabará casi siempre con el efecto contrario, que se demuestre que no había coartada. Pero, ¿no sería posible que alguien como Barry George hiciera algo tan estúpido? Tal vez, es posible, pero no podemos escoger según nos convenga si Barry era estúpido o no. Si era tan estúpido no habría sido capaz de planear el crimen, vigilar el lugar, ejecutarlo sin llamar apenas la atención, y escapar del lugar de forma limpia. Y si hubiera sido capaz de hacer todo eso, jamás habría hecho algo tan estúpido como buscar una coartada una hora después del asesinato.

La acusación consiguió ocultar la debilidad de su teoría debido a que la defensa centró toda la discusión en el momento en que el acusado había llegado a Hafad, y para ello cambió la supuesta hora, lo que fue un grave error. Dio a entender al jurado que la hora de llegada de Barry al lugar era decisiva, y la lucha entre acusación y defensa sobre este punto provocó, probablemente, la falsa sensación de que si se demostraba que había llegado antes de las 11:50, sería inocente (aunque McViccar ha propuesto en su llamativa e inclasificable teoría que Barry podría haberse cambiado de ropa en algún lugar cercano, sin ir a casa) mientras que si había llegado después del mediodía se quedaría sin coartada, y teniendo en cuenta el resto de la evidencia, sería entonces culpable. Además, permitió a la acusación presentar las dos visitas como un conjunto, y relacionarlo con la coartada.

Esto no era necesario. No se debió dar importancia a la hora, sino a la situación, la razón por la que Barry visitó los dos lugares y señalar el absurdo que significaba pretender que estuviera buscando una coartada. En lugar de ello, al apostarlo todo a la hora y la búsqueda de una coartada, la situación del acusado quedó muy comprometida con el testimonio del experto en telefonía y, sobre todo, con la declaración de Julia Moorhouse. Esta testigo, que todos consideraron muy convincente, con el apoyo de la prueba telefónica, situaba a Barry George fuera de Hafad a las 12:35 horas. Eso parecía apoyar la tesis de la acusación, que basándose en algunos testimonios de empleadas de Hafad y en la primera declaración del mismo, indicaba que el sospechoso había llegado después de las 12:30 y se había marchado sobre las 13:00 horas. La defensa, por su parte, argumentaba que Barry había llegado a Hafad sobre las 11:00 y no se había marchado hasta las 12:50 o las 13:00. Había cogido el taxi a las 13:15, y el gerente de la empresa había declarado que había estado allí aproximadamente 15 minutos. No había disputa sobre este punto, pero si sobre el anterior. En conjunto, el asunto de Hafad fue dañino para el acusado, y en mi opinión, decisivo.

Para el segundo juicio la versión de la defensa volvió a cambiar. Incluso los defensores y los apoyos de Barry estuvieron de acuerdo en que el testimonio de Moorhouse era convincente. El mismo Barry George le dijo a un familiar, y más tarde a los tabloides, que recordaba a Moorhouse, aunque probablemente era una fábula más. La nueva versión comenzaba igual, con Barry llegando a Hafad sobre las 11 horas, pero ahora se afirmaba que se había marchado mucho antes, tal vez sobre las 11:50, que había regresado a su casa y dejado allí la bolsa de documentos y la chaqueta, y había vuelto a salir para dirigirse a London Traffic Cars, vistiendo tan solo la camisa amarilla. Paseando sin prisa cerca del parque, se habría encontrado a Moorhouse a las 12:35, y tras otro paseo, habría acabado llegando a London Trafic Cars, sobre las 13 horas o algo antes. Para apoyar esa hipótesis, contaban con el hecho de que la testigo recordaba que el sujeto que se le había acercado llevaba un móvil en la mano, pero no se acordaba de que llevara ninguna bolsa con documentos. Las empleadas de Hafad, por su parte, se habían fijado en la bolsa con documentos.

(Vean en el siguiente mapa el lugar del encuentro entre Julia Moorhouse y Barry George)



Si Barry se dirigía a Hafad cuando le vio Moorhouse, como afirmaba la acusación, ¿dónde estaba la bolsa con documentos con la que había llegado a ese lugar? La testigo también había declarado que el sujeto llevaba una chaqueta amarilla, en vez de la camisa, pero eso podría haber sido una confusión. El gerente de London Traffic Cars, por su parte, tampoco recordaba la bolsa con documentos.

Si consideramos que el testimonio de Julia Moorhouse es fiable y que se encontró con Barry George sobre las 12:35, como opina casi todo el mundo, y me adhiero a dicha opinión, entonces cualquiera de las dos opciones tiene problemas e implica suponer olvidos y errores.

1) Barry llegó a Hafad sobre las 12:40 o 12:45, como afirmó la policía y la acusación. Tras unos 10 o 15 minutos allí se marchó a London Traffic Cars, donde tras pasar unos pocos minutos más, se fue en un taxi a las 13:15.

Para suponer correcta esta hipótesis hay que considerar que Julia Moorhouse confundió la camisa amarilla con una cazadora, que no vio ninguna chaqueta oscura, ni vio la bolsa de documentos que llevaba Barry. Ramesh Paul, el gerente de London Traffic Cars, tampoco vio la bolsa con documentos de Barry.

2) Barry llegó a Hafad sobre las 11 o 11:30, y se marchó a su casa sobre las 11:50. Allí dejó la chaqueta oscura y la bolsa con documentos y salió de nuevo para dirigirse a London Traffic Cars. Por el camino se encontró con Julia Moorhouse.

Esta segunda hipótesis explica perfectamente que Moorhouse y Ramesh Paul no vieran la bolsa con documentos, y convierte el tema de la camisa vs chaqueta amarilla en una simple confusión. Pero tiene otros problemas. El primero es que desde el lugar donde se separó de Julia Moorhouse hay apenas 7 u 8 minutos a pie hasta London Traffic Cars, y Barry habría tardado entre 20 y 25 minutos en llegar. El segundo es que Doneraile Street queda fuera de la ruta entre el apartamento de Barry y la empresa de taxis, y hay que dar un buen rodeo para llegar allí. Además, esta hipótesis no se planteó hasta años después del suceso, e implica que a Barry se le había olvidado la visita a su casa.

¿Cual es la correcta? Las dos son posibles (yo me inclino por la versión de la acusación), pero no creo que importe realmente. Lo que importa es la razón por la que Barry George fue a esos lugares. Coincido con la policía en que el día 28 Barry se presentó en Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, pero no creo que eso fuera lo que buscaba el día 26. Les voy a presentar mi opinión, y para juzgarla deben ustedes tener en cuenta lo ya comentado sobre la vida de Barry, su comportamiento, sus graves problemas, sus quejas, su creciente hipocondría, y sus decenas de visitas a hospitales y consultas médicas.

Los primeros meses de 1999 Barry George había desarrollado una creciente aprensión por el funcionamiento de sus tripas, convencido de que sufría algún grave mal, y que los médicos no lo trataban correctamente. Unas semanas antes del crimen se presentó en un hospital afirmando que llevaba 6 meses sin movimiento de intestinos, y aunque se programó la realización de radiografías, se marchó del hospital antes de que llegara su turno. El 26 de abril (recordemos que para Barry todos los días eran iguales, sin nada que hacer) quería ir al Colon Cancer Concern, una organización de caridad, para obtener información sobre enfermedades del intestino. Debido a su minusvalía ya contaba con viajes gratuitos en el transporte público, pero alguien le había contado que también existía un convenio con las empresas de minicabs de la zona para que los minusválidos pudieran viajar gratis. Así que decidió ir a Hafad con todos sus papeles para conseguir esos viajes. Llegó al lugar diciendo “Necesito ayuda, necesito ayuda, necesito ayuda”, y le intentó contar a todo el mundo sus problemas de salud, y que necesitaba viajes gratis. Finalmente, Susan Bicknell logró convencerlo de que solo recibían con cita previa, arregló una para el día siguiente, y logró que se marchara, no sin antes tener que escuchar sus quejas sobre los médicos, que no trataban correctamente sus enfermedades.

Pese a que no había conseguido los viajes gratis, decidió probar suerte de todos modos en una compañía de minicabs cercana, y pese a la negativa inicial, lo cierto es que consiguió su objetivo, y viajó hasta su destino. No consta si la policía investigó lo que hizo Barry George en el Colon Cancer Concern.

Lo que habría tenido influencia en el jurado, si el juez lo hubiera permitido, habría sido presentar a una docena de los médicos o empleados públicos, a los que Barry tenía aburridos, y tras describirles lo que habían narrado los empleados de Hafad y London Traffic Cars, preguntarles si les parecía un comportamiento típico del acusado.

Los lectores deberán elegir si esta explicación para la primera visita de Barry tiene más sentido que la de que tras matar a Jill Dando esperó una hora para buscar una coartada.

Para la segunda visita el motivo es diferente. Tras tener noticias del asesinato había estado intentando llamar la atención, como era habitual. Había llevado flores al lugar del crimen, visitado tiendas recogiendo firmas y hablando con conocidos y desconocidos sobre el caso. De repente, el día 28 le entró el pánico. Tal vez algún policía le preguntó algo al verlo por la zona, o simplemente se le ocurrió de repente que podía ser considerado sospechoso. Barry podía pasar en un instante de un comportamiento relajado y confiado a un estado de pánico irracional. Mike Burke narra (Pg 38-39) un ejemplo muy llamativo, sucedido años antes del crimen:

“Una tarde estábamos tomando un trago en el club de la BBC, una lager yo y coca cola él. De repente, su rostro se iluminó. No me lo puedo creer, es Freddie Mercury, exclamó con los ojos muy abiertos. ¿Quién es Freddie?, pregunté. Se sorprendió de que yo no supiera quien era Freddie, pero nunca había oído hablar de él hasta ese momento, aunque sabía de la existencia del grupo de pop Queen. Le dije que no molestara al grupo de jóvenes de pelo largo que yo entendí que eran miembros de Queen. Pero él simplemente me ignoró, se acercó y se sentó con ellos unos minutos. Parecían ser muy educados y charló con ellos un rato. Me hizo señas para que me uniera a ellos, pero no lo hice. Entonces uno de ellos se inclinó sobre Barry, le tocó el hombro y le dijo algo. Barry entonces vino hacia mí y dijo: Tenemos que salir de aquí. Estaba muy asustado, y le dije que se calmara, que no había hecho nada malo. Dijo que ellos le habían dicho que tan solo estaban tomándose una copa tranquilamente, pero insistió en que nos teníamos que marchar. Estaba realmente en estado de pánico, sin una buena razón, pensé. Nos marchamos”.

Pero, ¿por qué iba a temer Barry ser considerado sospechoso? Por algo que el jurado no pudo escuchar. Al no poder mencionarse en el juicio los antecedentes penales del acusado, no se pudo hablar de un suceso ocurrido unos años antes. Tras salir de la cárcel después de su condena por intento de violación, un familiar le había dicho a Barry que a partir de ese momento la policía vendría a buscarle cada vez que se cometiera un crimen cerca, y la amenaza se hizo realidad unos años después, en 1992. Barry se habia asustado e inquietado mucho cuando la policía lo había entrevistado de forma rutinaria en relación con el asesinato de Rachel Nickell. Así que cuando se acordó de ese interrogatorio, sumó dos y dos: vivía cerca de la víctima, y la descripción del sospechoso coincidía con la suya, o al menos no lo eliminaba, así que podía ser considerado sospechoso. Esto podría provocar cierta satisfacción más tarde, al darse cuenta de que podía atraer la atención, pero la reacción inmediata fue el pánico. Regresó a Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, una actitud infantil, pero que no desentona con el personaje y su creciente paranoia.

Entró en Hafad muy agitado, buscando que las empleadas le dijeran la hora exacta a la que había estado allí el día del crimen y la ropa que llevaba puesta. Les contó que había llevado flores a la casa de Jill Dando y, muy nervioso, que la descripción del sospechoso del crimen coincidía con él, aunque podría ser cualquiera. Se molestó cuando una empleada le dijo que no recordaba la hora, y cuando esta, presionada, realizó una estimación (no consta cual) pareció no gustarle, aunque ninguna dijo que él les sugiriera ninguna hora en concreto. Les dijo que quería la información sobre las horas y la descripción de la ropa para entregársela a su abogado, por si algún día era necesaria.

Ni siquiera parecía tener clara la hora a la que le convenía haber estado en esos lugares. En cuanto Ramesh Paul le dio el cartón con la 1.15 pm apuntada, se marchó satisfecho, pese a que eso era casi dos horas después del crimen. Las visitas a London Traffic Cars ya se han tratado en la segunda parte, y no creo que haya necesidad de insistir sobre ellas. Son del mismo tipo que las de Hafad, encajan perfectamente en el comportamiento de Barry George, y en el contexto adecuado se entienden bien.

Evidentemente, no hay pruebas en un sentido u otro respecto sobre todas esas visitas, y debemos deducir la motivación a partir de los datos disponibles. Pueden ser un intento (muy poco sutil, la verdad) de proporcionarse una coartada, o pueden explicarse como actos que serían extraños en otra persona, pero que eran naturales en Barry George. Tienen ustedes la información suficiente para elegir su opción, la mía está muy clara.

Mucha gente opinaba que Barry George no podía haber cometido el crimen. Para ser más concretos, ese crimen. No se planteaba que Barry fuera incapaz de asesinar, lo que no parecía creíble es que hubiese podido matar de esa forma. Sus vecinos y conocidos eran muy escépticos ante la posibilidad de que fuera culpable, y pese a todos los intentos de policía y prensa, no consiguieron declaraciones en ese sentido. Lord Archer escribió que nadie en la cárcel, ni guardias ni presos, creía que Barry fuera culpable de asesinato. Puede que fuera un pervertido, decía alguno, pero no un asesino. Cuando Archer le preguntó a uno de los guardias porque estaba tan seguro de que no era el asesino, este respondió: “Es demasiado estúpido”, y añadió que había estado 18 meses en el mismo bloque que Barry, y que estaba seguro de que no tenía capacidad para hacer algo así. Un preso le contó a Archer como en una prueba deportiva, una carrera de 100 metros, Barry George se había caído al poco de empezar, para regocijo general.

Uno de sus amigos, que se había apuntado con él en el Ejército de Reserva, contó que había tenido que formar pareja para los ejercicios con Barry casi siempre, ya que el resto no quería hacerlo debido a su torpeza. Los psicólogos lo clasificaron entre el 5 % de la población con menos inteligencia, y entre el 1 % con menos capacidad para planear y ejecutar tareas con cierta complejidad.

Por supuesto, es posible que engañara a todo el mundo, y que fuera más inteligente y menos torpe de lo que aparentó durante toda su vida, pero sin pruebas que sustenten esa hipótesis, no creo sea adecuado tenerla en cuenta. Lo cierto es que no hay evidencia convincente que indique su participación en el crimen, no se encontró un motivo para ello, y los datos conocidos hacen muy improbable que alguien como él pudiera cometer un asesinato de ese tipo.

Pero entonces, ¿quién asesinó a Jill Dando?

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Próximamente: 

-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES

Ver al final de la primera parte.