INTRODUCCIÓN
Lo primero que llama la atención del libro de Rocío Castrillo, 151 Cuchilladas (Pábilo, 2019) es el título, porque como ya he señalado en otras ocasiones, no es cierto que las víctimas sufrieran 151 cuchilladas, ni puñaladas, ni heridas de arma blanca. Parece toda una declaración de intenciones, la de sacrificar el rigor a un título de impacto. A partir de ahí, hay que reconocer el considerable trabajo que hay detrás del libro. Aunque la verdad es que la autora interviene muy poco, sobre todo en la primera parte, limitándose a dar la palabra a unos y a otros, sé que no es tarea fácil ir seleccionando testimonios y lograr que encajen. Se hace notar la falta de una introducción, y no tengo claro si los lectores que sepan poco o nada del caso van a encontrar su ritmo aceptable. Dejo la valoración de esas cuestiones y de la calidad literaria para otras personas.
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La portada resulta poco discreta |
Un problema importante, en mi opinión, es que se dedica mucho espacio a las cuestiones sentimentales y accesorias, y poco a los elementos básicos del crimen, que se trata muy superficialmente, sin ningún tipo de análisis serio. Me ha parecido lo más decepcionante del libro. Más allá de lo que consideren Francisco Javier Medina y sus abogados sobre las referencias que se hacen sobre su persona, me da la impresión de que al libro le sobran unas cuantas cosas, como la burla y el desprecio que se destilan varias veces (la OCU…), y sobre todo, una serie de insultos totalmente gratuitos que se vierten sobre el abogado Baena Bocanegra. La autora los asigna a una no identificada pariente o amiga de los afectados, pero parece evidente que eso no da derecho a publicarlos (si no, se podría insultar con impunidad a cualquier persona sin más que adjudicar dichos insultos a personas no identificadas), y no sé como se lo tomará Baena. Tampoco me parecen adecuadas las consideraciones sobre los miembros del jurado, ni algunas calificaciones fuera de tono, como cuando Rocío Castrillo describe a Mariano Olmedo como asilvestrado. Sobra también, hay que decirlo, la actitud insultante y desafiante del alférez del puesto de Almonte, algo preocupante en quien debería ser, precisamente, el encargado de templar los ánimos y desarrollar un papel neutral entre las distintas opiniones que hay en el pueblo.
El libro está completamente sesgado, y no se hace ningún intento para ocultarlo. Las versiones de los hechos descansan casi por completo en las opiniones de los investigadores, Marianela, Aníbal, y amigos suyos. La autora puede protestar que ni Medina ni su familia quisieron hablar con ella, pero eso no la eximía del intento de buscar el equilibrio por otros medios. Habría resultado indispensable cierto alejamiento, un poco de escepticismo, y no limitarse a reproducir lo que le contaban, tuviera sentido o no, fuera verdad o no, hubiera contradicción con lo que esas personas habían dicho anteriormente o no. La autora está en su derecho de apoyarse de forma desproporcionada en una versión, pero me parece que eso no favorece al libro, sino todo lo contrario. Eso sí, al final le da unas cuantas páginas al alegato final de Francisco Baena, pero tampoco sirven de contrapeso a 500 páginas claramente inclinadas hacia el otro lado.
No entiendo la razón por la que utiliza los nombres y apellidos reales de los testigos y oculta otros que aparecieron en prensa, como los de los investigadores. Por ejemplo, siempre se refiere al teniente como Félix, que no es su verdadero nombre. De todos modos, yo seguiré su criterio, y si quiere que se llame Félix, así me referiré a él.
En cuanto a las fuentes, la autora asistió a las sesiones del juicio en Huelva, donde se la pudo ver en primera fila del público tomando notas con mucha frecuencia. Entrevistó en profundidad a muchos protagonistas, y ha tenido acceso al sumario del caso, porque cita en bastantes ocasiones declaraciones e informes del mismo. Y para rematar, ha contado con las confidencias de los investigadores. Es decir, ha tenido a su disposición prácticamente toda la información relevante. Otra cosa es la profundidad de su estudio, la atención que le prestara, o como le aprovecharan esas lecturas.
Y es que hay clamorosas omisiones. Por ejemplo, no se dice nada de la misteriosa subida del asesino a la terraza, ni se menciona. La autora tampoco dice ni palabra sobre la conversación telefónica que indicaba que Miguel Ángel habría mantenido relaciones con al menos dos mujeres, y como los agentes de la UCO eliminaron de las declaraciones de esas mujeres, a petición de ellas, esas referencias. Y hay más, bastantes más olvidos.
REGRESO AL PASADO
Florent Brayard, en su reciente y polémica obra sobre el Holocausto, cita a Peter Longerich advirtiendo del peligro para el historiador de apoyarse demasiado en los recuerdos de los entrevistados:
Décadas después de los hechos, una toma de posiciones respecto a lo que sabíamos en esa época puede estar sesgada de muchas maneras: lagunas en la memoria, mecanismos de negación, falta de sinceridad, pero también proyección retroactiva sobre el pasado de las informaciones adquiridas posteriormente.
y concluye que para un análisis imparcial ...debemos remitirnos a los documentos estrictamente contemporáneos, como los diarios íntimos.
Tan solo tenemos que cambiar diarios íntimos por declaraciones e informes para que la cita se adapte como un guante al conocido como doble crimen de Almonte. Y en cuanto al tiempo, no han hecho falta décadas; en apenas 5 años se han alterado los recuerdos de forma radical, grotesca en ocasiones. Todos y cada uno de los sesgos sobre los que advertía Longerich están presentes en los testimonios que recopila Rocío Castrillo para su obra: lagunas en la memoria, mecanismos de negación, falta de sinceridad, y sobre todo, el traslado al pasado de informaciones adquiridas a posteriori.
No estoy aludiendo a un puñado de situaciones o expresiones que se pueden desplazar de forma inadvertida, me refiero a una traslación masiva en el tiempo de hechos, opiniones, consideraciones y conjeturas, con un objetivo muy concreto: Dar la impresión de que lo que realmente se dijo e hizo a partir de mayo-junio de 2014, se había hecho y dicho durante los doce meses anteriores.
Evidentemente, yo no puedo saber lo que se dijo en determinada conversación privada entre Marianela y Francisco Javier, o lo que pensaba el teniente a finales de 2013. Tampoco de quién sospechaba realmente Aníbal, o si las amigas de Marianela de verdad estaban convencidas de la culpabilidad de Medina. Lo que si puedo saber es si una declaración contradice a otra u otras anteriores de la misma persona, o si un informe dice lo contrario de lo que ahora afirma un investigador, o si determinada afirmación tiene soporte documental o lo tiene la afirmación contraria.
El libro de Rocío Castrillo contiene más de cien afirmaciones que no se pueden sostener con apoyo de documentos, y que cuentan con evidencia que las refuta. Exponer todos y cada uno de los errores, tergiversaciones o manipulaciones que se manifiestan en la obra supondría en la práctica escribir con extensión semejante, algo inviable. Así que he decidido comenzar refutando las afirmaciones más generales, tratando posteriormente tres ejemplos con algún detenimiento. Dejaré para el final de este escrito una sugerencia de como podemos tratar con el resto.
En esa aparatosa proyección al pasado de las opiniones de 2014 participan con vigor y entusiasmo los principales interlocutores de la autora: Marianela, su hermana, sus padres, sus amigas, Aníbal, el teniente de la UCO, otros investigadores, … Estoy dando por supuesto, como es evidente, que Rocío Castrillo reflejó con razonable fidelidad lo que le iban contando todas estas personas. Sé que buena parte de lo que viene en el libro no son las palabras textuales, algo evidente sin más que comparar las citas con los originales, pero le supongo al menos apego al espíritu de lo que le iban contando todas esas personas.
Todos los citados participan en esta espectacular distorsión temporal de forma relacionada, aunque probablemente no coordinada, porque todos tienen el mismo objetivo común, que no es otro que dar la impresión de que:
-Medina se convirtió en el principal y prácticamente único sospechoso rápidamente, tras eliminar los investigadores muy pronto el resto de las pistas.
-Estuvo muy claro desde el primer momento que se trataba de un crimen de tipo pasional.
-Todos parecían sospechar de Francisco Javier Medina durante los casi 14 meses transcurridos entre el crimen y la detención.
-La UCO fue recopilando durante meses pistas sobre este sospechoso, y trabajó sobre ellas hasta construir un caso.
-Todos parecían saber que Medina era un celoso machista y dominador.
Estos cinco planteamientos son en la práctica el 80 % del libro. Se van repitiendo una y otra vez, con ligeras variantes y adaptaciones a cada situación, pero manteniendo su esencia. El problema para todos los que los sostienen, investigadores o testigos, es que no solo no hay evidencia que sostenga sus afirmaciones, es que hay evidencia que las refuta.
CRIMEN PASIONAL
En la página 298 la autora acaba reconociendo que los dos pilares fundamentales sobre los que se sustentaba la acusación eran el ADN en las toallas, y la naturaleza pasional del crimen. Se comprende, a la luz de este reconocimiento, la insistencia, página tras página, en tratar de dejar bien establecido que dicha naturaleza pasional fue evidente desde el primer momento, y que así lo entendieron investigadores, forenses, ciudadanos, … todo el mundo. Los mismos miembros de la UCO así lo pretendieron… a posteriori. Porque por desgracia para todos ellos y la autora, esa pretensión no cuenta con soporte documental.
El hecho es que el carácter pasional del crimen ni siquiera fue considerado evidente tras identificar el ADN como perteneciente a Francisco Javier Medina, como veremos en breve. Como ya he señalado en otro escrito, durante un año no hay ni una sola referencia a la naturaleza pasional de los asesinatos, ni una sola. Los forenses, en sus informes de más de 100 páginas, no hacen tampoco ninguna referencia al crimen pasional, ni interpretan de ninguna forma las heridas en la espalda. Los investigadores no se refirieron en ninguno de sus varios informes a la naturaleza pasional del crimen, ni una sola vez, ni de pasada.
¿Como es posible que algo que se pretende tan notorio, tan evidente, no haya dejado ni una sola referencia escrita? Además de esa ausencia de referencias, las investigaciones de la UCO, que durante un año se centraron en pistas y personajes que excluían el crimen pasional, acaban por desmentir la extemporánea pretensión. Estamos ante lo que se nos advertía en la cita de Longerich, la proyección hacia el pasado de lo que solo fue evidente a mediados de 2014. Pero antes de continuar con el supuesto carácter pasional del crimen, voy a referirme brevemente el asunto del ADN, que ya he tratado por extenso en otros escritos.
El segundo pilar de la acusación, en palabras de la autora, se desmonta con similar facilidad. En varias ocasiones a lo largo del libro se nos dice que la transferencia directa del ADN está avalada por informe técnicos, pero en ninguna ocasión se nos citan esos misteriosos informes, ni se nos reproducen las expresiones que indicarían lo que se pretende. El INT afirmó de forma explícita que no podían determinar la forma en que llegó el ADN a las toallas, y lo que se trata de ocultar es que fueron los miembros de la UCO, la fiscalía y la Juez quienes interpretaron esos informes y quienes determinaron que la transferencia había sido directa.
Pese a todo, pese al juicio celebrado, se sigue insistiendo en que los técnicos del INT validaban la transferencia directa del ADN a las toallas. Resulta notable, porque la autora asistió a las sesiones del juicio, pero se le debieron pasar algunas cosas por alto, como por ejemplo cuando los peritos del INT refutaron la pretensión de la UCO de estar ante un ADN fresco, o cuando el perito principal, en contestación al fiscal, dejó bien claro que el ADN de las toallas era compatible con una transferencia directa si se admitían las suposiciones que planteaba el fiscal, para añadir de inmediato que también era compatible con una transferencia indirecta si se aceptaban otras suposiciones.
Estas afirmaciones del perito jefe son demoledoras, y desmienten totalmente las pretensiones de la UCO, la fiscalía y la Juez de Instrucción (que son los verdaderos expertos que valoraron la evidencia genética), de apoyarse en los informes y valoraciones del los técnicos del INT. Estos dejaron siempre muy claro, desde el primer momento, que ellos no podían determinar como había llegado el ADN a las toallas.
Pero volvamos con el carácter pasional del crimen, que según se afirma repetidamente en el libro, fue evidente desde el principio para casi todos. Se nos dice que el teniente Félix y los investigadores lo tuvieron muy claro en todo momento, algo que, insisto, no solo no cuenta con evidencia, sino que esta lo refuta claramente. Pero hay más. Mucho más. Yo había sostenido que el carácter pasional del crimen se convirtió en evidente al encontrarse el ADN en las toallas, pero tengo que reconocer que estaba equivocado. El carácter pasional del crimen solo fue evidente cuando los investigadores decidieron (si por convencimiento o por necesidad es otra cuestión) dejar a Marianela fuera de la ecuación, y eso no sucedió de inmediato tras la aparición del ADN en las toallas.
Toda la evidencia que nos falta sobre que los investigadores sospecharan en algún momento de Medina como autor de un crimen individual nos sobra de que consideraban como sospechoso al dúo Marianela-Medina, y más a ella que él. Rocío Castrillo pretende, de nuevo a lo largo del todo el libro, que los investigadores sospechaban de Medina y no de Marianela, pero en realidad fue más bien al revés. El hecho es que no dejaron de sospechar de ella ni siquiera tras la aparición del ADN de Medina en las toallas. Y podemos entender, por fin, la razón por la que el carácter pasional del crimen no aparece nunca en los informes hasta finales de junio de 2014, porque si los sospechosos eran Marianela y Medina, entonces el crimen no podía ser pasional, no tenía ningún sentido. Si ellos dos eran culpables, el motivo podía ser económico, o de otro tipo, pero nunca pasional.
Solo cuando se aparta a Marianela y queda Medina como único sospechoso es necesario exponer un motivo para el crimen, y con ella fuera de la ecuación, entonces sí, solo puede tratarse de un motivo pasional. Pero, ¿hay pruebas de lo que afirmo? Al fin y al cabo, podría tratarse de una conjetura, una suposición más. Pues sí hay pruebas, y de tipo documental. En un informe de 28 de mayo de 2014, casi tres semanas después de recibir el informe que comunicaba la aparición del ADN de Francisco Javier Medina en las toallas, los investigadores comunicaron al juzgado sus impresiones a partir de dicho descubrimiento (las comas son del original):
Se considera necesario a juicio de los investigadores, retomar la línea de investigación, al objeto de determinar o descartar la presunta participación en los hechos investigados de Francisco Javier Medina Rodríguez y Marianela Olmedo Martínez dada la existencia del perfil genético...
Es decir, la aparición del ADN provoca que se investigue a los dos, a Medina y a Marianela, y además se utiliza el término retomar, lo que implica que hasta la aparición de dicho ADN esa línea de investigación no estaba activa. Algo que, por otra parte, ya habían comunicado los mismos investigadores en octubre de 2013. En este informe de 28 de mayo de 2014 no se menciona siquiera la posibilidad de que el crimen pueda ser de tipo pasional. Algo lógico, ya que la posible implicación de Marianela lo descartaría. Pero hay ya algunos cambios sutiles en la dirección de lo que poco después se convertirá en la versión canónica, como por ejemplo que el nombre de Medina aparezca antes que el de Marianela en la dupla de sospechosos, cuando en los informes anteriores siempre había sido al revés. También aparecen por primera vez referencias a los celos de Medina, todavía sin un contexto nítido, pero ya presentes. Es un informe que hace de puente entre la situación pre-ADN, en la que Medina nunca es considerado sospechoso de forma individual y la consideración de Medina como sospechoso único.
A finales de junio, ya detenido el sospechoso, la misma situación se narra de una forma un poco distinta:
Conocida la obtención del perfil genético INDUBITADO de Francisco Javier Medina Rodríguez en las muestras detalladas en el punto 5 de la presente diligencia, se retomó nuevamente la práctica de gestiones sobre el investigado, a fin de poder establecer fehacientemente su grado de participación en las comisión de los hechos.
Un mes después Marianela ha desaparecido de la narración. Donde antes decían que la aparición del ADN hacía necesario retomar la investigación sobre los dos, ahora se pretende que tan solo había hecho retomar la investigación sobre él. Comparen los dos párrafos citados y extraigan sus conclusiones.
Es en este informe, por fin, cuando los investigadores afirman por primera vez que se trata de un crimen pasional. Han tenido que pasar 14 meses y cientos de páginas de informes para que afirmen lo que según nos dicen ahora, habían tenido más que claro desde el primer día. De nuevo, que valore el lector.
MÁS CAMBIOS
151 Cuchilladas sigue una línea temporal razonablemente ordenada, aunque se trasladan de forma continua hechos y opiniones adelante y atrás en el tiempo. Resulta particularmente confusa la historia de la relación entre Marianela y Medina entre 2009 y 2013, ya que pese a la pretensión cronológica, las historias que le cuenta Marianela a la autora se cruzan y no siguen dicha línea, por lo que carecen del contexto adecuado.
Aparte de eso, el problema fundamental es que se adelantan a 2013 hechos y opiniones que no tuvieron lugar hasta 2014. Esto, que no resulta inocente, tiene un objetivo evidente, cristalino, el de hacer creer que las sospechas e indicios contra Medina se fueron desarrollando desde el primer momento, y no que se establecieron de forma apresurada en mayo-junio de 2014, como realmente ocurrió.
Una y otra vez se colocan a finales de agosto, primeros de septiembre, finales de septiembre…, de 2013, opiniones de los investigadores que no se manifestaron hasta muchos meses después. Se afirma que todas las líneas alternativas a Medina se abandonaron bastante pronto, en algunos casos asegurando de forma incorrecta que se habían comprobado las coartadas, como en el caso del magrebí que sufrió un corte en la mano o el rumano que amenazó a Miguel Ángel. En realidad, las líneas de investigación más evidentes, incluyendo la de Marianela-Medina, se dieron por agotadas (provisionalmente) en octubre de 2013, bastante más tarde de lo que pretende la autora. Y más por haber agotado la capacidad de comprobación que por haber confirmado coartadas.
En el intento desesperado por hacer creer que nada más abandonarse esas líneas, muy pronto, empezaron a sospechar de Medina, se acaba cayendo en el disparate. Y es que claro, se afirma que a finales del verano ya sospechaban de Medina, pero tampoco pueden justificar que hicieran nada para investigarlo, así que durante páginas y páginas el libro es un sí pero no. Dicen los investigadores, les cree la autora, que sospechaban, pero sin poder aportar ni la más mínima evidencia de que eso fuera cierto, ni aclarar como se sustanciaban esas sospechas. Ni siquiera se puede pretender que se hizo algo con el testimonio de magro, del que tuvieron noticia el 15 de septiembre, y sobre el que no se investigó ni se realizaron gestiones. El capitán dice que se les encendió una lucecita con lo de magro, pero no se sabe lo que ocurrió con esa lucecita. La autora sitúa en septiembre-octubre unas entrevistas y comprobaciones sobre las afirmaciones de magro, que en realidad no tuvieron lugar hasta muchos meses después, tras la aparición del ADN. Así que da la impresión de que los miembros de la UCO no hicieron nada durante meses y más meses, limitándose a sospechar, pero sin comunicar de forma oficial esas sospechas, y sin hacer nada para probarlas o no probarlas.
Resulta grotesco. Lo que ocultan los investigadores y la autora es que lejos de sospechar de Medina, durante esos meses se dedicaron en cuerpo y alma a dos nuevas líneas de investigación que, de nuevo, excluían el crimen pasional. Una de ellas fue iniciada a resultas de una pista proporcionada por Aníbal Domínguez, y versaba sobre el dudoso testimonio de una pareja, que decía haber visto a alguien sospechoso pasando por la calle esa noche, y sobre las andanzas de un sujeto de mal vivir que efectuó un comentario en un pub. La otra, basándose en informaciones bastante fiables que afirmaban que el día del crimen y el anterior a este había algún vagabundo durmiendo en la entrada del garaje que hay justo frente el portal del lugar del crimen, rastreó a un par de vagabundos bastante inquietantes, cuyos enseres (entre ellos un cuchillo jamonero) aparecieron en ese lugar meses después.
La primera vía era objetivamente débil, y la segunda, pese a resultar más interesante, dudo que se enfocara correctamente, porque no hay evidencia de que las personas investigadas fueran las que estuvieron en Avenida de los Reyes el 26-27 de abril de 2013. En cualquier caso, fueron investigaciones profundas, con decenas de entrevistas, y en el segundo caso, cientos de análisis genéticos, y que se comunicaron al juzgado mediante extensos y completos informes. Por supuesto, estas dos investigaciones, y alguna más de nivel mas bajo, fue lo que estuvieron haciendo los miembros de la UCO durante esos meses fantasmas, en los que, si nos fiamos de la autora, habrían estado meditando o sospechando. Desconozco si ella sabe de esas investigaciones y decidió no hablar de ellas, o simplemente se limitó a ir poniendo lo que le iban contando el teniente y otros investigadores, sin preguntarse ni cuestionarse nada.
Para resumir y dejarlo claro de una vez: El crimen pasional nunca fue evidente hasta que se consideró a Medina como sospechoso individual, separado de Marianela, y eso no ocurrió hasta mayo-junio de 2014. Nunca hasta ese momento se había considerado la hipótesis de que Francisco Javier Medina hubiera asesinado por su cuenta a Miguel Ángel, y por tanto todavía no era evidente que el crimen fuera pasional, no podía serlo.
Para finalizar esta sección, quiero llamar la atención sobre una paradoja. Los investigadores pretenden que siempre consideraron evidente que se trataba de un crimen pasional, pero se les puede acusar precisamente de no seguir esa línea de investigación con el vigor suficiente. Sí, se nos dice que el teniente planteaba a veces la hipótesis de que el asesino pudiera estar relacionado con alguna relación sentimental oculta (da la impresión de que no se enfocó tampoco de forma correcta) de Miguel Ángel. Pero en realidad no hay rastros de que esa línea se haya seguido con el mismo interés que otras bastante menos prometedoras. Si nos fijamos, se dedicaron a investigar en profundidad las hipótesis que excluían el crimen pasional. Tan solo cuando ya tenían un sospechoso y debían asignarle un motivo, se tomaron en serio la motivación pasional, pero tan solo para colocársela a Medina.
Sin descartar ninguna hipótesis, considero que la línea de investigación más prometedora es la búsqueda de algún novio o marido celoso. Con razón o sin ella.
SOSPECHOSO O SOSPECHOSA
Las sospechas que albergaban los miembros de la UCO sobre Medina, poco importantes, lo eran siempre como secundario de Marianela. Tal vez un posible ejecutor, pero nunca por su cuenta, sino como cómplice o colaborador de ella, y por eso eso siempre aparecen como sospechosos juntos. Por lo mismo, en ese contexto, el móvil no serían los celos, que nunca se mencionan ni como posibilidad.
La autora trata de mostrar a lo largo de todo el libro que en realidad todos sospechaban de Medina antes de que apareciese su ADN, algo que es rotundamente falso. Ya se sabe, todos sospechaban, pero a todos se les olvido decirlo, y a los miembros de la UCO reseñarlo en sus informes. De quienes sospechaban realmente, Aníbal sobre todo, y también los miembros de la UCO, era de Marianela (con poca evidencia, todo hay que decirlo), y así quedó reflejado en sus declaraciones e informes.
Resulta especialmente patético el intento de convertir a Aníbal en un astuto sabueso que siempre tuvo claro que el autor era Medina, y el motivo los celos. Es una mentira muy grosera, que la autora disemina numerosas veces a lo largo del libro. Asimismo, se ocultan las profundas sospechas que Aníbal manifestaba sobre Marianela, y de las que sí hay registro documental.
En sus dos declaraciones ante la Guardia Civil, Aníbal no menciona a Medina, pero sí a Marianela. Sus padres también la mencionan a ella, en no muy buenos términos. La UCO refiere en sus informes que tanto Aníbal como sus padres sospechaban de Marianela como la impulsora del crimen, y no reflejaron que se hubiera mencionado siquiera a Francisco Javier Medina.
Pese a los torpes intentos por ocultarlo, lo cierto es que Aníbal siguió sospechando de Marianela hasta el final.. y posiblemente más allá. Tenía clarísimo que ella era la inductora, y que Medina podía ser el ejecutor o cómplice, pero esto era una posibilidad entre otras. Sospechaba muchísimo de las amigas de Marianela, sobre todo de una de ellas, de la que creía que podía estar implicada en el crimen. A veces sospechaba que Marianela, Medina, y una o más amigas de Marianela habían confabulado para cometer el crimen.
Estos disparates y absurdos ocurrían mientras Rocío Castrillo trata de hacernos creer que Aníbal estaba segurísimo de que Medina era él único culpable, por un asunto de celos. Las sospechas sobre Marianela y sus amigas no cesaron ni siquiera tras la detención del sospechoso, y Aníbal creía que habría más detenciones, incluyendo a Marianela y esa amiga.
Esto es la verdad, lo otro son fantasías, reconstrucciones a posteriori. El hecho es que al mismo Aníbal que en un párrafo está seguro de la culpabilidad de Medina, nos lo muestran en el párrafo siguiente investigando por su cuenta pistas que no guardan ninguna relación con su supuesto sospechoso único. A quien nunca perdió de vista, ni por un momento, fue a Marianela. Su novio podía ser tal vez un cómplice o colaborador, pero sus sospechas tenían una destinataria evidente.
SESGOS Y OLVIDOS
La autora nos informa acerca del conflicto entre Marianela y Raquel, pero el sesgo es evidente, porque todos los que opinan son de la cuerda de Marianela. Por ejemplo, varias testigos refieren que Raquel insultaba a Marianela por lo bajini cuando se cruzaban, o cuando nadie la podía oír. Parece evidente que si nadie la podía oír, la única fuente para esa acusación es la propia Marianela. Que esa versión la compren sus amigas tiene un pase, pero que lo haga la autora, sin un atisbo de escepticismo, nos da bastante información sobre el tipo de libro ante el que estamos. Ya que la autora no está por la labor, espero que algunos lectores se pregunten por qué si Raquel era quien provocaba y atacaba, fue precisamente ella quien solicitó el cambio de de centro de trabajo, y al no serle concedido, el cambio de turno. Curioso.
Por cierto, y aprovechando el tema, Rocío Castrillo no tiene empacho en hacerse eco de los bulos más toscos y repite la grosera mentira de que Raquel y Medina retomaron su relación tras salir este de la cárcel, reproduciendo incluso una ridícula historia en la que ambos paseaban de la mano por el pueblo, con los padres de él caminando detrás, en lo que con un par de escopetas casi parecería una escena de El Padrino. Este tipo de historietas socavan cualquier pretensión de seriedad, y son una evidente calumnia.
Se intenta blanquear constantemente la relación entre Marianela y Miguel Ángel, con Marianela fabulando a cada paso, tratando de dar la impresión de una relación razonablemente buena con su esposo, a pesar de su infidelidad. La autora no nos cuenta nada de los gravísimos insultos que algunos testigos escucharon que le dirigía Marianela a su esposo, ni de las vejaciones y malos tratos psicológicos, a lo largo de varios años, que denunciaron antes y después del crimen los familiares de Miguel Ángel. Nada, silencio. Se silencian también las referencias a Miguel Ángel llegando desesperado a casa de sus padres o de como la niña le contó a sus abuelos que su madre le había tirado un plato a la cabeza a su padre. Nada de esto se menciona en el libro.
Se blanquea también la denuncia que intentó poner la madre de Miguel Ángel en el cuartel de la Guardia Civil de Almonte poco antes de crimen. Lo que en su momento declaró la señora María Espinosa que era un intento de denuncia pro los malos tratos psicológicos de Marianela hacia su hijo, lo convierte Rocío Castrillo en una amable visita y cordial charla de la señora con la Guardia Civil, en poco más que una preocupación por si Marianela quería quedarse con todo. ¡A la una de la madrugada!
MEDINA EL MALO MALÍSIMO
Por boca de la Marianela post junio de 2014, tiene lugar un notorio character assassination en la persona de Francisco Javier Medina, a quien se nos presenta como un monstruo demoníaco, un celoso obsesivo que de alguna manera habría logrado dominar y controlar el espíritu de su amante. Casi se nos describe como una posesión diabólica, en la que una Marianela robótica se limitaba a seguir las órdenes de su dominador.
Por supuesto, ese personaje es una construcción tardía de la que no hay rastros antes de que su ADN apareciera en las toallas. Esa supuesta naturaleza hipercelosa de Medina no aparece en ninguno de los informes de la UCO en 2013, ni refieren que nadie les haya hablado de ello antes de encontrar su ADN. Marianela no habló de ello ni con los investigadores, ni con su psicóloga, ni con su psiquiatra. Supuestamente, según le van contando los testigos a la autora, todos estaban al tanto, pero…
¿Era celoso Medina? Es posible. Es posible que como otros muchos, casi todos, los hombres y mujeres. Es probable que menos celoso que Marianela. Porque, hay que señalarlo, dejaron más rastro los celos de Marianela que los de Medina. De ella sí que hay rastros de que la definieran como celosa (la madre de Miguel Ángel), y hay testigos de un par de escenas que montó por celos, una de ellas años antes del crimen, y contada por Aníbal, y la otra unas semanas antes de los asesinatos, cuando estando todavía con su marido, le echó una bronca a una compañera de trabajo por atreverse a ir al cine con Francisco Javier Medina. Faltan testigos de ese tipo de manifestaciones celosas por parte de este, y prácticamente todo lo que tenemos es la versión de ella.
Pero creo que además no se enfoca bien el asunto. La pregunta correcta no es si tal o cual persona es celosa. Se debe preguntar si es especialmente celosa, o si manifiesta celos anormales. Porque salvo raras excepciones, todo el mundo es celoso en mayor o menor medida, y si no se trata el asunto con rigor, se podrían utilizar las preguntas genéricas para calificar como celoso a cualquiera. Los hechos que demostrarían la naturaleza de Medina están contados sin orden cronológico, con lo que aparte de las dudas sobre su veracidad, o sobre si están o no exagerados, provocan gran confusión.
Lo cierto es que pese a toda la verborrea posterior de Aníbal, Marianela, sus amigas, los investigadores, … nunca se planteó que los celos de Medina pudieran haber sido un motivo para el crimen, sobre todo porque nadie podía imaginarse una razón por la que Medina pudiera estar celoso. Todos parecían saber a posteriori de los tremebundos celos de Francisco Javier Medina, pero por desgracia a ninguno se le ocurrió expresarlo. Ni a Marianela, ni a sus amigas, ni a sus padres, ni a nadie. La UCO, en sus informes, no refiere que ni uno solo de esos famosos 700 entrevistados les hablara de esos celos patológicos, y ni siquiera lo mencionan… hasta que apareció su ADN en las toallas. Entonces, como por arte de magia, de no haber rastro, los celos son la clave de todo.
La relación entre Francisco Javier Medina y Marianela Olmedo no es difícil de comprender, es muy sencillo describirla. Pasa todos los días en todos los lugares, y ha venido pasando desde siempre. Dos personas con pareja estable de varios años comienzan una relación clandestina. Los descubren, cortan, vuelven otra vez. En un momento determinado Francisco Javier le dice a Marianela que no quiere seguir con una relación oculta, que ella debe decidir entre dejar a su esposo para formar una pareja estable y oficial con él, o cortar definitivamente y que cada uno siga su vida. Ella duda. Reconoce que ya hace mucho tiempo que no ama a su marido, pero se resiste a dejar su vida familiar y estructurada para lanzarse a lo desconocido.
Finalmente se decide. Dejará a su esposo y formará una nueva pareja con Medina, con el que hace planes para tener hijos y formar una familia que incluya a la pequeña María. Pero le dice a Francisco Javier que no lo hará de una vez, sino por tiempos, y este acepta. Para evitar un golpe muy duro para Miguel Ángel y que la niña se pueda ver afectada, lo hará poco a poco. En primer lugar se marchará del domicilio familiar a vivir a un piso de alquiler, algo que hizo a primeros de abril. Tras el verano estaba previsto que iniciara los trámites para la separación, y tras eso ya podrían ella y Francisco hacer oficial su relación. Hasta entonces tendrían que seguir manteniendo las apariencias y ocultando sus encuentros, aunque fueran conocidos por unas cuantas personas. Medina estuvo de acuerdo con estos plazos, aunque le dijo que tendría que ir cortando las amarras con su esposo.
Pese a toda la retórica, toda la fabulación y todas las invenciones, lo cierto es que no hay ni rastros de esos celos patológicos. La misma Marianela reconoció que cuando ella dejaba a Francisco Javier para volver con su esposo, su amante respetaba su decisión. No solo no la amenazaba, es que ni siquiera se lo reprochaba. No la llamaba para que volviera con él, no la perseguía ni la acosaba. Ese no es el comportamiento que cabría esperar de un celoso patológico.
La autora, siguiendo las fantasías de Marianela, monta una película de terror, convirtiendo en villano a un Medina que tan solo quería mantener una relación estable y oficial, y en víctima a una Marianela que había pretendido seguir con su vida pública de madre y esposa y darse ocasionales escapadas con su amante. Cada uno puede actuar como considere oportuno, y valorar como quiera la postura de ambos, pero convertir en víctima a quien pretendía mantener la fachada y seguir engañando a su marido, y en el malo a quien no quería seguir con el engaño y buscaba una relación oficial y pública es llevar las cosas demasiado lejos. Claro que si como nos cuenta la autora nada menos que el Fiscal manifestó en su alegato final: Dijo también que no era celoso, pero a la vez reconoció haber pedido a doña Marianela que eligiera entre su marido y él, podemos entender muchas cosas. Lo consideraba celoso por no querer compartir la persona de la que estaba enamorado. Asombroso.
Interesa ocultar la naturaleza real de la relación entre ambos bajo un manto de retórica y un puñado de cuentos y versiones interesadas de Marianela para evitar que la comprensión de esa naturaleza deje al descubierto lo evidente, que no había ningún motivo para el asesinato. Marianela reconoció en todas sus declaraciones, incluso en las que acusaba a Medina, que nunca dudó de su decisión de separarse, y que nunca dijo o hizo nada que hiciera pensar a Medina que tenía dudas. Si todo era cuestión de plazos, ¿por qué iba a matar Francisco Javier Medina a Miguel Ángel? No tenía más que esperar unos meses para que comenzaran los trámites de divorcio. Si había esperado 4 años, ¿no podía esperar 4 meses?
Tal vez lo hizo para cortar definitivamente esas pequeñas amarras que mantenía todavía Marianela con Miguel Ángel, generalmente por cuestiones de la niña. ¿De verdad se cree que asesinó a dos personas para acelerar una desconexión, para restringir unos contactos que en unos meses iban a ser ya mínimos? No tiene sentido, nunca lo ha tenido, y por eso la UCO no lo consideró durante más de un año.
Lo cierto es que la misma Marianela, sin darse cuenta, refuta su tardía e interesada versión de que Medina pretendiese un corte radical e inmediato de toda su relación con Miguel Ángel. Recordemos que en su historia de terror contaba que su novio le impedía incluso saludar a su marido, y que tenía que borrar las llamadas y mensajes del teléfono, para que la bestia celosa no se enterara.
Pues bien, la misma noche de los crímenes le contó sin ningún problema a Medina que había llamado a Miguel Ángel y que este no le cogía el teléfono. Repitió las llamadas en sus presencia, sin que él pusiera objeción alguna ni ella se tuviera que ocultar. Al día siguiente llegó incluso a pedirle a su novio que pasara por delante de la casa para ver si veía rastro de padre e hija, sin objeción alguna por su parte. Esa misma tarde, ella fue hasta Avenida de los Reyes acompañada de nuevo por Medina, sin que este se quejara tampoco. ¿Cómo encaja todo esto con la versión de Marianela?
TRES EJEMPLOS
Hay más de cien afirmaciones en el libro que contradicen declaraciones o informes anteriores, o que necesitan al menos una explicación o aclaración. De hecho, acabaríamos mucho antes si comentáramos las cosas que se cuentan en 151 Cuchilladas y que se pueden aceptar tal cual vienen.
Voy a poner tres ejemplos, y proceder a su análisis con cierto detalle, para que se entienda la magnitud de la tarea. No es que no pueda hacerlo; de hecho, puedo hacerlo. Puedo refutar todas y cada una de las falacias, inexactitudes, tergiversaciones, falsedades y medias verdades que le cuentan a Rocío Castrillo sus interlocutores. Todas. Pero esa no es tarea para un solo escrito, ni para unos días. Al final veremos lo que podemos hacer. De momento, con estos tres ejemplos servirá para darnos cuenta del problema, y sobre todo, de la fiabilidad de lo que le cuentan a la autora sus amigos.
La última vez que Aníbal vio a las víctimas
Uno de los varios momentos emotivos del libro es la descripción que se pone en boca de Aníbal Domínguez del último momento en que vio a su sobrina María. Tras bañarla y cenar junto con la niña, su hermano y sus padres, Aníbal cuenta que Marianela llegó a buscar a su hija, y en ese momento: Mi sobrina y yo nos dimos un abrazo muy fuerte antes de que se marchara. ¿Cómo iba a imaginarme que sería el último? Mi hermano salió para su casa poco después. Nos despedimos… y fue para siempre – relató, asaltado por la emoción.
El problema de esta emocionante escena es que parece totalmente inventada. Como es inventado que la decisión de que Aníbal bañara a María fuera de su sobrina, o que Miguel Ángel estuviera charlando con sus padres en el salón durante dicho baño.
Se trata de historias que los protagonistas se inventan porque se sienten más cómodos con ellas que con la realidad, porque las consideran más adecuadas, más emocionantes o menos áridas. Contamos con la suficiente información, proporcionada años antes por los mismos protagonistas, como para tener una imagen bastante fiel de lo ocurrido a primera hora de la noche de ese 26 de abril, aún con sus contradicciones.
Hasta tres testimonios anteriores de Aníbal contradicen esta almibarada versión que nos reproduce Rocío Castrillo. Dos veces en declaraciones oficiales, cuatro y diez días después de los crímenes, y una vez en una
entrevista de prensa, poco antes de comenzar el juicio, declaró de forma explícita que se había marchado de la casa bastante antes de que lo hiciera la niña. En concreto, relacionaba su marcha con una tensa conversación telefónica entre su hermano y Marianela (interpretó que la que había llamado era Marianela, pero fue Miguel Ángel quien llamó, devolviendo una llamada anterior de ella), y daba a entender que se marchó de forma apresurada, posiblemente indignado.
Por resumir: Marianela, que estaba en el centro de salud acompañada por su madre, quería que Miguel Ángel le llevara a la niña para que aprovechando su presencia allí le vieran un problema que la niña tenía en la piel. Miguel Ángel se negaba, entre molesto y sorprendido. Ofuscado, lo definió Aníbal. No consideraba adecuado llevar a la niña al médico a esas horas, ya en pijama, y sobre todo, él no tenía coche, ni sabía conducir, para trasladarla. ¿Cómo pretendía ella que le llevara a la niña al centro de salud?
Posiblemente Marianela estaba pensando en su suegro o en su cuñado, pero Aníbal ni se lo planteó, y se marchó en ese momento, posiblemente enfadado con su cuñada por como trataba a su hermano, y sin la menor intención de llevarle a la niña. Así que no hubo abrazo cuando la pequeña María se marchaba con su madre, en todo caso cuando se marchaba él, y no está nada claro que llegara a despedirse de su hermano.
Y es que en su segunda declaración Aníbal afirmó que se fue justo al terminar la conversación entre Marianela y su hermano. En la entrevista de prensa dijo que lo hizo en ese momento, en relación a la conversación telefónica, pero en su primera declaración ante la Guardia Civil, la madrugada del 30 de abril, daba muchos más detalles. Afirmó de forma explícita que se marchó a su casa mientras se desarrollaba la conversación, que no llegó a escuchar su final, y que fueron sus padres posteriormente quienes le contaron el resto. Es decir, que difícilmente se habría despedido de su hermano si este estaba en medio de una conversación discutiendo con Marianela. Y su marcha apresurada, posiblemente indignado, no casa demasiado bien con un tranquilo y tierno abrazo de despedida con su sobrina. Cuando llegó su madre a buscar a la niña, hacía ya casi media hora que Aníbal no estaba allí.
Podemos intuir la motivación que subyace tras el cambio de versión. Que la última vez que vio con vida a su hermano y su sobrina se hubiera marchado de la casa de forma apresurada, sin despedirse en condiciones, o sin hacerlo en absoluto, no es emocionalmente aceptable. Así que se sustituye por otra versión más aceptable y adecuada, se cambia un recuerdo gris, tal vez no desagradable, pero tampoco agradable, por uno más luminoso, más presentable. Se transforma lo que fue en lo que debería haber sido.
El baño a la niña por parte de Aníbal no fue un capricho de la pequeña, como se quiera dar a entender, sino una necesidad ante la ausencia de su padre y su abuela. Miguel Ángel no estaba en el salón charlando con sus padres mientras el tío bañaba a su sobrina, como dice la autora, porque ni Miguel Ángel ni su madre estaban en la casa. Es una historia nueva, más agradable, más normal, más bonita. Pero falsa, si atendemos a las declaraciones anteriores de la misma persona.
Supongo que muchos lectores se preguntarán por qué tanta atención y tanto detalle en algo de tan poca importancia, y que no parece guardar ninguna relación directa con el crimen que se cometería al día siguiente. Pues he querido tratar en extenso este tema precisamente por su nimiedad y falta de relación con los hechos criminales. Porque esa naturaleza periférica implica que no hay otro tipo de motivaciones interesadas detrás, que la alteración de la realidad no se produce para culpar, o exculpar, o para favorecer una determinada hipótesis sobre la naturaleza del crimen o su autoría. Es simplemente que los hechos reales no resultan psicológica y emocionalmente aceptables, y por eso se cambian por otros.
Y esto nos servirá para darnos cuenta de lo que ocurrirá cuando sí haya otros intereses en juego, cuando un cambio de versión implique una hipótesis sobre el tipo de crimen o su autor. Si se cambia con tanta facilidad la historia acerca de un hecho inocente, ¡qué no pasará cuando estén en juego sospechas, culpabilidades o condenas!
El teniente y la nueva hipótesis
Existe a lo largo del libro una tensión evidente entre dos hipótesis que se tratan de mantener de forma simultánea, aunque sean bastante contradictorias. Por un lado se sostiene que la hipótesis que se planteó durante la investigación y el juicio es la correcta, que tras finalizar el crimen sobre las 22:02, el sospechoso habría efectuado un rapidísimo regreso hasta el puerta del Mercadona para dejarse ver allí sobre las 22:09 y tener una coartada.
Pero claro, el juicio demostró lo que ya algunos se temían: no cuela. Pese a la interpretación sesgada de las declaraciones de los vecinos, y al cambio injustificado y arbitrario de los horarios que ellos mismos habían dado por buenos durante un año, pese a ignorar los testimonios que situaban a Medina dentro del supermercado, ni siquiera así se consiguió que la historia resultara creíble. No hay forma de convencer a un grupo de personas imparciales de que es posible lo que los investigadores pretenden, no hay manera de que se pueda creer de forma racional que en 7 minutos da tiempo a hacer ni siquiera parte de lo que la UCO y la fiscalía pretendían.
Pese a todo, lo siguen defendiendo y dicen que es posible. Pero a la vez, de forma simultánea, nos intentan colar por la puerta de atrás una nueva versión. Marianela, en su enésimo cambio de versión, y tras hipnosis y no se sabe qué otras influencias (no comentaré de momento una asombrosa afirmación de Marianela que viene al final del libro), dijo que en realidad no vio a su novio fuera, que se lo imaginó. Y lo mismo sostiene ahora, sin ruborizarse, el que era teniente del grupo de investigadores de la UCO. Que en realidad no lo vio porque no estaba allí. Según la nueva versión, Medina no habría vuelto al Mercadona, sino que se habría quedado bastante tiempo en el lugar del crimen.
A la vez insiste en sostener elementos de la vieja versión, como el muy particular análisis sobre los mensajes de WhatsApp que envió Dayse a su novio. Según su peculiar interpretación, el hecho de que la testigo use todo el rato el gerundio en sus mensajes no significa nada. Lo importante, sostiene, es su primera expresión, a las 22:03: Qué miedo niño. Eso indicaría que la pelea ya ha terminado, porque, nos dice el teniente Félix: No se siente miedo de algo que todavía no había sucedido. Eso significa que el crimen ya había finalizado, uno o varios minutos antes.
Me imagino el estupor de los lectores. Nadie ha sostenido que la testigo empezara a escribir exactamente en el mismo instante en que comenzó la agresión. Es evidente que pasarían unos segundos, tal vez hasta un minuto, que es el tiempo necesario para empezar a escuchar, coger el móvil, abrir la aplicación y comenzar a escribir. Pero ella declaró de forma explícita que comenzó a escribir al escuchar la pelea, que lo siguió haciendo mientras duraba esta, y que incluso dejó de escribir antes de que finalizara para apoyar su oído en la pared e intentar grabar, sin éxito, los ruidos que estaba escuchando. También afirmó que tras varios minutos volvió a escuchar ruidos de nuevo, algo que el teniente Félix pasa por alto, como hace siempre con lo que no le interesa. Los investigadores también escogen una parte muy determinada de uno de los testimonios de Fredy, el hermano de Dayse, para intentar demostrar que el incidente finalizó antes de las 22:02, pero para ello tienen que obviar otras declaraciones donde afirma que cuando empezó el incidente ya había finalizado una conversación telefónica que había mantenido (que finalizó precisamente a las 22:02) y que en el momento de empezar la agresión estaba escuchando música. Como siempre, se coge lo que interesa y lo que no se esconde bajo la alfombra.
Lo curioso es que el teniente defiende, de forma poco creíble, que la agresión terminó sobre las 22:02 o antes, cuando eso ya no es necesario para su nueva hipótesis. En efecto, si su sospechoso no regresó al supermercado, da igual que la pelea terminara a las 22:02 o a las 22:06. Parece que los días pares toca defender una versión y los impares otra, y a veces se lían.
Pero llegamos al asombro cuando el teniente no solo sostiene que Medina no regresó al supermercado, sino que afirma que no hay prueba de su paradero entre las 21:15, en que lo ven los caballistas y las 22:55, en que saca una película de un dispensador de un videoclub.
No olvides el otro aspecto clave: el acusado no tenía coartada. No puede demostrar qué hizo ni dónde estuvo desde las 21:15, hora en que lo vieron los caballistas, hasta las 22:55, cuando sacó una película de la máquina de un videoclub. ¡Claro que tuvo tiempo! Casi dos horas para asesinar a padre e hija, asearse, vestirse y llegar impoluto a casa de Marianela, donde se habían citado.
Ni grabación ni registro técnico que demuestre que fue a su casa a ducharse cuando terminó de trabajar, salvo el testimonio de su madre, que es su madre, no va a culpar a su propio hijo…
Asimismo, se resalta que hay una contradicción objetiva en la declaración de la madre de Raquel, que declaró haber visto a Medina bajarse de un coche blanco frente a si casa, cuando en realidad conducía el Golf azul. (Lo más probable es que fuera una interpretación de la señora, que en realidad vio a Medina caminando hacia su casa. La UCO, en su resumen de la entrevista dice textualmente que la señora creía que era el coche blanco, no que lo afirmara con seguridad)
Es asombroso que se de por bueno el testimonio de los caballistas, con múltiples contradicciones, y se intente anular en base a un detalle menor, el color de un coche, un testimonio que es de hierro, y que está avalado por otros testimonios múltiples. Por otra parte, le adjudica un perjurio a la madre de Medina simplemente por ser su madre. La autora también acusa a la madre de Raquel de mentir. Y para colmo, el teniente Félix dice que Raquel mintió porque estaba enamorada, o encoñada, de Medina.
Bien, voy a mostrarles a ustedes, queridos lectores, en manos de quien estamos. El paradero de Francisco Javier Medina entre las nueve y las once de la noche queda acreditado por los siguientes testigos, directos e indirectos:
-Marianela. Lo vio al salir del supermercado y lo vio fuera. Entre las 22:06 y las 22:09, aunque más tarde cambió de versión.
-Raquel. Lo vio reponiendo, sobre las 21:40, y otra vez sobre las 22:05, cuando pasó delante de la carnicería, probablemente en dirección a la salida.
-Maite. Lo vio dentro del Mercadona, reponiendo, a una hora indeterminada, pero probablemente hacia las 21:45.
-Concepción. La madre de Raquel. Cuando paseaba por Almonte con unos amigos de Huelva, vio llegar a Medina a su casa, sobre las 22:20.
-Luisa: Amiga de Concepción. Iba caminando a su lado cuando esta le señaló a Medina y le dijo que era el antiguo novio de su hija. Lo vio con las llaves en la mano disponiéndose a entrar en casa.
-Jorge: Esposo de Luisa. Esta le comentó, cuando ya regresaban a Huelva esa madrugada, que Concepción le había señalado al ex novio de su hija.
-Manuel: Esposo de Concepción y padre de Raquel. Su esposa le comentó en la ermita, esa misma noche, que había visto a Medina.
-Raquel. Su madre le comentó por teléfono que acaba de ver a Medina. Sobre las 22:23
.-Mercedes: Madre de Medina. Dijo que estaba en casa cuando llegó su hijo, sobre las 22:10 o 22:20, como todos los días. Que se duchó y salió.
-Manuel Jesús: Cuando iba acompañado de su mujer y su hijo se encontró con su amigo Francisco Javier Medina, que salía de su casa, y estuvo charlando con él unos instantes. Sería entre las 22:30 y las 23:00. Una pareja de amigos suyos le dijeron posteriormente que lo habían visto esa noche hablando con Medina.
-Mari Carmen. Esposa Manuel Jesús. Vio a Medina y se saludaron a las diez y pico de la noche.
Es decir hay ocho testigos directos, de los que siete conocían a Medina, que dan cuenta de su paradero en las horas en que el teniente le supone desaparecido. No uno o dos, ocho. Además, hay otros 4 testimonios que validan una declaración clave, la de la madre de Raquel, y otros dos testigos que afirmaron haber visto a Francisco Javier Medina saliendo de su casa y no fueron llamados a declarar.
Incluso si descontamos los numerosos y repetitivos testimonios de Marianela que sitúan a Medina dentro y fuera del supermercado, contamos con dos testigos que lo ven varias veces entre las 21:40 y las 22:05.
Hay un testimonio contundente que lo sitúa entrando en su casa sobre las 22:20, vestido con la ropa del Mercadona. Su madre lo situá llegando a casa a la hora en que lo hacía habitualmente, entre las 22:10 y las 22:20. Una pareja de amigos, que iba paseando con su hijo, se encuentra con él cuando salía de su casa, vestido de calle… No sé que más hace falta.
Se intenta desactivar el testimonio de Concepción porque se equivocó con el color del coche con el que había llegado su ex-yerno, pero no pueden, porque resulta que el que Concepción viera a Medina entrando en su casa está atestiguado, a su vez, por hasta 4 testigos indirectos, de los que ni el teniente, ni la autora, que acusa con todo descaro a Concepción de mentir, nos dicen nada. Ni los mencionan.
Los padres de Raquel, Manuel y Concepción, recibieron ese día la visita de tres parejas de fuera de Almonte, a los que habían invitado para la última sabatina. Iban caminando por la calle Cristo, con Concepción y su amiga Luisa por delante, y los demás caminando detrás, cuando Concepción le indicó a su amiga: ¿Ves ese muchacho? Es el que fue novio de Raquel durante diez años.
Concepción les había contado a sus amigos que su hija Raquel, a quien sí conocían, había tenido un novio durante diez años, y que habían roto por una infidelidad de él. Luisa, la amiga, miró hacia donde señalaba Concepción y vio a un joven con las llaves en la mano entrando en una casa, mientras les devolvía la mirada. Pocos minutos después, seguramente no más de 5 o 6, y mientras seguían hacia la ermita, Concepción recibió varias llamadas seguidas de su hija Raquel (se cortaba por problemas de cobertura) y aprovechó para comentarle que acababa de ver a su exnovio. Poco después fue Manuel, su marido, quien fue informado por ella de que había visto a Medina.
Y por último, ya de madrugada, cuando regresaban a Huelva, Luisa le contó a su esposo que esa noche Concepción le había mostrado al exnovio de Raquel. Resulta particularmente potente el testimonio de Luisa, porque no pretende recordar a Medina, e incluso afirmó que no lo recordaría de haberlo visto otra vez. Pero sí recordaba perfectamente la escena. En este contexto, ¿qué importancia tiene que Concepción confundiera el color del coche? Declaró que lo vio y que se lo señaló a su amiga Luisa. Esta lo confirma, y a su vez declara que se lo contó esa noche a su esposo, el cual también confirma que su esposa se lo contó. Raquel confirma que su madre se lo dijo cuando hablaron por teléfono, y el esposo de Concepción confirma que esta se lo contó más tarde, esa misma noche.
¿Alguien supone que había una conspiración de todas estas personas para mentir? ¿Qué motivo podían tener Luisa y su esposo Jorge para cometer un delito dando falso testimonio?
Nunca se dudó de estos avistamientos de Medina al llegar y marcharse de su casa, hasta el punto de que cuando sus abogados los señalaron en sus recursos, la Juez lo ventiló de inmediato, con el argumento de que eran superfluos, ya que no se dudaba de dichos testimonios, y que no afectaban al momento en que se había cometido el crimen. Asimismo, se negó a llamar a declarar al resto de amigos que habían estado esa noche en Huelva, con el argumento de que serían repetitivos, y que con los de Jorge y Luisa bastaba. Tampoco fue llamada a declarar la pareja que le contó posteriormente a Manuel y Mari Carmen que lo habían visto esa noche hablando con Medina, y que este se marchó cuando ellos llegaban. No hacía falta más. La evidencia que situaba a Medina en su domicilio entre poco antes y poco después de las 22:30 era aplastante.
Y ahora, 6 años después, viene el teniente Félix a decirnos que no, que no hay pruebas de que estuviera allí, y que el cree que en realidad estaba todavía en el lugar del crimen. Para argumentar que no se sabe de su paradero entre las 9 y las 11 de la noche borra de un plumazo a 4 testigos que le molestan (Raquel, Maite, Manuel y Mari Carmen), sin siquiera comentar porque lo hace, y ni siquiera menciona a Luisa o Jorge. Lo que estorba, se aparta.
La clave es que Concepción le mostró a su amiga Luisa a Medina, y se lo contó a otros esa misma noche, cuando nadie, excepto el asesino, sabía de lo ocurrido en Avenida de los Reyes. ¿Qué interés podía tener Concepción en mentir en ese momento, en afirmar que estaba viendo a Medina si no era cierto? ¿Y en contárselo a su hija, su esposo y su amiga?
Dejo en manos del lector la valoración de lo que afirma el famoso teniente Félix. Pero sea cual sea su valoración, convendrán conmigo en que si se puede ir variando la versión cuando se desea, si se pueden cambiar las horas de los sucesos de forma arbitraria, y si vamos eliminando los testigos que nos estorban, se podrá acabar demostrando cualquier cosa y culpando a cualquier persona. A esta testigo la quito porque esta confundida y se imaginó cosas, a esta otra porque era la exnovia del acusado, a esta de más allá porque era amiga de la anterior. A su madre porque es su madre, y ya se sabe que las madres… A su exsuegra porque era su exsuegra, y ya se sabe que las exsuegras… A esta pareja porque eran amigos del sospechoso. A otros 4 ni los tengo en cuenta, y así, claro, no hay testigos del paradero de Medina. ¡A que es fácil!
Que algunas de las personas encargadas de investigar muchos de los casos más importantes tengan esa forma de razonar y de tratar las declaraciones de los testigos y la evidencia resulta inquietante.
Eso sí, el teniente se ofende mucho cuando se cuestiona su trabajo y profesionalidad. ´Él y otros investigadores se pasan el libro acusando de hipócritas, perjuros y mentirosos a un buen número de personas, y dudan abiertamente de sus intenciones, pero no les gustan las críticas que les hacen a ellos. El mismo teniente Félix que se permite decir de una respetable mujer de Almonte que estaba encoñada, se molesta si los abogados cuestionan su trabajo y actuación.
Una última reflexión. La afirmación del teniente de que en dos horas habría tenido tiempo para asesinar, asearse y vestirse es un reconocimiento implícito de que eso no es posible en siete minutos, que es lo que sostuvieron durante el juicio. Está reconociendo que el caso que presentaron era insostenible.
Antonio Castro
Hay una supuesta evidencia de la que se habla algunas veces en el libro, y a la que parecen dar ahora cierta importancia, cuando nunca se le había asignado ninguna. Al parecer el Fiscal consiguió que Antonio Castro, que era el encargado esa noche a la hora de salir, le dijera durante el juicio que no había visto a Medina a la salida, que le había intentado dar la llave para que abriera el lunes, y que no lo encontró. El teniente lo expresa así, según Rocío Castrillo:
… Antonio Castro, que esa noche debía entregar a Medina unas llaves de la tienda y no pudo hacerlo porque no estaba en la salida junto a los demás empleados.
Es un ejemplo clarísimo de recuerdo sobrevenido, y servirá como magnifico ejemplo de los pocos escrúpulos a la hora de utilizar testimonios a la carta. Se quejan de supuestos cambios en declaraciones, en todo caso menores, cuando todo su caso está construido sobre cambios radicales.
Vamos a ponerlo en contexto. Los encargados de abrir el supermercado a primera hora debían intercambiarse una llave. Castañeda, que lo había hecho el viernes, debía entregársela a Medina, que lo tendría que hacer el lunes. Cuando no coincidían en el cambio de turno, la llave se le entregaba al gerente B, y este era el encargado de dársela a quien correspondiera. Ese día Castañeda salió a las dos de la tarde, y le dio la llave a Antonio Castro, que debía entregársela a Medina, que entraba a las tres. Pero se le olvidó hacerlo, y a Medina se le olvidó pedírsela. Cuando ya se había marchado casi todo el mundo y estaba a punto de cerrar, parece ser que el gerente B encontró la llave y llamó a Medina para recordarle que le haría falta la llave para el lunes. Al parecer este le dijo que no iba a regresar a buscarla (ya debía estar llegando a su casa), y que pasaría el domingo por la casa de Castro a recogerla, cosa que hizo. Y Antonio Castro no se acordó más del tema hasta un año después.
En junio de 2014, un par de semanas antes de la detención del sospechoso, Antonio Castro declaró ante la Guardia Civil que se le había olvidado entregarle la llave a Medina, y que lo hizo el domingo, tras llamarlo este. Es decir, que habría sido Medina quien se habría acordado, no él. No recordaba ni de la hora a la que había abierto la puerta, ni el orden en que salieron los trabajadores. En su informe de finales de mes, la UCO lo reflejó exactamente así.
A finales de septiembre fue llamado a declarar al juzgado, y allí, a preguntas de Juan Ángel Rivera, abogado de la defensa, respondió que no sabía exactamente lo que había pasado con las llaves, pero que lo cierto es que se las había llevado a su casa. En ese momento la Juez interrumpió el interrogatorio del abogado para preguntarle ella directamente al testigo cuándo se había dado cuenta de que se había llevado las llaves, el testigo respondió que él no se había dado ni cuenta, que fue Medina quien lo llamó para recordárselo, y que recibió esa llamada mientras todavía estaba en el supermercado. A una nueva pregunta de la Juez, respondió que estaba seguro de que había sido Medina quien lo había llamado a él.
Al retomar el abogado las preguntas, le informa que la primera llamada que consta es suya hacia Medina, y entonces Castro responde que es posible, que no lo recuerda bien, y cuenta una confusa historia de como los agentes de la Guardia Civil le hablaron de esa llamada de Medina, pero que no recuerda la suya, que si consta será cierta, pero que no la recuerda. (Parece ser que el gerente B llamó a Medina, pero como este estaba hablando con Marianela pudo devolverle la llamada poco después).
Es el turno de Inmaculada Moreno, la abogada de Marianela, que le pregunta si cuando abre la puerta a las 22:00 horas se queda controlando quien sale. Y Castro responde que no, que una vez que abre la puerta se marcha y sigue realizando sus tareas, sin controlar quien sale. Le pregunta si recuerda a Medina esa tarde, dice que no, y aclara, a preguntas del abogado Rivera, que no se acuerda de Medina ni de nadie, que ha pasado mucho tiempo.
Vuelvan a leer lo declarado por el gerente B. Eso es de lo que se acordaba, o no se acordaba, en 2014. Y lo que diga ahora, o digan el teniente o el fiscal, deberá dar cuenta de esas declaraciones anteriores, o se estará tratando de tergiversar la información. Esto no es un caso aislado, mediante este tipo de manipulaciones y tergiversaciones se construyó todo el caso contra Francisco Javier Medina. De principio a fin.
EPÍLOGO
He tratado con cierto detalle tres ejemplos de los más de cien errores o falsedades que se afirman en el libro de Rocío Castrillo. Parece que sus protagonistas no han sido nada tímidos para hablar con la autora, incluyendo a los miembros de la UCO. Me he dejado muchísimas cosas sin tratar, como la decena escasa de novedades que aporta el libro, y otras cuestiones no relacionadas directamente con el crimen, como la insistencia de muchos testigos en que ellos no se habían creído el suicidio-asesinato, para que un párrafo después se nos cuenten cosa que implican que eso no es cierto.
Lo que yo afirmo debería ser muy fácil de refutar. No tienen más que decirnos en que páginas de que informes anteriores a la identificación del ADN (de la UCO, de las autopsias, …) están las referencias al evidente carácter pasional del crimen. Si era tan evidente, tan conocido por todos, debería ser posible presentar un buen grupo de citas. A ver.
Mientras tanto, se me ocurre que se puede utilizar la sección de comentarios para ir respondiendo a preguntas concretas de los lectores sobre detalles específicos del libro. Es decir, la sección de comentarios de este escrito se usará únicamente para este fin, y no publicaré nada que no tenga relación directa con ello. Para otro tipo de comentarios están el resto de entradas.
Las preguntas no deben ser generales, sino tratar detalles muy concretos, y preferiría el formato: Se dice en tal página del libro esto y aquello, y preguntar mi opinión. O algo parecido, pero en esa línea, y a ser posible, una sola pregunta cada vez. En espera del documental de Movistar, intentaré ir respondiendo todo lo que pueda.