lunes, 3 de octubre de 2016

El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?


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Aunque siempre hay que mantener la prudencia ante un caso pendiente de resolución, mi opinión es que Barry George no asesinó a Jill Dando. No solo es que crea que no existen pruebas suficientes para una condena penal, lo que afirmo es que los supuestos indicios en su contra no soportan un análisis riguroso y desapasionado. Esto no implica simpatía o cualquier otro sentimiento hacia Barry George, se trata simplemente de si realizó determinado acto o no. 

Barry George y su hermana Michelle, en Irlanda

El sistema fracasó por completo: Los policías se equivocaron, jueces y fiscales aceptaron las conclusiones policiales, y finalmente el caso se presentó ante una institución que es una auténtica fábrica de errores, el jurado popular. La problemática general del jurado merecerá una tratamiento detallado en otro momento, ya que en este caso el gran error, el error original, es el policial. Creo que la mayoría de los policías implicados eran esencialmente honestos, y también capaces e inteligentes, y sin embargo cometieron un grave error, sin que haya una paradoja o contradicción implicada en estas afirmaciones. Ser brillante, honesto o inteligente no convierte a un detective en inmune a los miedos, anhelos y presiones que padecen los demás. Ser consciente de los errores y falacias lógicas (ver una buena muestra en: Rossmo, Criminal Investigative Failures) no significa que no se pueda caer en ellos.

Tomemos el caso de Hamish Campbell, por ejemplo. Tras el caso Dando continuó una brillante carrera en la Policía Metropolitana, hasta su retiro en 2013. Inteligente, con una mente analítica, hábil en el manejo de la palabra, un organizador eficaz, lo tenía todo para dirigir una investigación como la del asesinato de Jill Dando. Por otra parte, era perfectamente consciente de las trampas lógicas y los sesgos que podían enturbiar su razonamiento y el de sus hombres, y lo dejó claro en varias ocasiones. 
 
Hamish Campbell
 

Por aquella época se había instaurado como una práctica obligatoria que los detectives al cargo de una investigación debían reflejar por escrito diariamente sus opiniones sobre el caso y el desarrollo de este. El 8 de mayo de 2000 Campbell escribió en ese registro sobre Barry George:

Hay la tentación de considerar cualquier cosa remotamente sospechosa como evidencia de su participación, y a interpretar su comportamiento, claramente inusual, como sospechoso… Esto es peligroso e imprudente. (Del libro de David James Smith: Al about Jill, 237)

Estas consideraciones se entremezclaban con algunas que indicaban que creía que Barry era culpable, y con otras en las que señalaba que debían realizar una aproximación prudente a la evidencia. A pesar de que Campbell pudo haber albergado dudas, mi impresión es que en ese momento ya estaba convencido de que Barry era el asesino, y tan solo trataba de cubrirse. El problema de la anotación diaria en el registro es que quien escribe es consciente de que sus anotaciones serán revisadas en el futuro en busca de errores y mala praxis (como, por ejemplo, los de la catastrófica investigación del asesinato de Rachel Nickell), y en ese contexto interpreto yo las anotaciones, a veces contradictorias, de Cambpell. De todos modos, lo que pretendo señalar es que era plenamente consciente de los errores que se pueden cometer, y que a pesar de todo cometió. Pero si Campbell y sus hombres eran policías inteligentes, experimentados, con una aproximación racional al caso, ¿por qué se equivocaron?

Es una constante en toda nuestra actividad vital el que tratemos de apartarnos, de forma consciente o inconsciente, de aquella situaciones que nos provocan dolor, o incomodidad, o malestar, y tendamos a acercarnos a las que nos proporcionan bienestar. Por mucho que tratemos de ser imparciales, ante dos hipótesis alternativas, y si el resto de factores son iguales, será mas probable elegir la que minimiza nuestra incomodidad. Por otra parte, no hacen falta órdenes, ni siquiera insinuaciones o mensajes subliminales, basta con un movimiento de ceja o determinada expresión, o falta de ella, en un rostro, para saber cuando un jefe está cómodo con una información o esta le desagrada; y es un proceso que se repite arriba y abajo en toda organización jerárquica. Salvo casos patológicos, que también existen, si aparecen indicios que señalan claramente en una dirección, la mayoría cumplirá con su deber y seguirá esa dirección, aunque no agrade o pueda causar algún problema. Pero cuando no hay nada que señale hacia un lado u otro, o la interpretación es confusa y variable, siempre es más cómodo seguir la ruta menos empinada.

Por ejemplo, a los políticos les habría preocupado bastante más que los indicios señalaran hacia un atentado de los serbios a que apuntaran hacia algún acosador o un amante despechado. En el primer caso la indignación de prensa y público podría forzarlos a tomar medidas (recordemos que estaba en marcha la campaña aérea contra Yugoslavia) o arriesgarse a críticas feroces. Por contra, un crimen más usual, obra de un individual, no tendría el mismo efecto.

En el caso de Oxborough, los condicionantes internos eran otros. No dudo de que tuvo lugar un debate libre y honesto entre los detectives sobre cada hipótesis y sus méritos o problemática, pero las semanas comenzaron a pasar, y pese al duro trabajo no había resultados; y después las semanas se convirtieron en meses, y continuaban sin nada sólido. Todos habían sido conscientes casi desde el principio de que probablemente estaban ante el caso de sus vidas, ese caso que todo detective sueña con resolver y que proporciona celebridad, ascenso profesional y tal vez un trabajo muy bien pagado al dejar la policía. Pero el sueño puede convertirse en pesadilla si al final no hay resolución, y las críticas, externas e internas, pueden ser el resultado en vez de la gloria.

Había, por otra parte, dos elementos que hacían de este un caso muy especial:

1) El tamaño de la investigación. No era frecuente que los investigadores contaran con tantos medios humanos y materiales a su disposición para la investigación de un asesinato individual. Los detectives no estaban acostumbrados a manejar el volumen de información que entraba, ni sabían como gestionarla de forma eficaz, ni estaban preparados para realizar deducciones a partir de tal cantidad de datos, ni a tener tantos posibles testigos a su disposición. El exceso de recursos puede facilitar parte de la investigación, pero también crea problemas (burocráticos, volumen excesivo de datos, incapacidad para discriminar y priorizar información …) que pueden anular las ventajas e introducir confusión en el proceso.

2) Un caso de alto impacto mediático. La atención prestada por televisiones y periódicos a este caso no tenía precedentes hasta ese momento en crímenes individuales (sería superada en 2007 por la desaparición de Madeleine McCann). La cobertura durante las primeras semanas fue máxima, y Hamish Campbell se convirtió en una celebridad, concediendo muchas entrevistas y participando de forma activa en la reconstrucción de los hechos en Crimewatch. Después de unos meses, y ante la falta de noticias, el interés de la prensa disminuyó, pero todos sabían que se trataba de un reposo temporal, y que regresaría con fuerza.

Cuando se acercaba el primer aniversario del crimen la situación no parecía la mejor para Campbell y su equipo. Los medios iban a regresar en busca de noticias y ellos no tenían nada nuevo que ofrecer. Los temibles periódicos sensacionalistas, que habían sido bastante respetuosos con la policía hasta ese momento, podían comenzar a hacer daño debido a la falta de avances en la investigación. Además de los medios, los superiores de los detectives también podían empezar a impacientarse, y más pronto que tarde. No era posible mantener durante mucho tiempo a 40 agentes dedicados a tiempo completo a una investigación, y era previsible que si no había resultados tangibles en unos meses comenzara una progresiva disminución del número de agentes y de los medios asignados, que es lo que suele ocurrir cuando pasa el tiempo y no se resuelve un caso. A partir de cierto momento, era probable que al propio Hamish Campbell le encargaran otras tareas, quedando el caso en manos de detectives de menor rango.

Por tanto, en marzo de 2000 había en el horizonte cercano una doble amenaza, la de una prensa agresiva que podía plantear preguntas para las que no había respuesta, y una previsible disminución de personal y medios. Y en ese momento se encontraron con Barry George. Es en el marco de esta situación general en el que debemos analizar la actitud de los detectives ante el sospechoso, y como este llegó ante ellos en el momento justo. Mi opinión es que si el equipo de Oxborough hubiese entrevistado a Barry George en las primeras semanas después del crimen, habría sido dejado de lado enseguida, tal como ocurrió con otros sospechosos. En ese momento Barry no encajaba en el modelo dominante (algún conocido de Jill, por razones personales, tal vez un crimen por encargo), ni había presión sobre los investigadores, ni la necesidad imperiosa de encontrar un sospechoso viable. Pero Barry atrajo la atención de los detectives en el momento preciso, cuando les iban a preguntar directamente, después de un año de investigación, si había algún avance en el caso.

Una vez que comenzó el proceso este se convirtió en imparable. No había evidencia firme contra el sospechoso, pero tampoco nada que lo exonerara, y se podían construir dos hipótesis a partir de los datos disponibles:

-Barry George era el asesino, y los indicios, aunque débiles y a veces equívocos, señalaban en esa dirección.

-Barry George era inocente, y los indicios, débiles y equívocos, no eran más que humo.

Una de las dos hipótesis se envolvía de optimismo, podía conducir, si acababa bien, al éxito y la celebridad, y provocaba buen humor y un ambiente agradable. La otra hipótesis volvía el juego al punto de partida, a la nada; alejaba el éxito y aproximaba el fracaso y la incertidumbre profesional. Sin nada firme sobre lo que que fundamentar una decisión, no debe extrañar la tendencia creciente a favorecer la primera hipótesis.

SESGO

Hay una primera fase de la investigación policial dónde se realizan averiguaciones, se toman declaraciones y se analizan datos para intentar descubrir al culpable. En esta fase suele haber libre circulación y confrontación de hipótesis, y se trata de analizar la evidencia de forma rigurosa e imparcial. Hay una segunda fase que comienza en el momento en que los resultados de la primera fase han llevado a la conclusión de que determinado individuo (o individuos) es el autor de los hechos. A partir de ese momento el objetivo de policías y fiscales pasa a ser la obtención de evidencia para poder condenar al acusado, y ya no hay vuelta atrás. Cesa por completo toda investigación sobre el resto de los sospechosos, y todos, absolutamente todos los recursos se dedican a tratar de demostrar la culpabilidad. No se puede continuar investigando a otros sospechosos o disentir de forma oficial, ya que gran parte de la acusación, y sobre todo en un caso sin apenas pruebas, se basa en la persuasión, y no se puede hacer o decir nada que la defensa pueda utilizar más adelante para afirmar que la policía no estaba del todo segura de que el acusado fuera culpable. Esa seguridad, que parece irracional en muchas ocasiones, resulta indispensable para la acusación. No se puede pedir a un jurado que declare culpable a alguien si un investigador afirma que tiene dudas sobre su culpabilidad.

El temido sesgo de confirmación, contra el que se advierte en la primera fase de una investigación, es sin embargo tolerado, incluso fomentado, en la segunda, en la que se seleccionan precisamente los datos y testimonios que puedan servir para condenar al acusado. El problema aparece cuando se presenta justo antes de pasar a la segunda fase, y se usa la evidencia seleccionada para, precisamente, cerrar la primera fase y pasar a la segunda. Esto fue, en mi opinión, lo que ocurrió en este caso. Pese a que, como hemos visto, Hamish Campbell conocía el peligro y sabía que sus agentes tenían la tentación de interpretar la información de forma sesgada, lo cierto es que fue lo que hicieron.

En una segunda intervención en Crimewatch, Hamish Campbell aseguró que se inclinaban por un tipo de criminal bastante definido, y señaló una serie de características que tendría dicho asesino. Lo que se cuido mucho de decir fue que en ese momento ya tenían un sospechoso, y que casi todas las características encajaban, curiosamente, con ese sospechoso. Por ejemplo, pese a que los informes de los psicólogos señalaban que el autor del crimen tendría gran interés en Jill Dando, y que no lo ocultaría, Campbell afirmó que la persona que buscaban estaría interesado en los famosos, en general. Esa intervención del detective provocó algunas críticas más tarde, y lo cierto es que su proceder parece bastante dudoso. Por otra parte, Barry vivía solo y no tenía relaciones profundas con nadie, pero no era una situación deseada, y no parece que se le pueda catalogar como un solitario. Intentaba, a veces de forma casi deseperada, entablar contacto, relacionarse, sobre todo con mujeres, y tenía muchos conocidos y varios amigos.

No tengo dudas de que para mayo Hamish Campbell y la mayoría de sus hombres estaban convencidos de que Barry era culpable, pero ese convencimiento no se consiguió a partir de pruebas sólidas y un análisis adecuado de todos los elementos, sino que fue fruto de la necesidad. Necesitaban un culpable, encontraron a alguien que podía servir, y comenzaron a interpretar toda la evidencia partiendo de la premisa de que efectivamente era culpable, hasta que todo parecía tener sentido. Es una problemática no inusual en la investigación policial.

Mike Burke cita a Ian Horrocks, tras el segundo juicio, protestando ante las acusaciones contra la policía, que no se habían limitado a apresar al chalado local, y que habían llevado a cabo una exhaustiva investigación y eliminado a todos los sospechosos menos uno, Barry George. Consideraron que como llevaban varios meses investigando y no habían encontrado nada, al aparecer alguien sobre el que había una mínima sospecha, ese tenía que ser el asesino. No había nadie más, así que tenía que ser Barry, o si no, ¿quién había cometido el crimen?

Esa forma de razonar, que funciona bien en la mayoría de los casos, nos da a entender que de no haberse fijado en Barry, cualquiera que hubiese aparecido ante su radar en las semanas o meses siguientes, y de aparecer el más mínimo indicio en su contra, se habría convertido en el asesino. Está implícita en esa forma de pensar la suposición de que después de un año de investigación y miles de entrevistas, el culpable debía aparecer con seguridad. Era una posibilidad, pero había otras dos igual de buenas que esa:

-Que ya lo hubieran investigado y hubiera sido capaz de pasar desapercibido. Algunas coartadas, sobre todo las de personas investigadas semanas o meses después del crimen, eran difíciles o imposibles de comprobar. Es posible que la motivación de un sospechoso no fuera descubierta, o no se le diese la importancia debida. Muchos policías están muy orgullosos de su habilidad para descubrir a quien está mintiendo, pero muchos criminales engañan completamente a los detectives. Era posible que el asesino ya hubiera sido investigado y entrevistado.

-Que no se hubiera llegado a investigarlo. De la misma forma que Barry llamó la atención de los detectives casi un año después del crimen, había muchos posibles sospechosos que no habían sido investigados todavía. Era posible que el culpable estuviese a meses o semanas de ser entrevistado, o tal vez su nombre no llegó a entrar nunca en el sistema.

Una vez que he presentado el contexto en el que, en mi opinión, debe estudiarse la investigación policial, voy a tratar de analizar la evidencia que supuestamente relaciona a Barry George con el crimen. Comentaré de pasada elementos que se han tratado por extenso en anteriores capítulos y me detendré algo más con los testigos.


EVIDENCIA FÍSICA

En mi opinión las pruebas forenses se pueden descartar por completo. No debieron ser admitidas nunca, ni en el primer juicio ni en el segundo, ni la partícula de residuo de disparo ni la fibra. No prueban nada, no son pruebas científicas, como se pretendía, son conjuntos de suposiciones. William Clegg, en su argumentación exitosa ante el juez para eliminar la partícula para el segundo juicio, afirmó que un reciente estudio indicaba que un 15% de los vagones de metro y autobuses contenían partículas de residuo de disparo. Estaban por todas partes, podía uno contaminarse en muchos lugares y circunstancias.

No había datos para establecer conclusiones fundamentadas sobre la probabilidad de una contaminación, y por tanto, no debió admitirse a juicio para que los jurados decidieran sobre algo que no comprendían. La fibra era peor todavía como prueba. Era compatible con las fibras de un pantalón de Barry, y probablemente con cientos de miles de prendas más. El origen podía ser ropa de la propia Jill, de Farthing, de sus amigos, de los paramédicos o los policías, de mucha gente. No se hallaron fibra del abrigo Cecil Gee de Barry en la ropa de Dando, ni fibras del abrigo de Dando en la ropa de Barry.

Las pruebas de residuo de disparo y la comparación de fibras deberían ser eliminadas de los tribunales salvo casos excepcionales (en una futura entrada argumentare esto con más detalle). La mayoría de las veces no demuestran nada y solo sirven para confundir a los jurados, que es probablemente la razón por las que la acusación las presenta.

Un último apunte sobre la partícula de residuo de disparo. Hasta donde yo se, la defensa de Barry George no reparó en que la hipótesis de la acusación se contradice a sí misma. La policía afirmaba que Barry George era un gran aficionado a las armas, y que mediante compra o modificación había conseguido una pistola y munición. No pudieron probarlo, por suerte para la acusación, ya que de haberlo hecho se habrían quedado sin su principal prueba de cargo. Parece razonable suponer que si un gran aficionado a las armas tiene una pistola y munición dispare alguna vez, pero entonces la partícula ya no podría ser relacionada con el asesinato de Jill Dando. Para poder relacionar la partícula con el crimen, hay que suponer que el disparo contra Jill fue un evento único, la única vez que Barry George habría disparado un arma, antes o después del 26 de abril. Así que la acusación, para hacer creíble su caso, necesita poner a Barry en posesión y uso de un arma de fuego real, pero eso elimina la validez de su prueba, que podría entonces proceder de cualquier otro disparo realizado por el acusado. Para que la partícula de residuo de disparo pueda ser una prueba, hay que suponer que el fanático de las armas que se describía, y que tenía un arma y munición, no habría disparado nunca, excepto contra Jill Dando.

Esto es todo lo que supuestamente ligaba físicamente a Barry George con el crimen. Como ni policía ni acusación pudieron mostrar ni el más mínimo interés de Barry George en Jill Dando, tampoco hay motivo para el crimen. Otros elementos del caso tampoco sostienen las sospechas sobre Barry:

-Este fue toda su vida un mentiroso patológico y un fabulador, así que no debe extrañar que dijera mentiras. Lo que en otra persona podría ser un indicio de culpabilidad, no significa nada en una persona que había mentido y fabulado a diario durante 25 años. Tal vez mintió sobre si sabía dónde vivía la víctima, o sobre si se acordaba de la visita al médico en Gowan Avenue, o sobre muchas otras cosas, pero lo cierto es que no se pudo probar nada. Pero incluso de haber mentido sobre alguno de esos extremos no indicaría culpabilidad.

-Acosaba a las mujeres, pero eso no lo relacionaba en forma alguna con un asesinato a sangre fría. Además, el comportamiento de Barry encaja con bastante dificultad en el concepto usual de acoso, ya que falta un elemento importante, como es la constancia y la repetición. Barry seguía y fotografiaba a algunas mujeres, pero la mayoría de las veces ni contactaba con ellas. Seguía hasta sus casas a otras, y había llegado a proferir lo que podían ser amenazas: “Sé donde vives”, pero la gran mayoría de ellas no volvían a ser molestadas en forma alguna. En los pocos casos en los que iba un poco más allá, se retiraba y no insistía ante las más mínima resistencia.

-No se pudo demostrar que Barry tuviera jamás un arma de fuego real, ni que tuviese habilidad ni conocimientos técnicos para modificar un arma, o una bala. No se encontró ningún rastro de un arma, ni herramientas para modificarla, ni nada que sugiriera que las había poseido. Tras pasar varios años patinando a todas horas, su interés había pasado a las armas durante los años 80, cuando soñaba con ser un SAS como su admirado Tom Palmer, pero cuando se convirtió en Barry Bulsara casi todo su atención pasó a Freddie Mercury y la música. Posiblemente continuaba interesado de alguna forma en las cuestiones militares y en las armas, pero no fue su principal interés, como lo había sido antes, durante al menos la década anterior al crimen.

-No se encontró ninguna relación con Jill Dando, ni siquiera pruebas de que la había conocido o sabía quien era. De haber tenido algún interés en ella, no habría podido ocultarlo, opinaban sus conocidos, no digamos ya una obsesión. Todos conocían las obsesiones de Barry. El argumento de que debía saber al menos quien era, ya que vivía muy cerca, no se sostiene. David James Smith comenta al principio de su libro que había vivido en Fulham durante 15 años y que no tenía ni idea de que Jill Dando vivía allí también. Sus hijos habían asistido a una guardería en Munster Road, a 100 metros de Gowan Avenue, pero nadie le había dicho jamás que vivía por allí cerca una famosa presentadora.

-Pese a que él quería hacerlo, sus abogados decidieron que el acusado no declarara en ninguno de los juicios, y los jueces lo aceptaron sin discusión, advirtiendo a los jurados que esa decisión no debía pesar (aunque siempre pesa) contra el acusado. Para los jueces el motivo era su minusvalía y sus problemas físicos y mentales. Para la defensa estaba claro que su testimonio no iba a aportar nada favorable, y la la extraordinaria habilidad de Barry para meter la pata iba a conseguir que dijera algo que lo hiciera más sospechoso todavía. No hay más que ver la grabación de alguna entrevista a Barry para comprender la prudente estrategia de la defensa.


Opino que todas y cada una de las supuestas pruebas o indicios contra Barry George se pueden dejar de lado. No valen nada, no prueban nada, no sirven para nada. Pero, se puede alegar, todavía quedan los testimonios, los de la gente que lo vio en Gowan Avenue, o las extrañas visitas a Hafad y London Traffic Cars. Es posible que no sea suficiente para una condena penal, pero indica que hay una buena posibilidad de que Barry sea culpable. No lo creo. Intentaré demostrar que un análisis cuidadoso y no sesgado de los testimonios indica que no era Barry George quien estaba esa mañana cerca del lugar del crimen; y el contexto adecuado nos hará comprender las visitas de Barry a Hafad y London Traffic Cars.

LOS TESTIGOS

Bob Mills
En el segundo juicio se introdujo una parte del testimonio de Richard Hughes que la defensa había logrado eliminar del primero. La descripción de Hughes no había servido para realizar un retrato robot, pero había afirmado que el hombre le había recordado al actor Bob Mills. Este testimonio podía ser dañino para el acusado, según consideraron algunos, ya que este guardaba cierto parecido con Mills. Lo cierto es que el parecido es muy superficial, si existe alguno. En vez de actuar contra Barry, creo que lo hace a favor. Demuestra que Hughes vio al sospechoso con más claridad de lo que dijo, y de lo que probablemente él mismo pensara. Hughes atendió a la rueda de reconocimiento (la real, con Barry presente) y no lo reconoció. Se fijó un buen rato en uno de los figurantes, pero al final no señaló a nadie. 

Otros dos elementos de la descripción de Richard Hughes son incompatibles con Barry George. El testigo señaló que el sobretodo que llevaba el sospechoso tenía las solapas de distinto material al resto de la prenda, lo que no ocurría con el abrigo Cecil Gee de Barry. Por otra parte, señaló que le había parecido alguien elegante, y por ello había pensado que podía ser un amigo de Jill. No creo que nunca haya nadie descrito a Barry como elegante. Vean en el siguiente vídeo su característica forma de caminar.



Geoffrey Upfill-Brown, que falleció a finales de 2008, tampoco identificó al acusado, pero de sus palabras y las de sus familiares se desprende que estaba bastante seguro de que Barry no era el hombre que había visto corriendo frente a su casa. Estaba convencido de que lo reconocería si lo volviera a ver, lo que implica que no era el acusado.

Con esto debería ser suficiente para concluir que la prueba testifical no solo no señala a Barry George, sino que lo excluye. Estos son los dos únicos testigos que con seguridad vieron al asesino, y no solo no reconocieron a Barry, sino que sus declaraciones indican con bastante claridad que no era él a quien vieron. Una vez que ha quedado establecido esto, podemos pasar a los pseudotestigos. No dudo de su buena fe, sino que pretendo señalar las dudas que hay sobre si realmente son testigos. ¿Testigos de qué? Los testimonios de Hughes y Upfill-Brown dejan claro que la persona que vieron no podía ser otra que el asesino marchándose de la escena del crimen a la hora del crimen. Pero los otros testigos tan solo vieron a personas que no estaban haciendo nada especial, mucho antes de la hora del crimen, y que podían estar implicadas o no.

Una de las características de este caso es la gran cantidad de testimonios que recopiló la policía entrevistando a gente que pasó por esa calle y otras cercanas ese día (y en días anteriores). Decenas de declaraciones fueron recogidas, lo que indica tanto lo minucioso del trabajo policial como, sobre todo, el gran despliegue de medios. Tantos posibles testigos, sin embargo, acabaron provocando un grave problema. Unos describían a personas de apariencia mediterránea, mientras que otros hablaban de pieles pálidas o rosadas. Unos sospechosos eran vistos hablando por el móvil, mientras otros no lo portaban, al menos a la vista. Muchos llevaban traje, mientras otros iban con abrigo, o con vestimenta más informal. Algunos fueron vistos parados, sin moverse, mientras que otros corrían. Algún sospechoso llevaba sombrero o gafas, mientras que la mayoría no llevaba esos elementos. Uno de ellos no llevaba puestas unas gafas, pero tenía en el puente de la nariz la señal inequívoca de llevarlas a menudo. No solo eso, estaban los coches. Había varios coches sospechosos, sobre todo Range Rover. Muchos de estos testimonios tenían características comunes, y podía suponerse, aunque no asegurarse, que estaban describiendo al mismo hombre, o al mismo coche.

El caso es que los detectives tenían a su disposición tantos testimonios que podían elegir los que se adaptaban a sus necesidades. No voy a llegar al extremo de afirmar que tenían testimonios para cualquier sospechoso, pero si que podrían encontrar entre los testimonios algunos que encajaban con una gran variedad de posibles sospechosos. Cuando los policías señalan que los testigos indicaban que Barry George había estado esa mañana en Gowan Avenue, se olvidan de aclarar que tan solo algunos testigos, los que a ellos les interesa.

Como Barry George no se parecía al retrato robot de la persona en la parada del autobús, entonces ese elemento ya no era importante. Los Range Rover y otros vehículos desaparecieron por completo de la narrativa policial una vez hubo sido detenido Barry. Como este no tenía coche, ni carnet, ni había sido nunca visto conduciendo, los coches ya no interesaban. Si se hubiera detenido a cualquier otra persona que se pareciera al retrato robot y condujera un Range Rover o un coche parecido, seguramente el retrato robot y los testigos que vieron los coches habrían sido catalogados como cruciales, y se habría dejado de lado otros testimonios que se utilizaron contra Barry. Se ignoraron todos los testimonios que señalaban a un hombre en el parque Bishop, porque según al policía Barry se había marchado a su casa después de cometer el crimen.

Creo que se puede observar el patrón. La policía utilizó los testimonios que pensaba que podían servir contra Barry, aunque incluso esos tenían grandes discrepancias, y dejó de lado los que no servían o incluso le beneficiaban. Fue una elección totalmente arbitraria, ya que a priori unos testimonios no eran mejores que otros, y fue tan solo lo bien que funcionaban contra el sospechoso que tenían en ese momento lo que los convirtió en importantes. Todo esto no es una simple conjetura, puede demostrarse, y la prueba nos la proporciona el mismo Hamish Campbell. Crimewatch trató sobre el asesinato de su presentadora unas semanas después del crimen, y Campbell participó en el programa de forma activa y fue el encargado de ir explicando, con estilo didáctico y comprensible, las recreaciones de lo que habían visto muchos testigos. 

Crimewatch dedicado al asesinato de Jill Dando. 

   

Parece bastante claro que el Inspector Jefe fue el encargado de seleccionar los testimonios que consideraba más importantes para su dramatización por actores del programa. Ademas de lo que vieron Hughes y Upfill-Brown, se recrearon siete testimonios anteriores al momento del crimen,y unos cuantos más posteriores. Pues bien, ninguna de eses siete recreaciones previas al crimen y mostradas en el programa corresponde a Susan Mayes, Terry Normanton, Stella o Charlotte de Rosnay. Ninguno de los cuatro testimonios utilizados como prueba contra el acusado fue recreado en el programa, lo que indica que en aquel momento eran considerados poco importantes, secundarios. Lo único que los convirtió en importantes fue que uno identificaba al acusado, y los otros tres casi lo hacían.

Pero incluso así, seleccionando testimonios de forma arbitraria, la prueba testifical es muy débil y pobre. Tan solo Susan Mayes identificó a Barry de forma clara en un reconocimiento por vídeo, y su declaración es más que problemática. Como era la única que había identificado al sospechoso, no quedó mas remedio que utilizar su testimonio, aunque este incluía un vehículo que no se podía ligar de ninguna manera a Barry. La hora, la luz, la barba que se dejó Barry, el tiempo transcurrido, el que los dos llevaran años viviendo en el mismo barrio, a unos cientos de metros, la contradicción en la apariencia física de la persona vista, … todo eso debe hacernos tomar con mucha precaución el reconocimiento. Pero sobre todo está el vehículo. La declaración de Mayes deja claro que la persona que vio estaba relacionada con el coche que tenía al lado, y que estaba obstaculizando la circulación. Por lo tanto, es casi seguro que no podía ser Barry George.

Muchos testigos tienen la tendencia a señalar a alguien en las ruedas de reconocimiento. Es como si se sintieran obligados a agradar y temieran fracasar si no apuntan a alguien. Pueden señalar a quien más se parece de entre las personas que le muestran, aunque no se parezca realmente mucho, o pueden señalar a alguien cuya cara les suene, aunque no sepan de qué. Susan Mayes pensó mucho tiempo antes de señalar a Barry, pero después afirmó estar muy segura. Los policías le hicieron saber que estaban contentos con la persona que había señalado, y eso reafirmó su seguridad. Tampoco hay que descartar que la actitud de Barry durante el reconocimiento le hiciese destacar de alguna forma sobre los figurantes. Además, sabemos que Barry George visitó Gowan Avenue varias veces después del crimen, por lo que cabe la posibilidad de que Susan Mayes (y Charlotte de Rosnay y Terry Normanton) le hubira visto y le pareciese familiar su cara en el reconocimiento.

Stella y Charlotte de Rosnay vieron a alguien cuya descripción no encajaba con la de Susan Mayes (vieron piel rosada o pálida, no la piel morena que observó Mayes), y el traje que llevaba el sospechoso tampoco encajaba con la ropa vista por los testigos del crimen. La única razón por la que su testimonio fue utilizado es porque casi señalan a Barry en la rueda de reconocimiento. Dudaron entre él y uno de los figurantes, demostrando así que había otra persona en ese pequeño grupo que tenía algún parecido con la persona que habían visto. Muy poco después, afirmaron, sin embargo, estar convencidas de que el número 2 (Barry George) era la persona que habían visto el día del crimen.

Sin embargo, se puede impugnar fácilmente esa identificación sobrevenida. Como ya se ha señalado, Susan Mayes recibió señales de forma inmediata de que había acertado, y se supo más tarde que Mayes compartió taxi con Stella y Charlotte de Rosnay en su regreso a Gowan Avenue desde el cuartel de la policía. No resulta rebuscado plantear que hablaron sobre la identificación y que Mayes les contó (en el taxi o en Gowan Avenue, ya que eran vecinas cercanas) a quien había señalado, y sobre todo, que había señalado a la persona correcta. Y eso explica perfectamente la razón por la que Stella y Charlotte, que habían dudado entre dos personas en el reconocimiento, pasaran de repente a opinar que habían reconocido a una de ellas. 

El testimonio de Terry Normanton ni siquiera debió ser tenido en cuenta. Pese a que le habían preguntado dos veces, negó haber visto algo extraño, hasta que un año después del crimen realizó su declaración. De nuevo, se utilizó sus testimonio tan solo porque casi había señalado al sospechoso. Las cuatro, Susan Mayes, Stella y Charlotte de Rosnay, y Terry Normanton, describen a la persona que vieron vistiendo un traje, sin abrigo. Es posible, solo posible, que vieran a la misma persona, pero entonces no era la misma que vieron Hughes y Upfill-Brown.

El argumento de policía y fiscalía era que habría sido demasiada casualidad que dos personas hubiesen estado en el mismo lugar, a la misma hora aproximada, vistiendo la misma ropa, y comportándose de forma similar, y que todo indicaba que los testimonios se referían a una única persona. Como uno de los testigos había reconocido a Barry George, la persona que habían visto los demás tenía que ser Barry George. Es posible que todos los testigos citados vieran a la misma persona (de eso se tratará con detalle en la última parte), pero ni policía ni acusación han explicado porque la vestimenta no coincidía con la de la persona vista huyendo de la escena del crimen.

Hay otros testigos que vieron a personas que podrían encajar con el sujeto visto por Stella y Charlotte de Rosnay, pero que no reconocieron a Barry, y por eso su testimonio se ignoró. Hay un testimonio clave, y es el del cartero, Terry Griffith. Poco después de las 10 de la mañana del día del crimen Griffith echó cartas en el buzón de la puerta de Jill, y al darse la vuelta para seguir su ruta vio en la acera de enfrente a un hombre parado que miraba directamente hacia la casa de Dando. Al notar que el cartero le observaba, el hombre se ocultó de la vista tras una furgoneta aparcada. Pelo negro, traje oscuro, apariencia elegante. La descripción es lo bastante parecida a la de las Stella y Charlotte de Rosnay como para plantear que pudiera ser el mismo hombre. ¿Por qué la acusación no consideró su testimonio como relevante? Porque no reconoció a Barry George, claro está, como les ocurrió a otros muchos testigos, pero hay algo más. Debido a que podía ser un testigo, al cartero se le asignó una ruta distinta durante seis semanas. El primer día que regresó a Gowan Avenue se le acercó un hombre que comenzó a hablarle de Jill Dando y le dijo que acababa de ver a alguien que podía ser el asesino, y le pedía el teléfono móvil para llamar a la policía. Griffith consideró que estaba ante un chiflado y no le dio más importancia, pero cuando llegó el momento de la rueda de reconocimiento no señaló a nadie como el hombre que había visto el día del crimen, pero no tuvo dudas en señalar a Barry George como la persona que se le había acercado semanas después. Es decir, Griffith no solo no reconoció a Barry en la rueda, su testimonio implica que no era Barry la persona que había visto el día del crimen. El día 26 de abril había visto a un sospechoso sin barba, y seis semanas después se le acercó un hombre sin barba, al que no reconoció como el que había visto anteriormente. Un año después, sin embargo, reconoció al hombre con barba como el mismo que le había acercado.

Si entre decenas de testigos se escogen tan solo a los que reconocen al sospechoso o casi lo reconocen, y se dejan de lado los que no señalan a nadie, e incluso a los que están seguros de que no era el sospechoso (de estos no se informó), el sesgo es enorme, y la capacidad para señalar a múltiples sospechosos, según la necesidad, inquietante.

Yo creo que es suficiente. Se podría seguir con más testigos, pero en mi opinión queda bastante claro el estado de la prueba testifical:

-Los dos testigos que vieron al asesino no identificaron a Barry George, y su descripción no encaja con el acusado.

-Los cuatro testimonios (Mayes, las dos de Rosnay y Normanton) se eligieron únicamente porque reconocieron a Barry, en un caso, o casi lo reconocieron, los otros tres. De todos modos, su descripción de las ropas del sospechoso es completamente distinta a la de Hugues y Upfill-Brown y ninguna menciona un abrigo.

-Se dejaron de lado decenas de testimonios porque no reconocieron a Barry, y posiblemente porque alguno dijo que no era él a quien había visto.

-La única identificación positiva, además de dudosa, liga de forma inequívoca al sospechoso con un coche, lo que descarta a Barry George. Es una contradicción insuperable: identifica al sospechoso pero su relato imposibilita que su identificación sea correcta.


HAFAD

Si ni las pruebas forenses ni los testigos de Gowan Avenue señalan hacia Barry George, tan solo quedan sus visitas a Hafad y London Traffic Cars. En realidad, es volver al principio, ya que Hafad fue la razón por la que se sospechó de Barry inicialmente. Considero la hipótesis de que Barry George visitó Hafad y London Traffic Cars para proporcionarse una coartada como extremadamente débil, y puedo argumentar que durante un tiempo la policía opinaba lo mismo, y que eso tan solo cambió cuando necesitaron construir un caso contra el sospechoso. Recordemos que las empleadas de Hafad realizaron nada menos que cuatro llamadas para informar sobre el extraño sujeto, desde dos días después del crimen hasta varias semanas más tarde, y que la policía no les prestó la menor atención. Es cierto que no había muchos datos, pero la información básica la tenían ante ellos: alguien se había comportando de forma extraña el día del asesinato de Jill Dando, poco antes o poco después de la hora del crimen, y había regresado dos días después para que le dijeran que ropa llevaba puesta y la hora de la primera visita. A los policías les debió parecer que el asesino no podía haber hecho algo así, y que parecía la obra de un chiflado, y por eso no le dieron ninguna importancia.

Cuando Gallagher visitó Hafad, dos veces, a primeros de marzo de 2000, ya tuvo toda la información a su disposición. Le dijeron que la visita del sujeto se había producido entre veinte minutos y una hora y media después del crimen, y le contaron todo lo que había dicho y hecho en las dos visitas y la ropa que llevaba puesta. Y sin embargo, no le dio mucha importancia. Se propuso entrevistar al sospechoso, pero no como una prioridad, sino como una tarea más, similar a las más de veinte que tenía pendientes. Visitó varias veces el domicilio de Barry, e incluso llegó a dejarle una nota, pero no realizó ningún esfuerzo especial para encontrarlo. Eso fue todo lo que hizo durante varias semanas, lo que demuestra que no le concedía demasiada importancia a los testimonios de Hafad. De haberlos considerado decisivos o importantes, podría haber organizado, por sí mismo o a través de otros agentes, visitas a última hora de la noche o al amanecer, cuando era probable que tuviera éxito. No lo hizo.

Tampoco consideró oportuno mencionar a Barry al jefe de la investigación hasta más de cuatro semanas después de las visitas a Hafad. Es otra prueba, concluyente en mi opinión, de que el detective Gallagher no estimó importante el asunto durante al menos un mes. Tampoco Hamish Campbell, cuando fue informado por Gallagher, consideró estar ante una prueba decisiva. Tan solo solicitó que aceleraran el trámite de entrevistar al sospechoso.

Después de la entrevista en casa de la madre de Barry, las sospechas sobre él fueron creciendo, y los agentes se fueron convenciendo de que estaban ante el asesino muy lentamente. Hasta entonces, el asunto de Hafad (y el de London Traffic Cars) habían sido comportamientos extraños, pero solo eso. Pero cuando se convirtió en sospechoso pasaron a ser algo más tenebroso, la coartada del asesino. Pero, ¿por qué no se les había ocurrido antes algo tan obvio? Muy sencillo, porque es absurdo.

Fuera por iniciativa de Barry o por sugerencia de Gallagher, lo cierto es que según la transcripción de la entrevista, Barry declaró que aunque no se acordaba, podría haber salido de casa sobre las 12:30, dirigiéndose a Hafad y después a la compañía de minicabs. Eso significaba que la visita a esos dos lugares había tenido lugar entre una hora y una hora y media después del asesinato. ¿Quién iba a buscar una coartada una hora u hora y media después del crimen? Es completamente ridículo. Una coartada se busca cuando el criminal teme que puede resultar sospechoso, y en una hora muy cercana, lo más cercana posible, al momento del crimen.

El asesino disparó a su víctima y se marchó sin intentar ocultar el cadáver, por lo que tenía que suponer que el crimen iba a ser descubierto pronto. Tal vez de inmediato, por el hombre que había salido de la casa de enfrente y le había mirado mientras corría (Upfill-Brown), o por otra persona unos minutos después. Supongamos que fue Barry George quien mató a Jill Dando, entonces, ¿por qué iba a buscar una coartada más de una hora después?

Habría más tenido sentido un intento de coartada muy poco después del crimen, tal vez unos pocos minutos más tarde, y en un lugar más alejado. Intentar buscar una coartada tan tarde acabará casi siempre con el efecto contrario, que se demuestre que no había coartada. Pero, ¿no sería posible que alguien como Barry George hiciera algo tan estúpido? Tal vez, es posible, pero no podemos escoger según nos convenga si Barry era estúpido o no. Si era tan estúpido no habría sido capaz de planear el crimen, vigilar el lugar, ejecutarlo sin llamar apenas la atención, y escapar del lugar de forma limpia. Y si hubiera sido capaz de hacer todo eso, jamás habría hecho algo tan estúpido como buscar una coartada una hora después del asesinato.

La acusación consiguió ocultar la debilidad de su teoría debido a que la defensa centró toda la discusión en el momento en que el acusado había llegado a Hafad, y para ello cambió la supuesta hora, lo que fue un grave error. Dio a entender al jurado que la hora de llegada de Barry al lugar era decisiva, y la lucha entre acusación y defensa sobre este punto provocó, probablemente, la falsa sensación de que si se demostraba que había llegado antes de las 11:50, sería inocente (aunque McViccar ha propuesto en su llamativa e inclasificable teoría que Barry podría haberse cambiado de ropa en algún lugar cercano, sin ir a casa) mientras que si había llegado después del mediodía se quedaría sin coartada, y teniendo en cuenta el resto de la evidencia, sería entonces culpable. Además, permitió a la acusación presentar las dos visitas como un conjunto, y relacionarlo con la coartada.

Esto no era necesario. No se debió dar importancia a la hora, sino a la situación, la razón por la que Barry visitó los dos lugares y señalar el absurdo que significaba pretender que estuviera buscando una coartada. En lugar de ello, al apostarlo todo a la hora y la búsqueda de una coartada, la situación del acusado quedó muy comprometida con el testimonio del experto en telefonía y, sobre todo, con la declaración de Julia Moorhouse. Esta testigo, que todos consideraron muy convincente, con el apoyo de la prueba telefónica, situaba a Barry George fuera de Hafad a las 12:35 horas. Eso parecía apoyar la tesis de la acusación, que basándose en algunos testimonios de empleadas de Hafad y en la primera declaración del mismo, indicaba que el sospechoso había llegado después de las 12:30 y se había marchado sobre las 13:00 horas. La defensa, por su parte, argumentaba que Barry había llegado a Hafad sobre las 11:00 y no se había marchado hasta las 12:50 o las 13:00. Había cogido el taxi a las 13:15, y el gerente de la empresa había declarado que había estado allí aproximadamente 15 minutos. No había disputa sobre este punto, pero si sobre el anterior. En conjunto, el asunto de Hafad fue dañino para el acusado, y en mi opinión, decisivo.

Para el segundo juicio la versión de la defensa volvió a cambiar. Incluso los defensores y los apoyos de Barry estuvieron de acuerdo en que el testimonio de Moorhouse era convincente. El mismo Barry George le dijo a un familiar, y más tarde a los tabloides, que recordaba a Moorhouse, aunque probablemente era una fábula más. La nueva versión comenzaba igual, con Barry llegando a Hafad sobre las 11 horas, pero ahora se afirmaba que se había marchado mucho antes, tal vez sobre las 11:50, que había regresado a su casa y dejado allí la bolsa de documentos y la chaqueta, y había vuelto a salir para dirigirse a London Traffic Cars, vistiendo tan solo la camisa amarilla. Paseando sin prisa cerca del parque, se habría encontrado a Moorhouse a las 12:35, y tras otro paseo, habría acabado llegando a London Trafic Cars, sobre las 13 horas o algo antes. Para apoyar esa hipótesis, contaban con el hecho de que la testigo recordaba que el sujeto que se le había acercado llevaba un móvil en la mano, pero no se acordaba de que llevara ninguna bolsa con documentos. Las empleadas de Hafad, por su parte, se habían fijado en la bolsa con documentos.

(Vean en el siguiente mapa el lugar del encuentro entre Julia Moorhouse y Barry George)



Si Barry se dirigía a Hafad cuando le vio Moorhouse, como afirmaba la acusación, ¿dónde estaba la bolsa con documentos con la que había llegado a ese lugar? La testigo también había declarado que el sujeto llevaba una chaqueta amarilla, en vez de la camisa, pero eso podría haber sido una confusión. El gerente de London Traffic Cars, por su parte, tampoco recordaba la bolsa con documentos.

Si consideramos que el testimonio de Julia Moorhouse es fiable y que se encontró con Barry George sobre las 12:35, como opina casi todo el mundo, y me adhiero a dicha opinión, entonces cualquiera de las dos opciones tiene problemas e implica suponer olvidos y errores.

1) Barry llegó a Hafad sobre las 12:40 o 12:45, como afirmó la policía y la acusación. Tras unos 10 o 15 minutos allí se marchó a London Traffic Cars, donde tras pasar unos pocos minutos más, se fue en un taxi a las 13:15.

Para suponer correcta esta hipótesis hay que considerar que Julia Moorhouse confundió la camisa amarilla con una cazadora, que no vio ninguna chaqueta oscura, ni vio la bolsa de documentos que llevaba Barry. Ramesh Paul, el gerente de London Traffic Cars, tampoco vio la bolsa con documentos de Barry.

2) Barry llegó a Hafad sobre las 11 o 11:30, y se marchó a su casa sobre las 11:50. Allí dejó la chaqueta oscura y la bolsa con documentos y salió de nuevo para dirigirse a London Traffic Cars. Por el camino se encontró con Julia Moorhouse.

Esta segunda hipótesis explica perfectamente que Moorhouse y Ramesh Paul no vieran la bolsa con documentos, y convierte el tema de la camisa vs chaqueta amarilla en una simple confusión. Pero tiene otros problemas. El primero es que desde el lugar donde se separó de Julia Moorhouse hay apenas 7 u 8 minutos a pie hasta London Traffic Cars, y Barry habría tardado entre 20 y 25 minutos en llegar. El segundo es que Doneraile Street queda fuera de la ruta entre el apartamento de Barry y la empresa de taxis, y hay que dar un buen rodeo para llegar allí. Además, esta hipótesis no se planteó hasta años después del suceso, e implica que a Barry se le había olvidado la visita a su casa.

¿Cual es la correcta? Las dos son posibles (yo me inclino por la versión de la acusación), pero no creo que importe realmente. Lo que importa es la razón por la que Barry George fue a esos lugares. Coincido con la policía en que el día 28 Barry se presentó en Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, pero no creo que eso fuera lo que buscaba el día 26. Les voy a presentar mi opinión, y para juzgarla deben ustedes tener en cuenta lo ya comentado sobre la vida de Barry, su comportamiento, sus graves problemas, sus quejas, su creciente hipocondría, y sus decenas de visitas a hospitales y consultas médicas.

Los primeros meses de 1999 Barry George había desarrollado una creciente aprensión por el funcionamiento de sus tripas, convencido de que sufría algún grave mal, y que los médicos no lo trataban correctamente. Unas semanas antes del crimen se presentó en un hospital afirmando que llevaba 6 meses sin movimiento de intestinos, y aunque se programó la realización de radiografías, se marchó del hospital antes de que llegara su turno. El 26 de abril (recordemos que para Barry todos los días eran iguales, sin nada que hacer) quería ir al Colon Cancer Concern, una organización de caridad, para obtener información sobre enfermedades del intestino. Debido a su minusvalía ya contaba con viajes gratuitos en el transporte público, pero alguien le había contado que también existía un convenio con las empresas de minicabs de la zona para que los minusválidos pudieran viajar gratis. Así que decidió ir a Hafad con todos sus papeles para conseguir esos viajes. Llegó al lugar diciendo “Necesito ayuda, necesito ayuda, necesito ayuda”, y le intentó contar a todo el mundo sus problemas de salud, y que necesitaba viajes gratis. Finalmente, Susan Bicknell logró convencerlo de que solo recibían con cita previa, arregló una para el día siguiente, y logró que se marchara, no sin antes tener que escuchar sus quejas sobre los médicos, que no trataban correctamente sus enfermedades.

Pese a que no había conseguido los viajes gratis, decidió probar suerte de todos modos en una compañía de minicabs cercana, y pese a la negativa inicial, lo cierto es que consiguió su objetivo, y viajó hasta su destino. No consta si la policía investigó lo que hizo Barry George en el Colon Cancer Concern.

Lo que habría tenido influencia en el jurado, si el juez lo hubiera permitido, habría sido presentar a una docena de los médicos o empleados públicos, a los que Barry tenía aburridos, y tras describirles lo que habían narrado los empleados de Hafad y London Traffic Cars, preguntarles si les parecía un comportamiento típico del acusado.

Los lectores deberán elegir si esta explicación para la primera visita de Barry tiene más sentido que la de que tras matar a Jill Dando esperó una hora para buscar una coartada.

Para la segunda visita el motivo es diferente. Tras tener noticias del asesinato había estado intentando llamar la atención, como era habitual. Había llevado flores al lugar del crimen, visitado tiendas recogiendo firmas y hablando con conocidos y desconocidos sobre el caso. De repente, el día 28 le entró el pánico. Tal vez algún policía le preguntó algo al verlo por la zona, o simplemente se le ocurrió de repente que podía ser considerado sospechoso. Barry podía pasar en un instante de un comportamiento relajado y confiado a un estado de pánico irracional. Mike Burke narra (Pg 38-39) un ejemplo muy llamativo, sucedido años antes del crimen:

“Una tarde estábamos tomando un trago en el club de la BBC, una lager yo y coca cola él. De repente, su rostro se iluminó. No me lo puedo creer, es Freddie Mercury, exclamó con los ojos muy abiertos. ¿Quién es Freddie?, pregunté. Se sorprendió de que yo no supiera quien era Freddie, pero nunca había oído hablar de él hasta ese momento, aunque sabía de la existencia del grupo de pop Queen. Le dije que no molestara al grupo de jóvenes de pelo largo que yo entendí que eran miembros de Queen. Pero él simplemente me ignoró, se acercó y se sentó con ellos unos minutos. Parecían ser muy educados y charló con ellos un rato. Me hizo señas para que me uniera a ellos, pero no lo hice. Entonces uno de ellos se inclinó sobre Barry, le tocó el hombro y le dijo algo. Barry entonces vino hacia mí y dijo: Tenemos que salir de aquí. Estaba muy asustado, y le dije que se calmara, que no había hecho nada malo. Dijo que ellos le habían dicho que tan solo estaban tomándose una copa tranquilamente, pero insistió en que nos teníamos que marchar. Estaba realmente en estado de pánico, sin una buena razón, pensé. Nos marchamos”.

Pero, ¿por qué iba a temer Barry ser considerado sospechoso? Por algo que el jurado no pudo escuchar. Al no poder mencionarse en el juicio los antecedentes penales del acusado, no se pudo hablar de un suceso ocurrido unos años antes. Tras salir de la cárcel después de su condena por intento de violación, un familiar le había dicho a Barry que a partir de ese momento la policía vendría a buscarle cada vez que se cometiera un crimen cerca, y la amenaza se hizo realidad unos años después, en 1992. Barry se habia asustado e inquietado mucho cuando la policía lo había entrevistado de forma rutinaria en relación con el asesinato de Rachel Nickell. Así que cuando se acordó de ese interrogatorio, sumó dos y dos: vivía cerca de la víctima, y la descripción del sospechoso coincidía con la suya, o al menos no lo eliminaba, así que podía ser considerado sospechoso. Esto podría provocar cierta satisfacción más tarde, al darse cuenta de que podía atraer la atención, pero la reacción inmediata fue el pánico. Regresó a Hafad y London Traffic Cars en busca de una coartada, una actitud infantil, pero que no desentona con el personaje y su creciente paranoia.

Entró en Hafad muy agitado, buscando que las empleadas le dijeran la hora exacta a la que había estado allí el día del crimen y la ropa que llevaba puesta. Les contó que había llevado flores a la casa de Jill Dando y, muy nervioso, que la descripción del sospechoso del crimen coincidía con él, aunque podría ser cualquiera. Se molestó cuando una empleada le dijo que no recordaba la hora, y cuando esta, presionada, realizó una estimación (no consta cual) pareció no gustarle, aunque ninguna dijo que él les sugiriera ninguna hora en concreto. Les dijo que quería la información sobre las horas y la descripción de la ropa para entregársela a su abogado, por si algún día era necesaria.

Ni siquiera parecía tener clara la hora a la que le convenía haber estado en esos lugares. En cuanto Ramesh Paul le dio el cartón con la 1.15 pm apuntada, se marchó satisfecho, pese a que eso era casi dos horas después del crimen. Las visitas a London Traffic Cars ya se han tratado en la segunda parte, y no creo que haya necesidad de insistir sobre ellas. Son del mismo tipo que las de Hafad, encajan perfectamente en el comportamiento de Barry George, y en el contexto adecuado se entienden bien.

Evidentemente, no hay pruebas en un sentido u otro respecto sobre todas esas visitas, y debemos deducir la motivación a partir de los datos disponibles. Pueden ser un intento (muy poco sutil, la verdad) de proporcionarse una coartada, o pueden explicarse como actos que serían extraños en otra persona, pero que eran naturales en Barry George. Tienen ustedes la información suficiente para elegir su opción, la mía está muy clara.

Mucha gente opinaba que Barry George no podía haber cometido el crimen. Para ser más concretos, ese crimen. No se planteaba que Barry fuera incapaz de asesinar, lo que no parecía creíble es que hubiese podido matar de esa forma. Sus vecinos y conocidos eran muy escépticos ante la posibilidad de que fuera culpable, y pese a todos los intentos de policía y prensa, no consiguieron declaraciones en ese sentido. Lord Archer escribió que nadie en la cárcel, ni guardias ni presos, creía que Barry fuera culpable de asesinato. Puede que fuera un pervertido, decía alguno, pero no un asesino. Cuando Archer le preguntó a uno de los guardias porque estaba tan seguro de que no era el asesino, este respondió: “Es demasiado estúpido”, y añadió que había estado 18 meses en el mismo bloque que Barry, y que estaba seguro de que no tenía capacidad para hacer algo así. Un preso le contó a Archer como en una prueba deportiva, una carrera de 100 metros, Barry George se había caído al poco de empezar, para regocijo general.

Uno de sus amigos, que se había apuntado con él en el Ejército de Reserva, contó que había tenido que formar pareja para los ejercicios con Barry casi siempre, ya que el resto no quería hacerlo debido a su torpeza. Los psicólogos lo clasificaron entre el 5 % de la población con menos inteligencia, y entre el 1 % con menos capacidad para planear y ejecutar tareas con cierta complejidad.

Por supuesto, es posible que engañara a todo el mundo, y que fuera más inteligente y menos torpe de lo que aparentó durante toda su vida, pero sin pruebas que sustenten esa hipótesis, no creo sea adecuado tenerla en cuenta. Lo cierto es que no hay evidencia convincente que indique su participación en el crimen, no se encontró un motivo para ello, y los datos conocidos hacen muy improbable que alguien como él pudiera cometer un asesinato de ese tipo.

Pero entonces, ¿quién asesinó a Jill Dando?

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Próximamente: 

-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES

Ver al final de la primera parte.




jueves, 8 de septiembre de 2016

El asesinato de Jill Dando (III): Los juicios.

Anterior: El asesinato de Jill Dando (II): De repente, un extraño.

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LOS TESTIGOS

Barry George esposado
La abogada de Barry le había recomendado no someterse a más ruedas de identificación, así que a la policía no le quedó más remedio que mostrar al resto de testigos una grabación de la única celebrada, en la que como el sospechoso se había dejado barba, todos los figurantes debían llevarla también. Los más puristas señalarían que no hay que conceder demasiado valor a una rueda de identificación realizada más de un año después de los hechos, y en la que la apariencia física del acusado ha cambiado de forma notable, pero como era casi lo único que tenía la acusación, esta se aferró a la prueba con energía. Hay que tener en cuenta también la definición de testigo, ya que siendo rigurosos tan solo podemos hablar de dos testigos, Hughes y Upfill-Brown.

De todos modos, tan solo una de las muchas personas a las que se había mostrado la grabación de la rueda de identificación había señalado a Barry George. La policía había recogido muchas decenas de testimonios de personas que habían pasado el día 26 por Gowan Avenue, desde primera hora de la mañana hasta poco después del crimen, y aunque la mayoría no se habían fijado en nada especial, algunas personas habían visto a alguien que les había parecido sospechoso, o al menos que les había llamado la atención. Aunque la descripción de los sujetos observados variaba, había un pequeño grupo que tenía similitudes significativas: una persona morena, con traje oscuro, que parecía un ejecutivo o un vendedor, y en alguno de los testimonios, hablando por un teléfono móvil.

Susan Mayes
Sin embargo, la única persona que identificó a Barry George había visto a alguien con apariencia algo diferente. Suyan Mayes había salido de su casa de Gowan Avenue poco antes de las 7 de la mañana, como hacía todos los días. Frente al número 29 había visto un coche parado en doble fila, ocupando toda la carretera, y junto al vehículo había un hombre de pie. Al acercarse la testigo y mirar al sujeto, este había bajado la vista, como tratando de ocultarse, y se había puesto a limpiar la luna delantera del coche con la mano, de forma furtiva. Según la testigo, se había fijado bien en el hombre, por más de treinta segundos, así que había podido verlo bien.

En aquel momento había supuesto que el coche era del hombre, y que era un minicab (vehículos privados que pueden funcionar como taxis, pero que deben ser reservados con antelación). Entre 35 y 40 años, 1.75 metros de estatura, ligero sobrepeso y aspecto mediterráneo (pelo negro y tez olivácea). Vestía un traje oscuro, con una camisa blanca abierta en el cuello. La testigo había declarado que el sospechoso llevaba el pelo corto y elegante, aunque en el juicio afirmó que en realidad lo llevaba largo y desordenado. Para explicar la discrepancia entre ambas declaraciones el fiscal sugirió que tal vez los agentes que la entrevistaron no la entendieron bien. Aunque como ha señalado Scott Lomax, es difícil aceptar que un agente pueda escuchar una descripción sobre pelo largo y desordenado y convertirla en pelo corto y elegante, lo cierto es que la testigo había afirmado que el sujeto parecía desaliñado y que no tenía apariencia muy respetable .

El 5 de octubre de 2000, 18 meses después del crimen, Susan Mayes había señalado a Barry George en una rueda de identificación por vídeo. Lo había hecho tras mirar un buen rato, aunque en el juicio dijo estar muy segura. El problema con esta seguridad es que podía ser consecuencia, al menos en parte, de un proceder más que dudoso de los detectives, que una vez Mayes hubo señalado al sujeto número 2 (Barry George), habían hecho comentarios y realizado gestos que le indicaron que había acertado y señalado al sospechoso. Esa información tuvo que reforzar la seguridad de la testigo en su identificación y guiar su declaración en el juicio, aunque lo cierto es que según comentan quienes vieron la grabación, su identificación de Barry George fue firme. En su turno de interrogatorio Mansfield consiguió que Mayes reconociera que el día del crimen tan solo había mirado al hombre tres o cuatro veces, cinco o seis segundos en total. El abogado también planteó que Mayes había identificado al sospechoso no porque le hubiese visto esa mañana, sino porque le sonaba su cara. Los dos llevaban años residiendo en Fulham, a menos de un kilómetro, y Barry George se pasaba el día paseando arriba y abajo, así que era posible que se hubieran cruzado algunas veces.

El testimonio de Susan Mayes tenía muchos más problemas. Se desprende del mismo que el sujeto que vio y el coche en medio de la carretera estaban relacionados. No solo el hombre estaba junto al coche, sino que se puso a limpiar la luna delantera con la mano. Pocos minutos después, otra testigo no había visto ningún coche ni ningún hombre en ese lugar. El vehículo estaba cortando la carretera, así que tan solo podía permanecer allí hasta que llegara otro coche, y lo más probable es que el hombre estuviera en ese lugar esperando a alguien de la zona, o haciendo tiempo hasta recoger a alguien en una calle cercana. El coche es un elemento esencial del testimonio de Mayes, pero no se puede relacionar con Barry George, que no tenía coche, ni carnet, ni había sido visto conduciendo nunca.

Ya hemos visto en la primera parte que, a las 09:30 o 09:40, dos mujeres habían visto desde la ventana pasar a un hombre corriendo frente al número 55 de Gowan Avenue. Eran Stella y Charlotte de Rosnay, que en la identificación dudaron, por separado, entre el número 2 (Barry George) y el número 8 (un figurante), pero ninguna de las dos estaba lo suficientemente segura como para señalar a alguien. Después de la rueda las dos habían afirmado que se inclinaban claramente por el número 2 (veremos en el siguiente capítulo la razón), y por eso habían sido llamadas a declarar por la acusación. Lo que quedaba demostrado es que había dos personas en la rueda que se parecían lo suficiente a quien habían visto como para que dudaran.

Terry Normanton, que también vivía en Gowan Avenue, tampoco pudo identificar a nadie, pero se inclinaba por el número 2. Sin embargo, el testimonio de Normanton es más que dudoso. Pese a que ya había sido entrevistada por la policía varias veces, tardó casi un año en contar que había visto a alguien, y para entonces ya podía haber escuchado los relatos de sus vecinos. Ella declaró que se lo había contado a la policía el mismo día del crimen, pero no hay registros de esa supuesta declaración. Pese a las dudas que el testimonio y la personalidad de la testigo planteaban, la acusación utilizó su declaración.

Esto era todo. De todos los testigos que habían atendido la identificación original y las realizadas mediante vídeos, estos cuatro eran sido únicos que señalaban el parecido de Barry George con el hombre que habían visto, a distintas horas, esa mañana, y tan solo uno de los testigos, Susan Mayes, había realizado una identificación positiva.

La estrategia de la acusación pivotó sobre el reconocimiento de Mayes, y de ahí extrajo algunas sorprendentes conclusiones. Como había ciertos parecidos en las descripciones de varios testigos y uno de ellos había identificado al acusado, los demás debían haber visto al mismo hombre, aunque no lo hubieran reconocido y las descripciones no coincidieran. Por ejemplo, Mayes había afirmado que el hombre tenía aspecto mediterráneo, así que si otros testigos, aunque no hubieran identificado al acusado, habían visto a alguien de apariencia mediterránea, tenían que estar describiendo a la misma persona. Así que otros cinco testimonios se añadieron como indicio de que el acusado había estado toda la mañana en el lugar del crimen, aunque ninguno lo hubiera reconocido.

La argumentación de la defensa fue poderosa. En primer lugar, incluso si la identificación era correcta, tan solo indicaría que Barry George había estado en Gowan Avenue horas antes de la muerte de Dando, y no se establecería una relación directa entre el acusado y el crimen. Mayes (07:00), Normanton (09:50), y Stella y Charlotte de Rosnay (09:30 o 09:40), todas habían visto a un sospechoso más de hora y media antes del crimen. Ninguno de los testigos que vio a alguna persona sospechosa entre las 09:50 y las 11:30 había reconocido al acusado, directa o indirectamente.

Pero además, la identificación de Mayes era dudosa. El hombre que había visto era, sin duda, el conductor del coche, y eso no se podía relacionar con el acusado. Su descripción había cambiado, y había reconocido que había visto al hombre tan solo unos pocos segundos en una mañana oscura y con ligera lluvia. La identificación había tenido lugar más de un año después, y con un cambio importante en la apariencia física del sospechoso.

Los demás testigos no habían identificado al acusado, y tan solo habían dudado. Charlotte y Stella habían cambiado su parecer posteriormente, y además sus descripciones manifestaban diferencias notables respecto a la de Susan Mayes y otros testigos. Stella declaró que el hombre que había visto tenía piel de tono rosáceo, mientras que Charlotte lo recordaba como de piel pálida. ¿Cómo podía eso ser compatible con la descripción de Mayes de piel olivácea y aspecto mediterráneo? Hay que añadir que Charlotte de Rosnay ni siquiera mencionó al hombre que había visto cuando fue entrevistada por la policía el día 26, y tan solo lo declaró en posteriores entrevistas, seguramente influida por Stella, que sí lo recordaba, y que se había marchado de Gowan Avenue en taxi apenas unos minutos antes del crimen.

Terry Normanton era una testigo más que dudosa, por las razones ya expuestas.

Pero el mejor argumento de Mansfield era que ni Hughes ni Upfill-Brown, que habían visto al asesino, habían identificado a Barry George. Es más, sus descripciones eran incompatibles con las de los demás testigos. Como ha señalado Brian Cathcart, son dos conjuntos de descripciones independientes. Los dos hombres que vieron al asesino describieron una notable mata de pelo negro y un abrigo o tres cuartos. Ni Mayes, ni las Rosnay, ni Normanton describieron una mata de pelo negro ni un abrigo. Todas describieron el pelo de quien habían visto (aunque Mayes cambió su declaración durante el juicio) como ni largo ni corto, cortado correctamente. Todas describieron al hombre vistiendo un traje, y ninguna dijo haber visto un abrigo o chaqueta larga o cazadora. No hay manera de que ambos grupos de testimonios encajen, y, señaló repetidamente la defensa, quienes realmente vieron al asesino, no vieron a Barry George.

RESIDUOS DE DISPARO

La única partícula de residuos de disparo hallada en el abrigo del acusado se convirtió en el principal elemento de disputa durante el juicio y posteriormente. Es lógico, ya que era la única prueba que relacionaba al acusado con el crimen. Incluso si se lograba convencer al jurado de que Barry George había estado un par de horas antes del crimen cerca de la casa de Jill, eso no lo convertía en asesino. Mansfield había intentado eliminarla del proceso, pero el juez Gage había negado la pretensión.

Durante tres días se discutió en la sala acerca de la partícula, lo que indica la importancia que tanto la corona como la defensa le concedían. Según la acusación, la partícula había llegado al bolsillo del abrigo de Barry George tras haber este disparado este contra Jill Dando. Podría haber guardado la pistola en ese bolsillo, o simplemente podía haber metido la mano, llena de residuos, dentro del bolsillo, quedando una partícula dentro. Protegida, la solitaria partícula habría permanecido allí dentro hasta que fue encontrada por la policía.

Robin Keeley
Según Pownall, la partícula hallada en un bolsillo del abrigo del acusado era del mismo tipo y tenía la misma composición química que las partículas halladas en el pelo y el abrigo de Jill. Su origen era, con toda probabilidad, el arma que acabó con la vida de la presentadora, ya que las posibles alternativas, una contaminación u otra fuente, eran tan improbables que prácticamente se podían descartar, y por tanto, el disparo fatal era la fuente más probable. Por la acusación testificaron Robin Keeley, que había encontrado la partícula, y otro científico, el doctor Renshaw, que compartió las opiniones de Keeley. Por parte de la defensa testificó el experto John Lloyd, que impugnó las opiniones de sus colegas vigorosamente. Mientra Keeley opinaba que el encontrar una única partícula no era importante , que significaba, en cualquier caso, encontrar residuo de disparo, Lloyd lo negó. Según explicó, algunos laboratorios ni siquiera consideraban un positivo encontrar una sola partícula, y el origen de esa única partícula,que era tan diminuta que no podía ser observada a simple vista, podía ser variado.

La estrategia de la defensa pasaba por sugerir una contaminación. Aunque la policía afirmó haber seguido todos los protocolos y haber tomado todas las precauciones, Mansfield presentó evidencia de que se habían cometido errores y que estos podían haber sido el origen de la contaminación. Algunos policías habían cambiado su ropa de calle por los trajes especiales, supuestamente estériles, en el mismo apartamento de Barry o en los coches de policía. Las ropas de los policías y sus vehículos son una conocida fuente de contaminación de residuos de disparo, y por tanto, podrían haber introducido la partícula en la casa. Aunque la policía lo negó con vehemencia, varios testigos afirmaron que algunos de los policías que participaron en el registro del apartamento iban armados.

Pero el principal objetivo de la defensa fue el traslado del abrigo para ser fotografiado. El abrigo había sido envuelto en una protección de plástico para su traslado al depósito de la policía. Pero al ser llevado al estudio fotográfico, se le había retirado la protección, se había colgado en una percha, y se había procedido a realizar varias fotografías. En ese estudio se realizaban miles de fotografías cada año a ropa, objetos, armas, … muchas fuentes potenciales de contaminación. Pownall argumentó que siempre se manejaban los distintos objetos con mucho cuidado, y que se limpiaba y esterilizaba con mucha frecuencia. Incluso se llegó a concretar la marca de detergente utilizado.

Abrigo del acusado


Para la defensa la contaminación era más que probable. Seguramente había presentes en el estudio residuos de disparo procedentes de armas u otras pruebas fotografiadas, y el fotógrafo, que no utilizaba guantes ni tomaba especiales precauciones, podía tener partículas en sus manos. Al quitar la protección y manipular el abrigo, alguna partícula podía haber quedado en la superficie, y una vez que se había vuelto a colocar la protección de plástico, la partícula ya habría permanecido allí hasta que se analizó el abrigo. La partícula pudo haber llegado a su destino definitivo cuando Keeley dio la vuelta a los bolsillos para proceder a la recogida de muestras.

Residuos de disparo
Otra fuente posible de contaminación, a la que debió prestarse más atención, era la casual. La partícula podía haber llegado a la mano de Barry (y de ahí al bolsillo) mediante cualquier contacto casual con la mano o la ropa de alguien que hubiese manejado un arma, y eso podía haber ocurrido meses o años antes del crimen. Además, esas partículas no son exclusivas de un disparo de arma de fuego, y pueden llegar a la mano de alguien al manipular fuegos artificiales, determinados discos de freno, y algunas otras fuentes. 

Keeley y su colega consideraron muy improbable las hipótesis de una contaminación, y todo el mundo entendió que se inclinaban porque la fuente era el disparo que mató a Jill Dando. Más adelante veremos algo más sobre este tema, que fue clave en el resultado final de la batalla legal. El fiscal Pownall afirmó que la contaminación era tan improbable que la única posibilidad razonable para explicar la partícula era que procediera de la pistola que había matado a Jill Dando.

Se intentó también relacionar al acusado con las armas. Aunque no se le podía relacionar con un arma de fuego real, señalaron su interés en las armas, su posesión de dos armas de fogueo, y tal vez una tercera, sobre la que había un único y no demasiado fiable testimonio, y se mostraron varias revistas sobre armas halladas en su casa. En alguna revista venían instrucciones para reactivar una pistola desactivada, y se insinuó que tal vez Barry George había seguido dichas instrucciones, pero ni se pudo encontrar en el apartamento rastro de las herramientas indispensables para realizar un trabajó de ese tipo, ni parecía probable que Barry tuviese la habilidad suficiente para efectuarlo. De hecho, los testimonios indican que tenía muy poca habilidad para cualquier trabajo que requiriese cierta destreza manual. Ni rastro de armas, ni de balas, ni de herramientas, ni de testigos que lo relacionaran con armas, ni se acreditó pericia para modificar o manipular armas, ni contactos ni dinero para adquirirlas,… Un puñado de revistas antiguas era todo lo que había.

Un dato a tener en cuenta es que la partícula solitaria hallada en el abrigo fue la única encontrada. En el apartamento de Barry, que no había sido limpiado durante años, no se encontró ningún otro residuo de disparo, algo extraño si había estado en posesión de armas y munición, y si las había manipulado y disparado.


EL INTERÉS DE BARRY GEORGE EN JILL DANDO

Este fue el gran fiasco de la acusación, ya que no fue capaz de presentar evidencia de que el acusado tuviera algún tipo de interés en la víctima, ni que la admirase o la odiase. De hecho, no fueron siquiera capaces de acreditar que la conociese, supiese donde vivía o siquiera fuese consciente de su existencia. Declararon ante el tribunal algunos testigos con los que la acusación intentó convencer al jurado. Una mujer declaró que alguien que podía ser Barry iba paseando junto a ella y había señalado con la mano una calle, que podía ser Gowan Avenue o alguna cercana, y había dicho que por allí vivía una mujer muy especial. En caso de ser Barry George el sujeto, la calle podía cualquiera de las cercanas, y la mujer una de las muchas de las que Barry se encaprichaba y a las que seguía hasta sus casas. Otro par de testimonios más dudosos todavía fue todo lo que pudo presentar la fiscalía.

 
Orlando Pownall, fiscal
En el apartamento del acusado se habían encontrado periódicos y revistas que trataban la muerte de Jill, pero estos no probaban nada, ya que todos los periódicos y revistas habían tratado del tema durante semanas. Había también ocho periódicos que tenían artículos o reportajes sobre Jill Dando, de meses o años antes de su muerte, pero estos estaban mezclados entre otros 800 periódicos y revistas que no la nombraban, y dada la repercusión mediática de la presentadora, no parecía especialmente significativo. Además, como señaló Mansfield, ni uno de esos ocho artículos estaba recortado, subrayado, coloreado, tenía marcas o anotaciones, nada que indicara que habían sido siquiera leídos.

Pese a que Barry había negado conocer Gowan Avenue, se presentó evidencia de que había atendido la consulta de un médico en esa calle tres años antes del crimen, tan solo a unos números de distancia del número 29. Pero como señaló la defensa, Barry había visitado a muchos médicos por toda esa zona de Londres, así que no era extraño que no recordase ni al médico ni la calle.

Después del crimen, señaló Pownall, el acusado había llevado flores el lugar del crimen, había entrado en los comercios de la zona solicitado mensajes de condolencia, había escrito un borrador de un discurso que iba a dar,… Demasiado interés para una persona que decía no conocer previamente a Jill. Pero Mansfield se defendió bien: Ese era el proceder normal de Barry, que en su mundo de fantasía trataba de ser protagonista de cualquier hecho notable, y siempre estaba buscando formas de llamar la atención y obtener temas de conversación para tratar de impresionar a las mujeres a las que abordaba. Dijo o insinuó a muchas personas que sabía algo sobre el crimen, que había sido testigo, o había visto a alguien o algo. Cuando le preguntaban directamente si había matado a Jill Dando, a veces lo negaba, y otras evitaba la respuesta, haciéndose el interesante.

La clave era el después. No antes. A la policía no le costó encontrar a muchísimos testigos que recordaban a Barry hablando de Jill Dando tras la muerte de esta. Si esa conexión hubiese existido con anterioridad al crimen, sin duda habría dejado algún rastro. Todos su vecinos y conocidos sabían de las preocupaciones, intereses y obsesiones de Barry, que hablaba de ello con detalle y prodigalidad. De hecho, tras el crimen, Jill Dando se convirtió en uno de sus temas de conversación preferidos, como podían atestiguar muchas personas. De haber tenido algún interés previo en Jill, tanto si la admiraba como si la odiaba, habría hablado de ello con bastante gente; sin embargo, no se encontró ni un testimonio, ni uno solo. También se habían encontrado fotografías de presentadoras o famosas que Barry hacía a la pantalla del televisor, pero ni una de ellas era de la victima.

La acusación se encontró sin un motivo para el crimen. Pownall insinuó que tal vez Barry estaba dolido contra la BBC (por no haberlo vuelto a llamar, o por como habían tratado la figura de Freddie Mercury tras su muerte) y se había vengado matando a Jill Dando. Era una hipótesis bastante floja, sin sustento, y no demasiado creíble. Los periodistas que seguían el juicio estaban de acuerdo en que la acusación había fracasado en establecer un posible motivo para el crimen. Ni siquiera habían podido probar un interés especial en Jill Dando, ni siquiera que la conocía, y parecía que Mansfield se había apuntado un buen tanto. Sin embargo, la defensa no saldría tan bien parada del siguiente elemento de prueba.

LA VISITA A HAFAD

La acusación presentó las visitas del acusado a Hafad y London Traffic Cars, el día del crimen y de nuevo dos días más tarde, como un intento de proporcionarse una coartada. Según Pownall, una vez que Barry George hubo disparado contra Jill Dando, se había marchado a su casa caminando, y allí había dejado la pistola, se había cambiado de ropa, y tras coger una bolsa con documentos había salido en busca de una coartada. Había entrado en un par de sitios con una disculpa forzada y poco creíble, y dos días después se había presentado nuevo para reforzar su coartada, buscando que los empleados confirmaran la hora de su visita anterior y la ropa que llevaba puesta en esa ocasión.

Pero, señaló la corona, la hora de la visita no le proporcionaba ninguna coartada. Pese a cierta confusión inicial, varias empleadas de Hafad señalaban una hora de llegada del sospechoso posterior el mediodía, y por tanto, compatible con la teoría de la acusación. Sin embargo, una de las empleadas, Susan Bicknell, se mantuvo firme en su declaración de que su conversación con Barry había tenido lugar a las 11:50. Declaró haber mirado el reloj, y además, había puesto por escrito el suceso, incluyendo la hora, una semana después de ocurrir. Era una gran baza para la defensa, y una grave preocupación para la acusación, ya que de ser cierta la hora señalada por Bicknell, sería casi imposible que Barry George hubiese matado a Jill Dando. Pownall intentó contrarrestar a Bicknell con el testimonio del resto de empleadas, que ofrecían distintas horas, y cuyos recuerdos variaban entre ellas y con respecto a su compañera. Fueron tantas las divergencias y las contradicciones entre las empleadas de Hafad que un periodista que asistió al juicio comentó que casi daba la impresión de que estaban ocultando algo.

A favor de Susan Bicknell contaba el hecho de que el 26 de abril había sido su primer día de trabajo en Hafad, y Barry había sido su primera entrevista, y es razonable suponer que podía recordar el incidente con más claridad que sus compañeras. Además, el resto de empleadas se había limitado a darle largas y a quitarse de encima al molesto visitante, siendo Bicknell la única que se había sentado con él y había pasado un rato conversando. En contra estaba la actitud de la testigo (tiempo después dijo haber estado enferma mientras declaraba) mientras prestaba testimonio, que hizo dudar a algunos de su fiabilidad.

Aunque Mansfield consiguió poner de manifiesto las inconsistencias de sus declaraciones, el resto de empleadas contrarrestó, al menos en parte, la declaración de Bicknell, y sembró la duda sobre este testimonio tan favorable para el acusado; y el hecho de que la declaración de este en cuanto a la hora de llegada a Hafad hubiese cambiado poco antes del juicio, hizo sospechar a bastantes observadores, y seguramente a los jurados. De haber finalizado en ese momento la prueba, el resultado podría haber sido un empate, pero el fiscal presentó dos testigos de última hora. La acusación se había visto sorprendida por el cambio en el último momento de la declaración del acusado en cuanto a su hora de visita a Hafad, y se buscó a toda prisa la forma de minar su coartada.

Primero se llamó a declarar a un técnico en telefonía. Barry George había consultado el saldo de su teléfono móvil a las 12:35 horas (cuando la coartada afirmaba que estaba en Hafad), y la señal de esa comunicación la habían recogido dos antenas, lo que parecía sugerir, aunque no era seguro, que Barry debía estar en movimiento. Además, las pruebas realizadas por el experto le indicaban que la señal en Hafad era muy débil, y que era más fuerte en las calles cercanas al parque Bishop. Aunque el técnico tuvo que reconocer que no podía asegurar nada, su declaración no favorecía al acusado.

Peor todavía fue el siguiente testimonio. Julia Moorhouse declaró ante el jurado que el 26 de abril de 1999, poco después de las 12:30 horas iba caminando por la mediación de Doneraile Street cuando se detuvo para mirar unos helicópteros que sobrevolaban la zona. Un hombre se paró junto a ella y comenzó a hablarle. En el juicio realizó la siguiente descripción: De 30 a 35 años, constitución fuerte, pelo muy negro y bien cortado. Pensó que podía proceder del sur de Europa. Llevaba una chaqueta de largo por la cintura y color amarillo, y portaba en la mano un teléfono móvil. El hombre, que parecía tener conocimientos técnicos, le dijo que eran helicópteros de la policía y le explicó de que tipo eran. Tras un muy breve intercambio de palabras, Julia siguió su camino, hasta que se dio cuenta, para su sorpresa, de que el hombre iba caminando junto a ella y continuaba hablando. Le habló del Ejército de Reserva, y la testigo sacó la impresión de que él había entrenado allí, o había sido instructor o algo similar. Al poco de doblar la esquina de Stevenage Road ella entró en la casa a la que se dirigía y el hombre siguió su camino, cuando eran aproximadamente las 12:35.

Como la testigo no había prestado declaración oficial hasta después de haber sido publicada la foto del acusado en la prensa, no se permitió que el jurado escuchara que lo había identificado, pero no hizo falta, ya que casi todos los que escucharon el relato de Julia Moorhouse pensaron de inmediato en Barry George. Había algunas discrepancias, ya que por ejemplo la testigo había visto una chaqueta amarilla, cuando las empleadas de Hafad habían visto una camisa amarilla y una chaqueta oscura, y Julia tampoco había visto la bolsa con documentos que indicaron en Hafad. Pero estas parecían cuestiones menores cuando todo lo demás encajaba tan bien. La apariencia; el comportamiento; la conversación; el Ejército de Reserva; el teléfono en la mano y la consulta de saldo a la misma hora; el lugar, a apenas 300 metros de Hafad; casi todo señalaba a Barry. Mansfield se limitó a decir ante el jurado que negaba que la persona que se había descrito fuera el acusado, pero lo cierto es que la impresión que había dejado la declaración en todos los observadores, y seguramente en los miembros del jurado, fue la contraria. La testigo incluso había notado cierto defecto en la forma de hablar del hombre que le había hecho pensar que podía haber tenido labio leporino, lo que era cierto.

Aunque no se le había tomado declaración formal hasta casi dos años después del suceso, días antes de comenzar el juicio, el hecho es que que Julia Moorhouse, a la que le había parecido un poco extraño el encuentro, había llamado a la policía pocos minutos después de este, nada más enterarse del crimen, sobre la una de la tarde. De las miles de llamadas que recibió la policía, la de Moorhouse fue una de las primeras, lo que daba fuerza a su testimonio.

Finalmente, para apuntalar su caso, la acusación presentó una grabación de una cámara en una calle cercana que mostraba a alguien con una prenda superior amarilla a las 12:45, y que, dijo Pownall, probablemente era el acusado. Parece ser que la imagen era tan borrosa que ni siquiera se podía distinguir si era hombre o mujer, y la hora de la grabación no encajaba demasiado, bien, era demasiado tarde, pero se presentó de todos modos. Esta batalla la había ganado la acusación. Aunque el testimonio de Bicknell era firme, el resto de elementos presentados parecían indicar que Barry había llegado a Hafad más tarde de las 12:30, lo que lo dejaba sin coartada. Y el hecho de que hubiese cambiado su versión sobre la hora lo hacía más sospechoso todavía. Ese cambio de hora fue el primer error de la defensa, y el segundo fue aceptar la discusión en el terreno que quería la acusación, el de las horas. Veremos en otro momento como la larguísima discusión sobre si el acusado había llegado a Hafad a una hora u otra le permitió a la acusación ocultar la patente debilidad de su argumentación.

Juez, Sir William Gage
Acusación y defensa realizaron unas notables y trabajadas consideraciones finales, en las que Mansfield insistió en la teoría que había planteado para competir con la de la acusación: Que el crimen era obra de profesionales, y señalaba hacia los serbios. Justo antes de retirarse a deliberar, el jurado recibió las instrucciones del juez Gage. Estas habían cambiado respecto a las que habían recibido inicialmente. Al comienzo del proceso el juez había indicado que para condenar al acusado el jurado tendría que demostrar probados al menos tres puntos: que Barry George había estado en Gowan Avenue esa mañana, que había visitado Hafad y London Traffic Cars con al intención de buscar una coartada, y que la partícula de residuo de disparo procedía del arma que mató a Jill Dando. Se entendía que debían demostrarse las tres, pero en sus instrucciones finales eximió al jurado de la necesidad de considerar demostrada la procedencia de la partícula. Esta podía funcionar como apoyo de las otras dos, pero no era indispensable. Esto era un duro golpe para la defensa, porque Mansfield estaba convencido de haber planteado una duda suficiente sobre este punto, y en ese caso el jurado no podría condenar. Pero ahora el jurado podría condenar a Barry, incluso si consideraba dudosa la prueba de la partícula, en caso de considerar probados los otros dos puntos.

Tras unos días de deliberaciones, y tras excusar a un miembro por enfermedad, el jurado regresó con un veredicto. Por diez votos contra uno consideraban al acusado culpable del asesinato de Jill Dando. El veredicto sorprendió a los periodistas que habían seguido el juicio, no tanto porque consideraran a Barry George inocente, sino porque creían que las pruebas de la acusación eran muy débiles, y que habían sido impugnadas con éxito por Mansfield. Farthing, Nigel Dando y los amigos de Jill aparentaron quedar satisfechos con el veredicto, pero algunos de ellos no quedaron del todo convencidos. Para Alan Farthing (que había asistido a muchas sesiones del juicio), por ejemplo, no se había aclarado el motivo, y sin motivo no podía considerar el caso cerrado. Para Barry George, por contra, parecía cerrado por completo: fue condenado a cadena perpetua.


INTERMEDIO

El equipo de la defensa, con Mansfield a la cabeza, se puso de inmediato a preparar la apelación. Ellos y la familia de Barry estaban convencidos de que no se había hecho justicia, y trataron de que el condenado no se derrumbara en la prisión. Barry George cada vez estaba más nervioso, y aumentó su ya crónica tendencia a quejarse. Lo hacía de de la actitud de sus familiares, de sus abogados, de la cárcel, de todo.

En julio de 2002 se celebró la vista de la apelación, y además de en cuestiones como la partícula de residuo de disparo, las fotos de Barry con esposas y la tardanza de la policía en investigar al acusado, se basaba principalmente en la prueba testifical. Esta no se había presentado de forma adecuada al jurado, se alegó. Tan solo había una identificación positiva, la de Susan Mayes, y el resto era medias identificaciones o identificaciones incompletas, y deberían haberse computado como identificaciones negativas, afirmaba Mansfield, y por tanto nunca deberían haber sido utilizadas por la acusación. Pownall afirmó que había unidad en las descripciones, y que era inconcebible que hubiera dos hombres de apariencia y comportamiento tan similar en Gowan Avenue en momentos tan próximos a la hora del crimen. Como Mayes había identificado a Barry George, afirmó, y el resto de los testigos habían ofrecido descripciones similares a la de esta, no podía ser otra persona que Barry George al que habían visto esos testigos, aunque no lo hubieran identificado al 100 %.

El veredicto del tribunal fue contundente, desestimando todas las alegaciones de la defensa, y señalando que la condena era justa y se había basado en pruebas adecuadas. Lo más sorprendente es que los miembros del tribunal se atrevieron a plasmar por escrito consideraciones generales sobre el caso con lo que parece un conocimiento muy superficial del mismo. Resulta chocante comprobar que cometieron errores de hecho y de interpretación, lo que demuestra una muy pobre preparación. También consideraron la fibra hallada en el abrigo de Jill Dando como prueba de contacto con el acusado, aunque ni siquiera la acusación había sido tan categórica durante el juicio.

Mansfield ni se había presentado a la lectura del veredicto, y Barry decidió cambiar de abogado defensor. Los siguientes años fueron difíciles, con tan solo algunos familiares y un pequeño grupo de voluntarios luchando para tratar de revertir la condena. Tras varios intentos fallidos llegó el momento de la apelación definitiva, en lo que era probablemente la última oportunidad para Barry George, ya que un fracaso significaría, casi con total seguridad, que tendría que pasar el resto de su vida en la cárcel.

Ian Evett
Aunque la vista por la apelación no tuvo lugar hasta finales de 2007, la génesis de la misma se puede rastrear hasta varios años atrás. Poco después del veredicto, el doctor Ian Evett, un experto en la interpretación de la evidencia científica, había comentado con algunos colegas lo inquieto que se sentía al leer la interpretación que se daba en los medios de comunicación a la partícula de residuos de disparo, y había decidido hablar con Keeley, a quien ya conocía. La entrevista tuvo lugar a finales de 2001, y ante la sorpresa de Evett, Keeley afirmó que consideraba que la partícula como prueba era neutral, y que no era más probable que procediese de la pistola que mató a Jill Dando que de otra fuente. Esto no era lo que el jurado había escuchado en el juicio.

Durante los años siguientes este asunto fue analizado por varios expertos, hasta que finalmente, en mayo de 2007 una comisión de revisión envío el caso al tribunal de apelación. La sentencia de este tribunal, de fecha 15 de noviembre de 2007, dictaminó que la evidencia sobre la partícula de residuo de disparo no le había sido presentada al jurado de forma adecuada. Esa no era la única prueba sobre la que se había sustentado la acusación en el juicio, pero se le había concedido mucha importancia, y no era posible saber el peso que había tenido en la formación del veredicto. Era posible, por tanto, que si esta evidencia le hubiese sido correctamente presentada al jurado, el veredicto hubiera sido distinto. En consecuencia, el tribunal determinó que la condena contra Barry George quedaba anulada.

Aunque considero adecuado y acertado el veredicto, al leer la sentencia de la Corte de Apelación queda la impresión de que domina la confusión, y que los miembros de la Corte no acabaron de comprender del todo el asunto y sus implicaciones. Mezclaron continuamente consideraciones correctas con otras incorrectas, y con otras que dan lugar a interpretaciones erróneas. Realizaron un trabajo concienzudo, entrevistando a expertos y recogiendo variedad de opiniones, pero creo que no lograron atravesar el muro de retórica de los científicos.

Keeley, Renshaw y Pownall, interrogados por el tribunal, afirmaron que no habían pretendido decir lo que se les atribuía, que no se les había interpretado bien, y que ellos siempre intentaron señalar que la evidencia era neutral. El problema era que las transcripciones del juicio dejaban bien claro que eso no era cierto, y que se había presentado la evidencia de forma sesgada e incompleta, y la sentencia del tribunal señaló varios ejemplos, no dejando en demasiado buen lugar a los dos científicos. Encuentro particularmente difícil aceptar el comportamiento de Keeley, que tenía un prestigio enorme en el mundo de la ciencia forense y era considerado uno de los grandes expertos mundiales en el análisis de residuos de disparo (Renshaw se limitó a opinar lo mismo que su ilustre colega), y que se quejó de que no le habían hecho las preguntas correctas. Parece ser que no encontró el momento adecuado, durante varias horas de declaración, para exponer sus opiniones con claridad. Esto es una penosa muestra de lo que ocurre con los peritos científicos en los tribunales.

Los dos peritos de la acusación renunciaron a su condición de científicos y se convirtieron en simples bustos parlantes, correas de trasmisión de las tesis de la acusación. Fueron peritos a sueldo, que en vez de actuar como científicos y explicar la evidencia de forma honesta y clara, la presentaron de forma sesgada y deliberadamente oscura, silenciando una parte importante y decisiva de su opinión tan solo para favorecer a la acusación. Hay condicionantes económicos y profesionales que pueden explicar este tipo de comportamiento, y esto debería hacer que nos planteáramos si la elección de peritos por las partes es la forma adecuada de funcionar hoy en día.

A fin de cuentas, lo que declararon los expertos consultados por el tribunal de apelación (y también, aunque de forma tardía, Keeley y Renshaw) es que la prueba de la partícula de residuo de disparo era neutra, es decir, no favorecía ni la tesis de que procedía de la pistola asesina ni de que procedía de otra fuente. Era muy improbable que esa partícula procediera de una contaminación o de otra fuente inocente, y esto se le había dicho al jurado; pero, y esto era lo importante, era igual de improbable que procediera del arma que mató a Jill Dando, y eso no se le había dicho al jurado.

Esta aseveración es confusa por dos razones. En primer lugar, porque intenta establecer como base argumental la improbabilidad de un hecho que en efecto ha sucedido (La probabilidad o improbabilidad a priori del suceso estudiado está indicada cuando se va a realizar una aproximación bayesiana, que es difícil que el jurado típico comprenda), y segundo, porque ese igual de improbable es una afirmación coloquial, no una sentencia científica.

El problema es que no había datos, ni estudios ni pruebas, ni modelos matemáticos o estadísticos que indicasen cuan improbable era cada una de las alternativas. No había estudios en los que apoyarse para estimar de forma siquiera aproximada la probabilidad o improbabilidad de cualquier de las dos posibilidades, y por tanto no era legítimo ofrecer datos. Renshaw había declarado que la probabilidad de una contaminación era similar a la de ganar a la lotería. Sinsentidos de este tipo confunden a jueces, abogados y jurados

La poco clara argumentación ha continuado provocando confusión y error. En un reciente y sesudo artículo [N. Fenton, et al., When “neutral” evidence still has probative value (with implications from de Barry George case), Science and Justice (2013)] los autores señalan correctamente la problemática de las definiciones imprecisas y de las falsas hipótesis excluyentes, como ocurre en este caso, y hacen una aportación interesante al debate sobre la (discutida) utilidad del teorema de Bayes en el ámbito de la justicia. Lamentablemente, sus afirmaciones están lastradas por el error de considerar como base para los posibles cálculos (que en realidad no se pueden realizar, ya que faltan elementos esenciales) las estimaciones de Keeley y otros ante el tribunal de apelación. Como esas estimaciones no tienen base científica, los posibles desarrollos matemáticos que se pudieran intentar realizar a partir de ellas no servirían para nada. Vamos a ver lo afirmado por Keeley.

Ante el tribunal de apelación a Keeley se le solicitó que estimara la probabilidad (se iba a utilizar una técnica llamada Case Assessment and Interpretation) de encontrar una o varias partículas de disparo en el bolsillo del acusado en cada una de dos hipótesis siguientes:

1) Que el acusado fuera el hombre que había disparado contra Jill Dando.

2) Que el acusado no fuera el hombre que había disparado contra Jill Dando.

Keeley estimó que la probabilidad de no encontrar ninguna partícula era del 99 % en cada uno de los dos casos. La probabilidad de encontrar una o unas pocas partículas era del 1 % en cada uno de los dos casos, y la probabilidad de encontrar muchas partículas era de una entre diez mil para cada una de las proposiciones, queriendo significar esto último que era remota en extremo. 

El problema  del tribunal de apelación, y de los autores del artículo, es que no parecieron darse cuenta de que Keeley, para decirlo de forma que se entienda, se estaba inventando todos esos números. Nadie lo cuestionó ni se le presionó para que proporcionara la fuente de esos porcentajes, o como había llegado a ellos. No habría podido explicarlo, ya que no había, ni hay, estudios lo suficientemente amplios y fiables para realizar una estimación con algún fundamento. No se sabe en cuantos casos encontraríamos alguna partícula de residuo si registramos una casa, incluyendo todo lo que hay en su interior, de forma concienzuda. ¿Uno entre diez, entre diez mil? ¿Y si consideramos una casa donde no se limpia nunca o casi nunca? Tampoco existen estudios fiables sobre la persistencia de residuos de disparo meses o años después de un evento único.

No dudo que las conjeturas sin base científica de Keeley puedan tener más fundamento que las conjeturas sin base científica de otras personas, pero eso no cambia el hecho de la ausencia de base científica para las conjeturas, y que no sabemos si estas se corresponden con la realidad, están razonablemente cerca, o se alejan por varios órdenes de magnitud. Así que, desde el punto de vista científico, no era posible afirmar cuan improbables eran ambas alternativas, ni si una era más probable, o improbable, que la otra. Por supuesto, si alguno de los peritos hubiera declarado eso, alguien podría haber planteado que estaban haciendo ellos, y la prueba, en el proceso; y habría sido una pregunta más que sensata.

Por suerte, para el nuevo juicio se eliminó la partícula como prueba, ya que incluso la presentación supuestamente correcta que favorecían los científicos y el tribunal de apelación podía haber llevado también a error al nuevo jurado. No es sencillo comprender las sutilezas de la probabilidad, e incluso personas preparadas, que leen con cuidado las opiniones durante semanas, como hicieron los miembros de tribunal de apelación, pueden estar confusas y cometer errores. No digamos miembros de un jurado que escuchan a alguien hablar sobre este complejo asunto. Si se le dice a un jurado que la probabilidad de que la partícula proceda de la pistola que mató a Jill o de otra fuente es la misma, y que ambas son muy improbables, podría interpretar que si el suceso ha tenido lugar y ambas opciones son igual de probables o improbables, hay un 50 % de probabilidades de que la partícula proceda del arma del crimen. Esto puede pasar porque no se ha estimado la probabilidad de las dos hipótesis de partida de Keeley, y se podría interpretar que cada una tiene las misma probabilidad a priori que la otra.

Lo cierto es que la partícula de residuo de disparo nunca debió ser admitida en el juicio. No había forma de deducir de forma científica su procedencia, y por tanto, no era adecuado presentarla como evidencia científica. Es un ejemplo perfecto de sobrestimación de la capacidad de una técnica. Los primeros años del siglo XXI han visto el ocaso de la prueba (en realidad hay varias técnicas o pruebas diferentes) de residuos de disparo, que nunca ha alcanzado lo que prometía, ni ha sido capaz de encontrar una correspondencia unívoca entre arma y residuos, y debido a ello el FBI dejó de realizar los test hace tiempo. A la espera de algún avance científico importante en este campo, los tribunales deberían ser muy estrictos y cuidadosos a la hora de admitir esta prueba. (Tengo previsto destinar una entrada en exclusiva a las pruebas de residuos de disparo, y todavía se tratará un poco más sobre este asunto en la siguiente entrada)

EL SEGUNDO JUICIO

No hay demasiado que contar sobre el segundo juicio. Los testimonios, sobre todo el de Susan Mayes, y el asunto de las visitas a Hafad y London Traffic Cars fueron los principales argumentos de la acusación. El juez, a la luz de la nueva evidencia, y pese a la resistencia de la acusación, decidió eliminar como prueba la partícula de residuo de disparo, y por tanto la Corona se quedó sin pruebas físicas que ligaran al acusado con el crimen. Intentaron sustituirlo con la fibra hallada en el abrigo de la víctima, a la que ahora concedían gran importancia. Los abogados de la defensa, como en el primer juicio, decidieron que era mejor que Barry no declarara. El juez dictaminó que eso no debía pesar de forma negativa en el jurado.

La principal diferencia respecto al primer juicio, si exceptuamos el residuo de disparo, es que la acusación pudo utilizar el historial de acoso y seguimiento a mujeres del acusado, y se emplearon a fondo en ese tema. Presentaron a muchas mujeres que habían sido seguidas por Barry, y que se habían sentido amenazadas. Lo cierto es que presentaron un caso convincente de que Barry era un tipo poco recomendable, un pervertido que seguía y acosaba las mujeres, pero eso no los acercaba ni un milímetro a una condena por asesinato. Es más, en mi opinión, ese despliegue de la acusación tuvo el efecto contrario al deseado, ya que para arrojar una luz negativa sobre Barry bastaba con mostrar su historial y presentar un par de testimonios. Insistir tanto con un tema que no estaba directamente relacionado con la acusación mostraba la debilidad de esta.

William Clegg, abogado defensor
La defensa consiguió debilitar la ya de por sí floja prueba de la fibra. Se puso de manifiesto que mientras los sanitarios intentaban reanimar a la víctima, habían cortado su abrigo y lo habían dejado de lado, en el suelo, donde había permanecido varias horas hasta ser recogido. La fibra podía proceder de cualquiera de los policías o enfermeros que estuvieron allí, o bien de Farthing, de sus amigos, de otras prendas de Jill, o de cualquier otro lugar. No había manera de ligar esa fibra con Barry George. El abogado de la defensa, Clegg, realizó un alegato final muy corto, que inquietó mucho a los seguidores de Barry, que esperaban un largo y poderoso discurso. Clegg afirmó que no era posible que con su cociente de 75 Barry George pudiera haber llevado a cabo un crimen perfecto que habría implicado tanta planificación. Después, se limitó a argumentar que la única prueba forense, la fibra, no podía ser ligada al acusado de ninguna manera. Fue una estrategia de defensa arriesgada pero muy calculada. Lo que Clegg quería dejar claro era que las supuestas pruebas de la acusación no merecían más tiempo. La prueba testifical (Mayes y las empleadas de Hafad) era confusa, y no era posible establecer una conclusión firme sobre ella. Lo único que le quedaba a la acusación, aparte de la demostración de que Barry era un acosador de mujeres, era la fibra, solo eso. Y esa prueba había sido destruida por la defensa. No había más, no había caso, no había necesidad de un largo discurso.

Parece ser que la discusión del jurado giró sobre el testimonio de Susan Mayes. Solicitaron las transcripciones de sus declaraciones (incluida la del primer juicio, que el juez les negó) y visionaron el vídeo de su rueda de reconocimiento. Finalmente, tras dos días de deliberaciones, el viernes 1 de agosto de 2008 el jurado regresó con su veredicto: No culpable. Barry, silencioso, no reaccionó hasta que el juez le comunicó que era libre, que podía marcharse. Había pasado más de 8 años en la cárcel.

Barry George, instantes después de su liberación


Michelle Diskin
La acusación y la policía expresaron su disgusto. Ellos continuaban opinando que el veredicto del primer juicio era el correcto, y que Barry George era un peligro. Durante los siguientes meses este se quejó de que era acosado por la policía, que lo seguía y lo paraba y registraba con cualquier disculpa, a cada instante. También se convirtió en objetivo prioritario de los periódicos sensacionalistas. Finalmente, acabó marchándose a vivir a Irlanda, con su hermana Michelle, que había sido su gran apoyo durante todo el proceso. Temía que de quedarse en Londres la policía acabaría tendiéndole alguna trampa y encerrándolo, y no era el único que albergaba esas sospechas. Pleiteó para solicitar una indemnización por los años de cárcel, pero finalmente le fue denegada.

Un jurado había condenado a Barry George, y otro lo había absuelto. Pero la duda quedaba en pie: ¿había asesinado Barry George a Jill Dando?


La acusación y la policía, con Hamish Campbell a la cabeza, continuaban opinando que Barry George era culpable. Aceptaban el veredicto, por supuesto, pero ellos consideraban que el correcto había sido el del primer juicio. Había otros que consideraban que Barry era inocente, y que la policía le había cargado el crimen al chiflado del barrio. Había un tercer grupo cuya opinión era menos firme. Consideraban que, efectivamente, las pruebas eran débiles y confusas, e insuficientes para una condena, pero que, pese a todo, era bastante probable que Barry George fuera el asesino. Sí, la partícula de residuo de disparo no era suficiente, pero… Sí, las identificaciones eran confusas y no demasiado fiables, pero ahí estaban… Y además el asunto de Hafad… Era posible que la evidencia no fuese suficiente para superar los rígidos requisitos legales, pero considerada en su totalidad parecía indicar que era más probable que Barry George fuera el asesino que lo contrario.

Considero que esta última hipótesis es errónea, y trataré de explicar la razón en la siguiente entrada.


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Próximamente: 

-El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?
-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES

Ver al final de la primera parte.