INTRODUCCIÓN
Tras pasar más de tres años en prisión, Francisco Javier Medina fue puesto en libertad a principios de octubre de 2017. El jurado popular consideró que no era culpable de los asesinatos en 2013 de Miguel Ángel Domínguez Espinosa y la hija de este, María Domínguez Olmedo, en Almonte, provincia de Huelva. Aguardará en libertad el resultado de los recursos de la fiscalía y las acusaciones, para alegría de su familia y amigos, y desesperación de los de las víctimas.
El veredicto del jurado me sorprendió de forma notable. Tengo que reconocer que apenas había prestado atención al juicio, sobre todo porque en la prensa se presentaba como un caso bastante claro, y los jurados suelen aceptar con bastante facilidad las opiniones de la autoridad. Pero si sorpresa me provocó el veredicto, más sorpresa me llevé al estudiar la escasa información que ha ido apareciendo en los medios de comunicación. Los investigadores, y tras ellos la juez de instrucción y el fiscal, han acusado a Francisco Javier Medina de haber preparado un minucioso y astuto plan para cometer un asesinato y salir bien librado, y de sus afirmaciones se desprende que no lo logró por muy poco, y que de no ser por un pequeño error, podría haber cometido el crimen perfecto.
Ese elaborado proyecto criminal, que parece más propio de una novela de Agatha Christie que de un crimen real, no aguanta ni siquiera un escrutinio de mediana intensidad, y me temo que todos los que lo defienden o aceptan son víctimas de una especie de ilusión colectiva. Investigadores, juez de instrucción y fiscalía, acusaciones, familia de las víctimas, y buena parte de prensa y público, todos parecen haber renunciado al análisis crítico y han aceptado, en muchos casos creo que de forma ciega, la historia que algunos de ellos han desarrollado. El plan que habría diseñado Medina para cometer el crimen, que nunca se nos muestra al completo, guarda bastante parecido con los que aparecen en las novelas policíacas, y comparte con ellos dos características: la inconsistencia lógica y la capacidad para, a pesar de ello, convencer al público de que son coherentes.
AGATHA CHRISTIE
Las ingeniosas soluciones que ofrecen Hércules Poirot o Miss Marple al final de las novelas de la afamada escritora británica han cautivado a decenas de millones de lectores de todo el mundo durante casi un siglo. También ha tenido Christie su ración de críticos, a los que no les gusta su estilo, o su tratamiento de los personajes, o su conservadurismo. Pero hay un tipo de crítica muy especial, que es el que nos interesa aquí, y que se refiere a la consistencia lógica de sus tramas, o más bien, a su falta de ella. Los planes de los asesinos, esos que nos descubren al final los detectives, no aguantan generalmente un análisis cuidadoso, y en algunas ocasiones son tan manifiestamente absurdos que resulta difícil entender que los lectores no se den cuenta de ello.
Hay que reconocer que esos críticos están en lo cierto, pero lo que no parecen comprender es donde reside la magia de las novelas de Agatha Christie, que es precisamente en conseguir que sus lectores acepten historias inconsistentes. La escritora guía a sus lectores, los envuelve en sus intrigas, insinuaciones y trucos, y consigue que bajen sus defensas, entren en el relato y acaben aceptando de forma acrítica lo que se les presenta. Se puede ser consciente de la falta de consistencia de la trama y a la vez disfrutar de una novela de Agatha Christie, igual que se disfruta del espectáculo de un ilusionista, aunque se sepa que en realidad no está cortando a su ayudante por la mitad.
Cuando en las novelas se explica finalmente el plan criminal, su principal defecto suele consistir en que hay demasiadas partes del ese plan que se suponen bajo algún tipo de control por parte del criminal, cuando resulta evidente que no lo pueden estar. Un asesino no puede controlar que alguien escuche tras una puerta unos segundos determinados, ni más ni menos que los necesarios para su plan. Ni saber que tan solo tendrá con él un testigo cuando se descubra un crimen, y que podrá arreglárselas para deshacerse de él y quedarse solo en el lugar. Tampoco puede controlar lo que estará haciendo la víctima, si estará sentado en determinada posición escribiendo una carta, o si estará convenientemente solo, en vez de acompañado por familiares o empleados.
Un criminal no puede saber como reaccionaran las personas que encuentran un cadáver, ni si obedecerán sus instrucciones y se marcharán a pedir ayuda cuando él se lo solicite, o por el contrario sufrirán un ataque de nervios. Del mismo modo, no puede conseguir que en un lugar público estén, en el momento culminante, justo las personas que necesita para su plan, y que estarán situadas en la posición adecuada.
Todas estas situaciones y muchas similares aparecen de forma recurrente en las novelas de Agatha Christie, y nos muestran a asesinos con una capacidad casi sobrenatural para controlar el entorno. Ese poder es una transferencia del autor a sus personajes. Un escritor tiene un control absoluto sobre todos los elementos de su obra, con una capacidad casi divina para crear y destruir, situar, colocar y reordenar, y a veces traslada a sus personajes, probablemente de forma inadvertida, parte de esa aptitud. A diferencia de los personajes de novela, la capacidad de los asesinos reales para controlar su entorno suele ser bastante limitada, y por eso tratan de minimizar la exposición a situaciones que no pueden controlar.
El Francisco Javier Medina que nos presentan parece uno de los criminales de ese tipo de novelas, y su supuesto plan para cometer el doble asesinato guarda similitudes con los que discurría la escritora, con las mismas incoherencias, incluso más, ya que Christie estaba obligada a presentar el plan completo al final de sus novelas, y tenía que pulir las inconsistencias más burdas para tratar de contentar a sus lectores más exigentes. Veremos al final un ejemplo.
Los que han imaginado el supuesto plan de Medina, probablemente investigadores de la UCO, por contra, no han necesitado nunca presentarlo de forma completa y detallada, ya que quienes podrían exigirlo no lo han hecho, y se han conformado con versiones parciales. De esa forma, el evidente absurdo del plan de asesinato que le han asignado a Juan Francisco Medina ha quedado oculto por un manto de retórica, supuestas pruebas incontrovertibles y testimonios dudosos. Se ha logrado, al modo de la brillante escritora, que juez, fiscal, familia de las víctimas, y buena parte de prensa y público, acepten una supuesta trama criminal que resulta manifiestamente imposible.
LOS CRÍMENES
Francisco Javier Medina |
La pequeña María había pasado la víspera del crimen, el viernes 26, con sus abuelos paternos, y el sábado 27 era el turno de los abuelos maternos. Ese día en Almonte se celebraba la última sabatina antes del traslado de la Virgen del Rocío, y había un ambiente festivo, con bastantes fieles, caballistas y turistas. Miguel Ángel había quedado ese día con cuatro compañeros de trabajo para comer en un restaurante, mientras que Marianela y Francisco Javier trabajaban en el turno de tarde del Mercadona, de 15:00 a 22:00. Tras finalizar la comida, los amigos tomaron un par de copas en una cafetería cercana y se fueron despidiendo. Miguel Ángel, que era un gran aficionado al fútbol, invitó a uno de ellos a su casa a ver el partido entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, que comenzaba a las 20:00.
Escalera de acceso |
Ya no hubo más noticias de padre e hija. Marianela llamó esa noche varias veces al móvil de Miguel Ángel, desde las 22:18 hasta pasada la medianoche, sin obtener respuesta. Al día siguiente, cuando ya el teléfono devolvía el mensaje de apagado o fuera de cobertura, se acercó al lugar y vio que una de las ventanas estaba abierta. Dijo que apretó el timbre y que llamó a su hija a voces desde la acera, sin respuesta. Abrió el portal, pero decidió no subir, y dejó un paraguas y unos calcetines para la niña en el rellano de la escalera. El lunes, ante la falta de noticias, Marianela acudió a casa de sus suegros, por si habían decidido quedarse allí, y cuando no los encontró, llamó a sus padres y les pidió que fueran hasta la casa a comprobar que todo estaba en orden.
Ambos, padre e hija, habían sido apuñalados hasta la muerte, con gran violencia. En el cadáver de Miguel Ángel se contaron 47 heridas: 15 inciso penetrantes, 16 cortes de distinta consideración, 12 de carácter erosivo y 4 contusiones. Tenía las manos destrozadas con heridas defensivas, y como estaba desnudo, los investigadores dedujeron que fue sorprendido por el asesino al salir de la ducha del baño del pasillo, que allí comenzó la agresión y que continuó en el pasillo que lleva al dormitorio, y finalmente en este, donde fue hallado el cuerpo.
La niña había recibido 104 heridas, aunque tan solo algunas eran mortales o graves, y la mayoría eran poco profundas, lo que no tenía fácil explicación. Llevaba una camiseta y unas bragas, y se conjeturó que la agresión comenzó cuando se estaba vistiendo para salir. El asesino la tapó con una manta, lo que indica, según los investigadores, que la niña conocía al asesino, y que este sintió remordimiento o vergüenza, y para evitar ver el rostro de la pequeña, la tapó.
Plano del lugar del crimen |
La niña había recibido 104 heridas, aunque tan solo algunas eran mortales o graves, y la mayoría eran poco profundas, lo que no tenía fácil explicación. Llevaba una camiseta y unas bragas, y se conjeturó que la agresión comenzó cuando se estaba vistiendo para salir. El asesino la tapó con una manta, lo que indica, según los investigadores, que la niña conocía al asesino, y que este sintió remordimiento o vergüenza, y para evitar ver el rostro de la pequeña, la tapó.
Ese tipo de análisis quedan muy bien en la prensa, y pueden tener alguna conexión con la realidad, pero son muy peligrosos, y pueden llevar a conclusiones aventuradas y poco rigurosas. Por ejemplo, los investigadores clasifican el crimen como pasional, a partir de elementos como el número de heridas, o que Miguel Ángel tuviera dos heridas en la espalda, dos líneas que se cruzan formando una X, realizadas cuando el cuerpo estaba inmóvil, y que serían una señal de victoria, de dominio. Pero la pequeña María tenía más del doble de heridas que su padre, y no parece extraerse ninguna conclusión a partir de ello en cuanto a la naturaleza pasional del crimen. La niña tenía, asimismo, tres heridas en un muslo similares a las de su padre, realizadas cuando estaba inmóvil, pero en este caso no se cruzan, y van paralelas. A esas heridas, a diferencia de las de su padre, no se les asignó ningún significado. En cualquier caso, no había ningún indicio de agresión sexual, y el robo tampoco parecía haber sido el motivo.
El arma del crimen no fue hallada, pero por el tamaño de las heridas se concluyó que debía tener aproximadamente 1,7 centímetros de anchura y entre 15 y 20 de longitud. Se encontraron muchas pisadas del calzado del criminal, que fueron identificadas como pertenecientes a unas zapatillas Nike entre el 44 y el 45, y que parecían haber sido limpiadas en la alfombrilla de uno de los baños, donde se halló también una pequeña muestra de ADN desconocido. En uno los baños también se encontró una toalla ensangrentada y manchas que indicaban que en ella se había limpiado el arma del crimen. En esa toalla se encontró un pelo no identificado. Salvo esos pocos elementos, apenas había restos en las zonas donde Miguel Ángel trataba de defenderse de su atacante, lo que hizo pensar a los detectives que el asesino iba perfectamente preparado, con guantes para no dejar huellas y capucha para no dejar pelos.
Con el estudio detenido de las manchas de sangre y todos los elementos, los investigadores conjeturaron que padre e hija estaban preparándose para salir a cenar. La niña estaba cambiándose de ropa, y su padre en la ducha, aunque no está claro si estaba duchándose, estaba saliendo ya o estaba entrando. El hecho es que algo lo hizo salir rápidamente del baño, desnudo y descalzo, posiblemente algún grito o aviso de su hija, y que se encontró de frente con su asesino, que le atacó con gran violencia.
Se encontraron restos de sangre y pisadas de la pequeña María en distintos lugares, y eso, junto con el gran número de heridas poco profundas (hubo debate entre los forenses respecto a su posible significado) que tenía la niña hizo sospechar a algunos que mientras el asesino apuñalaba a Miguel Angel, María se entrometía, y él trataba de alejarla con pinchazos. Sea como fuere, en algún momento la niña escapó, ya herida, de la habitación donde el asesino estaba apuñalando a su padre, pero en vez de huir hacia la calle, se dirigió a la cocina y tras coger un cuchillo fue a tratar de esconderse en su habitación. Allí la encontró el asesino, y después de quitarle el cuchillo, que cayó bajo un mueble, la apuñaló sobre la cama y siguió haciéndolo tras bajarla al suelo. Finalmente, la tapó con una manta.
Como no apareció ninguna mancha de sangre en la escalera que bajaba al portal, los investigadores suponían que podría haber llevado calzado y ropa de repuesto. Dejó la puerta de la casa abierta, pero cerrada la del portal. En cuanto a como habría entrado, el amigo de Miguel Angel que se había ido poco antes del crimen no recordaba si había dejado entornada la puerta de arriba, pero estaba seguro de haber cerrado la del portal. Esta no estaba forzada, ni se podía abrir con facilidad con tarjetas, radiografías o similares (no era imposible), así que o bien el asesino llevaba una llave, o le habían abierto la puerta desde dentro.
La investigación fue difícil. El primer sospechoso fue el compañero que había estado con él viendo el partido, pero la Guardia Civil lo acabó descartando. Aparte de la falta de motivo, estudiaron sus movimientos y sus llamadas de teléfono y parece que quedaron satisfechos. También se consideró a los otros amigos que habían comido con Miguel Angel, al dueño del pub que había bajo la casa, con el que al parecer estaba enfrentado por problemas de ruidos, y a otros. Un rumano al que la víctima había sorprendido robando en el Mercadona y que le había amenazado, también fue investigado y descartado, así como un marroquí al que habían atendido esa noche de un corte en una mano.
Se cuenta que Miguel Angel podría haber mantenido relaciones con tres mujeres del pueblo en las temporadas en las que estaba separado de Marianela, pero sea cierto o no, parece ser que los investigadores no encontraron nada sospechoso en esa pista. De hecho, se sorprendieron de que no tuviera enemigos, que ninguna de las personas a las que entrevistaron tuviera nada malo que contar de él.
Aunque fueron remisos a la hora de contarlo, los vecinos de Miguel Angel, una familia ecuatoriana que vivía en la casa de al lado, habían escuchado la pelea. Parece ser que el hijo estaba en la terraza, escuchando música y hablando por teléfono, y antes de las 10 de la noche oyó una fuerte discusión entre dos hombres con acento de Almonte, y pudo escuchar frases sueltas, tales como ¿qué haces aquí?, o tal vez, fuera de aquí;gilipollas; me tienes harto. También escuchó fuerte ruidos, pero toda la situación no duró más de uno o dos minutos, y por eso no se alarmó.
Su hermana, que se estaba vistiendo en su habitación, intercambió mensajes de WhatsApp con su novio sobre el tema:
-Qué miedo, niño. Están peleando al lado mía.
-¿Miedo qué?
-Una niña gritando. Qué susto.
A ella le dio la impresión de que era una pelea de pareja, aunque lo cierto es que no identificó ninguna voz de mujer. Los mensajes de WhatsApp fueron enviados entre las 22:03 y 22:04, y los agentes calcularon que la pelea podría haber finalizado a las 22:02. Por su parte, gracias a la hora de la llamada del hermano, se calculó que el incidente había comenzado a las 21:52. El padre de los dos jóvenes también escuchó el incidente, que situó más tarde de las 22:00 horas, aunque en su caso no había llamadas para acotar con precisión el tiempo. A él también le dio la impresión de que era una pelea familiar, y cuando terminó pudo escuchar ruidos de alguien moviéndose por la casa y un ruido de agua, que en el juicio identificó como el de una cisterna.
Medina, a las 9 de la noche |
Sin embargo, varios meses después de los hechos, en septiembre de 2013, los investigadores volvieron a hablar con los empleados del Mercadona, y una de las trabajadoras dijo a los investigadores que su marido le había contado que había visto a Francisco Javier Medina fuera del supermercado ese sábado por la tarde, antes del cierre, y que no estaba repartiendo con la furgoneta (tarea que realizaba a veces) sino que iba con su coche particular y en ropa de calle. Los agentes entrevistaron al marido, así como a un amigo que iba con él ese día (ambos iban a caballo, celebrando la fiesta), y aunque el testimonio de los dos hombres tenía partes muy problemáticas, comparándolo con los testimonios de otros que se habían reunido con ellos y con llamadas hechas por estos últimos, creyeron poder ensamblarlo de tal manera que parecía indicar que habían visto al sospechoso entre las 21:00 y las 21:15 de ese sábado.
Medina negó que hubiera salido, salvo que hubiera sido para un reparto, pero nunca con su coche o en ropa de calle. Pero la revisión de la cámaras indicaba que la última vez que se le podía situar dentro del supermercado era a las 21:01, dejándolo sin pruebas de su presencia el lugar durante más de una hora. En resumen, unos testigos lo situaban fuera de su lugar de trabajo antes del cierre, indicando que había mentido, y además, las cámaras no le proporcionaban una coartada. Marianela dijo haberlo visto durante esa última hora, y también su exnovia, pero otros muchos compañeros no lo recordaban, y nadie se acordaba de haber salido junto a él. Hay que señalar que parece ser que inicialmente tan solo se les preguntó a los responsables del supermercado por las horas de salida, y no se preguntó a los demás empleados hasta mucho más tarde.
Marianela, que dijo haberlo visto dentro del Mercadona, reconoció que no lo vio salir, y que lo vio ya fuera, junto a su coche, o dentro de este, cuando ella iba a recoger el suyo. Durante años habían salido por separado, simulando seguir cada uno su camino, para encontrarse más tarde, y pese a que ahora ya todo el mundo sabía de su relación, lo seguían haciendo. Poco después de salir cada uno en su coche, Medina llamó a Marianela para hablar de lo que harían esa noche. La llamada tuvo lugar a las 22:09, y como Marianela había sido grabada a las 22:06 recogiendo unas bolsas y dirigiéndose a la salida, tuvo que ver a Medina fuera no más tarde de las 22:07 horas.
Los investigadores comenzaron a plantearse que Francisco Javier podría haberse escapado del trabajo y cometido los asesinatos en ese tiempo, regresando más tarde para dejarse ver y dar la impresión de que había estado allí todo el rato y que acababa de salir, consiguiendo una coartada de acero. Pero todo esto eran poco más que suposiciones. Los testimonios que lo situaban fuera del Mercadona tenían muchos problemas, y también el timing del supuesto plan, que resultaba muy forzado. Todo era un conjetura, y no había ni una sola prueba o indicio de que Medina hubiera estado en el lugar del crimen, así que no se le podía acusar de nada. Sin embargo, por razones desconocidas, la juez de instrucción no se quedó conforme con los resultados del Laboratorio de criminalística de la Guardia Civil (L.C.G.C a partir de ahora), y en octubre de 2013 ordenó que muchas de las pruebas fueran remitidas al Instituto Nacional de Toxicología (I.N.T a partir de ahora) para que allí realizaran nuevos análisis.
En la casa se habían hallado pocos indicios de personas ajenas. Fueron encontrados en distintos lugares ocho pelos que no se pudieron identificar, uno de ellos en la la toalla ensangrentada, y también se halló una pequeña muestra de ADN desconocido en el alfombrilla donde se encontraron rastros de sangre. En el marco de la puerta de acceso al domicilio había una huella dactilar desconocida, y otra en la hucha de la niña, encontrada a medio abrir, sin que, al parecer, se notara falta de dinero. Pero no había ningún rastro de Francisco Javier Medina.
En los dos baños, además de la toalla en la que se habían limpiado el cuchillo, había otras tres toallas limpias, sin ningún rastro de sangre. Esas tres toallas no habían sido recogidas durante la primera inspección ocular, sino que fueron procesadas en una inspección posterior. El análisis del L.C.G.C había encontrado en esas toallas rastros de ADN de Miguel Angel, María y Marianela, pero ninguno más. Sin embargo, el análisis efectuado por el I.N.T, cuyo informe se presentó el 8 de mayo de 2014, encontró, además de los citados, rastros de ADN de Francisco Javier Medina en las tres toallas.
Como este siempre ha declarado que hacía al menos tres años que no pisaba esa casa, los rastros de ADN se convertían en una prueba de cargo importante. En junio de 2014, más de un año después de los crímenes, Francisco Javier Medina fue detenido y acusado del asesinato de Miguel Angel y María. Pasó casi tres años y medio en prisión en espera de juicio. Aunque inicialmente Marianela le defendió y negó que hubiera participado en los crímenes, unas semanas después, y tras un insistente ejercicio de persuasión, se logró que cambiara de opinión.
PROBLEMAS
Miguel Angel Domínguez y Marianela Olmedo comenzaron a salir en 1995 y finalmente se casaron en el año 2001. En 2005 nació María, su única hija, y todo parecía ir bien en el matrimonio. Los dos trabajaban en el Mercadona de Almonte y parecían felices. Francisco Javier y Raquel eran dos novios que también trabajaban en el supermercado, y que salían a veces con Miguel Angel y Marianela. Francisco Javier Medina, de 31 años, era un atractivo chico que empezó a tontear con Marianela, y a esta no parecía molestarle: Mi relación con Migue era una relación de muchos años que se fue enfriando. Y llegó este hombre y... Me decía cosas que Miguel Ángel no me decía ya. Que si era la mujer más guapa que había. Empezaron una relación en 2009, clandestina al principio, hasta que finalmente la novia de Francisco Javier lo descubrió, en 2010, y Miguel Angel también acabó por enterarse.
Los afectados se lo tomaron con resignación y contención, teniendo en cuenta que los cuatro seguían trabajando en el mismo lugar. Raquel intentó salvar la relación con su novio, y Miguel Angel trató de que su mujer volviera con él. Estaba enamorado de ella, y le preocupaba también la pequeña María. Su relación con Medina siguió siendo correcta, y nadie los vio discutir nunca ni hubo desplantes o malos gestos. La procesión iría por dentro, y Miguel Angel comenzó a visitar a un psiquiatra, y a recibir tratamiento contra la depresión. La relación entre Marianela y Raquel era más tensa, según testimonio de sus compañeros de trabajo. Raquel se quejaba de que Marianela la picaba y la buscaba con frecuencia, e incluso llegó a solicitar el traslado a otro supermercado.
Comenzó así un periodo de dos años con idas y venidas, en el que Marianela y Francisco Javier rompían, volvían a relacionarse de forma clandestina, después de forma más o menos abierta, y volvían a romper. Finalmente, en 2012, la relación entre Raquel y Francisco Javier Medina se rompió definitivamente, y este comenzó a presionar a Marianela para dejara de una vez a Miguel Angel y se convirtieran en pareja oficial. Ella se resistía, dudaba, sobre todo por la niña. Tras una primera separación, incluso con abogados por medio, hizo un último intento de arreglar la situación, y regresó con su esposo y la niña al domicilio familiar. Pero el intento de arreglo no duró mucho, y un par de meses después, el 8 de abril, Marianela dejó a su esposo y se fue en busca de Medina para retomar su relación. Faltaban menos de tres semanas para el crimen.
Marianela se fue durante unos días a vivir con sus padres y poco después alquiló un piso, en el que se reunía con Francisco Javier, aunque este seguía viviendo en casa de sus padres. Todavía no se habían deshecho de sus costumbres de la época de relación clandestina y al salir del trabajo simulaban separarse y marcharse cada uno por su lado, para acabar reuniéndose más tarde. La relación entre Miguel Angel y Marianela, por el contrario, llevaba rumbo de colisión. Ella seguía entrando en la casa, llevando ropa para la niña, o haciendo algunas tareas, cosa que no gustaba en absoluto a Medina, pero había iniciado los trámites de separación, y Miguel Angel se indignó cuando vio lo que ella reclamaba: la casa, la custodia de la niña, y que le pasara una pensión. Él iba a pelear por su casa y por su hija, consideraba que no había hecho nada malo, y que no era justo lo que ella quería. La niña, con quien mantenía una excelente relación, continuaba viviendo con él, aunque con frecuencia pasaba el día con su madre o con sus abuelos paternos y maternos.
Y esa era la situación cuando llegó el sábado 27 de abril, última sabatina, con Almonte lleno de turistas y fieles y un ambiente festivo. Esa noche, según declaró Medina, salió de trabajar junto al resto de compañeros, sobre las 22:05, y se dirigió en su coche a la casa de sus padres, donde residía, mientras mantenía una conversación telefónica con Marianela y otra con el encargado del supermercado. Llegó sobre las 22:15 horas, y fue visto por una vecina. Tras ducharse y vestirse, salió de casa y compró la cena (caracoles y hallullas) en un bar, sacó una película de un videoclub, y se fue al piso que Marianela tenía alquilado. Allí cenaron, pero no pudieron ver la película (El Príncipe de Persia) porque el vídeo estaba estropeado. A la mañana siguiente, a las 8, se levantó y se marchó a su casa, donde se volvió a acostar, para levantarse al mediodía e ir a recoger a Marianela de nuevo.
EL CASO CONTRA MEDINA
Pese a la aparente fortaleza del caso contra Medina, este tenía tantas debilidades que el principal objetivo de los investigadores, al que se dedicaron con empeño, fue el de atraer a Marianela Olmedo a su campo. Si Marianela les era hostil, o incluso si dudaba o vacilaba, toda la acusación quedaría comprometida.
El caso que se fue construyendo contra el detenido durante más de tres años, y que finalmente llegó a juicio, no era fácil, pese al ADN hallado en las toallas. Medina insistía en que no había estado en la casa recientemente, y no era posible que ADN dejado allí de forma casual varios años atrás hubiera soportado varios lavados y el paso del tiempo. Marianela declaró que justo antes de irse del domicilio, el 8 de abril, había lavado y dejado limpias esas toallas, lo que no era una buena noticia para el acusado. La prueba parecía indicar que Medina había dejado su ADN en las toallas en fechas muy cercanas a los crímenes, y podía plantearse que lo había hecho al cometer estos. Pero había un problema con la hora en que supuestamente habían tenido lugar los crímenes.
Pese a que los asesinatos no se descubrieron hasta dos días después de haber sido cometidos, los investigadores pudieron ajustar bastante el momento en que habían tenido lugar. La niña había sido llevada por sus abuelos a las 21:30, y ellos y el amigo que estaba con Miguel Angel declararon que la intención de padre e hija era salir a cenar a un pizzería, para lo que iban a prepararse. El amigo se marchó sobre las 21:40 o 21:45, y se sabe que María y Miguel Angel no llegaron a salir a cenar, ni siquiera acabaron de prepararse, por lo que los asesinatos tuvieron que cometerse muy poco después, unos minutos como mucho.
Las llamadas de teléfono y mensajes de WhatsApp de los vecinos que habían escuchado el incidente ayudaron a los investigadores a calcular con bastante precisión que la agresión había comenzado sobre las 21:52 y había finalizado sobre las 22:02. Esta última hora era bastante problemática, ya que los trabajadores del Mercadona había salido esa noche aproximadamente a las 22:05 de su trabajo, lo que hacía imposible la participación de cualquiera de ellos en el crimen. De hecho, Francisco Javier Medina había sido descartado inicialmente por los investigadores por esa razón.
Otra prueba crítica contra el acusado era el testimonio de los dos caballistas que afirmaron haberlo visto esa tarde fuera del Mercadona, cuando él negaba haber salido. La declaración de esos dos hombres demostraría que Medina había mentido, pero sobre todo, que no tenía coartada. Pero el testimonio de los dos amigos tenía problemas muy graves, y la acusación tuvo que realizar un verdadero trabajo de bricolaje para que sus declaraciones encajaran con lo que necesitaban. Cortaron, pegaron, buscaron llamadas de terceros, y al final lograron presentar una historia bastante inconsistente, pero que podía funcionar ante el jurado.
Tal vez podían situar al acusado fuera de su trabajo antes de finalizar su jornada, y en momentos cercanos al del crimen, pero las horas seguían siendo un quebradero de cabeza. Los agentes sabían que Medina estaba fuera del Mercadona no más tarde de las 22:07, ya que fue visto allí por Marianela, y una grabación de esta a las 22:06 y una llamada entre ambos a las 22:09 certificaba ese hecho con mucha precisión. Como el crimen seguía en marcha, como muy pronto a las 22:02, eso dejaba, como máximo, 5 minutos para que Medina, tras cometer los asesinatos, limpiara el cuchillo con una toalla y las zapatillas con una alfombrilla; se quitara la ropa ensangrentada; se lavara y se secara con tres toallas de dos baños distintos; se quitara las zapatillas manchadas de sangre; se cambiara de ropa y calzado; lo recogiera todo; se fuera a buscar su coche a donde lo tuviera aparcado; y condujera de vuelta hasta el Mercadona.
Al parecer la Guardia Civil calculó un trayecto de 3 minutos 20 segundos para el recorrido, pero seguramente serían más, sobre todo porque aquella noche, como certificó la jefa de la Policía Local de Almonte, había más tráfico que de costumbre. Probablemente llevaría 4 o 5 minutos, o tal vez más. Pero incluso sin esa consideración, parece difícil concentrar toda esa actividad restante en uno o dos minutos. Además, hay que obviar una serie de elementos que pueden ser muy importantes. Por ejemplo, en la ruta más corta entre la casa de Miguel Angel y el Mercadona hay una cámara que registra el paso de los vehículos, y la Guardia Civil descubrió que no había registrado el paso del coche de Medina. El informe del perito Juan Hellín, en el que se apoyó la acusación, propone todavía más actividades del asesino en la casa, por ejemplo, una subida a la terraza, totalmente ausente de la narración de los investigadores. Por más que se intentara convencer de que era posible hacerlo todo en el tiempo necesario, iba a resultar difícil conseguirlo. Parece difícil creer que toda esa actividad realizada tras el crimen llevara menos de diez minutos, y probablemente seria más.
Según la UCO, Francisco Javier Medina había planeado matar a Miguel Angel Domínguez, y para ello decidió prepararse llevando ropa y calzado de repuesto en alguna bolsa o mochila, que tendría en el coche. Se escabulló del Mercadona sin que nadie lo notara, con la idea de regresar en el último momento y simular que acababa de salir, con la intención de obtener una coartada. En algún lugar se puso una prenda con capucha, para no dejar pelos, unos guantes para no dejar huellas, calzado dos o tres números más grandes para despistar a los investigadores, y portaba un gran cuchillo, que iba a ser el arma del crimen. Posiblemente llevaba una llave de la casa, que le habría cogido a Marianela, o tal vez había realizado un duplicado días antes. Incluso, conjeturaron los investigadores, pudo tocar al timbre y tal vez la pequeña María le abrió porque le conocía.
Según la UCO, Francisco Javier Medina había planeado matar a Miguel Angel Domínguez, y para ello decidió prepararse llevando ropa y calzado de repuesto en alguna bolsa o mochila, que tendría en el coche. Se escabulló del Mercadona sin que nadie lo notara, con la idea de regresar en el último momento y simular que acababa de salir, con la intención de obtener una coartada. En algún lugar se puso una prenda con capucha, para no dejar pelos, unos guantes para no dejar huellas, calzado dos o tres números más grandes para despistar a los investigadores, y portaba un gran cuchillo, que iba a ser el arma del crimen. Posiblemente llevaba una llave de la casa, que le habría cogido a Marianela, o tal vez había realizado un duplicado días antes. Incluso, conjeturaron los investigadores, pudo tocar al timbre y tal vez la pequeña María le abrió porque le conocía.
Cometió el crimen con gran ferocidad y rapidez, y tras cambiarse y recogerlo todo, regresó rápidamente a la calle donde aparcaban sus coches los empleados, justo a tiempo para ser visto por Marianela al salir del trabajo. Después, en algún momento de esa noche, o a la mañana siguiente, se desharía del arma del crimen y de la ropa manchada de sangre. Todo habría estado perfectamente planeado, y su único error habría sido secarse (el sudor, o quizás tras lavarse) con tres toallas de dos baños, y dejarlas allí, perfectamente colocadas… y con su ADN.
LOS TRES PILARES
Sin arma del crimen, ni testigos, ni ropa manchada de sangre, el caso que se presentó finalmente contra el acusado estaba basado en tres elementos: el motivo, la oportunidad y el ADN. Era vital la colaboración de Marianela, y sin ella poco se podría hacer. Resultaba indispensable para establecer un motivo, muy importante para mostrar que había oportunidad, e incluso necesaria para establecer la solidez de la prueba del ADN. Como al poco de ser detenido Medina ella seguía insistiendo en su inocencia, todo el caso pendía de un hilo. Sin su ayuda, no habría móvil para el crimen, y Marianela proporcionaba buena parte de la coartada del detenido, así que todo el caso pivotó sobre una tarea bastante delicada, la de convencer a una mujer emocionalmente destruida de que la persona sobre la que se había apoyado durante el último año era en realidad el asesino de su hija. Una vez que se consiguió, había caso.
Cuando llegó el juicio, la acusación se sustentó principalmente sobre estos tres pilares, que confiaban que fueran lo suficientemente sólidos:.... CONTINUARÁ EN BREVE.
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Próximamente
-El crimen de Almonte (II y final): ADN fantasma y el plan imposible.